miércoles, 18 de noviembre de 2015

LA EXTRAÑA DIALÉCTICA DE LA MARGINALIDAD





LA EXTRAÑA DIALÉCTICA DE LA MARGINALIDAD

Autor: Prof. Gerardo Barbera
racionalidad@hotmail.com
Departamento de Filosofía
Facultad de Ciencias de la Educación
                                           Universidad de Carabobo – Venezuela






1. Dos Historias:
La tarea filosófica puede ser abordada desde muchos ángulos, y es precisamente la perspectiva elegida la que define el camino a recorrer. Aquí se plantea hacer filosofía desde la óptica del pobre. Se hará el esfuerzo de penetrar en la intimidad existencial del hombre marginal, hurgar en lo más escondido de su ser, hasta tocar sus postulados antropológicos. De tal manera, que nos iremos hasta el barrio. Se evitará todo rasgo de fantasía alienante, o de querer dibujar la realidad con los pinceles de las ciencias sociales y sus métodos. No queremos "datos", "cuadros", "estudios", "antecedentes", "encuestas", etc., ninguna de estas herramientas, por muy valiosas que puedan ser, son adecuadas en sí mismas o en conjunto para penetrar la existencia de los "compadres". Simplemente, tocaremos la puerta y viviremos en el rancho. Y desde ahí comenzaremos la tarea filosófica.
Iniciaremos con dos historias comunes como la salida del sol, dos luces que nos llevarán hasta el umbral de la marginalidad.
A) EL GUARAPO:
Arelis era una niña de once años, "el tesoro de papá". Llevaba varias semanas enferma. El asma se le complicó con una fiebre constante. Probablemente se trataba de alguna infección. Como su padre no tenía dinero, le había sido imposible llevarla a un consultorio privado. ¡Claro! él fue al hospital y después de varias horas de espera, el médico, casi sin ver a la niña, le recetó un jarabe: "No se preocupe, esa es la tos que está de moda y en menos de una semana se le pasará". De eso hacía dos meses, y la cosa seguía de mal en peor. Rodolfo se había limitado a seguir los consejos de la comadre, una señora que había sido amiga de su esposa difunta, la comadre era una de  esas señoras que hacen de enfermera, rezandera, de todo. La comadre había probado casi todo su repertorio médico: el llantén, la limonada, el té negro, la manzanilla...
La niña estaba cada día más débil, sus ojos encajados y saltones reflejaban el avance de la enfermedad. Para colmo, Rodolfo no tenía trabajo, si hasta estaba pensando vender el rancho: pero, ¿a dónde iría? Él era extranjero. Esas malditas lluvias y ese maldito frío se pegaban al rancho. Rodolfo lloraba, no tenía dinero para comprar comida y su niña estaba muy débil. Lloraba su impotencia, la miseria le hería: el piso de tierra húmeda, la ropa amontonada, los tabiques de cartón, las cucarachas, el humo de la cocina: y ese olor repugnante que le penetraba hasta la sangre. A mitad de mañana apareció la comadre con el guarapo: "Esto es un secreto, compadre, ya verá como la ahijadita se alivia. Pero, eso sí, la arropa bien y que no se pare de la cama".
Rodolfo estaba loco de contento. ¡Por fin! La fiebre casi había desaparecido. No cesaba de mimar a su nena, la arropó, la besó en la frente y le dio la bendición. Estuvo ahí, al borde de la cama, no se separó ni un segundo hasta que vio que su niña se quedó dormida. Apagó la luz y de un solo tirón le sorprendió el amanecer. Hacía mucho que no dormía tan bien.
La mañana era fresca, apartó la cobija con suavidad. Silencio, largo silencio. Permaneció sentado al borde de la cama. Ni una lágrima. Los puños cerrados. Caminó hacia la puerta, miró a lo lejos: "Le diré a la comadre que prepare el chocolate".


