miércoles, 16 de diciembre de 2015

MENTALIDAD CIENTÍFICA




MENTALIDAD CIENTÍFICA
Gerardo Barbera 





Para comprender  de la manera más adecuada el significado y alcance de la mentalidad científica, lo más conveniente sería  ubicarla en el momento histórico de su nacimiento. Y para poder asistir  al momento de este parto, se hace necesario reconstruir su período de gestación, apreciar el cómo la mentalidad científica resultó del derrumbe de todo un universo creado por la fuerza del razonamiento lógico. Reconstruiremos el mundo de la Edad Media, fruto de la mentalidad filosófica, para luego derrumbarlo, y dar paso al Renacimiento, época en la que aparece el  “Método Científico”.

Si en este momento nos preguntan, ¿cómo es el Universo?, Podríamos responder que es “infinito”. Pero que, sin embargo, la Tierra está en el Sistema Solar. El cual está en la Vía Láctea, que la Tierra gira alrededor del Sol, que las estrellas son inmensas, y que se encuentran a “años luz” de distancia; etc. Nosotros tenemos una visión general del Universo, que es fruto de la cultura actual.

De la misma manera, cada época histórica ha construido su visión general del Universo. ¿Cuál era la cosmovisión que existía durante la Edad Media?. Para responder  trataremos de aplicar la lógica simple. No se trata de la asignatura filosófica llamada “Lógica”, sino de la lógica cotidiana, la que utilizamos todos los días, esa lógica propia de las personas sencillas, de los niños. Eso es lo que haremos, reconstruiremos el universo de la Edad Media como si fuésemos niños de primaria.

¿Por qué la gente pensaba que la Tierra era plana? Simplemente porque así se ve, así se experimenta en la vida de todos los días. Aquel que no esté loco, puede ver que la Tierra es plana. Y si se ve que es plana; entonces, es plana y punto. Sería como preguntar, ¿por qué las nubes están arriba?, porque sí, siempre la vemos arriba; entonces están arriba. Se parte del principio de que las cosas son como se ven, como las vivimos todos los días.

¿Por qué la gente no aceptaba que la Tierra era esférica? La gente no vivía esa realidad, no veía que la Tierra fuese esférica, todos sentían que la Tierra era plana, al igual que nosotros. Pero sobretodo, nadie podía explicar, el hecho de que si la Tierra fuese esférica, por qué los que están en la parte de abajo no se caen.

 Este fue el argumento lógico más fuerte por el cual no se aceptaba que la Tierra fuese esférica. Y miren que el argumento es fuerte, no es tan sencillo explicar las razones por las cuales los que están abajo no se caen, pasaron varios siglos hasta que apareció Newton con su teoría de la atracción de los cuerpos y de la gravedad, para entender que no se caían porque el planeta los atraía hacia su centro, y los mantenía “pegados” a su superficie.

Y con todo lo que dijo Newton, las cosas no quedaron bien explicadas, porque suponiendo que sea verdad; entonces, ¿por qué no lo sentimos?. Si a una persona le dan unos zapatos capaces de  hacerlo caminar por el techo, aunque él esté pegado al techo, él sería consciente de esa experiencia, y sabría que está “cabeza para abajo”.

Y aunque la Tierra nos mantenga pegados a su superficie, nunca se experimenta que al amanecer estemos cabeza para arriba; al medio día, haciendo un ángulo de 90°; y que en la noche estemos cabeza para abajo. Siempre sentimos que nuestra posición es la misma.  Por lo tanto, eso de que la Tierra era esférica, sonaba a  cuentos infantiles, no tenía ningún sentido, contradecía a la lógica de la vida, se presentaba como algo irracional. La Tierra tenía que ser plana, eso era lo más lógico.

Las cosas no terminan aquí, los nuevos científicos andaban con el cuento de que la Tierra se movía,  ¡ Ya era el colmo de la locura!. En los días normales, nunca se ha sentido que la Tierra se mueva. Es más, los científicos esos, daban a entender, que las estrellas y el sol estaban relativamente quietos, y que era la Tierra la que se movía. Ya no había duda, o estaban locos, o poseídos por algún demonio. Bastaba con asomarse y mirar al cielo, durante las noches y ver como todas las estrellas recorrían el cielo, y ver durante el día, la forma en que el sol caminaba por el infinito. O ellos estaban locos, o las personas normales estaban ciegas.

