María
Guadalupe Ramos: La Educación en Valores.
Prof. Gerardo Barbera
RESUMEN
Este trabajo es un
ensayo sobre el problema de la educación en valores como tema central de las
propuestas educativas y axiológicas de la Profesora María Guadalupe Ramos. Este
ensayo es una breve presentación de las ideas fundamentales de la ética trascendental
en función de la educación de la persona en todas sus dimensiones
antropológicas. La profesora Ramos presenta una antropología integral, en donde
el hombre se entiende principalmente como ser espiritual y creyente en Dios
Padre, como marco del sentido de la vida del hombre y de la humanidad, más allá
de la superficialidad consumista que se presenta actualmente como horizonte del
éxito personal.
Palabras Clave:
Educación en Valores, Dios, Trascendencia.
MARÍA GUADALUPE RAMOS: VALUES EDUCATION
ABSTRACT
This paper is an essay about the issue of Values Education as a central
subject of Professor Maria Guadalupe Ramos´ educational and axiological
proposal. This article is a brief presentation of the fundamental ideas of
transcendental ethics on the basis of the education considering anthropological
dimensions. Ramos introduces an integral anthropology where the man understood
primarily as a spiritual being and a believer in God. These ideas are presented
within a framework of man and their life humanity sense beyond the consumer
superficiality that is presented today as personal horizon “success”.
Key words: Values Education, God, Transcendence.
María Guadalupe Ramos: La educación en valores
La dimensión del pensamiento filosófico que se ha
convertido en el reto de esta generación, consiste en la discusión sobre las
alternativas de propuestas sociales y de sentido de la existencia personal. En
consecuencia, dentro del marco de este siglo que comienza, la cuestión moral
surge en un primer plano como cuestión existencial. Por tanto, antes de entrar
en los problemas políticos, económicos y educativos, se hace necesario situarse
ante las opciones ontológicas, ya sea desde un mundo fundamentado en lo
trascendente, o un universo material reducido a su inmanencia, como fundamento
de la existencia moral.
Es decir, la moral, las opciones axiológicas y la
vivencia de los valores, responden a fundamentos ontológicos, que determinan el
sentido de la existencia personal y el sentido teleológico de los proyectos
sociales, que se hacen realidad en las acciones políticas, donde la propuesta
antropológica puede que se reduzca a la lucha por el consumismo, donde el
hombre de éxito, sería quien más consume.
De hecho, el tema de los valores, y en consecuencia, la
educación en valores, al menos, supone opciones ontológicas trascendentes o
inmanentes que la fundamentan como propuesta ética y políticas, y así se hacen
vida en una comunidad existencial concreta e histórica. Este fundamento
ontológico está manifiesto en todo el sistema educativo que se propone desde el
mismo seno cultural de la sociedad. Así, entre los temas más necesarios
mencionados en el área de la educación, en función de los retos propios del
proceso de globalización cultural que viene imponiendo la cultura occidental
dominante, destacan los referidos a las propuestas en torno a la reflexión
acerca de la posibilidad de la “Educación en Valores”, desde una realidad
comunitaria y concreta, como el modo existencial cotidiano de reflexionar sobre
el verdadero sentido de la vida personal y social en búsqueda de lo que Ramos,
M (2001) indica como reflexión sobre la propia vida:
La educación pasa
también por una crisis que más de valores, es de desvalorización, como la
sociedad en la que tiene su marco referencial. Se vive hacia fuera, asomado al
mundo de las cosas, olvidado de buscar los valores que, en cada una de esas
cosas, hechos y personas existen y conviven. El hombre moderno vive más hacia
fuera, que interiorizando los hechos, pensando más tecnológicamente que humanamente.
Son los signos de la postmodernidad; rapidez, innovación, poca reflexión sobre
la propia vida” (p.247)
En lo esencial,
la dimensión moral del hombre ha sido un elemento determinante en la historia
política, económica del pensamiento y de la cultura de los pueblos
occidentales. Así, pues, desde el nacimiento de nuestra cultura en la antigua
Grecia, la ética surgió como la reflexión filosófica acerca de las razones que
fundamentan las diferentes opciones de marcos morales, que se propusieron como
razones del sentido de la vida y, de modo especial, de la práctica política y
de la estructura total de la sociedad, como justificación de las guerras contra
los más débiles.