B) GOTERAS.
El sol se ocultaba lentamente, el cielo terriblemente oscuro anunciaba tormenta. María temblaba entre aquellas cuatro láminas de zinc, temblaba porque no tenía marido, porque al igual que muchas otras del barrio tenía cuatro bocas que alimentar. Pedrito tenía siete años; Juanita, cinco: Julián, tres y Carlos, uno. Cada uno de ellos tenía un padre diferente; y cada uno de estos padres repitió al oído de María: "Te quiero"; sin embargo, ahí estaba ella con sus cuatro criaturas, todos barrigones y  cabezones, con una sola comida y sin saber hasta cuándo iba a durar el ayuno.
-Pedrito, baja el guarapo de llantén y cuidado con quemarte.
Ya era la cuarta taza del día y la fiebre no bajaba. Esa fiebre era fruto del tener que lavar y planchar a pesar de la tos.
-Aquí está, mamá. Tómatela toda.
María sonreía. La lluvia comenzó a caer, era un "palo de agua". __Tranca la puerta y pon las ollas__ Pedrito colocó la tranca en la puerta y Juanita colocó las ollas. La tormenta amenazaba con llevarse el rancho, la tranca parecía ceder, la noche había caído. __Prende la vela, Pedrito__ La madre estaba muy cansada.
En el otro camastro estaban Juanita, Julián y Carlos; los tres tenían miedo a los truenos. María llamó a sus hijos. Los cuatro niños se sentaron al borde de la cama de la enferma.
-¿Qué quieren que les traiga mañana el Niño Jesús?
-Yo quiero que me traiga una patineta, una bicicleta y un guante -dijo Julián. -Una muñeca y un juego de cocina -pidió Juanita.
-Una bicicleta más grande que la de Julián y un balón -replicó Pedrito.
Como soñar no cuesta nada, aquella reunión duró hasta que la lluvia terminó.
-Vamos a dormir, muchachos -dijo Pedrito- que mi mamá se quedó dormida. Pedrito apagó la vela. En la oscuridad del rancho solamente se escuchaba el caer de las gotas en las ollas. María no respiraba.

*******
Ahora que tenemos en nuestras manos estas dos historias, ¿qué hacemos? Lo primero que se nos puede ocurrir es dar un grito amarillista o tapar la verdadera realidad con el manto de la "descripción científica" de un barrio: "conglomerado de viviendas en donde viven algunas personas `humildes y buenas', rodeadas de muchos malandros y otros bichos malos, en donde la muerte se da frecuentemente,  zona de alto peligro a donde nunca se debe ir, a no ser en busca de votos". Y con esta definición ya el problema queda comprendido en su esencia.
Estas dos historias resaltan el aspecto negativo y fatal de la vida de la gente marginal de los ranchos. Pero es precisamente ese el objetivo: resaltar el aspecto fatal de la vida de la clase marginal, porque pensamos que esa es la esencia del rancho: la muerte. Se trata de una muerte causada, un crimen en donde todos participamos. Pero se trata de una muerte dialéctica, que contagia a la sociedad en general, y que no sanará con el simple silencio de los discursos ideológicos, que solamente consiguen la tranquilidad sicológica, que se le otorga al enfermo al ocultarle la gravedad de su mal. El marginal está ahí gritando su dolor y reclamando su derecho a la vida. Ese clamor no se apaga con "bonos salariales", "becas familiares", "bultos escolares", etc. Con limosnas no se supera la marginalidad, ni se asegura el porvenir de nuestros hijos.
