lunes, 23 de noviembre de 2015

LA VIDA DE JAIME STEVEN



“LA VIDA DE JAIME STEVEN”

 AUTOR: GERARDO BARBERA 






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 La muerte  del ser humano condiciona las reflexiones sobre el sentido de la existencia en  los sistemas de filosofías   antropológicas. Desde luego, no se trata  de una descripción  de la muerte en cuanto hecho biológico y natural que consiste en  dejar de respirar para siempre; sino, de esa experiencia existencial de saber que nos convertiremos en gusanos inservibles, en humedad que se transforma lentamente en cenizas olvidadas, hasta que la conciencia de ese “Yo”  íntimo y personal se haga unidad con la nada deforme y  anónima, esa  materia absoluta que tal vez sirva de abono para las rosas de un triste  jardín. El hombre sin Dios es una cosa. El hombre del Nuevo Milenio propuesto y formado por la Revolución Bolivariana es una cosa, es un animal de consumo, que destruye al Planeta y odia a todo aquel que no piensa como ellos.
 La conciencia de saberse y entenderse mortal atormenta  la quietud del alma del ser  humano y lo diferencia  radicalmente de los animales terrestres, quienes solamente  viven, comen se reproducen y dejan de vivir. La angustia oscura  hace al hombre un ser extraño, inconforme, melancólico, creyente, con esperanzas, pesimista, alegre, triste, devoto, rodeado de imágenes de todo tipo que le prometan la vida eterna, o la felicidad plena y terrenal. El hombre es un ser de fe, de esperanza. Los venezolanos sobreviviremos a esta locura infernal que estamos viviendo y que se llama Revolución Bolivariana.
El hombre vive la muerte en su realidad más íntima, desde ahí cuestiona la vida como afirmación o negación de la fatalidad que siempre asecha para destruirlo en cualquier instante, ya sea  entre sábanas blancas olorosas a ese alcohol barato de los hospitales horrendos, o la muerte inesperada y sorpresiva bajo la inclemencia del hampa. La enfermedad es muerte. El dolor es muerte. La violencia es muerte. La tristeza es muerte. La cotidianidad es muerte. La Revolución Bolivariana es odio y muerte. Los cumpleaños son un paso más hacia la tumba. La muerte es la entrada a lo desconocido. La muerte es despedida inédita. La muerte es el significado de la palabra “nunca”, un adiós a los seres queridos, a los que dieron calor a esos pocos momentos hermosos de la vida. La muerte es universal. La muerte está en cada uno de nosotros, desarrollándose suavemente, devorando una a una las células de nuestro cuerpo. Sin Dios…, el hombre es un animal que se muere.
Al final, sólo quedará el grito de auxilio, moriremos  esperando  que cualquier amigo nos consuele. Todo será oscuridad y absurdo cósmico, lodo orgánico, cielo sin luz, nubes grises y sin  primavera, morirán todas las  estrellas infinitas. Desapareceremos en un universo sin memoria, sin sentido histórico, sin conciencia, sin espíritu. Navegaremos en las aguas de una  realidad idéntica a la nada, al caos, a la totalidad inmóvil. No habrá espacio para las mentiras existenciales. Las aguas del Ser son indiferentes y oscuras, donde se hunden todas las conciencias humanas e inexistentes.
El  Ser y La Nada carecen  de conciencia. El ser de la conciencia es la muerte de un “Yo” que se apaga lentamente. Esto es todo lo que nos ofrecen los Comunismos teóricos; este el final de la historia que nos prometen los líderes de la izquierda revolucionaria. La revolución Bolivariana nos promete la muerte; y cumple con sus promesas; la muerte absurda y vacía se hace cotidiana; tan común, que ya ni lloramos a nuestros muertos.
En lo esencial,  nos parecemos a esos animales atropellados que se pudren en las autopistas. Ahí, bajo el intenso calor del verano,  se consume la esperanza  de las mascotas o de cualquier animal del monte. ¡Y eso puede ser todo!  ¿Qué importa el modo de morir? ¡Siempre es lo mismo para  los animales del planeta! ¿De dónde la eternidad del espíritu? ¡Mejor sería la inconsciencia! La muerte es el misterio que frustra todo intento de justificación racional o filosófica. ¡La muerte opaca a la razón lógica! La muerte es el vacío después de la fiesta y sus locuras alcohólicas, ese cansancio tan rutinario que nos deja solos y silenciosos, con náuseas, deseos desesperados de llegar al lavamanos y descargar toda la basura, hasta quedar desnudos bajo la regadera, esperando que el agua fresca nos anime para vivir la mentira de otra noche de música  desenfrenada, hasta que vuelva el otro amanecer,  la locura se repita, y al final… los pulmones dejarán de respirar y el corazón se detendrá. Y ni siquiera nos dejarán la franela roja que nos obligaron vestir durante las marchas revolucionarias.
