lunes, 14 de diciembre de 2015

LA ÉTICA ENAJENADA






LA ÉTICA ENAJENADA

Gerardo Barbera






I

Las formas distintas de hacer filosofía en occidente se han reducido, en la mayoría de los casos, a un estilo diferente de expresión literaria, pero con la misma finalidad política al servicio de la clase dominante de turno. Tan sólo se han presentado como una especie de antropología de la desesperación, basada en los sentimientos, tal vez en el  “ hemisferio derecho”, pero siempre se han referido al mismo cerebro, con la única “diferencia”, de que pretenden ser posturas fundamentadas en la persona, como quien trata de establecer una identidad entre el humanismo y el relativismo ético.

 Michael de Montaigne, en pleno siglo XVII, establecía un pensamiento “humanista”, donde daba a entender  que el hombre en sí mismo, como un ente aislado era principio y fundamento de su hacer moral:

La holgura y la indigencia dependen, por tanto, del parecer de cada uno. Y al igual que la riqueza, la gloria y la salud tienen tanta belleza y procuran tanto placer como les otorga aquel que las posee. Cada cual está bien o mal según se sienta él. El destino no nos causa ni bien ni daño alguno;  sólo nos ofrece la materia y la semilla que nuestra alma, causa y dueña única de su condición feliz o desventurada y más poderosa que él, modela y aplica como le place. (p.36)

Como se puede observar, Montaigne centra la felicidad en la vivencia personal, es decir,  la felicidad es un problema que se resuelve en la subjetividad de cada cual. De tal manera, que el individuo, en sí mismo, interpretado como un “alma”, se convierte en  el único responsable de su destino. Quien vive en la miseria, no tiene que culpar a nadie, cada cual “se hace su vida”, el alma del hombre está por encima de cualquier límite material, por encima del hambre y la miseria. Se trata de una ética de la “disculpa” del amo.

Pero esta ética “humanista”, centrada en “el poder” de la mente, o del alma, según sea el caso, fundamenta “la disculpa del amo”, y “la culpa del marginal”.  Minchinton. J. (1999), en su libro de auto-ayuda, “Autoestima”, nos presenta una ética basada en una “felicidad” totalmente subjetiva, de tal forma que el destino es exclusivamente una tarea del individuo, cada cual es responsable de su propia historia y de su vida concreta, nadie es culpable de nada, por lo tanto lo más absurdo sería hablar de “injusticia social”, y en tal caso, cualquier situación de justicia sería “secundaria”:

Tu felicidad depende en gran medida de tu forma de ver las cosas. La felicidad es un estado de ánimo que nace en tu interior, y que por tanto, no depende necesariamente de acontecimientos externos favorables para producirse.
Aunque pueda parecerte increíble, lo cierto es que ¡Tu felicidad puede incrementarse con un poco de práctica! Prueba a sentirte feliz deliberadamente durante cinco minutos al día. No trates de sentirte feliz por algo en concreto; limítate tan sólo a sentirte feliz. Para lograr acceder a ese estado, recuerda cómo te sentiste uno de los días más felices de tu vida e intenta reproducir ese sentimiento en el momento presente. Practicando con regularidad este ejercicio comprobarás que es posible sentirse feliz a voluntad y notarás día a día como tus momentos de felicidad van en aumento.
La felicidad, al igual que sucede con la autoestima, es algo que depende de nosotros mismos. De ti depende ser feliz. (p24.

Michinton nos presenta una visión del sentido de la vida en una “felicidad sentida”, que se reduce a un estado emocional, a una forma de sentir, y que nos colocaría por encima de lo exterior. Los demás y  la vida social, con todo lo que implica, como la familia, el trabajo, la vivienda, la supervivencia, la vida política y todos los elementos y las dimensiones de la vida cotidiana, tal cual como se da en relación, podrían ser superado con “ejercicios de felicidad”.

 Todos los problemas sociales se resolverían con cursos de “Cómo sentir la felicidad y ser cada día más feliz”. Según esta posición, quien no se siente feliz es porque no quiere. Se repite la ética de la inocencia del amo y de la culpabilidad del marginal. Esta posición ética se fundamenta en un relativismo subjetivista en cuanto al mismo sentido de la existencia.

 Ya no existiría el sentido de la vida del “hombre”, sino el sentido de la vida de cada cual: El autor  del famoso libro “¿Quién se ha llevado mi queso?”, Spencer J. (1999), con la metáfora del “queso” propone que la vida tiene el sentido que cada cual le da, sin importar nada más, solamente la opinión y el deseo personal, y así, utilizando sus personajes propone:

Para las personitas, encontrar queso era dar con la manera de obtener lo que creían que necesitaban para ser felices. Cada una tenía, según fueran sus gustos, su propia idea de lo que significaba el queso.
Para algunos, encontrar quesos era poseer cosas materiales. Para otros, disfrutar de buena salud o alcanzar la paz interior.
Para Kof, el queso significaba simplemente sentirse a salvo, tener algún día una estupenda familia y una confortable casa... ( p.34)

Ya no se trata del relativismo ético antiguo que se basaba en un relativismo gnoseológico. De lo que se trata aquí es del capricho de cada cual. Es decir, cada persona tiene el “permiso” de hacer lo que quiera con su vida, sin importarle absolutamente nada. De lo que tiene que estar seguro es de hacer su propia voluntad.

