viernes, 18 de diciembre de 2015

MÁS ANIMAL QUE RACIONAL




2.            “ Más animal que racional”
 Gerardo Barbera



En la historia del pensamiento desarrollado en nuestra cultura occidental, se han presentado diversas concepciones filosóficas, que bajo el pretexto de buscar la esencia de la naturaleza humana, han construido sistemas ideológicos, que han justificado la explotación y esclavitud de los desposeídos, tratados como seres inferiores a las mismas mascotas de los amos y señores de turno.
Tal vez, el caso más significativo, por sus consecuencias en el paradigma del pensar de la cultura occidental, marcada desde el nacimiento hasta la actualidad por la filosofía propia de  la antigua Grecia, fue la herencia de la definición aristotélica, que combinó la racionalidad con la animalidad como elementos esenciales de la naturaleza del ser humano.
La trágica definición del hombre como “animal racional”, parece a primera vista, una simple conceptualización lógica del hombre en sí, aparentemente neutra y carente de intenciones políticas, que nada tendría que ver con prácticas sociales de dominación y de explotación. Se trataría de una definición lógica, pero, que sin embargo, resultaría totalmente objetiva, sujeta a  la realidad en sí misma.
 Es decir, el hombre es un animal racional y punto, independientemente de sus opiniones personales. De tal manera, que un razonamiento lógico, perfecto en su aspecto formal, tendría que coincidir por ley universal con el dato exterior.
 Lógica y Ontología se identificaban. Y era precisamente esta identidad, la que le daba el carácter metafísico de verdad absoluta, y que absolvía de responsabilidad  al filósofo, quien solamente anunciaba, o daba a conocer, gracias a la profundidad de su avance en la sabiduría  filosófica, basada en su manejo del razonamiento lógico, la verdadera esencia racional del dato objetivo.
Sin embargo, “el animal racional”, resultó ser la conspiración perfecta de una filosofía que justificó la muerte del débil en manos del guerrero, o del dueño del saber lógico. Lógica y Muerte se hicieron cómplices para siempre.
Las implicaciones políticas de la definición aristotélica del hombre resultaron fatales para todos aquellos, que nacieron con la mala estrella de no pertenecer a la élite social griega.
 Lección muy bien aprendida y ejecutada hasta nuestros días. No pertenecer a la élite de las clases sociales ha sido condición suficiente para no merecer el calificativo de persona.
 A lo largo de la historia han cambiado las formalidades, pero la esencia ha sido la misma: muerte de los más débiles, de los desposeídos, de los marginados, de las sobras seudohumanas que nunca han tenido el derecho a ser; sólo el derecho al sacrificio, o nacer para la esclavitud.
La racionalidad ha sido concebida, dentro de la filosofía griega, como el elemento “formal”, y por lo tanto universal, que define e imprime la esencia ontológica en sí misma, y sin lugar a dudas, la esencia de la naturaleza del hombre. La animalidad, o el elemento material resulta ser lo común que nos ata al resto de las criaturas, haciéndonos iguales a las bestias carentes de racionalidad y de un nivel totalmente inferior.
Este dualismo se convirtió, a lo largo de los siglos, en la semilla del árbol de la muerte, o de la justificación ideológica de las diferencias entre los miembros de las distintas clases sociales. Resultaba que la dignidad esencial del hombre estaba determinada por su elemento formal, o la racionalidad pura, abstracta e inmaterial, que estaba infinitamente por encima de la animalidad.
Este dualismo antropológico de “animal racional” tenía bases metafísicas, que transcendía a la naturaleza ontológica del hombre, y que formaba parte de una determinada forma de concebir la totalidad del ser. Es decir, la dualidad del hombre como animal racional, encontraba su justificación en la realidad ontológica total. El hombre era dualidad esencial, porque la naturaleza, que transcendía lo meramente humano era dualidad. La dualidad era una condición metafísica de todo cuanto existía.
La realidad concreta posee un elemento material y uno formal. No se puede, ni siquiera desde el mundo de la imaginación mágica, concebirse un ser real, concreto, como una forma sin materia; menos, una materia sin forma. El dualismo del ser en sí es condición metafísica de su propia existencia.
El hombre, como parte de la totalidad del ser, participa de manera esencial de la dualidad universal de la objetividad. Se trata de una condición universal, transcendental, eterna; y por lo tanto, metafísica.
 El dualismo “racionalidad-animalidad” es de orden divino, metafísico y universal. Y que nada tendría que ver con la responsabilidad de la filosofía que la propone. Al contrario, descubrir  este dualismo objetivo ha sido fruto del esfuerzo de pensadores fundadores de nuestra cultura universal.
Si se toma, por ejemplo, la realidad de los objetos concreto, se puede observar que entre una roca de granito y una escultura artística existe una igualdad y una diferencia esencial.
  En cuanto al elemento material, la roca y la escultura presentan las mismas características. La diferencia está marcada y señalada por sus características formales. Y estas diferencias dejan de ser neutras, y se transforman en juicios valorativos y subjetivos,  que con pretensiones de objetividad cambian el ser ontológico de la roca frente a la escultura.
De tal manera, que desde una supuesta neutralidad, se reafirma, en nombre de una metafísica  objetiva, la diferencia esencial entre la roca y la escultura. Y el juicio valorativo determina el carácter ontológico de la roca y de la escultura.
La escultura posee en sí misma, de manera objetiva mucho más valor que la roca de granito en estado puro, gracias a la forma que posee. La diferencia es formal. Se establece que entre los miembros de una misma especie, unidas por el elemento material, la forma establece diferencias esenciales de valoración. La forma del elemento material determina la valoración ontológica y objetiva de los seres concretos.
 Se establece una ley que sugiere la superioridad metafísica de aquellos miembros de una misma especie que sean “más formado”.
En la definición aristotélica del hombre como animal racional, se establece una igualdad material que unifica a todos los miembros de la especie humana, en cuanto a su animalidad. Sin embargo, resulta demasiado evidente que no todos los hombres son iguales y que existe, por lo tanto, diferencias entre los miembros de la raza humana. 
Ahora bien, si todos los hombres poseen un elemento material común, como la animalidad, que por mucho que se desarrolle, no nos hace más hombres, ni superiores a los demás.  La diferencia corporal, realmente nos hace más perfecto como animales; es decir, nos hace más aptos para sobrevivir, alimentarnos y reproducirnos; o si se prefiere, para cumplir con las necesidades básicas de cualquier animal. ¿De dónde la diferencia tan notable entre los hombres? : La racionalidad.
 El elemento formal que define la originalidad del ser humano en cuanto tal,  que lo hace diferente a los demás seres del planeta, no es su cuerpo, sino, su racionalidad. Por lo tanto, en el desarrollo de la racionalidad se encuentra el grado que establece las diferencias ontológicas y valorativas entre los seres humanos. Y el grado de desarrollo de la racionalidad establece el nivel en que cada hombre en concreto posee en sí mismo “la humanidad”.
De tal manera, que resulta real y concreto el hecho de que no todos los hombres son igualmente humanos. Hay hombres más animales que humanos. Esta concepción antropológica trajo consecuencias terribles para los que van a ser considerados menos desarrollados en el grado alcanzado de humanidad, serán tratados como animales salvajes.
El hombre que a lo largo de su existencia, gracias a un proceso adecuado de educación sistemática, haya desarrollado su nivel de racionalidad, tiene que ser superior en sí mismo, que todos aquellos que han vivido  preocupados solamente por comer y reproducirse, desarrollando su nivel de racionalidad lo meramente necesario para vivir como los animales.

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