Ahora que hemos visto estas dos historias, podemos ir deslumbrando lo difícil que resulta hacer filosofía desde el rancho. A ver, ¿qué sentido tiene la vida de Rodolfo?, ¿Qué piensa Rodolfo de su vida?, ¿Quién es Rodolfo?, ¿Qué significa para Pedrito ser pobre? ¿Cómo hacer una antropología filosófica desde María y sus hijos? Ya sé. Todos estos problemas deben ser analizados desde la "inserción": una especie de espionaje santo, realizado por un grupo de profesionales venidos de las clases más acomodadas y que se "hacen pobres", se visten como pobres, hablan como pobres, viven con los pobres, sufren con los pobres, etc., pero, simplemente, no son pobres. Y al final lograrán un estudio social de la marginalidad parecido a los reportes de guerras; muy buenos, muy interesantes, muy avanzados..., pero noticias al fin, sólo eso: noticias de lo que ocurre al otro lado de la realidad: "Existen los pobres", "son muy pobres", "no todos son malos", "la mayoría de los que están aquí son muy buenos". Sin embargo, existe un abismo infinito que separa al "pobre por opción" del pobre por necesidad; demasiada diferencia...
La cuestión se convierte en problema de vida o muerte cuando descubrimos que las personas del rancho son hombres, son humanidad, son sociedad, somos nosotros. De tal manera, que el sentido de la vida de Rodolfo nos incluye, es nuestro problema. Si la vida tiene sentido para nosotros, debe tenerlo para todos los hombres. Y si la vida de Rodolfo no tiene sentido, y si la vida de Pedrito no tiene sentido, tampoco nuestra existencia tiene sentido, todo acabaría con la muerte; nuestra única tarea sería "comer y beber". Y no tendría sentido hablar de humanidad. La única revolución que puede existir es el compromiso social, no hay otra. Y este compromiso está constantemente interpelado por el rostro de Rodolfo y de María, lo demás sería una mezcla de hipocresía y cobardía. De nada serviría pregonar en un sin fin de conferencias "La muerte del sujeto", como vienen pregonando los filósofos de los "nuevos paradigmas", si dicha muerte se reduce al campo lógico, o al mundo de las ideas. Este falso grito, que está de moda, lo que persigue es todo lo contrario, fortalecer la presencia del sujeto ontológico. Cuando los filósofos de los "nuevos paradigmas", proclaman la "muerte del sujeto", realmente lo proclaman más vivo que nunca. Las sombras, sombras son.
El sujeto de la modernidad ha encontrado un espejo en las situaciones de injusticia que ha creado, llámese marginalidad, o "Tercer Mundo". No soporta su imagen, se ha descubierto monstruoso, deforme, sin ética, sin religión, sin Dios... solamente monstruoso. Entonces, ha decidido empañar el espejo para no ver su imagen. Ahora duerme feliz, negada la imagen, ya él no existe. En esto consiste la fulana muerte del sujeto: el último rincón del monstruo de la Modernidad.

