UNA
EXPERIENCIA ÉTICA
Autor:
Gerardo barbera
El
día amaneció sonriente y lleno de promesas; sin embargo, todo resultaba
francamente predecible, sin ningún motivo de sorpresas, con esa carga de rutina
cotidiana, un día de trabajo tan
esencial como vital. La rutina nos acompaña, llega a nosotros con los primeros
rayos del sol; el mismo reloj, la misma marginalidad, los mismos temores, la
misma vejez, el mismo cansancio, el mismo universo, los mismos compañeros, los
mismos problemas, las mismas alegrías, las mismas noticias y los mismos
personajes. La diferencia existencial me rodea, nadie se da cuenta de que estoy
en el medio de la vía. Las manos me pesan. ¡No quiero trabajar! ¡Dios, cuándo
llegará mi jubilación!
Realmente nada hacía suponer que lo
dado, esa naturaleza ontológica sería
asaltada por la dimensión metafísica y transcendental de la existencia. El día
se tornó misterioso, sorpresivo. Y todo gracias a un encuentro, si se quiere
superficial, un diálogo que en el fondo no tenía nada de particular; de hecho,
responsablemente debo afirmar, que en la dimensión de la realidad física, tan
objetiva y material, no trajo, ni tenía porque causar consecuencia alguna, el
universo quedó idéntico a sí mismo, inmutable, compacto en su eterno movimiento
expansivo, sin sentido y sin justificación. Pero, ocurrió una interpretación
manifiesta de la transformación particularizada en mi ser consciente y
dialéctico, un cambio tan real como cualquier consecuencia física sujeta a
causas externas. Aunque, los movimientos de la conciencia suelen ser de otra
naturaleza, y tal vez, de otro universo, que no se expande, sino que se
contrae, hacia el encuentro con el en sí consciente de cada persona, o hacia el
encuentro pleno con la propia identidad. No sé si se trata de dos naturalezas
distintas de un mismo universo, o tal vez de dos universos distintos en una
misma realidad.
Lo humano parece escapar a cualquier
fenomenología ontológica. No basta con describir al hombre. La persona no es un
dato. La conciencia es lo distinto, se trata de la dimensión existencial. Y esa
mañana fue metafísica, una experiencia que las “leyes científicas” no podrían
reducir a categorías de “cálculos probabilísticos”, nunca se podría realizar un
cuadro estadístico para explicar el encuentro de aquella mañana de verano, ni
se podría justificarla desde las “leyes del éxito”, sencillamente se trató de
un amanecer cotidiano, de un día más de trabajo superficial y misterioso. A
veces pienso que el término “universo” nos atrapó en lo ontológico, sin
ventanas, con esa carga racional de totalidad, que niega, consecuentemente
cualquier insinuación de transcendencia, si
sólo existe el universo, no hay transcendencia, así de simple, no puede
existir metafísica y el universo material y solitario, ya que la conciencia, lo
personal, lo particular es la negación de cualquier intento de “universo
material” como lo único existente. La conciencia personal es la negación de
cualquier totalidad, por lo tanto, del universo entendido como la realidad
material que posee la totalidad de la
existencia, sin otra realidad. Al menos, que realmente la existencia se reduzca
a el universo, entonces no existiría la conciencia personal, solamente la
“energía universal”; es decir, el universo.
De tal manera, que lo ontológico y
lo metafísico no caben dentro de un mismo universo, pero sí dentro de una misma
realidad, de no ser así, la conciencia y lo ontológico serían dos maneras
distintas de interpretación de un mismo y único universo. La conciencia
transciende al universo dentro de una misma realidad. Es decir, la separación
del ser en sí y de lo metafísico es la prueba fenomenológica concreta del
límite del para-sí para aprehender una realidad que se hace humana en cuanto
transciende lo propio del universo. La relación de conocimiento es dialéctica,
en donde conciencia y universo se mantienen eternamente opuestos y distintos.
Tomar conciencia plena del ser de la
realidad constituye la verdadera esencia de la dialéctica del ser personal, en
donde evoluciona y se resuelve la dialéctica de la conciencia y de lo
inconsciente; en donde lo consciente, en constante transcendencia de sí y del
universo fundamenta la originalidad del “yo personal”, como la superación de lo
inconsciente en la afirmación de la conciencia como existencia en sí misma,
diferente y transcendental. En una misma realidad la existencia personal
manifiesta su ser inconsciente como posibilidad de permanencia en el universo,
pero que transciende lo ontológico como
conciencia particular y distinta al universo.