No pretendo  cuestionar el relativismo ético, sino   el hecho de que se llega a él sin ningún fundamento filosófico. Simplemente proponen como fundamento del sentido de la vida la propia voluntad, mi capricho, simple y llanamente porque es lo que me gusta y punto. No existe otro fundamento. Y así como me puede gustar la danza, me puede gustar consumir droga. Y si el gusto personal es el criterio..., ¿qué ética se está proponiendo... ?

En el fondo, se propone una literatura ideológicamente peligrosa, venenosa, que ha pretendido vivir en las sombras, y de las sombras que la razón no ha podido iluminar. Más que filosofía adversa, o diferente, se ha tratado de un complemento, para los más sensibles, para lo menos "racionales” que prefieren un estilo más sentimental o "existencial”, pero que siempre deje intacto la   estructura política de nuestra cultura occidental.

No deja de ser curioso, que ninguna revolución, ninguna guerra, hayan logrado cambios realmente esenciales en el sistema social de justicia, que siempre ha otorgado privilegios para unos pocos a cambio de la miseria de la mayoría. Llámense esclavos, plebeyos, villanos, proletariados, obreros, buhoneros..., el pobre siempre ha sido marginal; y el hombre poderoso, de la raza pura y dominante, siempre ha sido el amo.

Las revoluciones que han sido inspiradas en filosofías nuevas, siempre han producido los mismos privilegios a las mismas personas y las mismas miserias a los miserables de siempre. En esto consiste la contradicción esencial de las filosofías distintas o las siempre llamadas “nuevas eras”.



II

Platón con su sistema filosófico ha sido el testimonio más fiel y sistematizado de una concepción antropológica, en donde el hombre se presenta como la simple suma de dos elementos distintos entre sí desde la misma esencialidad, como lo son el cuerpo y el alma, que jamás son concebidas como  unidad, sino, como dos elementos de naturalezas totalmente distintas, resultando, al igual que la antropología de la racionalidad, una ética de la diferencia, donde por supuesto, el de “alma más elevada” sería la del amo.

El hombre es presentado como una dualidad fatal e irreconciliable, en donde la esencia, la naturaleza, el ser en sí del hombre sería el “alma”, de naturaleza metafísica y totalmente distinta a la del cuerpo material. No se trata de una esencia antropológica natural: la razón. El alma sería de naturaleza metafísica, de otro mundo, que tan sólo viaja encerrada en un cuerpo.

El ser ético correspondería  a la dimensión del alma, de origen divino, que tiene que sufrir la calamidad de vivir atrapada dentro de un cuerpo material, sujeto a necesidades materiales. La racionalidad sería  interpretada como lo propio del alma; pero el cuerpo seguiría siendo animalidad despreciada.

El hombre es concebido como un alma que sufre un castigo, un encierro dentro de los límites del cuerpo, en donde la conciencia de este destierro involuntario, de este sufrimiento, se convertiría en una energía que impulsaría  a la búsqueda de la verdad y al encuentro del hombre con su propia naturaleza metafísica en sí.

El hombre vulgar, se cree un ser corporal y vive esclavo de su cuerpo. El hombre sabio desprecia su cuerpo, si es necesario, con el fin de buscar metas más altas que lo llevarían a identificarse consigo mismo, dentro de sí, como un ser inmaterial y eterno, y totalmente superior al vulgo.

El cuerpo es concebido como la condición sufrible y lamentable, “una prueba”  no deseable, infame, que limita al hombre a presentarse como  una sombra de lo que realmente es en sí. El ser estaría en el alma, un alma que tendría  que conformarse con mirar la realidad a través de las ventanas del cuerpo, los ojos.

Supuestamente el cuerpo es la apariencia, la condición desgraciada de la vida pasajera. De tal manera, que la misma vida,  en cuanto afán de materialidad y de goce sensual carece de sentido, solamente los valores inmateriales y espirituales  podrían satisfacer plenamente la sed de infinito del alma. Buscar lo trascendental, lo espiritual en sí mismo se presenta como  el horizonte de toda felicidad y el fundamento filosófico de la Ética. Pero este afán de buscar lo trascendental, lo espiritual, se haría  desde el desprecio por lo material y todo lo que tenga que ver con la supervivencia biológica.

En esta concepción antropológica, basada en el dualismo cuerpo y alma, que se caracteriza por el sentimiento de dolor y de prueba de un alma encarcelada en un cuerpo material e indigno, el ser del hombre se reduce a su esencia “alma”, de carácter totalmente inmaterial, espiritual, con deseos y necesidades distintas a las de un cuerpo material. Por lo tanto, desde su misma naturaleza y condición de existencia, el alma sería  contraria al cuerpo, a todo rasgo de animalidad que se le pueda atribuir al hombre. El alma sería  la esencia encerrada del hombre, es el hombre como individualidad, que tiene como meta su propio destino, su propio desarrollo espiritual, sus propias necesidades, sus propios gustos, su propia transformación..., su propia felicidad. Lo demás importa muy poco.