 La guerra y el odio han sido los verdaderos protagonistas a lo largo de toda la historia social, la muerte es el significado final de la existencia personal y social de los socialismo militares. De nada sirven los placeres, el dinero, el poder…La muerte lo destruye todo, lo consume todo, lo olvida todo… no quedará ningún alma solitaria llorando entre las sombras de la noche eterna de un universo petrificado y absurdo. ¡Sería profunda la tristeza del último fantasma, que asustado y perdido se vaya apagando como una vela nocturna en la oscuridad infinita!


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 El profesor Jaime,  ensayista e investigador  en el área de la Filosofía, de la Psicología y de la Sociología con un doctorado en  “Ciencias Epistémicas”, se acomoda en el sillón de la oficina, acaricia el retrato del Comandante Eterno, como si fuese parte de un rito; toma café, mira las hojas que caen a lo lejos, el otoño apacible llega a su final. El frío del  invierno se acerca.  El universo será blanco y húmedo, como la vida misma, tan monótona, tan helada, igual a las flores que desaparecen como aves sin rumbo. Sin embargo,  la vida se ve hermosa y apacible como la noche que se desliza entre las cortinas. No hay nada como las ráfagas prematuras del invierno para inspirar profundas meditaciones ontológicas y hermenéuticas, ¿qué es el Ser?, ¿qué podemos conocer?, ¿porqué más bien el Ser que La Nada?, ¿Cuál es el “puente epistémico” entre el sujeto y el objeto? ¡Preguntas eternas, celestiales, angélicas, divinas e inmortales!  Él es una promesa intelectual de la Izquierda Revolucionaria ¡De su mente fluirá la nueva ciencia revolucionaria en contra del Imperio Yanqui! 
Sin embargo,  el entorno   no  es tan inspirador  dentro de la oficina, mirar el techo blanco,  las paredes verdes y repetidas es una experiencia  aburrida, pegajosa, absurda. Hacer filosofía sentados como cadáveres religiosos, carece de emociones alocadas y sensuales. Se necesita la música interna casi poética, tan necesaria para escribir el mejor libro de filosofía antropológica sobre el amor perfecto inspirado en las enseñanzas del Comandante Eterno. El movimiento vital, la fuerza de la energía mágica del universo, todo ese descontrol animal está más allá de esa ventana. La vida real está esperando ser admirada por una mente única y brillante. Esa vida virtual en la laptop  es pesada, en blanco y negro. Él necesita el calor del Pueblo.
En efecto, dentro del mundo de la Internet, la humanidad camina hacia la quietud histórica, como si de pronto la sociedad estuviese llegando al desfiladero oscuro y tenebroso. La computadora le parece absurda, sin calor, ni emociones. En cierto modo, dentro de esa pantalla, el hombre se convierte en un patético receptor de mentiras, de ilusiones, de fantasías creadas por mentes mercantiles y manipuladoras del Imperio. Los  sabios del nuevo milenio saben solamente una canción, “la historia ha muerto”, “ya no hay mensajes políticos universales”, “se derrumbó el muro de Berlín”, “ya no hay proezas que narrar” “no hay religiones”, “murieron las ideologías”. Ahora, el mundo  se reduce a lo visto en  la pantalla virtual. La verdad la establece una máquina. El secreto es la energía eléctrica que engaña y enajena.  Pero, Él…el profesor Jaime Steven conmocionará al mundo con el mensaje del Socialismo del Nuevo Milenio, inspirado en la vida y obra del Comandante Eterno.
Él conoce el futuro, pronto el hombre será solamente un centro nervioso con ojos y pocos dedos, lo demás será eliminado por la evolución, seremos unas cuantas células nerviosas alimentadas por la realidad virtual. Hasta la fe religiosa tiende a desaparecer, el mundo es lo mirado, el hombre es una imagen, una moda, ojos azules, cuerpo atlético, licor, sexo, poder. ¿Quiénes viven de verdad esa realidad prometida en los sueños ofrecidos  en la red virtual o en el cine? ¿Quiénes viven el placer, tener y poder a plenitud al estilo de esos   actores virtuales? ¿Acaso, los siete mil millones de terrícolas? ¿Mil millones? ¿Quinientos millones?... En la pesada realidad cotidiana, la vida plena de licores, dineros y orgasmos la disfrutan solamente algunos elegidos o semidioses de cuerpos perfectos. Claro, y los Diputados y líderes del proceso revolucionario. Él quiere ser uno de ellos; por eso, escribe y escribe. Los otros miles de millones de terrícolas contemplan y sueñan, algunos zombis  gozan de las imágenes virtuales. Ya no se hace el amor, se conforman con masturbarse frente a una imagen virtual.
El mundo de placer está siendo suplantado por las imágenes en una computadora. Entonces, ¿Qué es el hombre? Un ojo con cerebro ¿Qué es el mundo? ¿Cuál es el valor de las otras personas? Simplemente lo mirado; somos un par de ojos atrapados en un universos de imágenes irreales. Desde luego, la otra alternativa es la miseria, el hambre, la muerte. ¡Muerte o Enajenación!  Estas son las dos alternativas que nos brinda la Revolución Bolivariana. Jaime sabe lo que quiere. Entendamos de una buena vez, pocos son los que viven el placer prometido, muchos los que mueren de hambre sin tener ni siquiera  la oportunidad de un mundo enajenado y virtual.  Y si Él, el profesor, Jaime Steven tiene que escribir libros de fantasías revolucionarias y de mentiras históricas…, lo hará; Nadie verá al profesor Steven pasando hambre, ni haciendo colas para comprar un jabón de baños.