Es decir, todo imperio justifica moralmente la
esclavitud de los vencidos. Por tanto, la ética de la sociedad del siglo XXI
tiene que ser sincerada en función de una realidad cada día más justa, más
humana. De aquí, la importancia de la formación de una conciencia justa y recta
moralmente, y esto es un proceso educativo de formación en valores.
Es por ello que
toda reflexión realizada como fundamento de una moral propuesta, presenta, de
manera implícita o explícita, una concepción antropológica y social dentro de
una opción trascendental o inmanente como razón de la existencia. En otras palabras,
la ética fundamenta el modo real de vivir y entenderse como seres humanos, quienes siempre actúan desde sus
propias valoraciones adquiridas en la vivencia desde la cultura de su comunidad
determinada en tiempo y espacio concretos. Las valoraciones son éticas y
existenciales que se adquieren en un proceso educativo formal e informal. La
valoración ética es esencial al hombre, y éste la adquiere por aprendizaje.
Sin embargo, la
construcción de una consciencia sobre el sentido de la vida y de las opciones
morales no se da de manera automática, ni en dirección lineal, sino en una
relación existencial, concreta y compleja a través de un proceso de
socialización o de educación. Las concepciones éticas, antropológicas,
ontológicas y epistemológicas se construyen en estrecha relación compleja, como
la vida misma, en función de la felicidad existencial.
La educación en valores se da en la historia de vida
personal y comunitaria. La valoración ética no se reduce a la abstracción de
principios morales, se trata de la vida misma. De hecho, Ramos, M (2004)
concibe la formación moral como condición del saber vivir y de la verdadera
felicidad: “La felicidad es para quien sabe vivir, la fuente de valores que sin
duda alguna se transmitirán con la propia vida (…) Si supiéramos mirar siempre
al cielo, terminaríamos por tener alas” (p.183)
En lo esencial, la concepción antropológica que
fundamenta las diferentes posturas éticas, determina la moral concreta que se
plantea como camino ideal del hombre y de la humanidad, pero, además, se da esa
relación en sentido contrario. La vida es complejidad en sí misma y transciende
los pretendidos análisis lógico-racionales. En las opciones filosóficas y
existenciales no se dan las relaciones matemáticas, lógicas y racionales de
causa y efecto, sino la complicada construcción en la vivencia cotidiana de un
proyecto de vida con sus aciertos y errores.
Por tanto, la
comprensión de una propuesta Ética o de Moral, tendría que realizarse desde la
hermenéutica como opción epistemológica de comprensión, entendida como
interpretación del sentido de la vida que el autor propone, lo que sugiere el
estudio hermenéutico de los fundamentos ontológicos, antropológicos, epistemológicos
y morales que se encuentran como pilares de las propuestas éticas, es decir, la
comprensión de las propuestas éticas de un autor, se construye desde el
análisis filosófico y existencial de las mismas. No se trata de pretender ser
objetivos, neutros o imparciales; sino, de buscar el sentido existencial que
propone el autor en los textos de ética.
En efecto, es
innegable el hecho de que estamos viviendo en una sociedad sin brújulas claras
en cuanto al sentido moral de la existencia. Sobrevivimos sumergidos en un mar
de caprichos morales. Nos encontramos existencialmente en un agujero de
incertidumbre y de relativismos fundamentados en la supuesta libertad
individual, o la proclamación del egoísmo absoluto como sentido de la vida, de
la historia personal y comunitaria. Así, pues, los grandes mensajes de carácter
religioso y los sistemas de naturaleza ideológica, se encuentran en crisis, o
por lo menos, en lo que se refiere a la vida concreta de las personas, han
perdido su influencia orientadora. La educación en valores es un problema
urgente de vida o muerte de la humanidad. O se educa para la vida, o se vive
para la muerte.