De tal manera, que el desprecio por el cuerpo, por ese elemento de animalidad, por esa condición despreciable de nuestra vida pasajera por este mundo, tendría  justificación metafísica. Es decir, el desprecio a todo lo que suene a animalidad, a vida sujeta a las necesidades corporales se convierte en una virtud espiritual. Según esta concepción antropológica, el hombre  posee un sentimiento naturalmente metafísico, que le es propio  en cuanto es fiel a su  naturaleza espiritual, a tal punto que los iniciados en el camino de la “sabiduría” deben sentir un desprecio natural a todo lo que huela a esa asquerosa animalidad.

En esta antropología dualista, ni siquiera existen lazos de sangre, no existe familia propiamente dicha. El alma no tiene sangre, transciende cualquier expresión de corporeidad. La familia solamente es la condición biológica de la reencarnación del alma. De ahí que siempre se haya tratado de una ética del logro personal.

De tal manera, que la antropología dualista presenta la vida como un proceso de parto, un camino de dolor, un valle de lágrimas, una caverna, una prisión.  Algunas almas elevadas o más desarrolladas que la mayoría, les toca sufrir la  terrible prueba de andar de “banquete en banquete”, compartiendo el anhelo de encontrar la verdad y tratando de entender la vida de aquellos miserables, poco evolucionados y condenados a la esclavitud, que esperan  la próxima reencarnación, en donde el Destino, de seguro, si estos miserables logran desarrollar un poco el deseo  espiritual de salvación del alma, podrían ser   considerados dignos de sentarse con las almas sensibles a sufrir el mal ajeno.

La visión antropológica del “alma encarcelada”, resulta ser una forma distinta del “animal racional” de hacer política, pero con la misma finalidad, de favorecer el estado social en donde unos pocos “elevados” viven todos los privilegios, de banquetes en banquetes, mientras que la mayoría son reducidos a la esclavitud.

Nace una especie de ética de la enajenación, donde en nombre de una realidad espiritual, lo único que se propone es el escape de la situación concreta de la existencia del hombre.

Se trata de huir de la responsabilidad de la existencia corpórea y social. Una vida encerrada en sí y preocupada por sí. Pretendiendo no tener ataduras con la existencia, lo que es un engaño.

Las consecuencias en el plano político son terribles, porque las razones que justifican la situación de injusticia son de carácter metafísico,  lo que hace mucho más poderoso el veneno ideológico. La esperanza metafísica se convierte en enajenación de la misma situación concreta. Ya que toda existencia se define como sufrimiento en sí. Algunos sufrirán más que otros, según sus necesidades espirituales. El sufrimiento y la miseria se convierten en signos de la misericordia de los dioses. Todos sufrimos. “Los ricos también lloran”. La miseria es interpretada como una prueba purificadora del alma.

El esclavo debe tener un poco de paciencia y soportar con dignidad el sufrimiento de esta vida; total, en su futura existencia gozará de todos los beneficios que le esperan en la próxima reencarnación. Y tal vez, con un poco de esfuerzo y paciencia, puede ser que en unas cuantas reencarnaciones alcance el nivel espiritual que en la actualidad posee el amo, y así podría disfrutar de los placeres de la clase culta. Se propone una “nueva ética metafísica”. Brian Weiss (1999), en su obra “científica”, “Muchas vidas Muchos sabios”, plantea claramente en qué consiste esta ética metafísica:

__Tengo una pregunta que hacer.
__ ¿A quién? __ preguntó Catherine.
__ ¿A quién?. A ti o a los Maestros__ contesté saliéndome por la tangente.
Creo que nos ayudará a comprender esto. La pregunta es: ¿Elegimos el momento y el modo de nuestro nacimiento y de nuestra muerte? ¿Podemos elegir nuestra situación? ¿Podemos elegir el momento de nuestro nuevo tránsito? Creo que, si comprendiéramos esto, muchos de tus miedos se aliviarían, Catherine.
Hacía frío en el cuarto. Cuando Catherine volvió a hablar, su voz fue más grave y resonante. Era una voz ¿Hay alguien ahí que pueda responder a esas preguntas?
que yo nunca le había oído.
__ Sí. Nosotros elegimos cuando entramos en nuestro estado físico y cuándo lo abandonamos. Sabemos cuando hemos cumplido lo que se nos envió a cumplir: Sabemos cuando acaba el tiempo y uno aceptará su muerte. Pues uno sabe que no obtendrá más de esa vida. (p 88)


El amo posee un alma más desarrollada, por eso es un ser superior y especial, quien tiene todos los derechos, hasta el de tener esclavos. Los esclavos poseen un alma menos desarrollada que la del amo, es menos persona en su ser más íntimo: el alma. Y tanto amo y esclavo han elegido desde el más allá su “tránsito”  por este mundo. Cada cual ha elegido el destino que mejor le conviene para su desarrollo espiritual. Total, lo material carece de sentido. Hasta aquí la profundidad de la “nueva ética metafísica”.