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 Jaime había soñado con  el título del primer capítulo de su nueva novela filosófica: “El hombre es la náusea”, donde presentaría una crítica radical a la antropología del consumo propuesta por el Imperialismo Salvaje. Se trataría de la historia de un filósofo que vive  profundamente todas las dimensiones del amor sin fronteras. Mientras Jaime se imagina las escenas de su personaje, las hojas secas de los árboles grises  se hunden en el lodo frío, una lluvia tímida se escucha a lo lejos. La novela promete ser otro éxito de reflexión esotérica, masónica y revolucionaria, de esas enseñanzas que leen los líderes revolucionarios, los profesores investigadores y los jóvenes de izquierda que estudian  Filosofías  Orientales, escritas por ancianos que alguna vez fueron los guerrilleros de la década de los sesenta del siglo pasado.
Jaime intuía que el amor perfecto y sin fronteras era la nueva etapa de la evolución del hombre del socialismo del siglo XXI, la única alternativa para superar la virtualidad de las computadoras y el desenfreno consumista. Por supuesto,  para crear nuevos caminos de esperanzas tenía que volver a lo natural, al canto, la poesía, el amor silvestre y sin ataduras, dar placer a todos los sentidos, según  el hedonismo más puro, vivir de un modo totalmente libre como las aves, las flores y el viento; la revolución de acuario.
La filosofía novelada es la imaginación de un poeta sensible que se cree y se proyecta como un ser medio angelical, sin sexo definido. Jaime es un ejemplo vivo de los ensayistas sensibles, refinados, con ese modo tan peculiar de hablar, caminar…de mirar de algunos revolucionarios intelectuales. Ahí, frente a su alma, estaba escrita la frase,”La religión es el opio del pueblo”. Esta frase tan original y  magistral está en el centro de la pantalla de su computadora. El profesor Jaime Steven siente en su piel la apatía del otoño. El cielo es gris, las aves han perdido su encanto. El horizonte es gris. La mañana es gris. La vida es gris. No hay una flor colorida en todo el jardín. Jaime siente intensos deseos de componer un poema; tan tierno  como el brillo triste de la montaña, algunas letras que estremezcan a los lectores tan sensibles como él, esos que pertenecen a redes de poetas, “Poemas de amor”, “Poesías del corazón”, “Pozos del deseo”, “Oasis de amor”, “Encuentra lo tuyo”. La revolución es un canto poético que quiere surgir de las entrañas del poeta Jaime Steven.
 La tarde gris le produce nostalgia existencial y la niñez del filósofo renace en su alma. Jaime  puede ver con claridad  al niño  que hace años jugaba  en las llanuras de su pueblo natal, en las lejanías de los Andes. Lo recuerda casi todo, el padre y el abuelo siempre descansaban con las pipas humeantes, la madre y la tía tejiendo preciosos calcetines de los que se usan en el invierno. En aquellos años de infancia, el secreto de la vida era la ingenuidad, la sencillez, la aceptación del ser en su estado más puro, sin el juicio sucio de la conciencia adulta de los humanos.
El aire siempre fresco, las montañas hermosas, la campiña de los sueños, el canto de las aves. ¿Acaso los animales se entristecen? La vida era la negación de lo gris, la primavera eterna, la leche tibia de las vacas, el canto matutino de los gallos, los perros fieles y contentos, el florecer eterno de la campiña ; padres amorosos, abuelos paternales; sus dos hermanas mayores siempre hablando de  “ los novios bellos”, fiestas, vestidos, maquillajes, revistas de farándula y de modas. Por cierto, los zapatos de sus hermanas eran preciosos, los zarcillos, las muñecas. En fin, aquellos días de la infancia marcaron su sensibilidad vital y el gusto por las cosas rosadas y esplendorosas. La belleza eterna  del universo le daba a Jaime esa energía especial que pocas veces vio en los amigos de la escuela, tan hostiles, sucios, mal educados, bárbaros, rudos.
El biscocho con la taza de chocolate mostraba el rostro tierno  de la humanidad. Por eso,  el encuentro con el Otro era fácil en el seno familiar;  entender el amor como centro del proyecto humano, vivir plenamente el concepto de libertad desde el corazón que crecía en el calor de una familia iluminada, su mundo real, su entorno vital, su existencia concreta; todo sus recuerdos eran fantásticos. ¿Qué es el hombre? El padre, la madre, los abuelos, las hermanas, ¿qué es la sociedad? la dignidad del espíritu familiar, tan alejado de todo lo feo y horrible. En su infancia aprendió que el hombre es  encuentro fraternal,  relación personal y comunidad unida. Le enseñaron que la vida siempre tiene sentido, que sus hermanas eran ejemplos de amor perfecto y de belleza sensual. En su corazón siempre hubo amor. El amor era su aporte a la filosofía del Socialismo del Nuevo Milenio.
