2.
“
Más animal que racional”
Gerardo Barbera
En la historia del
pensamiento desarrollado en nuestra cultura occidental, se han presentado
diversas concepciones filosóficas, que bajo el pretexto de buscar la esencia de
la naturaleza humana, han construido sistemas ideológicos, que han justificado
la explotación y esclavitud de los desposeídos, tratados como seres inferiores
a las mismas mascotas de los amos y señores de turno.
Tal vez, el caso
más significativo, por sus consecuencias en el paradigma del pensar de la
cultura occidental, marcada desde el nacimiento hasta la actualidad por la
filosofía propia de la antigua Grecia,
fue la herencia de la definición aristotélica, que combinó la racionalidad con
la animalidad como elementos esenciales de la naturaleza del ser humano.
La trágica
definición del hombre como “animal racional”, parece a primera vista, una
simple conceptualización lógica del hombre en sí, aparentemente neutra y
carente de intenciones políticas, que nada tendría que ver con prácticas
sociales de dominación y de explotación. Se trataría de una definición lógica,
pero, que sin embargo, resultaría totalmente objetiva, sujeta a la realidad en sí misma.
Es decir, el hombre es un animal racional y
punto, independientemente de sus opiniones personales. De tal manera, que un
razonamiento lógico, perfecto en su aspecto formal, tendría que coincidir por
ley universal con el dato exterior.
Lógica y Ontología se identificaban. Y era
precisamente esta identidad, la que le daba el carácter metafísico de verdad
absoluta, y que absolvía de responsabilidad
al filósofo, quien solamente anunciaba, o daba a conocer, gracias a la
profundidad de su avance en la sabiduría
filosófica, basada en su manejo del razonamiento lógico, la verdadera
esencia racional del dato objetivo.
Sin embargo, “el
animal racional”, resultó ser la conspiración perfecta de una filosofía que
justificó la muerte del débil en manos del guerrero, o del dueño del saber
lógico. Lógica y Muerte se hicieron cómplices para siempre.
Las implicaciones
políticas de la definición aristotélica del hombre resultaron fatales para
todos aquellos, que nacieron con la mala estrella de no pertenecer a la élite
social griega.
Lección muy bien aprendida y ejecutada hasta nuestros
días. No pertenecer a la élite de las clases sociales ha sido condición
suficiente para no merecer el calificativo de persona.
A lo largo de la historia han cambiado las
formalidades, pero la esencia ha sido la misma: muerte de los más débiles, de
los desposeídos, de los marginados, de las sobras seudohumanas que nunca han
tenido el derecho a ser; sólo el derecho al sacrificio, o nacer para la
esclavitud.
La racionalidad ha
sido concebida, dentro de la filosofía griega, como el elemento “formal”, y por
lo tanto universal, que define e imprime la esencia ontológica en sí misma, y
sin lugar a dudas, la esencia de la naturaleza del hombre. La animalidad, o el
elemento material resulta ser lo común que nos ata al resto de las criaturas,
haciéndonos iguales a las bestias carentes de racionalidad y de un nivel
totalmente inferior.
Este dualismo se
convirtió, a lo largo de los siglos, en la semilla del árbol de la muerte, o de
la justificación ideológica de las diferencias entre los miembros de las
distintas clases sociales. Resultaba que la dignidad esencial del hombre estaba
determinada por su elemento formal, o la racionalidad pura, abstracta e
inmaterial, que estaba infinitamente por encima de la animalidad.
Este dualismo
antropológico de “animal racional” tenía bases metafísicas, que transcendía a
la naturaleza ontológica del hombre, y que formaba parte de una determinada
forma de concebir la totalidad del ser. Es decir, la dualidad del hombre como
animal racional, encontraba su justificación en la realidad ontológica total.
El hombre era dualidad esencial, porque la naturaleza, que transcendía lo
meramente humano era dualidad. La dualidad era una condición metafísica de todo
cuanto existía.