Desde el punto de vista de la acción política de la clase dominante, el desarrollo gradual del alma es la causa de la situación social y existencial de todos los individuos, unos serán más felices que otros, gracias a las leyes eternas del espíritu, dictadas por el dios del universo, o por la gran conciencia universal que mantiene todo cuanto existe en armonía según sus principios divinos, que solamente el hombre de alma desarrollada puede captar en el éxtasis del saber propio  de todos los sabios, vivir su ser en el espíritu que mantiene a todos unidos y que a cada cual le ha dado, de manera justa, su puesto en la vida.

III

El alma del ser humano se concibe, desde estas posturas filosóficas, como la esencia misma de la naturaleza del hombre, como la causa metafísica de la racionalidad, como el fundamento de la racionalidad entendida como producto del desarrollo del alma. El nivel de racionalidad es interpretado como  el criterio con el que se mide el nivel de desarrollo del alma. De tal manera, que es el alma la fuente de todo conocimiento humano, aunque también sería  un alma sufriente de carácter existencial. El alma que conoce y evoluciona en una serie de existencias espirituales y de sucesivas reencarnaciones, se convierte en la fuente de una ética personalizada de fundamentos metafísicos.

Esta antropología dualista del alma, define al hombre como  un ser sufrido por esencia que se desarrolla en lo espiritual, en la misma medida en que logra progresar en conocimiento y cultura. Sufrir y conocer se convierten en actividades del alma divina y universal de todo ser humano, cuyo premio evolutivo y espiritual se captaría  en cuanto logra desprenderse de las necesidades de su cárcel corporal a la que ha sido condenado y trascender hacia una conciencia cósmica
.
 María Eloisa Álvarez (1989)  en su obra “Gane amigo y triunfe en la Vida”, en donde expone todo un tratado de la ética de la manipulación, tal cual como el título del libro lo sugiere, describe su concepción de “conciencia propia”, que tiene como fundamento una supuesta energía cósmica:

Cada uno de nosotros es agente activo de todas nuestras experiencias conscientes, que tienen por centro aquel íntimo elemento de nuestro ser, aquel “algo” de conciencia propia, cuya existencia efectiva afirmamos al decir “YO SOY YO”, y que es la única realidad de nuestra presencia en este mundo, de la cual estamos siempre absolutamente seguros, sin que podamos abrigar ninguna duda al respecto. Cada vez que decimos o pensamos en el “yo”, afirmamos la existencia de nuestro Ser y su realidad consciente (...)
Hemos analizado que el “poder” consciente es el reconocimiento de un poder, del cual el “YO SOY YO” es su centro de manifestación o expresión. A continuación, veremos que ese poder primordial es, en su fundamento y esencia, la energía cósmica. (p.140)


Desde esta filosofía del  “más allá”,  el desarrollo de la  persona consiste en saber negar la dimensión corporal, en escapar de todo lo material con lo que se identifica el cuerpo, con la intención de favorecer el crecimiento espiritual, o el conocimiento y vivencias de las realidades espirituales, que conforman lo metafísico  en estado puro. Ni siquiera nos pertenecería  en esencia nuestra propia conciencia. Somos, en cuantos seres espirituales manifestación pasajera de una conciencia o de una energía cósmica. Con lo cual desaparece cualquier responsabilidad. Si no existe el sujeto, no existen responsables.

Desde estas “metafísicas”, el hombre sufre para conocer lo verdadero, lo que no es apariencia, lo espiritual. El hombre sabio, el verdadero hombre, el que por ley universal y trascendental goza del privilegio del saber es aquel que está destinado a la búsqueda de la verdad y rechaza toda tarea física. El animal trabaja, el verdadero  hombre conoce.

Si la existencia  del ser humano consiste en trabajar sin descanso, se parecería a la vida de una hormiga. La vida del hombre común consistiría, por lo tanto, en trabajar para  producir lo necesario para que los elegidos puedan dedicarse a la búsqueda de la verdad divina. Si la vida la puedes dedicar a la ciencia verdadera, los dioses te han beneficiado, porque en vidas anteriores superaste vivir como las hormigas. Así se mantiene el orden y el equilibrio universal, se trata de una ley metafísica impuesta por el Destino, que nos impone su “ética laboral”.

De esta manera, al reconocer el sufrimiento como  manifestación del alma que busca el saber, a través de la superación de lo corporal, que generalmente se manifiesta en una existencia llena de desgracias, el conocimiento se convertiría  en el sentido y justificación de la vida plena, que solamente el sabio lograría superar adecuadamente reduciendo el mal a la apariencia del ser, que siempre es bueno en sí, desde su intimidad metafísica. El mal no existiría en sí, solamente sería  apariencia: el hambre, las enfermedades, las injusticias, la violencia, la miseria... todo sería apariencia. No hay sujeto, no hay mal, no hay responsabilidad. ¡Viva la ética metafísica!