Donde exista conciencia, existe el hombre. La persona es en sí lo
“no-universo”; es decir conciencia dialéctica y transcendental…
Una semana antes de aquel lunes superficial y misterioso, el
Departamento de Filosofía de la Facultad de Ciencias de la Educación, de la
Universidad de Carabobo, había ofertado a través de un “concurso de
credenciales” tres cargos, uno para cada asignatura: Teoría del Conocimiento,
Filosofía de la Educación y Ética del Docente. Los resultados ya habían sido
publicados, y los días seguían su curso normal, como cualquier fenómeno del
universo. Los tres profesores favorecidos ya habían recibido sus cargos
correspondientes, tan sólo faltaba la bienvenida y a trabajar…Pero llegó el
lunes cotidiano, y de pronto, la figura de un profesor, un ser humano no
esperado, una presencia que sin más entró a la oficina a presentarme en “mi
propia cara” su reclamo, por la “injusticia” –que según él--, se había cometido
en contra de su persona, debido a lo “amañado” del concurso, donde, supuestamente,
se veía claramente mi mala intención y mis artes maquiavélicas, a favor de mis
criterios “ilegales”, de los que él había sido víctima y exigía una
explicación, o una rectificación justa. “¿Cómo podría ser posible que un
profesor recién graduado fuese el ganador y no él?
-- ¡Buenos días!, ¿es usted el
profesor Barbera, el jefe del Departamento de Filosofía?
El tono era agresivo, una conciencia
que manifestaba dialécticamente cercana a la inconciencia inmanente, fijada en
un instante casi objetivo, alejada de su
propia esencia transcendente. El profesor me miraba fijamente a los ojos, como
dando a entender que la visita no era muy amistosa. Recuerdo que yo estaba
leyendo y fichando algunos párrafos de la “Ética”, de Benito Espinoza, me
encontraba meditando acerca de la ética y la geometría – para mí, Espinoza ha
sido el filósofo que mejor ha interpretado el pensamiento cartesiano, tal vez,
por la cercanía en el tiempo. Cerré el libro lentamente, tardé segundos eternos
en tomar conciencia de la visita, por
cierto, no anunciada, y mentiría si no confieso que tuve miedo e inseguridad
ante la repentina presencia de una persona de mediana edad – más o menos
cincuenta años--, corpulento, quien al terminar el saludo se encontraba
inclinado hacia mí, con sus dos manos apoyadas sobre el otro extremo de mi
escritorio.
--¡Buenos días!—respondí confundido
y de manera mecánica--¡siéntese, por favor!—quedé en expectativa formal, sin
ningún contenido.
--¡Gracias! Soy el profesor “X”--,
después de la presentación, me miró como quien espera sorprender a un corrupto
desprevenido, como diciéndome: “Tú crees que me iba a quedar quieto, ¡no
señor!, aquí estoy para reclamar mis derechos, y de paso asesorado por la
Comisión de Reclamos, tú no sabes con
quién te has metido, ¡prepárate corrupto!”.
Aclaro, que estas son reflexiones
posteriores a los acontecimientos en vivo, ese lunes ni pensar que tuve
oportunidad de reflexionar. Insisto, era un día cotidiano, superficial y
misterioso. Después de esta presentación identifiqué al personaje. Se trataba
de uno de los profesores participante en el concurso de credenciales que no
había resultado favorecido. Se trataba de un “reclamo”.
No era la primera vez. En los tres
años que llevaba como jefe del Departamento de Filosofía me había enfrentado
varias veces a situaciones semejantes. Insisto, era un lunes cotidiano,
superficial y misterioso. Recuerdo que en el primer concurso de credenciales
que coordiné se presentó el caso del reclamo más sonado, y se dio en la
asignatura Teoría del Conocimiento, en donde el reclamante era un “Monseñor”.
En todos los pasillos de la Facultad el comentario era el mismo, “En el
Departamento de Filosofía rasparon a un Monseñor, ¡qué bol-s tienen en ese
Departamento”. Y el comentario parecía lógico. Si un Monseñor no era
considerado con suficientes méritos académicos para ganar un concurso de
credenciales en filosofía, ¿entonces…? menos mal que al Monseñor en cuestión no
se le ocurrió concursar en ética, sino imagínense el escándalo. En aquel caso,
gracias a Dios, que el Monseñor no cumplía con los requisitos legales exigidos
en el perfil del candidato…
En el fondo, más allá de lo
cotidiano y de los personajes participantes, se ha tratado y se trata del
concepto de filosofía, y en consecuencia, de quién está preparado para la
docencia de la filosofía en la educación superior, criterios que le son propios
señalar, en nuestro caso concreto al Departamento de Filosofía. ¿Quién debe
enseñar filosofía en una universidad? ¿Qué se entiende por filosofía? Parece mentira,
en el área filosófica todo el mundo se cree capaz, así de sencillo, por qué, no
sé.
