HA LLEGADO EL OTOÑO
Fenomenología antropológica
Autor: GERARDO BARBERA
Tengo la vaga esperanza de que tal vez, por esas razones extrañas del
destino, exista algún lector que aparte algo de su tiempo existencial para leer
estas reflexiones filosóficas. ¡Cielos…! Sin querer he escrito una palabra
referida a la Filosofía… ¡Dios! ¡Qué grave error! Estoy en un universo de
conciencias que al escuchar, leer, mirar a lo lejos la palabra “Filosofía”,
simplemente se apagan, dejan de funcionar. La Náusea es el pensamiento. La
Náusea es una masa informe, una especie de remolino oscuro y viscoso que lo
contagia todo. “Terror al pensamiento”. Se acepta cualquier reto, menos el
esfuerzo de pensar. Se puede trabajar todo el día con las manos, el corazón,
los sentimientos, siempre y cuando no sea necesario pensar. El hombre actual
que piensa y escribe reflexiones filosóficas está demás, sobra como los libros
polvorientos y llenos de viejas polillas, como esas biblias negras que
envejecen sobre cualquier armario sin que nadie las tome en cuenta ¡Qué muera
el pensamiento!
La Filosofía carece de realidad ontológica, el pensamiento no existe, la
reflexión ya no existe…, las escrituras van desapareciendo en la maldición del
pasado, como se esfuman las leves luces de la tarde moribunda. ¿Qué nos queda?
La Nada. La existencia no es más que la espera de la muerte. Se cultiva el
cuerpo; si no se puede alcanzar la perfección de un Adonis moderno… entonces,
se engorda acostado en el más cómodo colchón frente a la televisión, comiendo
golosinas hasta que el aire no pueda entrar en los pulmones. En los cerebros
del hombre actual sólo hay imágenes virtuales de sexo, dinero, poder, placer,
comer, soñar, dormiiir, dormiiir. El pensamiento se identifica con la Nada. La
Nada y el pensamiento ahora son una misma realidad. Si alguna vez hubo
pensamiento, ya no es, se ahoga en intimidades subjetivas, tímidas y carentes
de vida, yacen bajo las sombras de huesos y gusanos de viejos filósofos
enterrados en gloriosas tumbas. El pensamiento se va con la tarde gris, en las
alas del último rayo de sol.
La Historia de la humanidad carece de motivos, de causas y
consecuencias. Las calles son anónimas, ningún rostro indica signos de vida.
Los pasos de la gente se dirigen hacia ninguna parte. Sin embargo, todos miran
el reloj, se apuran, tropiezan, se empujan, se maltratan…, ya no existen
razones con validez universal, nadie piensa en el sentido racional y lógico del
vivir, se vive y punto, se hace el amor y punto, se conocen y punto, se tocan,
se mienten, se disculpan, se dicen “te amo”, y punto; al final, todos quieren
descansar, de eso se trata, vivir para el descanso suave y tibio.
Lo más importante es la hora del reposo, llegar al hogar, una ducha
fresca, espumosa, liviana; sentir las caricias de la noche, mirar un poco la
televisión, recostarse sobre la almohada, sentir el peso del cuerpo, ir
cerrando los párpados muy lentamente y… dormiiir, dormiiir… hasta que se
desvanezca el mundo real. La ventana es el infierno, el vecino se debe reducir
al silencio, a la tranquilidad, cero problemas, nada de fastidio, de bulla, de
saludos indeseados, los vecinos estorban. La razón profunda de la existencia se
manifiesta en el discurso político e hipócrita de los grandes líderes y de
cualquiera de nosotros en función de la propia comodidad existencial. ¡Eso es
la felicidad, vivir tranquilos como las aves que anidan en el lago del cisne
azul! ¡Los pobres! Esos asustan, son feos, hediondos, la negación de la razón
de existir, la muerte de toda esperanza, el rostro desagradable de la sociedad.
La vida actual se ha convertido en supervivencia cómoda del individuo
que se esconde en la inmensa selva social, en donde la debilidad y la muerte
del Otro es la fortaleza de los nuevos revolucionarios del siglo XXI. La
miseria de la mayoría es la posibilidad de vida cómoda y confortable de los
elegidos. La pobreza es el festín múltiple y de variados motivos sociales y
antropológicos para escribir sobre la dignidad de los marginados y la
liberación de los empobrecidos latinoamericanos, razón de inspiración para los
intelectuales que se acarician el ombligo, mientras viven de ilusiones
virtuales y eróticas.
¡Por favor, no tocar la puerta! La soledad erótica es el sueño de la
mayoría de los intelectuales y escritores del nuevo milenio, ya sean de
izquierda o de derecha, del centro, del este o del oeste, nada de eso importa
en la intimidad de la habitación. ¡No toquen la puerta! ¡No molestar! ¡Viva el
sexo virtual! La vida es un viaje placentero al inconsciente personal que se
hace bajo la inspiración de la milagrosa Internet. ¡Sexo! ¡Emociones! ¡Dinero!