Desde los verdaderos anhelos del saber, se llega a la negación absoluta de lo inmanente, que se reduciría  a lo aparente, a lo que no es en sí, sino en cuanto es sombra, o “potencia” de lo que es en sí el ser metafísico, verdadero y “sumo bien”.

 Se desprecia cualquier síntoma corporal o animal, en aras de lo espiritual, la perfección del alma, que sería la esencia eterna del hombre espiritual.

 Benito Espinoza, en su libro “Ética”, ha sido, sin duda, un representante de la reducción del universo a la única Sustancia: Dios. De tal manera, que el universo sería el conjunto de manifestaciones existentes de la única sustancia, la cual sería el fundamento ontológico y metafísico del sentido de la existencia del hombre: “en que consiste nuestra más alta felicidad o beatitud, a saber, sólo en el conocimiento de Dios” (p.169)

El hombre se concibe como  un pasajero que va de menos a más. El dominio de  lo corporal, el deseo del verdadero saber, de lo espiritual, indican el grado de perfección que se posee en la vida concreta.

La vida cotidiana se considera como  una prueba, que puede ser superada en el momento de morir. Michael  de Montaigne, presentaba  la muerte como la piedra angular del pensamiento filosófico. La muerte se convierte en una especie de “escuela de la vida”:

No sabemos dónde nos espera la muerte; esperémosla en cualquier lugar. La premeditación de la muerte es premeditación de la libertad. El que aprende a morir, aprende a no servir. El saber morir nos libera de toda atadura y coacción. No existe mal alguno en la vida para aquel que ha comprendido que no es un mal la pérdida de la vida.
No hay nada de lo que más me haya ocupado desde siempre que de la imaginación  de la muerte: incluso en la época más licenciosa de mi vida, entre damas y juegos, alguno me veían encerrado en mí mismo, incapaz de digerir ciertos celos o la incertidumbre de alguna esperanza, mientras yo pensaba en no sé quién al que habían sorprendido días atrás en unas fiebres altas, y en su fin al salir de una fiesta igual, con la cabeza llena de pájaros, de amor y de buen tiempo, como yo, en tanto que pensaba: “Esta primavera pasará, y pasará para siempre sin vuelta”. (p. 58)


Para este filósofo  la  muerte se espera como el momento de evaluación de la existencia, en donde se determina el grado de vida espiritual alcanzado a lo largo de la vida. Si se ha llevado con dignidad la carga de sufrimiento y se ha logrado despreciar los sufrimientos corporales, en virtud de logros espirituales, probablemente seríamos  recompensados con nacer en la próxima vida dentro de una clase social un poco más aventajada por los dioses. De esta manera, la muerte es vista, no como un mal, sino como la puerta a una próxima reencarnación más feliz.

 En el libro “Política para Amador”, Savater (1997), comenta al respecto:

A diferencia de los demás animales, benditos que son, el hombre tiene experiencia de la muerte y premoción cierta de la muerte. Por eso los animales “corrientes” procuran evitar la muerte pero esta suele llegarles sin esfuerzo y sin alarma, como el sueño de cada noche; en cambio, los humanos no sólo tratamos de prolongar la vida, sino que nos rebelamos contra la muerte, nos sublevamos contra su necesidad, inventamos cosas para contrarrestar el peso de su sombra... pretendemos la inmortalidad (p.29.)


                    
Resulta que la felicidad, fuente de la misma ética individual y social, en cuanto causa final de la existencia, es transformada en una dimensión que transciende lo material y corporal, lejos del espacio y del tiempo, como recompensa de la vida virtuosa, que solamente se alcanza después de muchas reencarnaciones y tal vez fuera de este mundo. Pobres y ricos  están unidos en el sufrimiento de la vida corporal, que sería superada a la hora de la muerte. Si se quiere, la muerte es entendida como un beneficio, de qué se quejan...

El sufrimiento en todas sus dimensiones, el anhelo de la libertad nunca alcanzada, la felicidad cada vez más lejana, la pobreza, la miseria, el mal, la enfermedad, las guerras..., no son considerados verdaderos motivos para sublevarse en contra del sistema social de injusticia; por el contrario, son  interpretados como síntomas de un despertar cada vez más espiritual, en un cielo nuevo, distinto a la realidad material y “enfermiza”. El que padece las consecuencias de la injusticia social, realmente estaría purificándose. Debería, por tanto, dar gracias a los responsables. Hasta estos límites del absurdo nos puede llevar “la ética metafísica”.

 Para estos “metafísicos” todo es apariencia. Por lo tanto, sería necio oponerse. Solamente el débil y el ignorante morirían por tales motivos. El hombre sabio busca la plena felicidad más allá de lo aparente, en el ser espiritual al que está destinado. El alma del verdadero hombre se desarrollaría  más allá del bien y del mal.