Ahora entendía que la relación entre los hombres constituye  el centro de significados existenciales antropológico y la oportunidad para el crecimiento personal, el Otro es el camarada. El amor se hacía realidad al ver a sus hermanas besándose con los “novios bellos”. Desde luego, desde estas vivencias amorosas y afectivas,  la Filosofía revolucionaria  tenía sentido. El hombre vuelve a ser el centro del universo. El hombre es la imagen de todos los revolucionarios.
Cuando Jaime piensa en la esencia de la humanidad  socialista, revive la habitación de sus hermanas, el rostro de sus hermanas, los vestidos de sus hermanas, el modo de hablar de sus hermanas, los novios de sus hermanas. La persona es un valor eterno y universal para el socialismo chavista. La vida consiste en la felicidad. La felicidad se encuentra en la relación entre los seres camaradas. Se nace, se vive, se muere en comunidad. La humanidad entera es una gran familia de hermanos revolucionarios, en donde todos somos  hijos de los mismos líderes de siempre, sin límites afectivos marcados por el sexo biológico. ¡Qué viva la libertad del socialismo del siglo XXI!
Ahora, Jaime ve el inicio del otoño con la mirada de un filósofo profundo, silencioso, capaz de encontrar la luz en la oscuridad del atardecer, para iluminar con sus pensamientos el camino de salvación a todos los hombres y mujeres que esperan sus maravillosas reflexiones filosóficas y sensuales. De pronto, sus manos dejaron el teclado, el corazón estaba paralizado. Del otro lado de la ventana, lo inesperado se hacía fatalidad. El destino le recordó la soledad de la noche, un gorrión pecho amarillo quedó muerto, fulminado por el frío, sus alas dejaron de moverse, el canto se perdió en la oscuridad. La muerte siempre estaba del otro lado de la ventana, más allá de la conciencia iluminadora de la existencia. La conciencia íntima tiene dos caras, ilumina la belleza de la vida, y se atormenta con el silencio de la muerte oscura, desgarradora.  Lo que no logró la muerte de los estudiantes venezolanos que murieron en manos de los “motorizados de la paz”, lo ha causado la triste muerte del gorrión. Jaime Steven es sin duda, un intelectual de la  Izquierda Revolucionaria.
Jaime volvió a deprimirse, todo lo bello se transformó en oscuridad, quería llorar de tristeza amorosa, como lo hacía la abuela enferma. La noche era la amenaza de la existencia, la espesa tiniebla lo envolvía todo, igual que hace años, allá en los Andes. La Nada  eterna y oscura sobrevivía en las aguas del inconsciente, apareciendo solamente para acobardar y paralizar, la muerte era el recuerdo del rostro de la abuela fría y pálida, tendida sobre una mesa de madera de pino silvestre. La abuela se convirtió en un fantasma, en la hada de los sueños infantiles.
 La muerte del ave disolvió la belleza de los días de infancia. ¡Esa muerte tan cruel de la más hermosa de las aves! ¡Tanta tristeza era demasiado para seguir escribiendo! ¡El rostro de la abuela muerta! Jaime encendió su pipa, salió a caminar para despejar los sentidos; tal vez, con algunas copas de vino, la inspiración regresaría a nutrir su sangre filosófica. La muerte de un ave era tragedia que el alma sensible de un filósofo de izquierda como Jaime no podía soportar, sin que apareciesen algunas lágrimas de solidaridad existencial y holística con la muerte de ese pobre gorrión. ¡Cruel y desgraciado universo! ¡No hay escape ni para los dioses! ¡Oh Filosofía, calma la tristeza mía! ¡Abuela muerta deja de atormentar la existencia universal! ¡Un estudiante terrorista menos…, qué importa!



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La mejor época para escribir reflexiones filosóficas en torno a la importancia de los seres humano es la primavera, ese momento en donde toda la naturaleza se convierte en un himno triunfal y revolucionario. La vida se hace colores de arcoíris, el mar es más azul, el cielo más transparente, y el amor, ¡ah, ese sentimiento de los dioses! colmaría de placeres cualquier atardecer. Jaime pensaba en la esencia antropológica universal: La Felicidad Revolucionaria. ¡La inspiración inmortal había vuelto a la mente de Jaime!  ¿Qué es el hombre? La felicidad, la primavera, la negación de la muerte del gorrión; la abuela cantando y tejiendo con alegría vital, una marcha infinita de camaradas.
 Jaime se sentía luz entre las sombras, esperanza en la soledad, estrella en el firmamento, el punto más alto de las olas del mar. El ser humano es la dignidad espiritual, la trascendencia y la belleza de todo cuanto existe, un alma capaz  de sufrir la trágica muerte de un ave inocente y pura; un alma que construye esperanzas en donde las rapiñas imperialistas  devoran cadáveres. El ser humano es superior a la muerte. La revolución es superior a la muerte. ¡Qué viva el Comandante Eterno! La raza humana vivirá para siempre, hasta alcanzar la espiritualización total del cuerpo mortal. Seremos ángeles en la tierra y revolucionarios infinitos. Nada podrá detener la evolución de seres elegidos por los dioses extraterrestres y seremos como dioses y reinará para siempre el Socialismo del Siglo XXI, en todos los confines de la Tierra.

