martes, 17 de noviembre de 2015

LA PUERTA NEGRA


LA PUERTA NEGRA


Autor: Prof. Gerardo Barbera[1]
Departamento de Filosofía
Facultad de Ciencias de la Educación
Universidad de Carabobo - Venezuela
Sección: Ensayo









I

¡Maldita sea! ¡Digo la verdad! ¡Mi historia es real! ¡Por Dios, créanme! ¡No cierren la puerta! ¡Puede entrar, y no quiero ver a ese…! ¡Aléjenlo! ¡Maldita sea!

Desde niño los muertos me guiaron. Un señor de capa blanca, me enseñó sobre el secreto mágico de las palabras.

 El señor de capa blanca aparecía en la oscuridad de mi cuarto. Todavía me parece escuchar su voz: “las palabras son mágicas”, “las palabras son poderosas”. “Aprende de mí: de la boca surge la muerte”.

También había una señora vestida de negro, con un velo oscuro que le cubría el rostro. Sin embargo, los ojos azules de la vieja penetraban mi mente. Siempre era la misma lección: “No digas malas palabras”, “El que dice malas palabras se pone feo”.
Ahora, cada vez que miro el espejo, me doy cuenta de que jamás seguí el consejo de la vieja, la que siempre estaba sentada en cualquier rincón del cuarto.

Por eso odio la luz y le tengo miedo a la oscuridad, le temo a los muertos, a esas voces nocturnas; al señor de capa blanca, a la vieja…y  a la puerta negra.

Las palabras poseen un poder creador y destructivo. De la mente puede surgir la vida o la muerte. Lo que decimos escapa de la intimidad y se transforman en pequeñas ratas desesperadas.

No se puede detener la subjetividad. El pensamiento se cuela por los orificios minúsculos del cerebro hacia la mente de los otros. Y comienza la venganza, el rencor, el deseo de destrucción. Siempre te arrepientes de lo que piensas.

 La vieja te insulta y el señor de la capa blanca se entristece. Y nos hacemos cada vez más feos, más viejos….un monstruo. ¡Espero que al ver mi rostro me crean! ¡Nunca he dicho mentiras!

Debo vigilar constantemente lo que sale de mi boca. El pensamiento es maléfico. La evolución humana se reduce al desarrollo de su pensamiento.

 Lo que soy ahora es producto  de la imaginación fenoménica de algún demonio. Ningún ser humano ha llegado a ser lo que yo soy: un monstruo. No me refiero a ninguna metáfora. Por extraño que pueda parecer soy realmente un monstruo.

Tal vez, “La Señorita”; así llamaban a mi madre, me formó con su pensamiento..., jamás quiso saber de mí. Nací gracias al cura y a su política de  “No al aborto”. Ella me parió según la carne y  la mente.  Fui engendrado por veintitrés cromosomas, no hubo padre.

Siempre he sido la negación de la racionalidad. El terror no es lógico. Lo que se engendra con violencia, se transforma en muerte. Yo soy esa muerte.

Sé que parece mentira; sin embargo, tengo treinta años no cumplidos. Mi fiesta es la próxima semana, noviembre, mes de los difuntos. Treinta años de edad. Toda una vida de angustia, de soledad...de convivencia con el demonio. Créanme, el Infierno existe: yo soy su profeta. Soy el “elegido” por el Mal. Ese es mi destino. Debo mostrar mi cuerpo, para que todos crean.

Mi historia no es común. Aunque no tiene mucho de original, soy un vulgar ser humano. He sufrido casi todas las enfermedades, “el pobre nació enfermito”. No hay virus que me perdone. Soy demasiado delgado, un desnutrido, como solía decirme la bruja de mi abuela; mi abuelo fue mucho más amable: “la desgracia de mi hija”. Eso siempre he sido: Una maldita desgracia. Un estorbo. Un no deseado. Un monstruo.