IV
De tal manera, que en pocas reencarnaciones, el esclavo, el débil, el marginal, llegarían  a ser como el amo que lo explota y domina.  Se trataría de tener un poco de paciencia para luego sentarse en el banquete. La vida consistiría,  ahora y por siempre en ser esclavo o amo. No se presentan  más alternativas posibles. En esta dialéctica, estos pensadores   definen el sentido de la existencia de la humanidad, se trata de una ética sin escape. Es el destino de la raza humana. Es la verdadera ley del materialismo histórico. La moral del guerrero. La genealogía de la moral del hombre débil.

Todas las propuestas sociales, de estos nuevos metafísicos, nacen y mueren en la dialéctica infinita del esclavo y del amo. Por lo menos, eso es lo que hasta ahora han afirmado la mayoría de los filósofos de cualquier lado, derecha, izquierda, no alineados y  libres pensadores.

 De esta forma, desde una filosofía “del alma y del sufrimiento”, supuestamente  distinta a la racional, el amo sigue siendo dueño del esclavo por toda la eternidad, lo que hace que la propuesta ética siga siendo siempre la misma. Al pobre solamente le ha quedado la esperanza de las futuras reencarnaciones para convertirse en amo, y así ser feliz. Este  es el sentido que se le ha dado a la eternidad. La eternidad de lo mismo, del sin sentido, del absurdo.

He aquí el contenido de la “ética metafísica”. Una ética donde el único culpable es el esclavo.  Federico Nietzche, en su libro “Genealogía de la Moral” nos muestra al esclavo como responsable  de las injusticias sociales:

Mientras que toda moral aristocrática nace de una triunfante afirmación de sí misma, la moral de los esclavos opone un “no” a todo lo que no es suyo; este “no” es un acto creador. Esta mudanza total del punto de vista, es propia del odio: la moral de los esclavos necesitó siempre de un mundo opuesto, exterior; necesitó de estimulantes externos para entrar en acción; su acción es una reacción: (p.26.)


Nietzche afirmaba en otro párrafo de la misma obra otra acusación contra el débil. Como se sabe, para este filósofo la “víctima de la historia” ha sido el guerrero. Y el malo, por supuesto, el hombre débil:

¿En qué fe, en qué amor, en qué esperanza? Estos débiles quieren ser algún día los fuertes; “su reino” llegará un día; y son tan humildes, que lo llaman “reino de Dios”. Para ver este reino es necesario vivir mucho, vivir más allá de la muerte; es necesario la vida eterna para indemnizarse en el “reino de Dios” de esta existencia terrena basada en la fe, en la esperanza y en la caridad. (p.35)


Tal vez, en una sociedad como la actual, que se manifiesta por lo menos, en la superficie como materialista y consumista, los fundamentos metafísicos y transcendentales suelen ser negados, en nombre de una objetividad inmanente y científica, desde donde se fundamenta una “moral objetiva”.

Sin embargo, más allá de lo aparente, más allá del discurso, el orden metafísico es el dominante, lo que define la ética y la moral. No hay separación, siempre hay coherencia y dependencia, ya sea consciente o inconsciente.

Todo el orden actual de la vida social, en donde existen pocos amos y muchos esclavos, sigue siendo justificado desde lo metafísico, como proyección del paradigma griego, muy pocas cosas han cambiado, solamente el estilo literario de expresión del pensamiento, pero la esencia es la misma. No puede existir ninguna política sin dioses, o sin justificación divina y nuestra época no es la excepción, todo sigue igual.

Una política sin dioses nunca ha sido real. Y la herencia es actual y permanente. La realidad de las relaciones sociales se mantiene en cuanto respondan a leyes universales religiosas, filosóficas o de “nuevas eras”. ¿A cuenta de qué existen países del “tercer mundo?” El orden es el mismo de los griegos, “nosotros y los bárbaros”. Y el dios es el Destino, la ley universal, o cualquier otro nombre. Hasta la misma “muerte de Dios” es un dios sustituto. Cualquier dios ha sido útil, si sostiene la ética de la dominación.

Pero en el orden ontológico se ha dado la mayor de las tragedias. La pretensión de la racionalidad, la apariencia, el deseo delirante, la sombra, la locura, la ilusión, la imaginación y el engaño de los griegos se ha convertido en el fundamento de la realidad social. Hasta el punto de que la creación filosófica ha sido sierva de la Política.

Todo el conocimiento, independientemente de las intenciones de los diferentes autores, ha servido siempre y para siempre a los mismos amos y ha  mantenido en la esclavitud a los mismos bárbaros. Si el resultado político ha sido el mismo, todo el saber humano ha estado al servicio del dominio. Así de sencillo.