No es común ver a un egresado en
filosofía concursando para un cargo en matemática, estadística, biología,
inglés…pero en nuestra Facultad el caso contrario es común… ¿por qué?... En el
caso que nos ocupa, ¿quién debe enseñar ética?, ¿qué entendemos por ética?
Aclarar o tomar posición frente a estos interrogantes es el objetivo de este
relato y de estas reflexiones, ¿qué es la ética?, ¿la ética se reduce a la
conducta moral? Sánchez Adolfo (1969), en su clásico texto “Ética”, nos
presenta el carácter reflexivo y filosófico de la ética:
Los
hombres no sólo actúan moralmente (es decir, se enfrentan a ciertos problemas
en sus relaciones mutuas, toman decisiones y realizan ciertos actos para
resolverlos, y a la vez juzgan y valoran de un modo u otro, esas decisiones y esos actos), sino que también reflexionan
sobre ese comportamiento práctico, y lo hacen objeto de su reflexión o de su
pensamiento. Se pasa así del plano de la práctica moral al de la teoría de la
moral; o también, de la moral efectiva, vivida, a la moral reflexiva. Cuando se
da este paso, que coincide con los albores del pensamiento filosófico, estamos
ya propiamente en la esfera de los problemas teóricos-morales, o éticos (p. 17)
¡Atención!, no es mi intención
aclarar qué entiende la gente por ética, ni siquiera, qué se entiende desde el
Departamento de Filosofía por ética. Asumo la responsabilidad de lo que
escribo, ¿qué entiendo yo por ética?, lo narrado es simplemente un recurso, una
forma de llamar la atención del lector. Al entender que se trataba de, “un asunto cotidiano”,
propio de un lunes cualquiera, cotidiano, superficial y misterioso, tomé
conciencia de la situación, “¡cogimos alientos!”, como dice la copla de
“Florentino y el Diablo”, y aunque me sentía incómodo, recobré un nivel
adecuado de seguridad, ya que no tenía nada oscuro que ocultar.
--¡Siéntese, por favor, en qué puedo
servirle!—respondí con cierta hipocresía. Yo no tenía ánimo de servirle en
nada, menos durante un lunes en la mañana cotidiano, superficial y misterioso.
--“¡Quiero que me explique cómo es
posible que yo, el profesor “X”, por si usted no lo sabía con tal grado de
postgrado alcanzado, y con más de veinte años de experiencia como educador
perdí en un concurso de credenciales. Y para colmo, el ganador fue el profesor
“Y”, quien apenas tiene dos años de graduado. ¡Ah!, pero que estudió en la
misma universidad que usted” –recuerdo que expuso una serie de informaciones
referentes a su amplio currículo para justificar su justa reclamación, dando a
entender que se trataba de un caso claro de “tráfico de influencia”.
El tono de la reclamación era
fuerte, casi a gritos, lo que atrajo la atención y la presencia de algunos
colegas del Departamento de Filosofía. Yo pensé que la presencia de estos
profesores iba a intimidar al reclamante; pero él lo entendió como la presencia
de los testigos que necesitaba para fundamentar su justo reclamo. Le hice ver,
que en su caso particular, el problema consistió en que estaba fuera de los
límites de edad establecido como criterio de ingreso en un concurso de
credenciales en el reglamento de la Universidad de Carabobo… El reclamante
quedó mudo, “fuera de lugar”, yo no tenía la culpa de los criterios generales
establecidos. Por lo tanto, no se trataba del acto de corrupción que él
suponía, era cuestión de reglamentos…pero quise adornarme, hacerme el filósofo
para darle una lección, y confieso que
metí la pata…juzguen ustedes…
--… y además, usted no es egresado
en filosofía, ¿qué busca usted en el Departamento?, lo armé de nuevo, y la
respuesta no se hizo esperar…
--¿Y usted cree que yo no sé
filosofía?, vea mis calificaciones en el área. A mí siempre me ha gustado la
filosofía, pregúnteme lo que usted quiera— Me puse a la defensiva y dado la
presencia de algunos colegas, respondí…
--Dígame, ¿Qué es Ontología?—yo
sabía que alguien que no sea egresado en filosofía no tendría la más mínima
oportunidad frente a mi pregunta.
--A mí no me venga con palabras raras,
pregúnteme sobre la “Metafísica de Conny Méndez”, y además, el concurso es de
ética, tengo veinte años de servicios intachables en la enseñanza. Y yo sí
tengo experiencia para ser profesor de ética, no ustedes que no saben nada de
la vida…
No voy a seguir con los detalles de
la narración ocurrida aquel lunes cotidiano, superficial y misterioso, de
hecho, el desenlace fue legal, el reclamante no cumplía con la normativa
exigida por la Universidad para los concursos de credenciales y punto. Como resultado final, gané un
enemigo más, muy pocas personas aceptan perder un concurso de credenciales…Pero
las frases que hicieron de aquel lunes un día metafísico fueron las siguientes: “Yo tengo mucha ética”,
“veinte años de experiencias…” En estas frases quedó plasmado un concepto
determinado de filosofía y de ética.
