6. Dualismo: Cuerpo y Alma
Gerardo Barbera
Las formas
distintas de hacer filosofía en occidente se han reducido, en la mayoría de los
casos, a un estilo diferente de expresión literaria, pero con la misma
finalidad política, al servicio de la clase dominante. Tan sólo se han
presentado como una especie de antropología de la desesperación, basada en los
sentimientos, tal vez en el “ hemisferio
derecho”, pero siempre se trata del mismo cerebro.
En el fondo, se
trata de una literatura ideológicamente peligrosa, venenosa, que ha pretendido
vivir en las sombras, y de las sombras que la razón no ha podido iluminar. Más
que filosofía adversa, o diferente, se ha tratado de un complemento, para los
más sensibles, para lo menos "“racionales"” que prefieren un estilo
más sentimental o "“existencial”, pero que siempre deje intacto la
política de nuestra cultura.
No deja de ser
curioso, que ninguna revolución, ninguna guerra, hayan logrado cambios
realmente esenciales en el sistema social de justicia, que siempre a otorgado
privilegios para unos pocos a cambio de la miseria de la mayoría. Llámese
esclavo, plebeyo, villano, proletariado, obrero, buhonero... el pobre siempre
ha sido marginal, y el hombre poderoso, de la raza pura y dominante, siempre ha
sido el amo.
Las revoluciones
que han sido inspiradas en filosofías nuevas, siempre han producido los mismos
privilegios a las mismas personas y las mismas miserias a los miserables de
siempre. En esto consiste la contradicción esencial de las filosofías
distintas, o las siempre llamadas “nuevas eras”.
Platón con su
sistema filosófico ha sido el testimonio más fiel y sistematizado de una
concepción antropológica, en donde el hombre se presenta como la simple suma de
dos elementos distintos entre sí, desde la misma esencialidad, como lo son el
cuerpo y el alma, que jamás son concebidas como una unidad, sino, como dos
elementos de naturalezas totalmente distintas.
El hombre se
presenta como una dualidad fatal e irreconciliable, en donde la esencia, la
naturaleza, el ser en sí del hombre es el “alma” de naturaleza metafísica, y
totalmente distinta del cuerpo material. No se trata de una esencia
antropológica natural: la razón. El alma es de naturaleza metafísica.
El hombre es un
alma que sufre un castigo, un encierro dentro de los límites del cuerpo, en
donde la conciencia de este destierro involuntario, de este sufrimiento, se
convierte en una energía que impulsa a la búsqueda de la verdad y al encuentro
del hombre con su propia naturaleza metafísica en sí. El hombre vulgar se cree
un ser corporal y vive esclavo de su cuerpo. El hombre sabio desprecia su
cuerpo, si es necesario, con el fin de buscar metas más altas que lo lleven a
identificarse consigo mismo, dentro de sí, como un ser inmaterial y eterno.
Lo natural del
cuerpo se convierte en la condición sufrible y lamentable, ”una prueba” no deseable, infame, que convierte al hombre
en una sombra de lo que realmente es en sí. El ser es el alma, quien tiene que
conformarse con mirar la realidad a través de las ventanas del cuerpo, los
ojos.
El cuerpo es la
apariencia, la condición desgraciada de la vida pasajera. De tal manera, que la
misma vida, en cuanto afán de
materialidad y de goce sensual carece de sentido, solamente los valores
inmateriales y espirituales pueden
satisfacer plenamente la sed de infinito del alma.
En esta concepción
antropológica, basada en el dualismo cuerpo y alma, que se caracteriza por el
sentimiento de dolor y de prueba de un alma encarcelada en un cuerpo material e
indigno, el ser del hombre se reduce a su esencia “alma”, de carácter
totalmente inmaterial, espiritual, con deseos y necesidades distintas a las de
un cuerpo material. Por lo tanto, desde su misma naturaleza y condición de
existencia, el alma es contraria al cuerpo, a todo rasgo de animalidad que se
le pueda atribuir al hombre.
De tal manera, que
el desprecio por el cuerpo, por ese elemento de animalidad, por esa condición
despreciable de nuestra vida pasajera por este mundo, tiene justificación
metafísica. Es decir, el desprecio a todo lo que suene a animalidad, a vida
sujeta a las necesidades corporales, es un sentimiento naturalmente metafísico,
que le es propio al hombre en cuanto es fiel a su propia naturaleza espiritual,
a tal punto que los iniciados en el camino de la sabiduría sienten un desprecio
natural a todo lo que huela a esa asquerosa animalidad.
El alma está
destinada a la transcendencia y el
cuerpo es simplemente una prueba. Por lo tanto, las realidades espirituales son
de un valor absoluto, y todo lo material es relativo, útil, pero nada más.
La vida es un
proceso de parto, un camino de dolor, un valle de lágrimas, una caverna, una
prisión. Algunas almas elevadas, o más
desarrolladas que la mayoría, les toca sufrir la terrible prueba de andar de “banquete en
banquete”, compartiendo el anhelo de encontrar la verdad, y tratando de
entender la vida de aquellos miserables, poco evolucionados y condenados a la
esclavitud, que esperan la próxima
reencarnación, en donde el Destino, de seguro, si estos miserables logran
desarrollar un poco el deseo por las realidades espirituales, puede que en
futuras existencias, sean considerados
dignos de sentarse con los “elevados” en el banquete.
La visión
antropológica del “alma encarcelada”, resulta ser una forma distinta del
“animal racional” de hacer política, pero con la misma finalidad, de favorecer
el estado social en donde unos pocos “elevados” viven todos los privilegios, de
banquetes en banquetes, mientras que la mayoría es reducida a la esclavitud.
Las consecuencias
en el plano político son terribles, porque las razones que justifican la
situación de injusticia son de carácter metafísico, lo que hace mucho más poderoso el veneno
ideológico. La esperanza metafísica se convierte en enajenación de la misma
situación concreta. Ya que toda existencia se define como sufrimiento en sí.
Algunos sufrirán más que otros, según sus necesidades espirituales. El
sufrimiento, la miseria, se convierten en signos de misericordia de los dioses.
El esclavo debe
tener un poco de paciencia y soportar con dignidad el sufrimiento de esta vida;
total, en su futura existencia gozará de todos los beneficios que le esperan en
la próxima reencarnación. Y tal vez, con un poco de esfuerzo y paciencia, puede
ser que en unas cuantas reencarnaciones alcance el nivel espiritual que en la
actualidad posee el amo, y así podrá disfrutar de los placeres de la clase
culta.
El amo posee un alma más desarrollada, por eso
es un ser superior y especial, quien tiene todos los derechos, hasta el de
tener esclavos. Los esclavos poseen un alma menos desarrollada que la del amo,
es menos persona en su ser más íntimo.
Desde el punto de
vista de la acción política de la clase dominante, el desarrollo gradual del
alma es la causa de la situación social y existencial de todos los individuos,
unos serán más felices que otros, gracias a las leyes eternas del espíritu,
dictadas por el dios del universo, o por la gran consciencia universal que
mantiene todo cuanto existe en armonía según sus principios divinos, que
solamente el hombre de alma desarrollada puede captar en el éxtasis del saber
propio de todos los sabios, vivir su ser
en el espíritu que mantiene a todos unidos y que a cada cual le ha dado, de
manera justa, su puesto en la vida.
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