 La novela de Jaime se desarrollaba  al mismo ritmo que el vino en su sangre. El final triunfaría el éxito de la vida sobre la tristeza del otoño. A cada noche le sigue el día más esplendoroso que se pueda imaginar. “El cielo es el límite”.  Lo mejor siempre está por venir. La mente siempre abierta a lo positivo. “Somos lo que pensamos”, “la mente controla al universo”, “concentrarse es aprender a vivir”. Cada día es una aventura inmensamente formidable. La vida es el río de los placeres inimaginables.  Vivir es ser feliz. La vida misma es el verdadero secreto de la juventud eterna que promete la Revolución Bolivariana. El milagro de la felicidad está en el corazón, esperando que lo descubramos. ¡Todos viviremos felices para siempre!  ¡El Socialismo llegó para la eternidad! ¡No volverán los lacayos del Imperio!
A los treinta y cinco años sentía que por su conciencia fluía toda la inteligencia de la energía universal, podía sentir en cada una de sus células la sabiduría del pensamiento filosófico legado por Marx y Lenin, tenía que escribir sobre la belleza de la revolución, sobre el amor y la felicidad, también sobre esos tristes momentos de muertes inevitables de las aves, mascotas, flores del campo, la muerte de la abuela. Aunque el tema central siempre sería la felicidad del universo, la luz de la revolución universal, el equilibrio perfecto de un universo que se mueve al ritmo de ese amor puro que sólo podía ser descubierto por un corazón enamorado de la belleza, de la luz, de lo perfecto, por un escritor que comprendiera el secreto sexual del  mensaje de los  dioses griegos.
Jaime escribía su filosofía de izquierda desde el espejo existencial de su historia de vida. El mundo era comprendido desde sus vivencias, sus recuerdos, la imaginación, sus ideas, su licor, el humo de la pipa.  No tenía hijos,  esposa, novia, comunidad, padres; pero tenía Patria. Jaime vivía en sus novelas, en el perfecto mundo de los treinta y cinco años, buen trabajo en la Universidad Central, hermosa y confortable casa en una urbanización de buen estilo, moderno automóvil. Las reflexiones filosóficas surgían a borbotones, como la espuma de esas copas de la media noche.  Él estaba destinado por los ángeles a iluminar con sus ideas a ese mundo confuso de los jóvenes revolucionarios. Todos sus escritos giraban en torno al mensaje eterno, “La Filosofía de la Revolución Socialista del Siglo XXI”. Lo más importante era prolongar para siempre el espíritu de la primavera, mantenerse firmes en la actitud positiva frente a las adversidades y las guerras económicas del Imperio. Los problemas de la existencia se resolvían en la mente, “somos lo que pensamos”, conclusión increíble que surgía de los genios de la última botella de vino, de aquella noche de principio de otoño. Jaime se fue a su casa, que estaba solamente a pocas cuadras. Se detuvo ante la puerta, se dirigió hacia la parte posterior de la casa, pudo ver el cadáver congelado del gorrión, lo tomó por una de las alas y lo arrojó al pote de la basura.
La noche era joven, la laptop había quedado encendida, podía escribir una o dos páginas. La fuente del conocimiento se encontraba en la intuición íntima, una experiencia  que siempre  aflora como una caricia fresca de esos momentos especiales de inspiración. Recuerda que su primera novela la tituló “El Mareo”. Claro, en la Universidad Central donde trabajaba todos aplaudieron la originalidad y lo inédito del tema. Se trataba del diario de un hombre en Paris, que planteaba el absurdo de la existencia desde la experiencia vivencial y cotidiana.
Según la novela de Jaime, la vida del ser humano carecía de sentido, la existencia era libertad eterna y fastidiosa. No había ningún manual para la existencia, cada día era inédito y lleno de conflictos ambiguos y grises. El personaje de aquella novela era un joven intelectual “Jean Raquetín”, un francés enamorado de una joven tan superficial y vacía como la vida misma. Al final, “Jean” se descubre desnudo ante el ser en sí. El ser de las cosas llegaba sin nombre, sin medida, sin lógica…, chocaba en la mente y producía una angustia, un “mareo existencial”, ese mareo era la intuición íntima que anunciaba la presencia de un ser en sí externo a la conciencia.
Esta Novela de Jaime recibió el premio a la “Reflexión Filosófica” de la década de los noventa. Según el jurado, el tema era totalmente original y novedoso, un salto cualitativo en el torbellino de los pensamientos revolucionarios de la Patria. Desde aquel día de la premiación, la vida de Jaime cambió para siempre. Ya no se conformaría con una existencia trivial, superficial, común; una familia que mantener, unos hijos que atender, hermanos, primos, tíos, amigos comunes y vulgares.., nada que tuviese ese olor a gentuza. Su intelecto era de otro nivel, capaz de navegar por los senderos misteriosos de la revolución del Nuevo Milenio y de los mares secretos del universo.   Sin embargo, ya han pasado diez años y todavía no ha perfeccionado su segunda novela.