Según lo anterior, la ética sería
algo que se tiene y que crece con los años de experiencia en la tarea
educativa, y consecuentemente pasaría lo mismo con la filosofía en general,
entre más viejo, más filósofo se debería ser. La filosofía “se hace en la
vida”, “todo es filosofía”, “todos hacemos filosofía”.
La ética sería cuestión de
experiencia vital acumulada, y se enseñaría con ejemplos de vida. Según esta visión, lo más absurdo sería
considerar la ética como una cuestión teórica. En el fondo, se trataría de una
ética que podría ser impartida por cualquier educador con años de experiencia
acumulados con una conducta irreprochable. Así la filosofía sería una
disciplina que puede ser enseñada por un educador que haya acumulado una
experiencia significativa y que sea un ejemplo viviente del ejercicio docente.
Ya que la filosofía sería una cuestión de vida, justificada en hechos concretos
de la profesión docente.
En el fondo, entre más se ha vivido más se
sabe filosofía, ética, teoría del conocimiento, antropología filosófica,
filosofía de la educación, ontología, metafísica occidental, lógica, filosofía
de la ciencia y todas las corrientes del
pensamiento como el idealismo, positivismo, existencialismo, marxismo,
pragmatismo, entre otros temas, “toda cabeza es un mundo”, “Todos tienen su
propia filosofía”. Sería bueno
considerar: “todos tiene su propia física”, y si esa afirmación los hace profesores de Física en alguna universidad, o
si aquellos de “cada cual tiene su propia psicología”, hace a cualquier
educador candidato adecuado para ser profesor de “Teorías del aprendizaje” en
el ámbito de la educación superior…Después, alejado en el tiempo, he
reflexionado sobre la seriedad de aquel reclamo, no por su contenido, ni
siquiera por la persona que lo hizo.
En este reclamo se encontraba el
centro del problema propio de cualquier reflexión filosófica de la actualidad
por el personaje y la generalidad de esta posible visión sobre la reflexión
filosófica; es decir, muchos piensan que la filosofía y todas sus ramas, como
la ética, es cuestión de “vida”, y no de “teorías vacías”, al punto de que la
mayoría no entiende el motivo por el cual la ética es una asignatura filosófica
y no por ejemplo, un área de las ciencias pedagógicas. En tal sentido, la
profesora Ramos M (2000), en su libro
“Para educar en Valores”, presenta la ética como una reflexión esencialmente
filosófica:
La ética en sentido académico es la filosofía moral,
o disciplina filosófica que estudia las reglas morales y su fundamentación.
Mientras que la moral tiende a ser particular, por la concreción de sus
objetos, la ética tiende a ser universal por la abstracción de sus principios.
La ética se ha convertido en una de las disciplinas filosóficas más fecundas y
versátiles pues a través de ella se realiza el análisis y la fundamentación de
los conceptos básicos para la interpretación de las costumbres y valores como
la libertad, justicia, el bien o el buen vivir. (p. 93)
No obstante, según los ignorantes de
la filosofía, la ética tendría que ser una asignatura concreta, del hacer, del
ejemplo y nunca de la reflexión. La ética, y cuidado si no toda la filosofía
tuviese que ser una ciencia social de la conducta, parte del universo, de lo
dado, de lo medible, y no de la conciencia, como manifestación de la conciencia
que se transciende en lo personal, más
allá de cualquier intento de reducir a su dimensión ontológica a la ética y a la filosofía en
general.
Entendí que aquel profesor había dado en el centro de la reflexión filosófica
actual, especialmente en el campo de la ética o de la enseñanza de valores,
cuestión que está de moda. Opino que no hay nada peor para la reflexión
filosófica que “estar de moda”, ya que
la bibliografía respondería a intereses económicos y no al avance de la
conciencia reflexiva y filosófica.
Actualmente, nos encontramos con el hecho de
que todo el mundo “sabe filosofía”. Por
su puesto, en nuestro caso todo el mundo
“sabe y tiene una ética”, y si se trata de un educador, pues ya es
profesor de ética, gracias a los años de experiencia docente acumulados. Estoy
de acuerdo con Barragán (1999) cuando expone una reflexión de Hegel:
Hay una frase de Hegel que apunta al esclarecimiento
de este hecho y que aún hoy vale la pena tomar en consideración: “Esta ciencia
tiene la mala suerte de que aun aquellos mismos que nunca se han ocupado de
ella se imaginan y dicen comprender naturalmente los problemas que trata, y ser
capaces, ayudados de una cultura ordinaria, y en especial de los sentimientos
religiosos, de filosofar y juzgar en Filosofía. Se admite que, respecto de las
demás ciencias, sea preciso haberlas estudiado para conocerlas, y que sólo en
virtud de dicho conocimiento se esté facultado para formular un juicio sobre ellas.