Además, suponiendo que la Tierra se moviese alrededor del Sol a una velocidad increíble, tendríamos que sentir ese movimiento, hasta el extremo de estar agarrados de los árboles para no salir disparados, ya que sería como estar girando en las “sillas voladoras de los parques”. Por otra parte, los científicos decían que la Tierra giraba sobre sí mismo, ¡Lo que faltaba!. Si eso fuese cierto, tendríamos que estar saltando constantemente para no caernos, sería como estar sobre una gran pelota a la que hacen girar, para no caernos tendríamos que saltar al ritmo del movimiento, como si fuésemos saltimbanquis profesionales.

Partiendo de la experiencia cotidiana, de lo que realmente se sentía, de lo evidente, la lógica  natural  decía que la Tierra no se movía, sino las estrellas y el sol. De hecho, las  única veces en que se puede sentir el movimiento de la Tierra tanto el de “rotación”, como el de “traslación” es durante aquellas madrugadas cuando se llega a  la casa con unas “cuantas copas demás”, cuando  todo da vueltas.

¿Cómo está formado el cielo? ¿Cuál era su forma? ¿Su tamaño? ¿Sus elementos?. Analicemos desde la lógica natural. ¿Dónde está el cielo? : ¡Arriba!. Y punto. Repito, hay que estar loco para no darse cuenta de que el cielo está arriba. El que no  quiera creer que salga y observe. Pero, ¿qué es el cielo?. Veamos de la manera más sencilla. ¿Qué hay en el cielo? : Estrellas. ¿Cómo son las estrellas? : son como diamantes que alumbran en el cielo, del tamaño de una pelota, unas más grandes que otras, pero realmente son cosas pequeñas. Así se ven, por lo tanto, así tenían que ser.  ¿A qué distancia están? Ahí mismo, un poco más arriba de la montaña más alta. Las cosas que están muy lejos no se pueden ver, si vemos las estrellas es porque realmente no están muy lejos.

Si actualmente se pregunta de qué tamaño son las estrellas, se respondería que son inmensas y que la mayoría de ellas son hasta ciento y miles de veces más grandes que la Tierra, y aún cientos de veces más grande que el Sol. Sin embargo, es imposible que cualquier estudiante durante las noches observe una estrella cualquiera y diga: “esa estrella es sesenta veces más grande que la Tierra, puedo ver su tamaño”, “la otra que está allá es cinco veces más grande que el sol”. Esa no es la experiencia.

 Nuestros niños piensan que las estrellas son pequeñas, porque así las ven. Todavía en nuestro lenguaje cotidiano decimos que “el sol salió”, y que “el sol se oculta”. Y en cuanto a las estrellas, solemos expresar, “te regalaré una estrella”; es decir, un diamante que alumbra en el cielo, no se piensa en una inmensa masa probablemente en constante explosión.

En cuanto a la distancia, las estrellas están a “años luz”. ¿Qué es un año luz? Es la distancia que recorre la luz durante un año. Nos podemos imaginar la distancia de un kilómetro,  diez kilómetros; tal vez, mil kilómetros. Pero, de dónde a dónde es un año luz, probablemente algún día la humanidad utilice esa medida de distancia  en sus vehículos, pero hasta ahora solamente tenemos un concepto mental, pero no la experiencia. De hecho nadie puede decir a simple vista: “aquella estrella está a cien años luz”, “esa otra está solamente a cinco años luz, ¡qué cerquita!”. Las estrellas se ven cerca, y si se ven cerca, están cerca, y punto.

Hasta el momento hemos visto como la lógica natural habla de una Tierra  plana, que no se mueve, y de unas estrellas hermosas, que brillan como diamante en el cielo, y que están un poco más arriba que las nubes.

La pregunta es, si las estrellas están ahí arriba, iluminando el cielo, y son muy hermosas, ¿por qué no se caen?, ¿Cómo hacen para permanecer en el cielo?.

