martes, 22 de diciembre de 2015

3. LA CULTURA DE LA RACIONALIDAD




  
3. La Cultura de la Racionalidad
Gerardo Barbera



El hombre culto, el sabio, quien se dedica a cultivar el saber, quien haya desarrollado su inteligencia racional, es necesariamente, por ley natural, un ser superior. No se trata de un asunto personal, la cuestión es consecuencia de una ley tan firme como cualquier ley de orden físico. La superioridad del hombre que se dedica al saber verdadero es una ley tan natural como las salidas del sol todas las mañanas.
El término “hombre” pasó a ser propiedad casi exclusiva de aquel que pertenecía al grupo de los cultos, o al círculo de la racionalidad. Quien no había desarrollado su racionalidad al grado de pertenecer al círculo de los racionales, pasó a ser considerado un ser de orden inferior, parecido a los animales; es decir, un bárbaro.
De esta forma, comenzó a justificarse, desde una visión  antropológica, ontológica y metafísica, una realidad social, en donde el hombre culto tenía el derecho natural de ser libre y desarrollarse, gracias a los derechos adquiridos por el nivel  superior de racionalidad.
 Por otra parte, quedó claro, que el hombre bárbaro, el casi animal, no podía gozar de los mismos derechos que el hombre culto, y que por lo tanto, estaba destinado a la esclavitud, como cualquier animal necesitado de ser domesticado al servicio del hombre sabio.
 El hombre racional necesitaba de la libertad para desarrollarse. El bárbaro, necesitaba ser esclavizado por el hombre culto, para ver si por lo menos podía aprender algo y desarrollar su pobre nivel de racionalidad. La esclavitud era el acto de bondad del hombre sabio hacia el bárbaro. La esclavitud era tan natural como las lluvias.
 Así se llegó a justificar, desde la filosofía, desde el saber máximo, desde el paradigma de la clase social dominante, el hecho de que los seres no cultos, simplemente no tenían derechos propiamente humanos.
Como por ejemplo, el caso de las mujeres, consideradas animales de uso doméstico, sin derecho al saber, condenadas a un sin sentido existencial verdaderamente humano, destinadas a la reproducción y a la cría.
Desde el punto de vista de las relaciones entre los pueblos, se justificó  el derecho que tenía la raza culta  de imponerse a sangre y fuego si era necesario, en nombre de la evolución hacia la perfección de la raza humana,  lucha a la que se sentía llamada por vocación, con el fin divino de cultivar el desarrollo de la racionalidad, sobre todos los pueblos bárbaros, quienes eran muestra concreta de  inferioridad, y que implicaban  un peligro de retroceso de la racionalidad hacia la animalidad.
El bárbaro tenía que ser sometido por el bien de toda la humanidad. El salvaje tenía que ser domesticado a fuerza de látigo y cadenas. Solamente podía escapar al destino de la esclavitud los sobrevivientes que lograban aprender del hombre culto, hasta repetir el alfabeto de la dominación y aceptar como natural la inferioridad de su propia raza y la superioridad del amo.
La esclavitud se convirtió en la clave de interpretación de la historia de nuestra cultura. La muerte del esclavo ha sido la semilla de lo que hoy solemos llamar “Tercer Mundo”, consecuencia del dominio de la Conciencia ordenadora de la raza superior, quienes en realidad han sido los únicos en tener “derechos humanos”.
No es exagerado, afirmar que el pensamiento de Aristóteles está presente, de manera real y concreta, en cada rincón de la actual “Aldea Global”. Y que se hizo historia en América, a partir de la llegada del conquistador europeo. Y llegó para quedarse en nuestras venas mestizas. El pensamiento aristotélico ha sido la herencia más evidente y auténtica que los mestizos  adquirimos del conquistador de raza superior. De hecho, es en lo que más nos parecemos a los europeos.
Aristóteles entró en la estructura integral del lenguaje y del pensamiento. Somos la prolongación mestiza de la interpretación griega de entender la realidad. Y quizás  los mejores intérpretes del paradigma de la esclavitud, tanto como víctimas, como victimarios.  En nuestras tierras existen demasiados esclavos marginales, eunucos políticos; y muy pocos hombres libres. Es decir, millones de bárbaros al servicio de pocos herederos de la sabiduría griega.
La condición de esclavitud se ha convertido en un hecho tan natural, que forma parte esencial de la concepción de sociedad. No se trata solamente de que nos hemos acostumbrado a su presencia. 
La esclavitud del más débil, en manos del hombre de raza superior y dueño del saber, se ha convertido en un hecho justificado metafísicamente, al punto que la dimensión ontológica de la existencia en sí de la clase marginal, se arrodilla frente al poder de la racionalidad que la somete, de la misma manera como enfrenta a la muerte.