El tiempo carece de importancia para el profesor Jaime, los estudios de filosofía marxista lo han elevado más allá del tiempo y del espacio. La edad no tenía importancia, siempre y cuando el espíritu revolucionario se mantuviese fuerte, con energía para enfrentar y superar los obstáculos de la cotidianidad. Nada en este mundo iba a perturbar su mente superior. Ahora, en sus nuevas lecturas buscaba penetrar los misterios de la otra vida. Él estaba seguro de que su alma había recorrido varias existencias en el pasado. Las existencias vuelven al inconsciente a través de los sueños. La última vez se vio a sí mismo con un hábito color café, como esos monjes sabios de la Europa del siglo XIII. Jaime estaba convencido de que siempre su destino ha sido el mismo, “el amor a la filosofía y a la revolución”. Las ideas de la filosofía de Santo Tomás le parecían tan sencillas, “la diferencia ontológica entre el Ser y el Ente”, “el proceso de abstracción de las esencias y la actividad sin movimiento del intelecto agente en la intuición del ser del ente en la conciencia”, todo le llegaba con facilidad inusitada, la única explicación lógica apuntaba a sus vidas anteriores, cuando él era probablemente compañero o maestro de Santo Tomás de Aquino.
El secreto del sentido de la vida se encontraba en una especie de sumatoria de las existencias pasadas, eso se podía observar en los ojos de las personas. El último trabajo escrito por el profesor Jaime consistía en una descripción antropológica de sus vidas anteriores y de la posibilidad de encontrar un patrón existencial que determinase el sentido de la vida de todos los hombres y mujeres de la humanidad rumbo al socialismo universal y perfecto.
Entre los secretos develados en su ensayo filosófico expuso la teoría de que “los ojos son las ventanas del alma”. Las ideas filosóficas  solamente pueden ser asimiladas por almas especiales, por hombres elegidos por los arcángeles fundadores de las civilizaciones dominantes. Jaime se sentía un arcángel en potencia, un alma cuyo cuerpo era la cárcel indeseada. Recuerda muchas veces las frases del abuelo, el de la pipa, el de los anteojos amarillentos, el abuelo de mirada profunda, quien a diario le repetía, “Jaime, cuídate de los Otros, de manera especial  de los seres de ojos apagados y bajos”. Jaime fue aprendiendo que no todos estaban en el mismo nivel de evolución, que existían seres cerca del estado de la iluminación espiritual y seres humanos  comunes, carnales, de esos cuyo olor a miseria se percibe a cientos de metros. Él era un líder revolucionario, un futuro Diputado marxista.
Para Jaime no existía nada más espantoso que el estado de pobreza y de miseria; así, como viven esos personajes en los ranchos marginales, una vida sin sentido, mejor es morir que comer porquerías. La vida era para disfrutarla, vivir a lo ancho, sin ataduras, sin prisiones mentales, sin compromisos absurdos, sin tareas obligatorias; totalmente libres de las ataduras de la falsa moral del Imperio. La vida era la libertad absoluta, sin temores, la libertad de los elegidos por la Conciencia Revolucionaria del universo. Lo mejor era el vino, el champagne bien espumoso, el sexo centrado en el placer de los sentidos, la pipa que heredó del abuelo, las noches interminables al lado de seres bellos, como los protagonistas de las novelas románticas. Vivir, vivir el amor, el placer y el poder del conocimiento marxista.
Jaime es un dios sin definición sexual, se siente más allá del bien y del mal, trasciende las ataduras de los órganos sexuales, vive a plenitud, como los dioses libres, sin absurdas reglas morales y religiosas. Efectivamente, la moral y la fe debilitan la evolución del verdadero hombre, el hombre en toda la plenitud de sus potencialidades que lucha contra  la falsa moral de los débiles. ¡Qué viva el nuevo revolucionario, libre y sin ataduras morales ni religiosas!

  
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El ensayo filosófico trataba sobre la posibilidad que tienen algunos investigadores de conocer la historia de sus vidas anteriores a través de la interpretación de los sueños, la exploración del inconsciente individual y colectivo. En definitiva, sus investigaciones científicas y objetivas le habían llevado a la conclusión de que los revolucionarios han vivido muchas vidas anteriores ¡Somos viajeros del tiempo!
En el ensayo había decenas de descripciones fenomenológicas y hermenéuticas sobre casos altamente impresionantes y  eran pruebas irrefutables de que todos los seres humanos venimos de vidas anteriores, la cuestión consistía en hacer conscientes estas existencias que deambulaban en el inconsciente, hasta lograr la conciencia plena del sentido y del punto del desarrollo espiritual de la propia existencia, como punto de partida de la creación del socialismo del Nuevo Milenio. 