Nadie duda que para hacer un par de zapatos sea preciso haber aprendido y
ejercitado el oficio de zapatero, aun cuando cada uno de nosotros tenga la
medida de su zapato en sus propios pies, y tenga manos, y con ellas la
habilitación natural para dicho oficio. Sólo para filosofar no se necesitará ni
estudio, ni aprendizaje, ni trabajo... (p.12)
Pero centrándonos en el tema,
qué entiendo por ética, expondré una
primera aproximación: “la ética es una disciplina filosófica que trata sobre la
dimensión metafísica de la conciencia particular y dialéctica que se desarrolla
en relación esencial con el otro, desde
un sentido transcendental de la existencia”, así de sencillo. Esto significa,
entre otras cosas, que la ética no es una ciencia científica y objetiva en lo
absoluto. Sea anatema todo aquel que
piense que la ética es una “habilidad”, algo que se tiene. El hombre no tiene
ética, es esencialmente ético. Max Scheler (1976) en su libro “El puesto del
hombre en el cosmos”, nos presenta al hombre como un ser espiritualmente libre
capaz de trascender el nivel animal de los impulsos y de las necesidades
establecidas por el medio, lo cual considero como el fundamento antropológico
de la estructura ética de la persona:
Si colocamos en el ápice del concepto de espíritu
una función particular del conocimiento, una clase de saber, que sólo el
espíritu puede dar entonces la propiedad fundamental de un ser “espiritual” es su independencia, libertad o
autonomía existencial – o la del centro de su existencia – frente a los lazos y
a la presión de lo orgánico, de la “vida”, de todo lo que pertenece a la “vida”
y por ende también de la inteligencia impulsiva propia de ésta. Semejante ser “espiritual” ya no está
vinculado a sus impulsos, ni al mundo circundante, sino que es “libre frente al
mundo circundante”, está abierto al mundo, según expresión que nos place usar
(p. 55).
Sería un grave error pensar que le
ética es una ciencia “sociológica”, “psicológica”, “pedagógica”, o de cualquier
otra rama de la ciencia, es simplemente
y esencialmente un asunto de la filosofía. Cuando aseguro que es una disciplina
filosófica, entiendo que se trata de una reflexión propia de la conciencia
personal y dialéctica, enmarcada en fundamentos epistemológicos, ontológicos,
antropológicos y metafísicos, de no ser así, simplemente no se podría hablar de
una reflexión propiamente ética. Sánchez Adolfo (1969) es preciso cuando
señala su opinión al respecto:
La ética
no puede dejar de tener nunca como fondo la concepción filosófica del hombre
que nos da una visión total de éste como ser social, histórico y creador. Toda
una serie de conceptos que la ética maneja de un modo específico, como los de
libertad, necesidad, valor, conciencia, socialidad, etc., presuponen un
esclarecimiento filosófico previo. Asimismo, los problemas relacionados con el
conocimiento moral, o con la forma, significación y validez de los juicios
morales requieren que la ética recurra a disciplinas filosóficas
especiales como la lógica, la filosofía
del lenguaje y la epistemología (p. 27)
De tal manera, que la misma
naturaleza de la ética define el perfil del profesor de la misma. Solamente aquellos educadores que han sido
formados desde la filosofía estarían “licenciados” adecuadamente para impartir
clases de filosofía y en consecuencia de la ética. De no ser así, lo más probable sea que las
clases impartidas por docentes no formados en filosofía se conviertan, en
nombre de la ética en “reflexiones de
vida”, pero que muy poco tendrían que ver
con el verdadero sentido de las reflexiones éticas.
Cuando el profesor no es egresado en
filosofía, las clases de ética suelen convertirse en laboratorios psicológicos
de integración grupal y de desarrollo de la autoestima, temas muy interesantes
y necesarios, pero que tienen muy poco que ver con la formación ética
transcendental. En este sentido, entiendo por transcendental la realidad
metafísica que no puede ser reducida a lo ontológico. Prefiero el término
“ontológico”, al de “objetivo”, porque lo metafísico puede ser objetivo en
cuanto a que no se reduce a la conciencia, o al ser percibido por la
conciencia.