  María Eloísa Álvarez (1989), en su obra citada, “Gane amigo y triunfe en la vida”, sin ser muy docta en filosofía, expone la importancia de la política en el pensamiento de nuestra cultura, y cuando se habla de política se quiere expresar lo referente a la ética de la dominación; es decir, a una práctica política muy concreta y particular:

Pero, al parecer, hay un bien propio del hombre, y ése es el que tiene que ver con la política.
Esta perspectiva que Aristóteles abre, en el primer y más detenido análisis del obrar humano que se hizo en el mundo griego, concuerda con todos los planteamientos de su filosofía práctica. Efectivamente, si el hombre  es esencial y fundamentalmente un animal que habla y un animal que, que por naturaleza, tienen que convivir, su “bien” especial será aquel que contribuya a facilitar esa comunicación y hacer posible la convivencia. (p. 147.)



La convicción de que la realidad social de injusticia responde a leyes divinas es tan existencial, que lo “metafísico” se presenta como  más objetivo que lo realmente físico. Es decir, de lo lógico se saltó a lo metafísico, ignorando el verdadero orden ontológico, para favorecer, con o sin intención, la dimensión política, la cual siempre ha sido considerada como la razón de ser de la filosofía occidental. Pero no se trató jamás de una política  a favor de la convivencia justa, sino de una convivencia favorable al dominador, a la raza de los elegidos, a la ética del dominio.

 En esto ha  consistido  el sentido de la evolución de la humanidad, propuesta por la filosofía occidental.  Estar en contra de lo que se ha entendido por humanidad, ha sido considerado como un atraso. Así lo insinuó Adler Alfred (1935), en su obra “El sentido de la vida”, en cuanto que lo que responde al verdadero sentido se encuentra en el anhelo de colaboración con el orden social, o con la evolución natural  de la sociedad “ideal”, concebida para mantener el dominio eterno de la raza de  los guerreros:

 Si la humanidad no se hubiese constituido en una gran comunidad y sino hubiera anhelado conseguir en su afán de perfección una comunidad, la evolución de nuestra especie no habría sido posible.
Todas nuestras funciones corporales y anímicas son justas, normales y están sanamente desarrolladas si llevan en sí la suficiente cantidad de sentimiento de comunidad y se hallan dispuestas para la colaboración.
Solemos hablar de virtudes y comprendemos a veces por ellas que uno participa en la tarea; hablamos de vicios, y esto quiere decir que alguien perturba la colaboración. (p. 239)


De hecho, los avances en el conocimiento científico han surgido gracias a las dudas en el orden de las leyes físicas, pero nunca se ha dudado realmente del orden metafísico, cuando mucho se le ha cambiado de nombre a las mismas leyes, pero poco o nada se ha avanzado desde Aristóteles hasta nuestros días. La Ética y la Política no han variado en su esencia.

De tal manera, que se puede dudar de cualquier conocimiento alcanzado dentro del campo de la ciencia, en cualquiera de sus ramas o dimensiones del saber, pero nadie dudará jamás de la existencia del bárbaro, y por lo tanto, del amo. Imaginarse un mundo en donde todos realmente seamos iguales, causaría risa. Ya que lo natural, lo divino, lo metafísico, lo más evidente que cualquier dato objetivo que la ciencia  pueda afirmar es el hecho de que los hombres son diferentes y nadie es culpable de esa diferencia.  Y la ética consecuente sería la del dominio del amo, como lo más natural del mundo. Así es la sociedad actual.  Así ha sido su historia: “lo más natural del mundo”.

Solamente el casi animal, el poco evolucionado, no sería capaz de aceptar el orden del universo. El orden del universo se presenta como fundamento de lo “natural” ¡Qué culpa tiene el tiburón de estar destinado a alimentarse de los peces pequeños! Es una ley natural y divina. De la misma manera, como se presenta en el orden del reino animal la superioridad de unos que están destinados a vivir de la sangre de los otros, así debe ocurrir con los seres humanos en el orden social, pero con la diferencia, de que los hombres evolucionan a través de reencarnaciones y logran hacerse tiburones en el futuro. Nadie tiene la culpa de que existan peces grandes y peces pequeños. Estos metafísicos siempre terminan justificando desde lo “natural”, la ética del dominio y de la esclavitud.

La conciencia universal sería  la sabiduría inscrita en el alma del hombre sabio. Esa es la ética de la cual nos hemos alimentado y la que hemos justificado a lo largo de nuestra historia. No han existido alternativas reales.

V

La antropología de esta nueva metafísica eternamente dualista,  enseña que solamente el hombre sumergido en el torbellino de las necesidades corporales puede sentir rebeldía ante las leyes divinas. El rebelde lo es por su animalidad, por su poco desarrollo espiritual. Todos los  verdaderos cambios revolucionarios  han  favorecido  a los elegidos. Los  elegidos siempre han sido los protagonistas de las verdaderas revoluciones que han desarrollado las formas de ser siempre fieles a las leyes divinas que han marcado el rumbo de la humanidad y todo a la luz de la ética del dominio.

Según los “nuevos discípulos de Platón”, todo lo negativo que se oponga al desarrollo de la humanidad debe morir. La rebeldía es animalidad. La sumisión, la obediencia al orden ha sido la clave del verdadero camino. La “Hermandad Blanca” se impone. La Libertad, La Fraternidad y La Igualdad nunca fueron para el esclavo, solamente para los nuevos elegidos y más evolucionados en su capacidad de dominio. Solamente los amos fueron “hermanos”.