Jaime, que hace algunos años había escrito esa gran obra, “El Mareo”, no podía creer que sus compañeros de la Cátedra Filosófica se burlaran y no pudiesen comprender la intensidad antropológica de sus disertaciones sobre las vidas pasadas. Nada de eso le importaba realmente. Ya él estaba cansado de las burlitas de sus colegas “oligarcas”, profesores mediocres del montón. Por supuesto, nadie  hablará jamás de esos mediocres, morirán en el olvido, sin un epitafio significativo; o tal vez alguna de esas madres lloronas les escriba “aquí duerme el hijo de todos”.
Los otros profesores de filosofía no tenían la más leve idea de la profundidad filosófica y revolucionaria alcanzada  por la mente de  Jaime Steven. Su artículo sobre las vidas pasadas lo iba a llevar a una revista internacional de gran prestigio científico: “El Tarot de la Nueva Era”. El Dr. Rodolfo Cruz, su maestro, guía y amigo, director de la revista esotérica, le había prometido publicar su ensayo, “Mi Vida en el Tíbet”, era su obra predilecta, un manual de entrenamiento de marxismo mítico para conseguirse consigo mismo en historias pasadas. En los sueños todo es posible, la relatividad del tiempo y del espacio nos comunica con la relatividad de nuestras vidas pasadas. En el sueño todo es uno, y la unidad lo es todo en un espacio y tiempo espiral y cíclico.  He ahí el secreto ontológico y epistemológico que permite conocerse a sí mismo en las múltiples existencias del mismo “yo” en perfecta vía evolutiva.
Jaime disfrutaba plenamente de la vida, era un intelectual refinado, de elegante vestir, siempre a la moda, nada importaba ciertos murmullos de algunos de sus compañeros. Si algo había aprendido a lo largo de sus existencias, era el considerar como absurdo los comentarios de la gente, para nada valoraba las opiniones simplonas de personas que carecían de sentido de la existencia, esos seres que se parecían a los animales, solamente nacen, crecen, se reproducen y mueren cargando a los nietos, siempre se mueren  de cualquier infarto. Nada importan esas vidas y esas muertes, son como los animales de cría, lo único que aportan son la prolongación del absurdo en cada hijo que engendran. El hombre socialista se sabe superior a esa raza de inferiores.
 Jaime siente esa mirada moral  cuando camina por los pasillos de la universidad, todos los ojos están pendientes de su modo de caminar, del color  florido y llamativo de sus camisas, de lo ajustados al cuerpo de sus pantalones, todos parecen burlarse del modo en que acondiciona sus cejas, su cabello, sus zarcillos, sus sortijas. Él sabe que todos lo critican, pero nada de eso importa. Jaime vive libre de prejuicios, sin fronteras sexuales, ni morales. Él es digno representante de la libertad absoluta de los seres superiores y revolucionarios. Jaime es feliz y eso es lo importante.
La universidad es el ambiente perfecto para desarrollar todo el potencial filosófico marxista del profesor Jaime Steven. Lo que no cuadra con su ser espiritual son los alumnos y las alumnas, jóvenes de origen popular, se visten con lo que pueden, zapatos de marcas miserables, vocabulario de barriada, colonias y perfumes de los más baratos, no saben leer, no saben escribir, vienen demasiado mal preparados, ninguno de ellos ha leído nunca algún texto de Carlos Marx. Jaime no ha  podido encontrar entre los alumnos de filosofía alguien que en su bachillerato haya leído “La Divina Comedia” de Dante Alighieri, ninguno de esos bachilleres  ha escuchado jamás “Las cuatro estaciones” de Antonio Vivaldi, ninguno es revolucionario.
 Los alumnos son desaliñados, de mal aspecto y de peores costumbres; comen empanadas de queso y carne en pleno salón de clases, a veces alguna alumna trae al salón a un niño pequeño, y en plena actividad los amamanta. Ahí, con la mente vacía de ideas, los alumnos existen arrojados como animales salvajes, todos son hijos de obreros y de señoras ignorantes, ninguno posee una biblioteca digna en su casa, ni siquiera tienen un estudio en su hogar. Con estos alumnos se hace imposible entablar un diálogo, un encuentro, un círculo de aprendizaje. Ninguno es revolucionario.


 De lo que se trata es de llegar al salón y hablar con los espíritus, como si aquellos alumnos no existiesen, ignorarlos; mejor, soportarlos, sin contaminarse. Si alguno de ellos quiere sobrevivir, tendrá que fajarse hasta despojarse de su piel maloliente, negando su esencia miserable y tratando de escudriñar algunas breves enseñanzas de un sabio filósofo como Jaime. Ninguno de ellos es digno de pertenecer a la “Juventud Comunista”.