¡Poder!, todo lo que el hombre ha soñado a lo largo de tantos siglos se hace
realidad con tan sólo un “enter”. El Otro, el vecino estorba, si es pobre y feo
que se muera de una vez. Lo virtual es el cielo.
* * *
Los libros, esos objetos raros, silenciosos, tienen hojas de papel,
miles y miles de letras negras como las aves malditas. El viejo acaricia
suavemente un libro, aparenta entender, hasta llega al punto de fruncir las
cejas, sonríe, mira con nostalgia varonil el horizonte eterno y matutino,
realmente huye de los Otros, busca desesperadamente la comodidad, la quietud
espiritual o la nueva esencia secreta de la raza humana.
No quiere conocer a nadie, solamente que lo vean y sientan angustia
existencial cuando descubran en sus ojos que la vida humana se extingue silenciosamente,
sin luz, para siempre, sin retorno ni esperanzas fantasmales. Ahora es
simplemente un fantoche más de la vida, capaz de sostener un libro entre sus
largos dedos, sin saber nada del contenido de los textos, hace años entendía y
enseñaba a los más ignorantes, ya nada es igual, la subjetividad epistémica y
afectiva se nutre del alcoholismo demente. El viejo está enfermo, no se siente
un hombre, ni mira del mismo modo a las “muchachas de la plaza”.
El viejo juzga a esas mujeres, a los jóvenes de cabellera larga, a los
curas afligidos de la catedral, a la porquería verduzca que dejan los pájaros
sobre los bancos de la plaza. El viejo juzga: “son malos”, “son malos”, “nada
sirve”. El Ser en sí es el reflejo de su vejez enferma, podrida. Así es la vejez,
“nada sirve”, dolor en la sangre y en la mente. La perfecta imagen del alma en
penumbras que se desvanece al ritmo de la tuberculosis, del hambre y la soledad
de los condenados al basurero social.
La vejez y la pobreza son la negación absoluta del valor de la
existencia en este amanecer del nuevo milenio. Al llegar el otoño infinito,
todo es gris, casi sin iluminación, como si el universo se apagara. Todo es
compacto, sin movimiento, unidad total, eternidad. El ser es materia que
penetra la conciencia hasta convertirla en piedra imbécil, sin subjetividad,
ilusiones, sueños, poesías, novelas, princesas, unicornios, demonios, vampiros,
viajes, diversiones… todo se extingue.
El viejo se hace fósil, polvo cósmico, sin valor, un rastro que nunca
existió. El viejo es el hombre sin dioses, el verdadero rostro de una humanidad
que anuncia falsos discursos religiosos y filosóficos al gusto de los clientes.
Ahí, moribundo, sentado en ese banco frío y húmedo se apaga la filosofía
antropológica. El viejo se muere como la luz en el horizonte, sin amigos, sin
ayer, sin sueños, solitario, pobre, con hambre, sin amigos, eternamente vacío,
sin alma. Ni siquiera hay un pintor aficionado que dibuje el rostro de un viejo
sin dientes, cara arrugada y mirada triste.
Las personas aparecen y desaparecen como si fuesen los minutos anónimos,
sin importancia del tiempo perdido. A veces, el viejo deja de fingir que está
leyendo, su mente navega sin rumbo en los supuestos existenciales, en lo que
pudo haber hecho y no hizo, en los dioses del ayer lejano. La frustración le
carcome las pocas horas que le faltan para dejar sus huesos en cualquier rincón
oscuro.
El tiempo es un huracán
acelerado, la mente del viejo es demasiado lenta y vive del pasado, ya no hay
espacio para el presente, ni futuro imaginable. El viejo no tiene suficiente
noción de su vida, por eso no llora, nunca se comprometió en lucha alguna, su
vida fue respirar de día y de noche bajo la influencia del alcohol barato. ¡Los
seres espirituales le abandonaron hace siglos!
Ahora, el viejo juzga a toda la sociedad: “nada vale la pena”, comer,
beber, orinar, defecar, emborracharse, perder toda la noción, sucumbir en el
océano de imágenes del inconsciente, esperar la muerte, dejar caer los brazos
como símbolo del fracaso de la razón y del espíritu, como la negación de la
negación que niega la negación hasta que Hegel vuelva del sepulcro para
corregir la esencia de ese fantasma al que llamó Conciencia Absoluta. En el
fondo, la mente suele utilizarse muy poco, sólo el cerebro para sobrevivir.
El viejo vivió como pudo. La plaza queda a pocas cuadras del cementerio.
Él mira con desgano algunas cruces muy conocidas, ahí ya duermen los amigos
sombríos, los que no están sentados en la plaza, consumiéndose como velas
adormecidas. La vejez no deja espacio para la vida, el Ser no tiene sentido. La
vejez es el hogar predilecto de la muerte, de la Nada absoluta, con todo el
dolor existencial, sin ideas, sin conceptos, sin racionalizaciones. La vejez es
el rostro humano del infierno.
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