Es posible creer que la realidad en sí, la verdadera Ontología ha sido despreciada o ignorada. Y así las sombras se han convertido en luces, en la mayor creación de la claridad de la cultura occidental. El absurdo mortal, la cultura de dominación y de muerte, la real “contra razón” se ha colocado como el punto de partida de los distintos sistemas filosóficos, éticos  y políticos.

Lo que  ha sido abarcado con muy poca profundidad en la cultura occidental es el análisis del ser en sí, en cuanto es posible al conocimiento humano. Lo dado en la conciencia se ha tomado como lo real, como lo ontológico,  como el dato objetivo del cual se debe partir para ser sabios y construir y justificar el orden ético y  político. Sin saber en realidad la verdadera esencia del ser y de el hombre. La Ética y la  Política pudieron haberse basado en lo que no es el ser y en lo que no es el hombre, de ahí su fruto: la ideología de la muerte.

No darse cuenta, no tener la capacidad histórica de captar la realidad, no conocer la razón de ser  del hombre en cuanto tal, sino conformarse con lo impuesto, se ha convertido en la condición esencial del saber en sí mismo, al punto de no poder encontrar alternativas al paradigma de la filosofía griega.

Por lo tanto, la reflexión de lo que realmente se puede conocer llevaría a la reflexión de lo que realmente es el ser y de lo que realmente es el hombre en sí. La Filosofía sería amor a la sabiduría o al verdadero conocimiento. Se tendría que levantar la cortina política que siempre ha velado al verdadero conocimiento. Se trataría  de ser humildes, en cuanto a lo que se es en realidad, y tal vez, la Ética y la  Política lleguen a ser el ejercicio de la justicia.

La Filosofía nunca es neutra, o es real, o es alienante. El conocer establece la relación entre el ser y el hombre, o es simplemente una ilusión. No hay alternativas.

Puede ser que se hayan confundido las sombras con la verdadera luz.  Nunca se ha aceptado que la realidad “objetiva” ha podido ser  siempre subjetiva, sin otra posibilidad. Y como el saber ha sido cómplice del poder, las sombras han sido la única luz real, física y metafísica.

El error pudo haberse convertido en la piedra angular del pensamiento filosófico y en justificación de la verdadera animalidad de la historia, hasta llegar al absurdo de pensar que la esclavitud, o trama de la muerte de los más débiles, es una ley divina proclamada por el Destino, dios de todos los dioses, verdadero príncipe de las sombras eternas.

¡Dios ha muerto! Expresión que se hizo sinónimo eterno, esencial, perenne de la muerte del esclavo. El futuro lógico de la humanidad, en verdadera lógica coherente ha sido el guerrero, enemigo de lo débil. ¡Dios ha muerto! El esclavo también. Sin embargo, nunca podrá haber guerrero o “superhombre”, sin esclavitud.

Desde la cultura del engaño ontológico se ha interpretado la muerte del débil como signo del progreso de la humanidad. Lo que se diga al favor del débil siempre suena a poesía inspirada en la culpabilidad, o a “refritos” de añoranzas de falsas libertades. Sin saber que el engaño pudo haberse convertido en la mayor fortaleza de la cultura occidental. Y no se ha tenido  la capacidad de salir de la ilusión por simple conveniencia política. Lo diferente al engaño debe morir desde la raíz, en honor a la “justicia”. La justicia verdadera no ha sido el horizonte de la Ética.

En la conquista de la razón, el sentido de la vida se ha transformado  en el discurso de la racionalidad  aristotélica, el único punto de partida de la reflexión y la base absoluta del verdadero saber, en donde la palabra “misterio” carece de sentido, logrando una sabiduría donde la mayor oscuridad es el hombre mismo. Sin embargo, el conocimiento se ha considerado como un logro objetivo de la manera más dogmática posible. La capacidad de la objetividad del conocimiento humano nunca ha sido puesta en duda realmente.

Y en la búsqueda de la verdad, en la discusión sobre el sentido de la vida, la  supuesta objetividad ha dominado, aunque las sombras del absurdo siempre han estado presentes de manera incoherente. Si el conocimiento es objetivo, la realidad social también lo es. Y es así como realmente se ha vivido la Política, como la ciencia más objetiva que el hombre haya alcanzado, hasta con fundamentos eternos y metafísicos. La muerte del débil siempre ha sido el contenido de la Ética del dominio.

¿Qué existe más absurdo que un rancho lleno de miserias? Sin embargo, toda la realidad es consecuencia del orden universal, de la ley del Destino. Se ha convertido lo absurdo, la muerte sistemática del esclavo en un conocimiento objetivo en cuanto sería una necesidad  del orden universal. Probablemente, la realidad en cuanto es en sí ha escapado a la filosofía occidental. Probablemente no es tan cierto que la miseria de la mayoría sea el deseo de la supuesta conciencia universal. Algo puede estar fallando.......       





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