La realidad
concreta posee un elemento material y uno formal. No se puede, ni siquiera
desde el mundo de la imaginación mágica, concebirse un ser real, concreto, como
una forma sin materia; menos, una materia sin forma. El dualismo del ser en sí
es condición metafísica de su propia existencia.
El hombre, como
parte de la totalidad del ser, participa de manera esencial de la dualidad
universal de la objetividad. Se trata de una condición universal,
transcendental, eterna; y por lo tanto, metafísica.
El dualismo “racionalidad-animalidad” es de
orden divino, metafísico y universal. Y que nada tendría que ver con la
responsabilidad de la filosofía que la propone. Al contrario, descubrir este dualismo objetivo ha sido fruto del
esfuerzo de pensadores fundadores de nuestra cultura universal.
Si se toma, por
ejemplo, la realidad de los objetos concreto, se puede observar que entre una
roca de granito y una escultura artística existe una igualdad y una diferencia
esencial.
En cuanto al elemento material, la roca y la
escultura presentan las mismas características. La diferencia está marcada y
señalada por sus características formales. Y estas diferencias dejan de ser
neutras, y se transforman en juicios valorativos y subjetivos, que con pretensiones de objetividad cambian
el ser ontológico de la roca frente a la escultura.
De tal manera, que
desde una supuesta neutralidad, se reafirma, en nombre de una metafísica objetiva, la diferencia esencial entre la
roca y la escultura. Y el juicio valorativo determina el carácter ontológico de
la roca y de la escultura.
La escultura posee
en sí misma, de manera objetiva mucho más valor que la roca de granito en
estado puro, gracias a la forma que posee. La diferencia es formal. Se
establece que entre los miembros de una misma especie, unidas por el elemento
material, la forma establece diferencias esenciales de valoración. La forma del
elemento material determina la valoración ontológica y objetiva de los seres
concretos.
Se establece una ley que sugiere la
superioridad metafísica de aquellos miembros de una misma especie que sean “más
formado”.
En la definición
aristotélica del hombre como animal racional, se establece una igualdad
material que unifica a todos los miembros de la especie humana, en cuanto a su
animalidad. Sin embargo, resulta demasiado evidente que no todos los hombres
son iguales y que existe, por lo tanto, diferencias entre los miembros de la
raza humana.
Ahora bien, si
todos los hombres poseen un elemento material común, como la animalidad, que
por mucho que se desarrolle, no nos hace más hombres, ni superiores a los
demás. La diferencia corporal, realmente
nos hace más perfecto como animales; es decir, nos hace más aptos para
sobrevivir, alimentarnos y reproducirnos; o si se prefiere, para cumplir con
las necesidades básicas de cualquier animal. ¿De dónde la diferencia tan
notable entre los hombres? : La racionalidad.
El elemento formal que define la originalidad
del ser humano en cuanto tal, que lo
hace diferente a los demás seres del planeta, no es su cuerpo, sino, su
racionalidad. Por lo tanto, en el desarrollo de la racionalidad se encuentra el
grado que establece las diferencias ontológicas y valorativas entre los seres
humanos. Y el grado de desarrollo de la racionalidad establece el nivel en que
cada hombre en concreto posee en sí mismo “la humanidad”.
De tal manera, que
resulta real y concreto el hecho de que no todos los hombres son igualmente
humanos. Hay hombres más animales que humanos. Esta concepción antropológica
trajo consecuencias terribles para los que van a ser considerados menos
desarrollados en el grado alcanzado de humanidad, serán tratados como animales
salvajes.
El hombre que a lo
largo de su existencia, gracias a un proceso adecuado de educación sistemática,
haya desarrollado su nivel de racionalidad, tiene que ser superior en sí mismo,
que todos aquellos que han vivido
preocupados solamente por comer y reproducirse, desarrollando su nivel
de racionalidad lo meramente necesario para vivir como los animales.
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