La cultura
occidental está viviendo una época de incertidumbre moral, donde el hombre se
siente como arrojado a un mundo desconocido y sin reglas de vida, tendiente al
vacío y al absurdo existencial. Cada persona se encierra en sus propios
problemas, en su propia casa, en su propia familia, pero hasta ahí, se huye al
compromiso con el vecino, la solidaridad y la fraternidad parecen no tener
sentido. La competencia a muerte por el éxito personal corrompe la estructura
moral del hombre actual. Este hecho de la crisis en cuanto al sentido de la
vida es perturbador y conlleva al hombre a hundirse en un mundo de hambre y
muerte para la mayoría y de consumismo absurdo para la minoría. Pero, en fin,
es el absurdo quien devora la existencia del ser humano al comienzo del nuevo
milenio.
La propuesta de Ramos, M (2005) es la educación
centrada en el ser humano, en sus cualidades, en sus potencialidades: “Quizás,
si nuestra manera de educar es humanista, creativa, liberadora, motivadora y
tolerante algún día, a alguno de nuestros alumnos, aún cuando no recuerde
nuestro nombre, se le oirá contar a alguien: Había una vez un profesor... una
profesora... y será bonito escuchar la historia que contará” (p. 1)
El síntoma más evidente que nos muestra el nivel de
crisis de la sociedad del siglo XXI, se encuentra en el relativismo moral y
epistemológico. Este relativismo actual a veces parece absoluto y se proyecta
como solución, o como opción desesperada ante el problema del sentido de la
vida, dentro de una concepción de la libertad absoluta del individuo, el cual
es interpretado como una mónada, o si se prefiere, como una abstracción, una
idea solitaria e independiente en sí misma, y por lo tanto inexistente. El “Yo
personal” se ha convertido en el centro del universo, en el único criterio para
el bien y para la verdad, lo verdadero y lo bueno dependen del capricho o de la
opinión personal. Actualmente, carece de sentido hablar de iglesias, o de Dios.
El hombre se cree amo del universo. A veces se le
olvida que sin Dios no sería más que un simple mortal, un animal de este
solitario planeta. Sin embargo, más allá de la concepción ideológica o
pragmática que la persona tenga de sí y de la sociedad, el hombre es en sí
relación con lo otro. Desde que es concebido hasta la muerte el ser humano
existe siempre en complemento con el otro, y con lo otro. La persona es un
sujeto con identidad y personalidad propia, pero, esencialmente en relación con
los otros. De ahí, que la vida es compromiso social.
La vida nace,
crece, se desarrolla y trasciende en un ámbito social y comunitario. De modo,
que el egoísmo es la negación de la naturaleza humana. La vida es relación, el
egoísmo es la muerte. En cierto modo, desde la perspectiva conceptual antropológica,
el tema del compromiso social se ha apartado de las reflexiones éticas o
morales, y hasta de algunas concepciones religiosas. Vale decir, la lucha por
el consumismo produce el egoísmo y el no-compromiso. Al entrar en crisis las
grandes religiones y los grandes sistemas ideológicos, como fuentes seguras y
aceptadas universalmente como sentidos de la existencia, la salida no ha
consistido en hacer desaparecer todo elemento religioso ni todo sistema ideológico,
sino, por el contrario, aparecen religiones para todos los gustos, ideologías
políticas para cada cual y, sobre todo, valores morales ajustados al capricho
de cada persona. En definitiva, el relativismo moral hace surgir el capricho
personal. Luego, todo: religión, moral, política, educación, comunicación,
ciencia…, se subordina al capricho personal. Y el capricho personal no
construye, lo destruye todo.