 La única manera lógica de que un objeto sólido, que está arriba, no se caiga, es que esté guindando. Así mismo, las estrellas tenían que estar guindando, pegadas de algún techo, y si de paso, ese techo se podía ver, entonces, no había ningún problema, las estrellas estarían pegadas de un techo, del cielo, que resultaría ser una especie de cúpula.

En definitiva, tenemos una Tierra plana, inmóvil, cubierta por un techo: el cielo en forma de cúpula, en el que guindaban muchas estrellas, la Luna y el Sol. Más o menos, esta era la concepción teórica del Universo que se tenía antes del Renacimiento. Guillermo Fraile opina al respecto:
Anaxímenes (546 a. C.) pensaba que la Tierra era un disco plano, rodeado de agua, que flota sobre la atmósfera. Los astros- Sol, luna, planetas_  eran también discos planos, que giran alrededor de la Tierra, y que se formaron  de los vapores enrarecido e incendiados que se exhalan de ésta. El sol se oculta por la noche detrás de las montañas del norte. Las estrellas fijas están ‘sujetas con clavos  ardientes en la bóveda  cristalina’ del cielo, la cual gira en torno a la Tierra, ‘como el sombrero alrededor de la cabeza’. (p.148)

A esta interpretación del Universo, se le agregaron contenidos religiosos. A la cúpula se le llamó: cielo. Lugar en donde estaban: Dios, los ángeles, los santos, etc. Debajo de la Tierra estaba el infierno, en donde estaba el diablo, y sus demonios, al igual que las ánimas condenadas.

Al combinar la visión “física” del Universo, con la visión teológica del catolicismo, se obtuvo como resultado la identidad de la Creación Universal, con el planeta Tierra, interpretación acentuada durante  la Edad Media, en donde reinaba el orden y todo era perfecto. No existían problemas que la Lógica no pudiese resolver, ya sea a través de la Filosofía o de la Teología, las dos grandes fuentes del saber.

Vamos a establecer algunas conclusiones:


¿Existe Dios? Claro, además es evidente, hasta el punto que la fe es tan tangible como la razón. De hecho si alguien, por casualidad, no creía en Dios, cosa absurda por supuesto. ¿Qué habría que hacer para sacarlo de su error? Simple, llevarlo al campo y enseñarle el cielo, si no estaba loco, tenía que ver el cielo que estaba ahí mismo, arriba de nosotros. Si existe el cielo, existe Dios que mora en las alturas, y está ahí pendiente de nosotros. De tal manera, que desde la lógica natural, la inspirada por Dios, el ateísmo está fuera de lugar, mientras el cielo esté arriba, es imposible el ateísmo. Existía toda una forma de ubicarse propia de la época, una manera de existir, llámese paradigma de la época  cambiante como diría  Moreno Alejandro:

En el mundo cristiano en el que se movían  participaba de un modo efectivo de la incostestabilidad  del Absoluto. El argumento ontológico antes de ser aclarado por una lógica de conceptos, era, por así decirlo, vivido en una posesión pacífica que reiteraba, mediante el juego de una prescripción secular, la necesidad del ‘ser supremo’, ¿Cómo  se iba a dudar en esas condiciones de una verdad que se poseía  y que hacía cuerpo con la existencia?.
Por lo menos hasta finales del siglo XII, no se encuentran en los textos sino un número insignificante de negadores de la existencia de Dios. (p. 99) 


Y si existe Dios; entonces, existen todos los elementos de la creación espiritual: seres celestiales, ángeles, querubines, serafines,  y todos los santos que están en el cielo. Todos los seres espirituales son creados por Dios, y conforman la muestra más perfecta de la creación.

Luego está la creación del mundo natural, todo el mundo físico, los animales, las plantas..., y en el medio, un ser natural y espiritual, hecho a imagen de Dios, espiritual, pero de barro, natural, la combinación perfecta de ambos elementos.

La existencia del Universo y de sus seres se explicó desde la concepción de un Dios creador.

En cuanto al sentido de la vida: ¿de dónde venimos?: De Dios. ¿Para qué he venido al mundo? : Cumplir la voluntad de Dios. ¿Hacia dónde vamos? Si cumples la voluntad de Dios, al cielo; si no cumples, al infierno.