2. Sumergidos en una extraña dialéctica:

Lo primero que resalta a la vista es que el ser del hombre del rancho se desarrolla en una extraña dialéctica entre la miseria y la opulencia, que más que negar la antítesis, en búsqueda de algo nuevo, se puede quedar en la imposibilidad de la superación de su propia afirmación, de suprimer movimiento miserable eternamente frente a su negación jamás alcanzada: el absurdo existencial del marginal.
Esta dialéctica absurda se manifiesta como la afirmación de la miseria, o su primer momento dialéctico, frente a una creciente afirmación de sí misma, ante su negación o segundo momento de la dialéctica: la opulencia. Lo extraño es que la dialéctica se queda solamente en ese movimiento y sin dejar de ser dialéctica o eterno movimiento. Es una dialéctica sin desarrollo. Eternamente dialéctica en sí y casi infinita imposibilidad de sí. Su desarrollo es teórico y no ontológico. Es una probabilidad numérica en el infinito campo de las probabilidades matemáticas.
Las cosas en el orden ontológico no siempre responden a los postulados lógicos. Se trata de una dialéctica que puede ir reduciendo su capacidad potencial de negación y superación hasta el infinito sin llegar a ser quietud total, que se apaga lentamente en las muertes absurdas de sus protagonistas concretos y cotidianos. Pero que se alimenta de esas mismas muertes, haciendo más intenso su movimiento sin desarrollo que vive de sus propios cadáveres.
La dialéctica de la marginalidad no es reducible a las leyes de la "Conciencia universal". "Las leyes" de la dialéctica marginal no pertenecen, ni son comprendidas desde los "nuevos paradigmas". Es una dialéctica extraña: un movimiento hacia el absurdo existencial. Es una dialéctica personal y no de la materia, o de "conciencias". La marginalidad es una estructura en eterno movimiento dialéctico que destruye a las personas concretas. La marginalidad es la negación del hombre. Es el cáncer de la humanidad, es nuestra vergüenza. La marginalidad es la presencia de una dialéctica hacia la nada existencial. El vivir la marginalidad como una enfermedad que te destruye, es un dato que no es alcanzable a través de los métodos de las ciencias sociales. Aquellos que se "hacen pobres" creen firmemente en la dialéctica de Hegel, que siempre va de menos a más. Por lo tanto, el final de la novela será feliz, así sin más, sólo hay que esperar el último capítulo.
El rancho es la expresión de la miseria que se hace consciente de sí frente a la opulencia de las grandes urbanizaciones. Pero por ningún motivo o ley "extraterrestre" está destinada la dirección de la dialéctica marginal a través de la negación de la negación, ¡nada más absurdo! Sin embargo, la dialéctica de la marginalidad mantiene su esperanza en la imposibilidad de su quietud, muere cada día, vive de esas muertes; pero vive. No hay que caer en engaños, dándole a la esperanza poderes sobrenaturales, "la esperanza nos habla de un final feliz, o de las posibilidades ciertas de ese final anhelado". Y luego se hace toda una fenomenología de la esperanza para encontrar en ella la "fuerza para vivir". Simplemente la esperanza puede ser una droga que mueve, que da vida, pero que no lleva a ninguna parte. Así de simple. ¡Cuántos no han muerto con la esperanza en el bolsillo, sin saber en qué gastarla! Es inútil pretender dar un sentido a la dialéctica de la marginalidad sin entender que el movimiento puede ser infinito, pero sin más, como dice una poesía llanera: "Sin arriba y sin abajo, sin adelante y sin atrás...". Una dialéctica que en el todo de sí misma se mantiene eternamente en movimiento, pero que su protagonista es una llama que se apaga, para mantener la llama del movimiento de su todo real, como la vida de María, o las esperanzas de Rodolfo. Vivir eternamente en la marginalidad, y saberse destinado a esa existencia, es un hecho muy común en la realidad del rancho.
Tal vez la confusión entre el orden lógico universal de la dialéctica y el orden ontológico de la dialéctica marginal, nace del concepto de "infinito" como posibilidad y sentido del movimiento. En este sentido, el "infinito" se postula como un existente necesario y superior de la realidad finita. Por lo tanto, todo lo finito, que está en movimiento, evoluciona -¿hacia dónde?- hacia el infinito que es de orden superior y trascendental y no contaminado. Conclusión: la marginalidad finita evoluciona dialécticamente hacia un orden superior. Todo es cuestión de encontrar la forma, si no la encontramos en este siglo, será durante la "Nueva Era" que se abre en el próximo milenio.
Por otra parte, este optimismo ideológico, no toma muy en cuenta el peso de la realidad, que se puede convertir en resistencia constante y como parte esencial de la dialéctica marginal y que no se puede superar simplemente con un concepto de "expansión universal". El Universo se expande, y como no puede colocársele un fin lógico a la expansión, y ya que siempre hay un más allá para la expansión; luego es así en el orden ontológico. Expansión e infinito se compaginan, se realizan tanto a nivel macro de todo el Universo, como a nivel micro del Universo. De la existencia lógica de infinito y expansión se pasa a la necesidad ontológica; luego el Universo es así y en todos sus niveles. Se reduce el ser al pensar. El problema no se encuentra en la interpretación física del infinito y de la expansión universal, sino en la manipulación ideológica de dichos conceptos, como si se trataran de dos conceptos muy claros y evidentes.
Hablemos de la manipulación ideológica de los términos infinito y expansión. "El pensamiento es infinito", "La inteligencia no tiene límites", "Todos somos parte del infinito", "Existe una conciencia infinita", "Las posibilidades de éxito son infinitas", "Las leyes del éxito"... Todo se expande hacia la felicidad, y hasta existen "leyes".
Conclusión: la marginalidad se puede superar viviendo las eternas leyes del Universo, así de simple. Y si no se supera, es porque no se quiere vivir las leyes universales del éxito. ¡Lo que nos faltaba! Sería estúpido pensar que la dialéctica de la marginalidad pueda ser superada con un inmenso y masivo curso de autoestima. Muchos ven dirección positiva, soluciones. Lo confieso, solamente veo oscuridad, un movimiento estancado, cuyas condiciones están ocultas, son inéditas. Aún no puedo decir qué hay detrás del fenómeno. Sólo sé que la dialéctica marginal produce un efecto: La Muerte.



Prof. Gerardo Barbera

No hay comentarios:

Publicar un comentario