Mi rostro está totalmente arrugado. Siempre mis manos han sido temblorosas, nos las puedo controlar. Mi voz es amarga, como quien sabe que está demás en la vida. Mi ceguera prematura, realmente estoy casi ciego. Solamente  puedo ver a través de mi sexto sentido, o como lo llama mi maestro, “El tercer Ojo”. A pesar de haber desarrollado ciertos poderes psíquicos, soy un viejo de treinta  años, totalmente calvo, y casi sin dientes.

¿Cómo explicarlo? Imposible. Nada en mí es explicable. El mal, la maldad, la maldición, la locura, las largas noches de insomnios... la existencia misma carece de explicación.

 No se puede explicar nada sin recurrir a los seres de otras dimensiones, o de otros planetas. Ese poder especial que me ha enseñado el señor de capa blanca me ha salvado muchas veces, cuando todos están dormidos, yo me escapo a otras existencia para hablar con miles de ancianos que me enseñan filosofía de las estrellas; que hermoso es pensar en las cosas del más allá, la filosofía es un sueño placentero; solamente los filósofos del aire  poseen el secreto de la Vida.

A nosotros a lo sumo nos toca vivir y morir, para luego, volver a vivir y morir, vivir y morir... hasta cumplir el ciclo de setenta y dos mil años. La vida no es una pasión inútil; solamente, inútil y sin pasión. El planeta es una basura del sistema solar. El sistema solar es una basura de la Vía Láctea. Todo el universo es una basura.

Treinta años y muero de vejez. Me espera la silla de rueda, la cama y la tumba. Pero, regresaré. Estoy seguro. Y juro por los dioses del mundo astral, que no voy a nacer en la miseria, no creo en la liberación de los pobres, la cultura popular, la antropología de la pobreza, nada de eso tiene sentido. 

 ¡Basta! Creo que ya he superado ese karma. No soy tan hipócrita como esos amigos de la humanidad y solidarios con los más necesitados, quienes solamente donan las miserias que le sobran. Ya pasé por eso, ya canté en grupos, ya doné mis zapatos viejos.

¡Basta! Además, quiero que mi vida futura sea en una isla, donde pueda estar solo, libre de la garra del Otro. Y así demostrar que el hombre es un solitario en esencia y que el Otro es un accidente, un maldito que solamente produce dolor. El Otro tiene que morir.

Deseo escapar del Otro.  La tierra amarilla del cementerio será  la salida, la muerte es el la salida de emergencia de la pobreza. No podrá seguirme. En un ataúd solamente cabe un cuerpo. Estaré solo. Y seré libre.

Solamente en el Infierno volveré a sentir su mirada. Porque ahí, en el Reino de las Sombras me estará esperando, para terminar su venganza.

El Otro siempre me ha creído culpable de su desgracia. ¡Si supiera cuanto le odio! Los verdaderos sentimientos humanos son el deseo de morir y el deseo de matar; en esto se reduce el poder del inconsciente y el poder de la racionalidad: vida o muerte.

Mi madre era muy alta, pálida y nerviosa. “La Señorita” era hermosa. La “mala junta” y la marihuana acabaron con sus nervios. Si hasta tuvo internada. Ella era enferma y siempre le dolía la cabeza.

 La madre  era casi una niña, cuando decidió encerrarse en su cuarto para comunicarse con los Lamas del Tíbet. Se había cansado de los gritos de la abuela: “Eres la vergüenza de  la familia, te vas a poner fea por mentirosa...”.

Un día entró un ladrón. Mi madre estaba sola, sentada en la silla de siempre, recorriendo el mundo, hablando con todos sus amigos  telepáticos.

 El ladrón la vio; entonces... de manera trágica, comenzó la encarnación de mi espíritu.

La violencia es el motor de la historia, y nos encanta. Vean los libros de historia, nunca hablan de amor, de amistad; sino de guerras, crímenes…y por eso adoramos a los héroes de esos libros, y entre más sangre haya derramado el héroe, mayor será su imagen en nuestro corazones.