Con relación al  campo del conocimiento, también todo cuadraba perfectamente, la realidad celestial, espiritual, que estaba por encima  de la realidad material --hasta desde el punto de vista físico, el cielo está arriba--, era estudiada a través de la Teología, y la realidad material, inferior a la celestial, era estudiada a través de la Filosofía. Y de la misma manera, como la realidad material era inferior a la espiritual, así mismo, la Filosofía era inferior a la Teología. Es más, la Filosofía siempre fue considerada al servicio de la Teología, hasta el punto que si por casualidad algún argumento filosófico iba en contra de algún dogma teológico, el error estaba en la Filosofía, quien no aceptará esto, lo convertían en “carne a la leña” por orgulloso y hereje.

Pero lo más importante y fundamental, y que realmente moldeaba la forma de pensar del hombre de la Edad Media, estaba en el hecho de identificar Universo =  Creación  = Tierra. Esta concepción antigua del Universo es fundamental y decisiva para comprender, sin cometer ningún anacronismo, la forma de pensar y las diferentes filosofías de la Edad Media, aún la misma Teología debe ser comprendida bajo estos parámetros de pensamiento. Sólo así se puede interpretar el período de la Edad Media dentro de su propio paradigma como paso a la Modernidad, como lo afirma Moreno:

El modo  de conocer propio de la llamada ‘Cultura Occidental’, en cuyo seno ha nacido  y vive nuestra ciencia, constituye una episteme  histórica que en sentido general,  puede llevar un nombre: ‘La Modernidad’  Como época histórica  los ‘tiempos modernos’ si inauguran en la segunda mitad del siglo XV (para algunos con  la caída de Constantinopla, para otros con la invención de la imprenta y para otros finalmente con el ‘descubrimiento de América’), pero la modernidad  como episteme y el ‘mundo de vida’ moderno viene desarrollándose desde mucho antes, desde las profundidades mismas  de la Edad Media. Que la modernidad  tenga manifestaciones adultas, plena,  en la Ilustración y en el capitalismo de empresa durante el siglo XVIII, no significa que no se pueda llamar ya con ese nombre ya desde sus inicios.
En este sentido se toma aquí el término, en cuanto a la episteme  correspondiente al mundo de vida que se inaugura en el seno de la Edad Media, como práxis propia de un grupo humano conocido con el nombre de burguesía, y que se extiende, como matriz epistémica, hasta nuestros días, en las más variadas  formas de vida y en sus múltiples discursos (p.79)


Para nosotros el Universo es infinito. Pero para la humanidad de aquella época, el planeta Tierra era todo cuanto existía. Lo que para nosotros es el Espacio Infinito, formado por constelaciones, sistemas planetarios, y un número infinito de estrellas, en la Edad Media se concebía simplemente como el techo de la Tierra, las lámparas que Dios había colocado para adornar la noche, siendo la más hermosa la Luna. Y para alumbrar el día, Dios había colocado una gran lámpara: El Sol.

 De ahí que el hombre sea el centro de la creación, y la historia de la humanidad, es la historia del Universo. El hombre es la criatura más querida que Dios había hecho a su imagen, por eso Dios se hace hombre: Jesucristo...

Y cuando todo marchaba de lo más feliz... apareció el Renacimiento con sus inventos y descubrimientos que pusieron a temblar todo el edificio de la Edad Media. De pronto, el mundo descubre una sucursal en la que nunca había pensado: América. Se demuestra que la Tierra no es plana, sino redonda. Aparece la imprenta y la lectura comienza a ser más popular. Los nuevos científicos, con su nuevo método echan por tierra muchas de las afirmaciones de la cosmología aristotélica, pero la gota que derramó el vaso, la última picada de abeja, el golpe a la mandíbula, lo dio el “odioso” Galileo, y su idea absurda de que la Tierra se movía. Resulta interesante la manera en que el profesor Lascaris describe la situación:


En la Edad Media occidental el mundo se redujo a las tierras conocidas que eran porciones limitadas de nuestro globo. Europa, Africa del Norte, y parte del Asia Occidental.