La muerte se interpreta como un hecho natural, parte del ciclo de la vida. Nadie escapa a la muerte. Sería inútil pretender no morir. La muerte es una dimensión de nuestro ser en sí, por lo tanto es un hecho evidente. Desde el punto de vista ético, nadie es responsable de que el hombre sea un ser mortal. El que algún día se tenga que morir, nada tiene que ver con nuestra condición social o económica. Todos tenemos que morir, tanto el pobre, como el rico. La muerte es una ley física que siempre se cumple.
De la misma manera, se ha interpretado la esclavitud del hombre débil, del no culto, del bárbaro, del habitante de las zonas marginales, de aquellos que pasan su vida dentro y desde la miseria. La miseria es algo tan natural como la muerte. Es un hecho simple, se nace para la miseria y punto. Nadie tiene la culpa de la existencia de las clases marginales.
 No hay responsabilidad. Se trata simplemente de una ley física, ante la cual sería estúpido oponerse. La esclavitud se ha convertido en un hecho ontológico. Aquí radica el poder de la racionalidad sobre la animalidad.
La ley universal de la esclavitud ha condicionado el desarrollo de la historia de la América mestiza. Definitivamente, somos de padre de raza griega, somos hijos del conquistador, del todopoderoso dueño y amo de todo y de todos. Para sobrevivir, hemos tenido que imitarlo, al punto, que el éxito en la vida dependerá del nivel de imitación alcanzado.
El valor de la existencia de un mestizo dependerá de su capacidad de enterrar el recuerdo de una madre esclava. La madre es esclava y el padre  conquistador. Quien mantenga los rasgos maternales estará condenado, por ley natural, a la marginalidad y a la esclavitud. Quien se parezca al padre, será el amo y señor. Esa lección la hemos aprendido a lo largo de nuestra historia.
Es increíble la dialéctica de la existencia histórica del mestizo, obligado a negar a la madre para huir de la esclavitud, tener que imitar al padre conquistador; pero, sin lograrlo jamás. Tiene que llorar su frustración eternamente entre los brazos de la madre. Para los mestizos condenados a la marginalidad, la madre siempre ha sido signo de dolor y protección. La madre es el consuelo de los desposeídos. De ahí su grandeza y su tristeza.
El hombre latinoamericano es heredero de la cultura occidental. Se puede decir, que somos griegos de corazones selváticos y enigmáticos. Somos raza blanca y racional; pero, con fuerzas internas de origen maternal, totalmente misteriosas, apegadas a la profundidad y al silencio de los grandes ríos que recorren a la América mestiza. Somos los griegos de mirada silenciosa.
Sin embargo, la cultura dominante ha impuesto la ley de sobrevivencia, en donde el que ha desarrollado la racionalidad, es digno de llamarse persona. Quien no ha desarrollado su racionalidad se considera, simplemente, un animal, cuya utilidad se reduce a su capacidad para desarrollar el aparato productivo, “animales domésticos”.
Los incultos son la parte del pueblo, que han nacido con la señal de la esclavitud en la frente. Han nacidos para ser dominados, amaestrados. La ley natural, metafísica y universal ha determinado que quien haya desarrollado su racionalidad, quien sea heredero de la raza superior es el amo. El hombre de raza débil o maternal tiene que ser esclavo, una propiedad del conquistador.
La cultura de la racionalidad, convertida en política de dominación, ha logrado convertir en ley natural y metafísica la explotación del “otro”, de aquel que no pertenece a la raza de los elegidos. De tal manera, que en nombre de la cultura pura y divina, un pueblo se ve con el derecho de conquistar y dominar a los otros pueblos.
 Los hombres de la raza superior se convierten, por orden de los dioses, en los jueces de toda la humanidad, en el criterio de “humanidad” que debe guiar a toda la humanidad. Todo aquello que no esté en total consonancia con la ideología y cultura de la raza dominante, tendrá que ser eliminado a como dé lugar, para poder mantener el orden mundial de paz y justicia.
La injusticia y la barbaridad se identifican. Es la raza superior, la cultura de la racionalidad, quien determina y señala la “barbaridad”. El conquistador se convierte en juez y ejecutor. Nadie tiene derecho de vivir una cultura diferente a la dominante. No se pueden permitir retrasos en la evolución de la raza superior. La justicia consiste en matar al bárbaro, para que pueda surgir el “súper hombre”. La consigna es clara: “muerte al extraño”. La racionalidad impone la supervivencia de “los más apto”, según una ley ontológica que se cumple en toda la naturaleza y que guía la historia de todos los seres vivos del planeta. La muerte del hombre marginal es la cosa más natural y necesaria del universo.


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