Entiendo que lo que no he definido
hasta el momento, con suficiente claridad, es mi definición de la naturaleza de la conciencia personal y
dialéctica, el “yo personal”, “la persona”, por el momento se entenderá como la
conciencia en cuanto es capaz de ser ética. Cuando el profesor no está formado
en filosofía, muestra su incoherencia con la asignatura de la ética empezando
con la bibliografía que suelen utilizar, basada en textos que más que formar en
cuanto al contenido de la ética, procuran el éxito publicitario y se centran en la necesidad de “venta”
manipulando y maltratando el nombre de la
Ética: “Ética y valores”, “Enseñanza de la ética”, “la ética para niños”, “la
ética para maestros”, “la ética para vendedores”, “la ética para ser un
triunfador”, “la ética para sentirse bien”, “la ética para lotería”, entre
muchos otros títulos de la misma profundidad filosófica. Lo que está de moda no
es la reflexión sobre las diferentes concepciones éticas, o de las diferentes
opciones éticas, o sobre la fundamentación filosófica de los valores, o sobre
la naturaleza de los valores.
No se trata de participar en foros o
debates ideológicos sobre el tema de la ética: la ética marxista, la ética
pragmática, la ética cristiana, la ética racional, la ética de la modernidad,
la ética existencialista, la ética psicologista, como solía ocurrir en épocas
anteriores, cuando la ética era objeto de reflexión del más alto nivel
académico, como una parte esencial del saber propio de la humanidad.
Al principio del siglo XX, por
ejemplo, se produjo en el ámbito internacional un debate sobre las mismas bases
de la reflexión filosófica sobre la ética – cuestión muchas veces ignorada por
algunos profesores actuales de la ética del sentirse bien, “tú estás bien, yo
estoy bien”. Estas reflexiones filosóficas han servido de base para las
posteriores reflexiones de las diferentes disciplinas del conocimiento de la
humanidad.
La ética no era para ellos una
reflexión superficial, sino la reflexión que definía el verdadero sentido
existencial del pensamiento
expuesto. Pero lo que hay que resaltar,
más allá del contenido es la seriedad y la profundidad de las reflexiones
filosóficas que fundamentaban las éticas propuestas. Empezando el tercer
milenio nos encontramos en una época en donde la ética está de moda. Y la
esencia de la moda, su razón de ser en la sociedad actual –por lo menos en eso
sí es coherente—consiste en su valor de venta. La moda produce rendimientos y
ganancias económicas, he aquí su verdadero sentido. De no ser así, no tendría
razón de existir, y por lo tanto pasaría de moda. No vale la pena producir lo
que no se traduce en ganancias económicas. Lo demás poco importa, o se
convierte, como los profesores del éxito afirman, en “pura teoría sin valor”.
Ahora bien, si se llegase a estas
conclusiones, porque se es consciente de la filosofía pragmática que
sostiene la negación de la ética
como mera reflexión y la fundamenta como
búsqueda de lo útil, yo estaría conforme, porque se trataría de una opción
consciente y válida, sin importar mi
posición personal frente a las propuestas pragmáticas. Pero si la negación de
la ética como reflexión filosófica se hace desde la ignorancia…, no hay nada que
decir, y mucho que lamentar. La negación de la ética como reflexión filosófica
solamente es válida desde la misma reflexión filosófica, y no desde la total
ignorancia de lo que se afirma ¿Por qué la ética está de moda? ¿Acaso porque se
siente la necesidad antropológica de profundizar desde la filosofía sobre el
sentido de la vida? ¿Se trata de proponer o defender algún sistema ideológico
de pensamiento? ¿Por razones de interés filosófico? ¿Por necesidad de
sabiduría?
Simplemente pienso que el lema
“Crisis de valores” se ha puesto de moda, de ahí la ética como tema de
moda de la venta de libros. No existe
ninguna otra razón. La cultura del mercado y de la ganancia se ha convertido en
la esencia del quehacer de la filosofía de los intelectuales ignorantes.
La
existencia de la llamada crisis de valores –la cual es discutible—ha
resultado el lema ideal de la justificación, ya
que desvía hacia la nada, hacia
el mundo irreal, la atención de las verdaderas causas y de los verdaderos
responsables de la marginalidad y de la miseria de la mayoría y nos lleva a
reflexionar sobre la responsabilidad de la crisis de valores en donde todos somos igualmente
responsables, lo que se traduce en que
nadie es responsable. Por qué mueren millones de niños, porque hay crisis de
valores. De esta forma los intelectuales del éxito hacen, desde su intereses económicos, por
supuesto, el juego ideológico de la
complicidad del estado social de la humanidad actual, a pesar de sus
credenciales curriculares.
Los intelectuales superficiales
suelen ser los mejores “tontos útiles”, de los verdaderos y conscientes
filósofos del pragmatismo de mercado, quienes sí saben lo que están haciendo. Ningún proceso educativo es neutro desde el
punto de vista ideológico. La ignorancia de estos profesores favorece el
crecimiento de la marginalidad y de la miseria de la mayoría. Como el problema
consiste en la crisis de valores, la ética se convierte en el
puente nunca cruzado, desde el cual se habla de valores y de la moral como
problemas educativos desde una perspectiva totalmente conductista.