Mi abuela fue mi verdadera madre. A la “Señorita” la encerraron en la clínica “San Marcos de León”, en Nirgua. Nunca más supe de ella. No sé si aún vive. Creo haber escuchado a la abuela decir: “Menos mal, que ella cree que está en un templo...”. Aunque no estoy seguro. Ahora que recuerdo, ella murió.   Durante una noche de “Año Nuevo”, decidió hacer su último viaje.



II

Mi casa tenía dos puertas: la mía y la del Otro. Detrás de la puerta negra, quedaba el mundo prohibido.

Él siempre estaba del otro lado de la puerta. Nunca hubo relación. El otro lado siempre fue mi realidad oscura, lo que nadie debía conocer, lo oculto, el “secreto vergonzoso de la familia”.

El Otro siempre será un fantasma, algo que me estorba y  amenaza, no hay posibles encuentros, solamente esperaré a que el Otro se descuide para atacar, y quien baje la guardia será herido mortalmente, el Otro es mi muerte.

La abuela era la única que podía entrar a la habitación prohibida. Aunque recuerdo, que en ciertas ocasiones, vinieron algunas personas  con batas largas y blancas. Entonces, la vieja miraba con mayor intensidad y el señor de capa blanca se mantenía muy callado. Ellos, los viejos, habían engendrado al Otro, a ese maldito que solamente yo podía ver.

El Otro había nacido conmigo. Él era la parte complementaria de mi célula original. No se trató de un “niño no deseado”, sino de un “par no deseado”. Jamás hubo canciones de cunas.

Yo nunca había visto al Otro, al “Enfermo”. Así lo llamaba mi abuela. Sin embargo, sentía que el mismo “cordón de plata”  nos unía, como si ambos tuviésemos la misma alma. Sí así fuese seríamos el mismo ser, el mismo espíritu, encarnado en dos cuerpos diferentes al mismo tiempo.

 Tal vez por eso, mi mente no podía descansar en paz. Tenía que conocerlo..., no quería morir como la gran mayoría de los seres, sin conocer al Otro, al que es posible, a la potencia de mi ser, a la proyección de mi existir, a mi yo evolucionado. El Otro siempre está ahí mirándote, riéndose de ti. El Otro te odia. El hombre es odio y muerte.

Recuerdo que tenía entre mis manos un libro de letras muy grandes, que trataba el tema de los Avatares: “¿Cómo ser un Avatar?”.

El secreto para entender cualquier lectura, consiste en estar completamente relajado, como volando, dejando que nuestros pensamientos naveguen al lado de los personajes de los libros.

 Siempre he deseado ser el personaje de algún libro espiritual. Es que lo espiritual no me compromete, me libera, me hace sentir fuera de esta oscuridad y de esta carne. Vivir en el espíritu es la naturaleza de mi alma, nunca quise saber de lo cotidiano, de enfermedades, violencia, hambre, sangre, problemas…, siempre amé lo puro y espiritual.

Yo sabía leer. El Otro no tenía libros. Él estaba ahí, a pocos metros, del otro lado de la puerta negra.

 Aquel día inolvidable, la abuela no estaba en la casa. La soledad era la perfecta compañía. Las paredes hablaban entre sí, con una especia de lenguaje musical, que provenía de sus colores vivos y fuertes. Yo estaba tenso, demasiado nervioso, pero con una suavidad extrema en el espíritu.

 Había llegado la hora de conocer al Otro. La puerta estaba levemente abierta. Del otro lado, comenzó a surgir una luz tenebrosa, carente de brillo, totalmente opaca. No sé si alguno ha tenido la experiencia de sentirse despierto y volando al mismo tiempo.

Me acerqué lentamente. La madera de la puerta estaba fría, húmeda. La luz iba creciendo. Mi corazón estaba descontrolado. La puerta comenzó a moverse. Pude ver la habitación.