Según Ramos, M (1997), la vida no puede consistir
solamente en la eterna lucha del hombre contra el hombre, en un afán de
consumismo desenfrenado basado en el relativismo personal, se hace necesario
educar en valores reales de compromiso social: “Debido a esto, y al mundo
cambiante y convulsionado que se debe vivir, surge la llamada crisis de
valores, a la que la educación durante el desarrollo de su historia, ha querido
dar respuesta, y que en este momento se convierte en una necesidad
impostergable”. (p.15)
El relativismo
epistemológico, donde cada cual tiene su propia verdad, y el relativismo moral,
donde lo bueno y lo malo depende del gusto personal, se fundamentan en una antropología
del egoísmo radical en nombre de la libertad. Desde esta opción axiológica, la
concepción acerca de la naturaleza del ser humano sería algo inexistente, un
vulgar engaño al servicio del consumismo capitalista, que desprecia cualquier
intención de compromiso social, negando a la humanidad el sentido trascendental
de su historia, porque el relativismo epistemológico y moral nacen y mueren en
el gusto subjetivo, y a veces caprichoso del individuo que valora.
Así, pues,
valoración y valor ontológico coinciden para quienes optan por el relativismo
axiológico y epistemológico. De hecho, desde la antropología del egoísmo todo
parece terminar con la muerte, de ahí que la vida consista en consumir y
disfrutar lo que se pueda, mientras se pueda. El absurdo se convierte en el
vacío del sin sentido de la existencia placentera que termina con los primeros
síntomas de la vejez.
En efecto,
dentro del campo moral de esta sociedad en crisis que presenta el relativismo
ético como horizonte de vida, la formación ética y moral del hombre en función
de su ser siempre en relación con el otro, desde una vida de compromiso y solidaridad,
es urgente. Por tanto, la formación de una consciencia capaz de opciones
valorativas, se convierte en una tarea prioritaria y necesaria dentro del área
educativa, se trata de formar a la persona para la valoración axiológica que
trascienda lo meramente consumista y mercantil, en una sociedad tiránica en
donde el éxito se reduce a lo económico.
En el fondo, Dios se convierte en la razón de la
existencia del hombre, en cuanto fundamento moral de la vida personal y social.
Por otra parte, no se puede cerrar los ojos frente a la realidad y pretender
que el relativismo no existe, el compromiso comienza en la vida y en la
conciencia de cada educador. De lo que se trata es de educar a las personas
para que sean capaces de formarse en la dimensión de los valores, dentro de la
sociedad real y no en la vivencia ilusoria de una sociedad irreal, pero
enajenante. La cotidianidad exige el compromiso a favor del desposeído. El
rostro del marginal nos llama al compromiso ético.
En tal sentido, la profesora Ramos (2000) indica en
cuanto a la urgencia de la necesidad de la educación en valores, lo siguiente:
Se ha dicho que el
problema de la Educación en Valores, no es nuevo y eso resulta fácil
demostrarlo, lo que no resulta fácil, pero si urgente, es la necesidad imperiosa
de promover el conocimiento sobre un tema tan trascendente, cuando la sociedad
necesita cambios profundos en función de hacer emerger un nuevo modo de vida,
para enfrentar la globalización, la pluriculturalidad y las transformaciones
que la Postmodernidad impone con su ausencia de valores éticos-morales. (p.
Xiii)
Se trata de determinar hasta qué punto es posible
educar en valores trascendentales y no en valores consumistas y materialistas,
que producen y se alimentan de una antropología del absurdo, cuyo sentido
existencial se centraría en la oscuridad de la tumba. De este modo, el problema
nos lleva a reflexionar en cuanto al cómo enseñar la vivencia de valores y en
relación al contenido trascendental de las propuestas axiológicas desde la fe
en Dios.
De modo, que las propuestas educacionales presentadas
por Ramos, M, se van a centrar en dos dimensiones claras: acerca del método y
en torno a un marco referencial de valores que apunten hacia todas las
dimensiones esenciales del ser humano entendido como complejidad existencial.
En el fondo se presenta una propuesta antropológica que puede ser fomentada
desde el área de la educación formal, de ahí los cuatro elementos que conforman
el horizonte antropológico propuesto: Aprender a Ser, Conocer, Hacer y Vivir en
Sociedad. Pero desde una dimensión cristiana fundamentada en la presencia de
Dios. Para Ramos, esa presencia transformadora de Dios Padre en el corazón del
hombre sería el horizonte de una nueva humanidad. Dios es la razón de la
existencia. Sin Dios el hombre se pierde en la oscuridad del absurdo y de la
existencia vacía, sin sentido.