La consecuencia es lógica, si hay
crisis de valores, la solución tiene que consistir en superar esa crisis de
valores a través de la educación formal, de la escuela. Se trata de educar en
valores, a través de programas educativos, talleres, módulos, charlas. Creo que
pasará todo el tercer milenio y ningún programa de educación en valores
resolverá la problemática social de la marginalidad, ya que “el jarabe para la
tos, no cura el cáncer pulmonar”. García
Beatriz (1996) en su obra “Educación en Valores”, advierte sobre el contenido
ideológico de la llamada “crisis de valores”:
Es necesario puntualizar dos ideas que se desprenden
de este discurso: La crisis de valores se genera porque los venezolanos no
asumen un comportamiento ético adecuado para alcanzar el bienestar social y el
desarrollo de la nación. La escuela tiene la tarea de formar los ciudadanos
para que transformen sus valores y asuman otros más cónsonos con el desarrollo.
Cree que la “crisis de valores” se genera
por la “manera de ser” del venezolano, significa creer que el problema de la
crisis de valores es un problema de los individuos, de los vacíos en su
formación y cultura que les impide asumir los comportamientos adecuados en una
sociedad que intenta alcanzar la modernidad. Por otra parte, dado que el
problema de los valores es un problema del “comportamiento del venezolano”, el
énfasis de la sociedad para resolver la situación se pone en que la escuela
fortalezca su tarea de formación moral. En definitiva, es educación lo que se
necesita para salir de la crisis de valores. (p.9)
Aclaro que no es mi intención
escribir, por ahora, acerca de “la ética
del oprimido”, “ética y liberación”, temas que para mí están pendientes, y cuya
reflexión muy válida se ha quedado a mitad de camino. No quiero que ningún
lector, de esos que juzgan la calidad de un escrito por “la bibliografía” que
se expone, me encasille pensando, “ah, ya sé por dónde viene éste con ese
discurso trasnochado de la década de los sesentas del siglo pasado” Prometo no
tocar el tema, para evitar que los intelectuales de la enseñanza de los valores
adivinen con esa profundidad tan de ellos, mi “discurso rancio”, no pienso
darle el gusto, voy a insistir en la
cuestión de la llamada crisis de valores.
Si el tema de moda es la crisis de valores, la
publicación de moda girará en torno a la educación en valores, ¿cómo surge la
ética como tema de reflexión? Simple, por muy ignorantes que puedan ser en el
tema, saben que al hablar de valores tienen que hablar de ética, aunque no
sepan filosofía. Y como la idea es vender, escriben cualquier cosa, total, no
hacen nada malo, por el contrario se supone que están formando los nuevos
ciudadanos de la nueva humanidad. El resultado es fatal y en esos textos de
educación en valores se encuentran las ensaladas más incoherentes de reflexiones
éticas, filosóficas, de moral, de religión, de valores y de todo lo que se les
pueda ocurrir, lo importante es que el libro quede bonito y tenga frases
hermosas llenas de sabiduría. Y ¡claro!, que se les reconozca a ellos como grandes autores de ética y se les pague
por su trabajo.
Lo siento pero es así en la mayoría
de los casos. Hay excepciones, por ejemplo, Fernando Savater. Yo no estoy de
acuerdo para nada con sus postulados filosóficos, pero debo reconocer y
quitarme el sombrero ante un autor que de verdad sabe filosofía y de la ética
que propone y defiende. Yo personalmente lo admiro, como uno de los pocos
autores de moda que realmente es un ejemplo del hacer filosófico. Pero repito,
él es una excepción.
En mucho de esos textos de educación
en valores, se comienza defendiendo la ética como una disciplina filosófica, y
algunos hasta se atreven a presentar una teoría de los valores, pero unos
cuantos párrafos más adelante, lo echan todo a perder. Resulta lógica esta
ensalada, porque no saben de lo que hablan, pero saben que tienen que tocar el
tema. Les hace falta entender, que es precisamente la ética el fundamento de la
teoría de los valores y de la moral que proponen como objeto de enseñanza.
Pero alguien que piense que la ética
filosófica es pura paja, nada coherente podrá afirmar acerca de la enseñanza de
los valores. Cuando este proceso no se entiende, nos podríamos encontrar con
textos que supuestamente hablan de educación en valores, y nos presentan una
serie de relatos muy bonitos, que en tal caso podrían servir para dinámicas
grupales, pero no para una fundamentación filosófica de los valores que se
pretenden transmitir.
