domingo, 27 de diciembre de 2015

LA VIDASUFRIENTE




7. La Vida Sufriente
Gerardo Barbera

El alma del ser humano se concibe, desde estas posturas filosóficas, como la esencia misma de la naturaleza del hombre, como la causa metafísica de la racionalidad, como el fundamento de la racionalidad entendida como producto del desarrollo del alma. El nivel de racionalidad manifiesta el  desarrollo del alma. De tal manera, que es el alma la fuente de todo conocimiento humano, aunque también es un alma sufriente, de carácter existencial.
El hombre  es un ser sufrido por esencia y se desarrolla en lo espiritual, en la misma medida en que logra progresar en conocimiento y cultura. Sufrir y conocer se convierten en actividades del alma divina y universal de todo ser humano, cuyo premio evolutivo y espiritual se capta en cuanto logra desprenderse de las necesidades de su cárcel corporal a la que ha sido condenado.
Ser persona consiste en saber negar la dimensión corporal, en escapar de todo lo material con lo que se identifica el cuerpo, con la intención de favorecer el crecimiento espiritual, o el conocimiento y vivencia de las realidades espirituales, que conforman lo metafísico  en estado puro.
Se sufre para conocer lo verdadero, lo que no es apariencia, lo espiritual. El hombre sabio, el verdadero hombre, el que por ley universal y transcendental goza del privilegio del saber es aquel que está destinado a la búsqueda de la verdad y rechaza toda tarea física. El animal trabaja, el hombre conoce.
Si la existencia consiste en trabajar sin descanso, se parece a la vida de una hormiga. Se vive para producir lo necesario para que otros puedan dedicarse a la búsqueda de la verdad divina. Si la vida la puedes dedicar a la ciencia verdadera, los dioses te han beneficiado, porque en vidas anteriores superaste vivir como las hormigas. Así se mantiene el orden y el equilibrio universal, se trata de una ley metafísica impuesta por el Destino.
De esta manera, al reconocer el sufrimiento como  manifestación del alma que busca el saber, a través de la superación de lo corporal, que generalmente se manifiesta en una existencia llena de desgracias, se convierte en sentido y justificación de la vida plena, que solamente el sabio logra superar adecuadamente reduciendo el mal a la apariencia del ser, que siempre es bueno en sí, desde su intimidad metafísica.
 Se trata de un camino dialéctico y lógico, que pasa de lo físico a lo ontológico. Y de lo ontológico a su verdadera realidad metafísica. O si se prefiere vida animal, vida racional, vida espiritual.
Desde los verdaderos anhelos del saber, se llega a la negación absoluta de lo inmanente, que se reduce a lo aparente, a lo que no es en sí, sino en cuanto es sombra, o “potencia” de lo que es en sí el ser, en cuanto que ser metafísico, y por ende verdadero y “sumo bien”. Se desprecia cualquier síntoma corporal o animal, en aras de lo espiritual, la perfección del alma, que es la esencia eterna del hombre espiritual.
El hombre es un pasajero que va de menos a más. El apego o el desapego a lo corporal, el deseo del verdadero saber, de lo espiritual, indican el grado de perfección que se posee en la vida concreta.
La vida cotidiana se convierte en una prueba, que puede ser superada en el momento de morir. La muerte se espera como el momento de evaluación de la existencia, en donde se determina el grado de vida espiritual alcanzado a lo largo de la vida. Si se ha llevado con dignidad la carga de sufrimiento y se ha logrado despreciar los sufrimientos corporales, en virtud de logros espirituales, seremos premiados con nacer en la próxima vida dentro de una clase social un poco más aventajada por los dioses.
Resulta que la felicidad, fuente de la misma ética individual y social, en cuanto causa final de la existencia, se transforma en una dimensión que transciende lo material y corporal, lejos del espacio y del tiempo, como recompensa de la vida virtuosa, que solamente se alcanza después de muchas reencarnaciones, y tal vez fuera de este mundo. Pobres y ricos  están unidos en el sufrimiento de la vida corporal.
El sufrimiento en todas sus dimensiones, el anhelo de la libertad nunca alcanzada, la felicidad cada vez más lejana, la pobreza, la miseria, el mal, la enfermedad, las guerras, etc., no son motivos de rebeldías, sino síntomas de un despertar cada vez más espiritual, en un cielo nuevo, distinto a la realidad material y “enfermiza”. Todo es apariencia, el débil, el ignorante muere por tales motivos. El hombre sabio busca la plena felicidad más allá de lo aparente, en el ser espiritual al que está destinado. El alma del verdadero hombre se desarrolla más allá del bien y del mal.




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