Efectivamente,
la tarea consistiría en dar un enfoque formativo, cristiano y trascendental al
proceso educativo. No puede haber verdadera educación en valores, sino se
fundamenta en la existencia y presencia real de Dios. En concreto, la educación
escolar procura la formación integral de la persona, por tanto, no puede
consistir solamente en transmitir información necesaria para adaptarse al mundo
consumista. Ni siquiera se trataría de una educación en valores universales de
corte meramente históricos y sociales en la procura de lo que algunos han
llamado valores mínimos de convivencia. La educación se plantea como un proceso
trascendental, en cuanto a sus objetivos y en cuanto a su alcance, la educación
escolar no se puede reducirse a un sistema de talleres instruccionales.
No es suficiente producir conocimientos, sino formar
personas. Por eso, Ramos, M (1999) nos acerca a su propuesta sobre el sentido
cristiano y real del proceso de educación:
La educación es la llamada a dar respuesta a
esta situación cambiante, porque es la posibilidad de realización de los
ideales humanos. La educación tiene fines inmanentes que influyen directamente
en un grupo determinado, y fines trascendentes que sobrepasan el grupo concreto
y abarcan ámbitos universales y sobrenaturales. Este ámbito de trascendencia es
el que ha sido relegado, quedando de lado en la práctica educativa, situación
que ha dado como producto, una educación desvalorizada y desvalorizadora, donde
la experiencia de vida, los valores que dan sentido a las costumbres, a los
hábitos, a las tradiciones, y hacen que los seres humanos se sientan orgullosos
de su idiosincrasia, su identidad y sus capacidades personales, han
desaparecido. (p.18)
De hecho, la
profesora Ramos nos presenta una constante en todas sus obras: siempre giran en
torno a la importancia de la Educación en Valores Trascendentales de cada uno
de los miembros de la sociedad, como condición necesaria de su educación
integral. El hombre se entiende como vocación a lo trascendental, como
superación de la muerte biológica, como esperanza de resurrección. El hombre es
concebido en el pensamiento de Ramos como Imagen de Dios. En lo esencial,
solamente a través de este proceso de aprendizaje significativo, se puede
transformar al ser humano, y en consecuencia comenzar con la transformación de
la sociedad.
Así, pues, la esencia del cambio radica, en un primer
momento, en la toma de conciencia sincera y de consecuencias reales de la
importancia de educar en valores, que puedan trascender el camino de la locura
de esta sociedad centrada en valores utilitaristas y consumistas, en donde el
pobre, el débil, el enfermo, el anciano, simplemente estorban. La fe en Dios es
considerada como la fuente de la trascendencia de la valoración axiológica. En
efecto, el tema de la educación en valores se le considera como algo urgente y
necesario.