 El primero en dar a conocer el extremo asiático fue el viajero veneciano Marco Polo y sus relatos. El mundo medieval creyó que la Tierra era plana y los océanos terminaban en profundos abismos, llenos de desolación  y monstruos terribles. Al entender la Tierra como redonda, Cristóbal Colón, pero de un tamaño mucho menor del que tiene, creyó llegar al Extremo Asiático o las Indias, a los remotos Cipangos y Catay. Murió sin saber que había llegado a un continente ignoto, que él había confundido con las India, por lo que le llamaba las Indias.

Magallanes y Elcano demostraron la redondez de la Tierra al circunnavegarla.

Durante mucho tiempo se ha creído que tenía la Tierra forma de esfera, hoy día se sabe gracias a los adelantos espaciales que presenta una forma irregular, semejante a una pera, es decir, más achatada por su parte inferior.

La supeditación de la Cosmología a la Teología a lo largo de muchos siglos fue funesta para el avance científico. Negaba la teología católica la redondez de la Tierra, recordando en la Biblia el pasaje del profeta Josué que detuvo el sol durante una batalla, para que el triunfo de los hebreos fuera completo, y negaba también que no fuera la Tierra el centro del  Universo. Explicaba el Cosmos como complementario de la Tierra, epicentro del mismo, del hombre y de la humanidad, basándose en un egoísmo céntrico, hecho y estructurado “del hombre” “para el Hombre”. (p. 45)



La Teología era la ciencia por excelencia, la que nunca se equivocaba porque encontraba sus fundamentos en la Biblia, que es la Palabra de Dios, y ahí no puede haber error, las demás ciencias, que tienen origen humano son imperfectas por naturaleza, ya que la razón del hombre es limitada, imperfecta, por lo tanto, cuando hay discrepancia entre una afirmación de las ciencias humanas y una afirmación de  Teología, la ciencia divina, seguramente que el error está en la ciencias humanas, con más razón, si estas estaban en contra de algún texto bíblico, como fue el caso de Galileo.

Resulta que en el libro de “Josué”, cuando los hombres de Israel atacaban las murallas de Jericó, de pronto, comenzó a oscurecer, esto no convenía a los soldados israelíes, quienes por ser visitantes, no conocían bien el terreno, y necesitaban de la luz del día para ganar la batalla. Josué, viendo la situación, dirigió una oración a Dios pidiendo que el sol se detuviera.

 Veamos bien lo que dice la Biblia. Si  la Tierra  se movía, lo más seguro era que Josué hubiese pedido que la Tierra se detuviera, pero como pidió que el sol se detuviera, entonces era el sol  quien se movía. Esto era palabra de Dios. Por lo tanto Galileo estaba equivocado, y su teoría contradecía un texto bíblico, se trataba de una herejía, por lo tanto había que condenarlo, Y de hecho, se salvó de milagro de la hoguera.  En su libro, “ Introducción al filosofar  y filosofía griega”, Lascaris describe algunos elementos del proceso contra Galileo:



Ante el tribunal de la Inquisición de la Ciudad de Florencia está sentado un anciano de rostro apacible, mirada serena y barba canosa, bien cuidada. Sus ojos, cansados de tanto mirar a las estrellas, tiene una profunda penetración; están habituados a escudriñar el firmamento y a sondear las almas... en investigaciones incansables descubrió las leyes de la gravedad y de la inercia, ideó el péndulo y el termómetro y perfeccionó el telescopio.

Era, por lo tanto, un hombre que estaba acostumbrado a ver más lejos que los demás. Y sin embargo, allí estaba, sentado en el banquillo, acusado de hereje, por enseñar públicamente el sistema de Copérnico, que en contraposición a Claudio Ptolomeo, sostenía el movimiento rotatorio y traslaticio de la Tierra alrededor del sol.

--¡vaya una teoría más absurda!—comentaban los sabios del siglo XVII—como si no se apreciase a simple vista que la Tierra está quieta y es el Sol quien sale todas las mañanas por Oriente, entre nacarados rosicleres de aurora, y se oculta todas las tardes sonrojado de arreboles, por la herida sangrante de Occidente.