 Las paredes estaban pintadas de blanco; y sin embargo, permanecían oscuras, sin ningún aura, cargadas de radiación negativa. El aire era pesado, mal oliente, espeso. En una esquina había una lámpara apagada. ¿De dónde venía la luz amarillenta?

El Otro estaba sobre el colchón. Su cárcel era pequeña. Todo su mundo estaba en ese cuarto. Caminé hacia la cama. La luz retrocedía al compás de mis pasos, como si me hubiese atrapado.

 Le pude ver.

Fue un instante que duró una eternidad. Él estaba allí. El Otro me vio. El enfermo estaba ahí. Esperándome. Grité y corrí como un desesperado.

 Nunca pensé que mi compañero fuese tan horrible. Perdí el control de mis nervios. La luz era el aura del Otro.

Luego llegaron varias batas blancas. Sentí ese olor peculiar del alcohol etílico. Una inyección, un leve pinchazo.

Los ojos del Otro clavados en mi mente. La voz de la abuela...y un leve murmullo agudo que provenía del otro lado de puerta. La verdadera voz del Otro nunca es humana.


III

Fue la primera vez que lo vi. Tenía la cabeza del tamaño de la almohada, sus ojos eran profundos y adultos. Una sonrisa idiota y un cuerpo demasiado pequeño. Sus manos diminutas se movían  sin control. No pude observar sus piernas. Sus ojos eran las ventanas del infierno.

  Por error, dos espíritus llegaron a al mismo parto, para encarnarse. Yo tomé el cuerpo. El otro espíritu tomó lo malo de la célula inicial.

Me odiaba.

Yo era el culpable de todos sus males. Soy el límite y la muerte de los otros. Yo soy un obstáculo. El hombre es un animal que estorba al otro hombre. El hombre lucha hasta morir. Nunca hay descanso.

Desde aquel día, el demonio comenzó su venganza. Me perseguía. Su espíritu tomaba posesión de mis cosas, juguetes, zapatos, libros. Y a veces penetraba mi propio cuerpo.

Sí, muchas veces me dolía la cabeza. Mi abuela quería encerrarme en una “clínica de reposo”. ¡Pobre abuela! No tenía idea de lo que el Otro había planeado para ella.

Solamente la anciana de ojos azules y el señor de capa blanca sabían de la presencia del Otro, ellos lo habían engendrado.

Yo le tenía miedo a la puerta negra.

Aquel día escuché un silbido agudo, suave, de hermosa melodía. La cabeza me dolía. La luz opaca apareció frente a mí.

Sentí la mirada del Otro.

Caminé hacia el balcón del apartamento. Los autos parecían muy lejanos. A veces el mundo nos parece tan pequeño.

El dolor de cabeza era insoportable. La luz  estaba sobre mi espalda. Me quité toda la ropa.  Quería que mi espíritu fuese libre.

 Dos personas de batas blancas me sujetaron.

La abuela lloraba.

El Otro reía como un demente.

Pasé un tiempo en una “clínica de reposo”. Totalmente solo, observando la foto de mi madre y hablando con la anciana de ojos azules.

Regresé a la casa.

Ya no estaba la abuela. A la pobre se la llevaron cuatro trajes negros.

Yo había terminado mi tiempo de “reposo”, y en una cesta, en el rincón más oscuro de la clínica, dejé la foto roída de mi madre.

 No sé si alguien lloró a la abuela.

 Yo no.

Pero, detrás de la puerta negra, el Otro lloraba.

El Otro estaba vestido de luto, jamás lo había “sentido” tan triste, tan cerca de aflorar al mundo “objetivo”.

Detrás de la puerta, solamente existía el Inconsciente, lo oculto, el poder desconocido, el secreto de los alquimistas, la piedra angular de toda verdad... todo eso era la verdadera esencia del Otro.

Ese desgraciado era el todopoderoso, el que dominaba la situación, el que poseía la verdadera existencia, la vida que realmente valía la pena.