En este sentido, siempre existe el discurso formal y a
veces hasta hipócrita, sobre la necesidad de educar. Pero no se hace nada o muy
poco al respecto, todo queda en el deseo de cambio, tal vez, debido a que el
Estado está secularizado, pretende educar sin tomar en cuenta la existencia de
Dios como iluminación espiritual y humanista de la ética cristiana. Sin duda,
la verdadera educación en valores es vida y transformación espiritual, que
comienzan con el propio proceso de concientización vital de esta necesidad de
educar en valores, y de ver en este proceso el inicio de transformación hacia
una sociedad más justa. Por consiguiente, la propuesta educativa de Ramos, M
(2000) siempre es trascendencia de la inmediatez propuesta por la sociedad de
consumo, desde una antropología espiritual:
Educar en valores,
puede sacarnos de este vivir la inmediatez (signo inequívoco de la
Postmodernidad), para profundizar en las raí- ces de los principios
universales, familiares y personales. Educar el conocimiento y a la vez el
interior de la persona. Educar para la vida, será educar lo valioso que tiene
la vida; educar los valores vitales, es no contradecir la cosmovisión
existencial de la persona, sino orientarla hacia la consecución de sus más
elevados ideales. Con esto se ratifica una vez más que la Educación en Valores
no es una opción más o menos aceptable, no, es la OPCION por excelencia; de
optar por una educación así, se habrá escogido la mejor parte, un camino tan
amplio como difícil, tan halagador como comprometedor, pero al fin, el camino
que encauzará la vida propia y la de los que se convive en relación, pues hay
que tener presente que la vida se encoge o se expande en proporción al valor
con que se viva. (p.22)
Ahora bien, la
práctica educativa que se requiere para la enseñanza y vivencia de valores
cristianos está orientada hacia la formación de la persona, en cuanto a su ser
espiritual, integral e indivisible, lo que significa formar el carácter, o si
se prefiere, la personalidad. De modo, que el proceso educativo trascienda
cualquier tentación de pragmatismo puro, que reduce y determina el aprendizaje
como una sumatoria de habilidades demostrables, que poco o nada tienen que ver
con el sujeto y su intimidad, en donde la inteligencia se reduce a la capacidad
de resolver problemas. Por tanto, la formación en valores es creación de
consciencia de la verdadera vocación espiritual del ser humano hacia una
realidad de vida más humana, de encuentro y fraternidad, como verdaderos
hermanos y habitantes de un mismo hogar.
Además, el
pragmatismo absoluto presenta como problema o sentido de la existencia, la
lucha contra todo y contra todos por alcanzar el poder, el placer y el tener,
como horizonte axiológico de una existencia que se entiende como mero proceso
biológico inmanente, y cuyo fin sería la oscura noche de cualquier cementerio,
o la soledad existencial más profunda que ninguna moneda pueda solventar. La
vida es amor, el sentido es amor. Y el amor no es solamente poder, tener y
placer. En todo caso, la formación en Valores propuesta por la profesora Ramos
en sus libros, sugiere una concepción antropológica mucho más amplia, basada en
la responsabilidad del acto libre como dimensión esencial del ser humano.
El hombre en sí mismo es la eterna opción frente a la
realidad. La conciencia es interpretación y elección, y requiere la orientación
en cuanto a sus posibilidades de realización, de ahí la necesidad de educar en
valores desde la misma niñez y adolescencia. Es claro, la vida es opción, y la
opción siempre es valorativa; es una decisión personal que se realiza desde una
“libertad humana”, vivida dentro de los límites de la condición humana. La
libertad del hombre es limitada, es centrada en su propia naturaleza. Pretender
la infinitud de la libertad del ser humano puede llevar al hombre a la
alienación de su propio ser. Sin embargo, no se trata de una libertad basada en
el capricho, lo cual sería favorecer el relativismo y la inmediatez, que
generalmente concluye en una existencia vacía y sin sentido, en donde el otro
se reduce a un objeto, que es tal vez el poder ontológico del egoísmo,
convertir al otro en cosa, negándole su ser como persona y su dignidad
espiritual. Así, pues, Ramos, M (2000) presenta su opción antropológica:
El hombre al que se
pretende formar, del latino “homo”, significa “el nacido de la tierra”; su
esencia etimológicamente es esa: la tierra. De las cosas terrestres, el hombre
se eleva para adentrarse a un mundo superior, pues se descubre a cada paso su grandeza
incomparable. Su doble dimensión se expresa primero por su ser corpóreo, el
cual, explicado por sí solo, conduce al surgimiento de un materialismo
antropológico que desfigura su verdadera esencia; es miembro de la naturaleza
pero le corresponde una vida espiritual intrínsicamente independiente de cuanto
sea corpóreo. La vida espiritual por lo tanto, representa el más elevado grado
de vida, porque transciende los límites materiales. (p.54)
En efecto, la intención de este marco antropológico
consiste en fundamentar la teoría de los valores en el desarrollo integral del
ser humano. De hecho, en el centro de sus ideas, para la profesora Ramos un
marco de valores tiene como objetivo precisamente el desarrollo de todas las
dimensiones del ser humano y ninguna ideología puede mutilar estas dimensiones,
y luego pretender que favorece el desarrollo del hombre, o del “humanismo”.