Un texto para la reflexión grupal sobre temas
de vida, no es una reflexión ética, menos, una educación en valores. Pero como
lo bonito se vende, se le pone el nombre de moda de educación en valores a
cualquier cosa. Lo que les falta a estos autores es precisamente ética
profesional. En los profesores ignorantes de la filosofía y de la ética se
explica desde la necesidad de supervivencia, algo tienen que hacer para vivir,
y si tienen que mentir en el salón de clase, se hace y punto, ya sea de manera
consciente o inconsciente.
Desde el punto de vista de los
autores de textos de enseñanza de los valores, desde una ignorancia de las
reflexiones filosóficas propias de la ética, la cuestión se reduce a la
necesidad de reconocimiento y de ganancias económicas de la forma que sea. Y
eso sencillamente deja mucho que desear. La verdadera educación en valores se
fundamenta en esa “reflexión teórica y filosófica”, que a veces llaman “paja”.
De no ser así, la educación en valores no sería más que condicionamiento
inmoral. Existe un camino que nos lleva hacia la reflexión ética: Teoría del
conocimiento, ontología, metafísica, antropología, historia de la filosofía,
historia de la ética, moral, teoría de los valores, entre otros temas
filosóficos para poder comprender el
mínimo de contenido que se pretende enseñar.
Si no se posee la formación
filosófica mínima necesaria, lo escrito sería un montón de tonterías al
servicio del crecimiento de la miseria y de la marginalidad, y casi siempre en nombre de una supuesta
educación en valores. García Beatriz (1996) insiste en el contenido ideológico
y alienante de la supuesta crisis de valores y
de la educación de valores como la solución del problema:
Más que la proclamada crisis de valores, lo que
estamos viviendo es la consecuencia de la frustración masiva que produce la
imposibilidad de vivir de acuerdo con los valores que nos han impuesto o si se prefiere
“enseñado” por todos los medios. El resultado de más de cincuenta años de
modernización capitalista en Venezuela es la difusión de los valores propios
del capitalismo consumista en todos los estratos sociales. Junto a una
estructura de relaciones económicas que impide objetivamente a la mayoría de la
población realizarlo en su vida cotidiana, mientras una pequeña élite los vive
ostentosamente. (p. 11)
Una de las expresiones favorita
dentro del sistema educativo de los intelectuales ignorantes, consiste en
afirmar que “la ética es un eje transversal”. Me gustaría saber si estos
profesores están conscientes de la relatividad moral que proponen. Y si están
conscientes de las consecuencias del relativismo ético y moral que proponen con su “eje transversal”. Me
imagino que no tienen, ni pueden tener la más mínima idea de la filosofía que
transmiten. Cuando hablan de que la ética es un
eje transversal, afirman, de manera enfática y muy repetida que la ética
no se enseña, sino que está presente en todo acto educativo y que por lo tanto,
los alumnos no necesitan aprender esa ética teórica, sino que la aprenden por
osmosis, con el contacto con los educadores, como cada educador es un ejemplo
de la ética profesional, en toda relación educativo se enseña la ética.
De modo, que la esposa de un ingeniero, en
pocos años de relación con su esposo aprende ingeniería y hasta podría ser
profesora en cualquier facultad de ingeniería del país. Sin exagerar, todo
educador tiene una didáctica educativa propia, que la muestra en su acto
educativo, para qué enseñar didáctica, si se puede aprender con la relación
diaria. La ética no es una conducta, aunque condicione el comportamiento
humano, es una disciplina filosófica que fundamenta y da sentido al quehacer
existencial del ser humano.
Nada existe más contradictorio que
la ignorancia sobre una disciplina filosófica concreta como la ética, y que sea
esta ignorancia la mayor virtud de un profesor de ética y el fundamento de la
enseñanza en valores que transmite con
orgullo. No hay derecho, nuestros alumnos merecen algo mejor. Hasta el momento he expuesto suficientes
datos para señalar lo que entiendo por ética; sin embargo, confieso que no he
fundamentado mi posición. No he hablado de lo que entiendo por “persona”, o conciencia
dialéctica. ¿Qué es el hombre? ¿Qué entiendo cuando afirmo que el hombre es
estructuralmente ético?
Ya termina el lunes superficial y misterioso,
mañana escribiré algunas líneas referentes a este tema…
REFERENCIAS
BIBLIOGRAFICAS
GARCIA. B. “Educación en Valores”. Ed. Fe y
Alegría. Caracas 1996.
RAMOS. M. “Para educar en valores”.
Ed. UC. Valencia – Venezuela 2000.
SANCHEZ. A. “Ética”. Ed. Grijalbo.
México 1969.
SCHELER. M. “El Puesto del Hombre en
el cosmos” Ed. Lozada. Buenos Aires 1976.
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