 Yo, tan sólo, era lo que sobraba, el sirviente atento, el perturbado,  el que necesitaba “ayuda profesional”.

Cuando la racionalidad evoluciona, surge la locura y el hombre deja de ser lo que siempre ha sido, para convertirse en la demencia esencial que le corresponde.

La casa estaba totalmente sola. Nadie quería sustituir a la abuela. Todos tenían miedo. Me odiaban. No soportaban la fuerza de mi mirada. Sabían que no podía ocultarme sus secretos íntimos, podía leer fácilmente el aura de todos ellos.

Definitivamente, me odiaban.

 Ninguno de ellos escuchaba los lamentos del Otro. En la sala, se podía sentir el silencio final de la abuela, su mirada agónica flotaba en el aire, se podía oler su presencia astral. Ella me observaba desde la cuarta dimensión, sus manos casi me acariciaban, me quería a su lado.

Pero, el Otro me necesitaba, sus gemidos eran infernales,  insoportablemente agudos.

El dolor de cabeza volvió a mi mente...tuve que recurrir a la medicina...

Yo no quería ver su cara deforme, su asquerosa sonrisa, sus ojos de anciano, su maldita piel arrugada.

Más allá de lo aparente, del fenómeno, la esencia humana siempre es parecida a la muerte.

Tenía que cerrar la puerta. Colocar mi pensamiento en otra dimensión, viajar...conocer otros mundos, otros sistemas solares. Era tan sencillo, solamente tenía que imaginarlo. ¡Si conociéramos el poder de la imaginación!

Corrí desesperadamente; pero, no pude cerrar la puerta. Una fuerza extraña la mantenía firme, inmóvil.

Comencé a sentir un extraño cosquilleo en el  estómago. Una especie de energía eléctrica salía de mis entrañas, y se dirigía hacia la cama que estaba en el extremo interno del cuarto, exactamente detrás de la puerta negra.

Algo me ataba a la presencia del Otro, parecía que ese ser  demoníaco fuese mi complemento. 

De pronto, todo comenzó a dar vueltas. Yo estaba mareado.

Nunca supe si fue la medicina, o el poder del inconsciente del Otro.

Sin saber cómo, estaba dentro del cuarto, y con un tetero en mis manos. La abuela no estaba. Yo tenía que alimentarlo.

Me convertí en su sirviente. La esclavitud había comenzado. Eso es el Otro en definitiva, el amo que esclaviza.


La sociedad y su mundo desaparecieron para mí. Nunca pude adaptarme a la realidad de los seres comunes. No tenía la culpa de que la gente se conformara con un universo de sombras. Yo siempre preferí ver la realidad metafísica. Pero, somos muy pocos los iniciados. Por eso morimos solos. Sinceramente, ese era mi deseo: morir solo.


No pude encontrar la soledad anhelada. El Otro estaba ahí. Me acostumbré a su presencia. La puerta siempre estaba abierta.

 Aunque hubo noches en que me pareció escuchar la voz de la abuela advirtiéndome el peligro. Sus ojos eran llorosos, su voz llegaba gris y demasiado fría. Después de la muerte de la abuela, ya casi no volví a ver a la anciana de ojos azules. 

Había poca diferencia entre la casa y el cuarto de la clínica. Si hasta los hombres vestidos de blancos me venían a buscar con más frecuencia.

El Otro se apoderaba de mi mente. Utilizaba la telepatía para controlarme. Ya no podía dar un paso sin su permiso.

Éramos dos espíritus en un mismo cuerpo. Y pensar que hay personas que no creen tener ni uno solo, y yo soy dos espíritus errantes en una misma carne.

La cara del Otro y su angustiante  presencia siempre estaban conmigo. Mis nervios se deterioraban rápidamente, tuve que tomar una dosis cada vez mayor de la medicina. Fui perdiendo peso. Mi cuerpo se derrumbaba. Me estaba convirtiendo en un  despojo sin voluntad propia.