El hombre sin
espíritu, sería un animal más de este planeta insignificante de un universo
deforme. Es por ello, que en este marco antropológico propuesto como fundamento
de una educación en valores, el hombre es visto ante todo como un ser
espiritual, entendiendo que es capaz de trascender los límites de la materia,
ir más allá de la simple satisfacción de sus necesidades biológicas y sociales.
El hombre se vive como Imagen de Dios. El hombre en cuanto tal se presenta con
vocación de infinitud y de filiación al Absoluto.
Para Ramos (2000), el hombre es hijo de Dios, imagen de
Dios, criatura de Dios, que viene de Dios, vive en Dios, espera en Dios, y
vivirá para siempre en Dios Padre: “El hombre, hecho a imagen de Dios, a pesar
de su múltiple estratificación, presenta un conjunto unitario. Es armónico
total. La naturaleza espiritual que el hombre posee, le hace intangible y
peculiar, le da personalidad. Esto trae consigo la obligación de respetar sus
derechos fundamentales”. (p.65)
Por otra parte, los planteamientos de la profesora
Ramos en sus libros no son solamente de carácter teórico. Es decir, no se trata
de crear teóricos morales, sino de educadores que trabajen con niños y jóvenes
desde una visión realmente humanista, centrada en las dimensiones espirituales
como sentido de la existencia. La teoría está en función y en relación con la
vida del docente y de los alumnos, solamente desde el hacerse de todos los
días, el hombre se hace estructuralmente moral.
De esta manera, la Educación en Valores sugiere la
presencia protagónica y comprometida de los docentes de aula. Se trata de un
educador que viva de manera especial su ser docente desde la dimensión
formativa, que entienda y viva su labor como una vocación especial, que implica
que su misión y vocación esencial consiste en educar en y desde los valores a
sus alumnos, para que éstos sean capaces de formarse para el diálogo en un
marco de valores que desarrollen todos los elementos de su personalidad
espiritual, de manera que la vida y el hombre en sí mismo tengan sentido
personal y social centrado en Dios Padre de todos los seres humanos sin ningún
tipo de distinción.
El hombre es sujeto que se transforma hacia lo
trascendente, desde una realidad concreta y comunitaria. El hombre es
consciencia personal y es pueblo. Es individuo y comunidad. Sin embargo los
problemas y los interrogantes surgen: ¿Estarán los educadores en capacidad de
asumir la responsabilidad de impartir una educación formativa como la que hoy
se necesita? - ¿Tendrán un conocimiento claro del lenguaje adecuado para educar
en valores, capacidad de caracterizar los valores propios del sistema
democrático y más concretamente los que están implícitos y explícitos en el
ámbito del Sistema Educativo venezolano? - ¿Los educadores y las educadoras
habrán sido formados de acuerdo al perfil que debe caracterizarlos para la
educación de hoy y poder desarrollar las estrategias didácticas adecuadas?
Estos interrogantes planteados por Ramos indican el
contenido de su obra. Todas las propuestas giran en torno a la formación de los
docentes como los agentes naturales, llamados por vocación específica a la
transformación y educación moral de los alumnos. La propuesta del Modelo
Instruccional se encuentra insertada en el mismo corazón del educador en
concreto y desde la realidad del Sistema Educativo venezolano. Hoy, nos hace
falta Guadalupe, su caminar alegre por los pasillos de la Facultad de Ciencias
de la Educación. Pero su mensaje nos ha quedado: La Educación en Valores
Trascendentales es la principal tarea de todos los educadores.
Bibliografía
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valores, Desarrollo de estrategias para educar y enseñar a educar en valores.
En Revista Ciencias de la educación Nº 14 (1997) Venezuela: UC __________
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Creatividad y Ética profesión. En Revista Ciencias de la educación Nº 18 (2001)
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