Poca confianza se puede tener en un mundo poblado por hombres que se niegan a abrir sus ojos a la verdad. Como si la verdad no vista fuese menos evidente, o como si negarse a aceptar la verdad  fuese suficiente para desentenderse  de las responsabilidades y obligaciones que se derivan de los hechos ciertos, de la presencia ante nosotros de las ineludibles verdades eternas. Cuán grande debió ser la desesperación de Galileo ante sus jueces. Nadie le creía, pero él tenía en sus manos el tesoro supremo de la verdad. Un tesoro de valor incalculable” (p.46)

Aunque este argumento es el más generalizado, las cosas realmente no fueron tan sencillas, no se trató de “textos bíblicos”. El problema con Galileo no fue solamente por la Teoría del movimiento de la Tierra, por lo menos eso no era lo más importante. Lo imperdonable de Galileo fue la utilización de ese “aparatico embrujado” llamado telescopio y sus consecuencias. Era tanto el terror, que los teólogos se negaban a tocar ese aparato, mucho menos mirar a través del telescopio, estaban convencidos, o por lo menos, así lo hacían saber, que aquel que mirase a través del telescopio quedaba bajo la influencia del demonio. ¿Por qué?.

Con el telescopio, Galileo descubrió, entre otras cosas, que la luna estaba inmensamente más cerca que el sol, que las estrellas estaban aún más lejos, que las estrellas no estaban pegadas a ningún techo, la luna tampoco; el sol, menos. ¿Qué significaba todo esto? El descubrimiento más asombroso y aterrador de la historia de la humanidad y que dio el verdadero tinte al Renacimiento: La  cúpula no existe, lo que se traduce, EL CIELO NO EXISTE, TODO HA SIDO UN ENGAÑO.
Si el cielo no existe, ¿dónde está Dios, los ángeles, los santos...? Probablemente tampoco exista nada de eso. La existencia de Dios entró en duda. Si Dios no existe, quiere decir que estamos solos, y que la vida no tiene un sentido, ¿de dónde venimos?, ¿qué hacemos aquí?, ¿para dónde vamos?, ¿todo termina con la muerte?, ¿da lo mismo hacer el bien o el mal?.

Por otra parte, Galileo con su endemoniado telescopio descubrió que los astros son esféricos, y que la Tierra también es redonda, que no tiene nada de particular. Es decir, nuestro planeta es una miserable piedra húmeda, insignificante en el conjunto del Universo, y que navega desde ninguna parte hacia ningún lado. No somos toda la creación, solamente una piedra perdida en el espacio. El golpe para la humanidad era demasiado fuerte para asimilarlo en un solo trago. Por lo tanto, a Galileo no habría que darle un premio “Nobel” de la ciencia, lo que realmente se merecía un poseído como ese era un viaje sin regreso al mundo de las tinieblas. Y se salvó de milagro. El aporte más importante de Galileo estuvo en su método de investigación basado en la matemática.  En la obra  “Metodología del conocimiento científico” se remarca este aspecto de la vida de Galileo:


Uno de los logros más admirables de Galileo fue la introducción de la matemática en la práctica de la investigación científica. El libro de la naturaleza, considera Galileo, está escrito en el lenguaje de la matemática, cuyas letras son los cuadrados, circunferencias  y otras figuras geométricas. Por ello puede ser objeto de la verdadera ciencia. Todo lo que es susceptible a medición: la longitud, la superficie, el volumen, la velocidad, el tiempo, etc., o sea, las llamadas propiedades primarias de la materia (p. 74)


Por otra parte, en el mundo del saber, la Filosofía era la reina, siempre y cuando estuviese en perfecta coherencia con la  Teología. Como la Teología se vino al suelo, la Filosofía perdió su muleta y se cayó estrepitosamente, perdió toda credibilidad. No se podía asegurar la veracidad de ningún conocimiento. La ciencia necesitaba otra muleta que no fuese la Teología: EL METODO EXPERIMENTAL
El Método Científico surgió de las cenizas de la Edad Media  y de la enfermedad que heredó el Renacimiento: LA DUDA
Todo aquel que se dedicara a la ciencia  tenía que vencer el monstruo de la “duda”, tenía que encontrar resultados verdaderamente “universales”; es decir, válidos para todos  y sin ninguna sombra de duda. ¿Cuál es la única ciencia en donde nadie duda de sus resultados, independientemente de que sea árabe, o cristiano, chino, o indígena, ateo, o creyente? La Matemática. 2+2= 4. Esto es verdad y punto. Alirio Rosales, en “Apuntes Filosóficos, N° 9-10” subraya este mismo aspecto:

Como modelo del conocimiento, la matemática ha inspirado a la razón  a extender el conocimiento sin reconocer sus propios límites. Su certeza apodíctica y su poder deductivo han sido atributo de conocimiento verdadero. (p.37)

El Método Científico tiene como objetivo convertir  los descubrimientos de cualquier ciencia en particular, en resultados matemáticos, es decir exactos. Para lo cual necesita  de algunos pasos, que han variado a lo largo de la historia, como pueden ser: Planteamiento del problema, Observación, Hipótesis, Experimentación y Comprobación, elaboración de resultados, Teorías, Leyes. Se nombran los más generales y conocidos. Pero la esencia siempre es la misma, partiendo del estudio de un hecho particular, conseguir resultados universales expresados en términos matemáticos, para garantizar su validez. Ejemplo: Después de aplicar el Método Científico al fenómeno de caída libre de los objetos, se llega a la conclusión de que la Fuerza con que desarrolla ese objeto en su movimiento es directamente proporcional al producto de su masa por la aceleración que presenta. F= m.a.

 De tal manera, que un fenómeno físico puede ser explicado a través de resultados matemáticos, y garantizar de esta forma su validez y su universalidad.

Para que una ciencia tuviese el honor de llamarse “Ciencia”, tenía que expresar sus resultados en términos matemáticos. Y esto sólo era posible si aplicaba en sus estudios el Método Científico. Y en esto consiste la mentalidad científica, en sostener, creer, y pregonar, que solamente es verdadera Ciencia aquella que utiliza el Método Científico, y cuyos resultados se expresan en términos matemáticos, y por lo tanto, pueden ser cuantificados y medidos. Alejandro Moreno  señala este elemento típico de la “mentalidad científica”:

Todo científico piensa que su discurso sobre el mundo es verdadero, en cuanta narra en lenguaje humano lo que acontece fuera del sujeto que lo elabora.  Se acepta que la realidad exterior es multidimensional y por lo mismo cada discurso científico es parcial, esto es,  discurre sobre una o pocas dimensiones. Se acepta, además, la posibilidad del error como producto de las condiciones subjetivas de los individuos y de la imperfección de los instrumentos. Los errores, sin embargo, son  superables, nunca quizás por completo, pero el esfuerzo conjunto de la comunidad científica va elaborando un núcleo sólido de verdades modificables o lo largo del tiempo que, de manera objetiva, reproducen, por lo menos parcialmente, lo que existe en el mundo exterior (p122)


Lo que quiere decir, que al objeto de estudio de  una ciencia, que quiera ser científica, se le tiene aplicar el Método Científico, en todos sus pasos, esencialmente el de la comprobación experimental. Es decir, que el fenómeno pueda ser repetido cuantas veces sea necesario, y sus resultados sean los mismos, de tal manera que se establezca una teoría y de allí, gracias a las muchas comprobaciones experimentales, encontrar la “Fórmula Matemática” que determine y defina los resultados. De no ser así NO HAY CIENCIA.

El Método Científico se presenta como el hallazgo que salvó a la humanidad de la “Duda del saber”. De esta manera, el hombre dejó de ser esencialmente religioso y especial, casi divino, y se convirtió en uno más del ecosistema terrenal, un animal superior, pero animal en esencia. Colin Wilson indica esta transformación antropológica en el paradigma moderno:

De manera intencional o no, Darwin había provocado  el cambio intelectual más grande de la raza humana. El hombre siempre había partido de la base de que él era el centro del universo y de que habría sido creado por los dioses. Escudriñaban los cielos giratorios en busca de alguna señal del designio divino y escudriñaban la naturaleza en busca de oscuros jeroglíficos que revelaran la voluntad de los dioses. Ahora Darwin le estaba diciendo que los jeroglíficos eran una ilusión óptica. El mundo era meramente lo que parecía ser. Consistía en cosas y no en significados ocultos. A partir de ahora, el hombre tenía que aceptar que estaba solo. (p. 183)







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