Muchas veces traté de matarlo. Soñaba todas las noches con esa idea. Pero, el Otro invadía mis sueños. No tenía libertad ni siquiera en el mundo astral. Su muerte o la mía sería la única solución. En este mundo material no había lugar para los dos.

En mi mente no había sitio para ambos. ¡La suerte estaba echada! Para poder asesinarlo, tenía que planear una estrategia perfecta.

La primera dificultad consistía en  ocultarme de su presencia. Si ese monstruo descubría mi intención, todo habría terminado. El Inconsciente no tiene piedad,  destruye a su enemigo.

El momento llegó.

El dolor de cabeza era insoportable.

Recuerdo que tomé demasiada medicina. No había nadie en la casa. Realmente no estoy seguro de que estaba en mi casa.

 ¡Hacía tanto que no veía a la abuela!, ni al señor de capa blanca. Ella nunca supo de mis inyecciones secretas. Tan poco se enteró de mis “píldoras”. El único que conocía toda mi realidad era el Otro.

La batalla había comenzado.

La compré muy barata. Su color marrón era demasiado frío. Medía casi un metro de longitud. Sus ojos eran verdes como la muerte.

Actué silenciosamente.

 Abrí la puerta.

La víbora se deslizaba hacia la cama.

Todo seguía en silencio.

No podía controlar el miedo, la angustia era terrible.

Escuché un agite.

 Unos cuantos segundos..., la puerta se abrió violentamente, los colores giraban en mi mente. El dolor de cabeza era horrible.

La serpiente estaba en el piso, inmóvil, muriendo a causa de un desgarre a la altura del cuello.

El Otro tragaba la sangre del animal.

Comenzó el capítulo final de mi vida.

A diario tuve que barrer plumas ensangrentadas, restos de roedores, de gatos, de perros.

El Otro se transformaba, su mirada era sedienta, sus dientes se afilaron, le creció la barba, y la sonrisa desapareció.

Ambos sabíamos que mi muerte estaba cerca.

 Yo no quería viajar al mundo espiritual y encontrarme  con la abuela.

Aunque, ahora que recuerdo, no estaba en mi casa..., me sentía perdido, en un mundo casi astral, sin cordón de plata, sin realidad definida, y con miedo de cruzar la puerta negra.

Cada vez los animales fueron más grandes. Ya no se los comía. Bebía la sangre de sus víctimas. Se convirtió en una especie de  vampiro. Comenzó con  conejos, perros, corderos, hasta que un día...

Me dolía la cabeza. No sabía la hora del día. El tiempo era relativo, fácil de predecir.

 Una fuerza magnética me arrastraba hacia la puerta, crucé el umbral. El Otro clavó sus colmillos. No pude defenderme. Me sentía extremadamente débil. Me soltó, cerró los ojos y durmió como nunca.

Aquella experiencia se convirtió en un rito. Yo, el consciente, sería la víctima. El Otro, el inconsciente, el demonio. Fui perdiendo la vida, el cabello, los dientes. Ahora soy un viejo de treinta años de edad.

Hace pocos días, llegaron varios hombres que vestían de blanco, entraron en mi habitación. Yo me encontraba en el rincón, débil, muy débil. Me dolía la cabeza. Mi muñeca estaba ensangrentada. “La droga”, dijeron ellos.

Detrás de la puerta negra, el Otro cerraba los ojos, mientras que su sonrisa seguía en mi mente.








[1] Profesor del Departamento de Filosofía, de la Facultad de Ciencias de la Educación, de la Universidad de Carabobo. Licenciado en Educación mención Filosofía (UCAB), Especialista en Educación Superior (UC), Magíster en Desarrollo Curricular (UC), Cursa el doctorado en Ciencias Sociales mención Cultura (UC). Obras publicadas: “Ética, locura y muerte”, “Ética, locura y muerte (segunda parte)”, “Reflexiones elementales en torno a la ética”, “En torno al conocimiento” 

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