Las clases de filosofía marxista que enseñaba  a esos jóvenes de la Universidad Popular no le satisfacían, ni los alumnos, profesores, estructura de los salones, la biblioteca, la cantina, el comedor, el transporte, la seguridad, los gerentes departamentales, de cátedra, del decanato; nada de aquel ambiente llenaba las expectativas del gran sabio y filósofo marxista. Por eso, Jaime deseaba terminar su tercera novela “El cuarto Ojo”, en donde él sería  protagonista, un monje tibetano que viajaba por algunas ciudades importantes de la cultura occidental, enseñando los secretos de los poderes paranormales que se lograban con la aplicación de ciertas técnicas de concentración que le fueron iluminadas por un monje anciano, que al morir se reencarnó en el cuerpo de un joven estudiante de filosofía de la Universidad de Londres, quien después de ciertas escenas de purificación, se hizo unidad en pensamiento con el alma de aquel anciano, comenzando así una larga travesía de historias espirituales, ayudando a los grandes genios y diseñadores de moda a encontrar la verdadera libertad de espíritu, les enseñaría a todos el proceso de negación de la carne, de lo corpóreo, de las miserias, del hambre, de la vergüenza, hasta evolucionar en seres libres y revolucionarios como las gaviotas en las alas de las olas del mar.



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En el salón de clases estaban sentados cerca de cincuenta jóvenes del cuarto semestre de Licenciatura en Educación. Sin duda, los alumnos de las clases sociales más bajas, de rendimiento más ineficiente, de hábitos de estudio casi inexistentes; estudiantes  ignorantes provenientes de las orillas, de esas barriadas, jóvenes de piel oscura, de ojos pardos, de mirada despistada, falta de concentración, de interés, de motivación, de uñas sucias, de cabello resecos. Definitivamente, aquel no era el ambiente de un profesor vestido a la moda, que vivía en un urbanización de alta sociedad, que había estudiado en Londres, que hablaba perfectamente el inglés, italiano, portugués y francés, a parte de su lengua española.
Comenzaba el semestre,  el primer día de clases, el calor  insoportable, ese aire acondicionado nunca servía para nada, los alumnos hablaban entre sí, parecía que estuviesen en un transporte público. Lo peor era esa miradita destructiva de algunos alumnos, como criticando su modo revolucionario y  libre de vestir, ya él conocía esa sonrisita maliciosa de los machistas ¡Todas esas alumnas eran feas y ordinarias!, todo el salón era ordinario, vulgar, pesado, de mal gusto. ¡Dios, las clases eran la peor pesadilla! Él solamente quería escribir novelas revolucionarias: “El hombre es la náusea” y “El cuarto Ojo”, no soportaba dar clases a esos alumnos mal vestidos.
Jaime llegaba al salón, recorría los rostros y no encontraba esperanzas de sabiduría en ninguno de esos alumnos. Antes de empezar las clases rezaba una oración especial, una especie de plegaria repetitiva, un mantra secreto, que solamente algunos filósofos marxistas del Nuevo Milenio habían memorizado, para elevar el alma más allá de los maleficio de la cotidianidad imperialista. Se trataba de la misma oración escrita por el Rey Salomón para implorar la sabiduría divina.
Jaime ya era un profesor de experiencia. No había nada nuevo, las experiencias se podían predecir, “alumnos flojos”, “desinteresados”, “algunos de esos alumnos iban a sobresalir”, “le prestaría especial atención a ese par de jóvenes”, “tal vez hasta les invite a estudiar en su biblioteca personal, allí donde tiene un ambiente especial para los alumnos especiales”, “la mayoría de los alumnos y alumnas siempre salen aplazados con calificaciones mediocres”.
La libertad era la existencia de Jaime. Poco importaba los comentarios de mal gusto de la gente. La libertad era lo que distinguía al ser humano de cualquier animal. Esa libertad se hacía vida en los ojos cristalinos y profundos de Jaime. Los alumnos que Jaime elegía siempre eran los más altos y robustos. Nunca eran más de dos por semestre. Ninguna de esas “amistades” duraba más de un año. La libertad consistía en la ausencia total de compromiso. Todo compromiso esclaviza. Todo compromiso es manipulación y explotación. La verdadera revolución es la libertad plena. Jamás se dejaría manipular ni utilizar por los otros seres de este planeta. La libertad no tiene precio. Se vive a plenitud  para satisfacer lo que el cuerpo y la mente necesiten, gozar de la vida, del placer de los sentidos, del orgasmo corporal y espiritual, sentir en profundidad la excitación de todo el sistema nervioso, hasta saciar completamente las ganas de enseñar a esos dos alumnos lo que es bueno y lo que es malo.
Jaime llevaba años enteros dando rienda sueltas a sus deseos y el lugar más idóneo era la Universidad Popular. Nada le ha detenido jamás en su visión antropológica: la libertad encarnada en un una existencia espacio-temporal, la libertad de un cuerpo sano y joven, la libertad de la búsqueda del placer más allá de los convencionalismos sociales.
 El profesor Jaime Steven era superior a todos los demás hombres y mujer comunes de la sociedad latinoamericana, centrada en el mito de la familia como “célula fundamental de la sociedad”, no había una afirmación más enfermiza y alienante, ninguna de esas barreras culturales detenían jamás el hambre de libertad de Jaime, el profesor de filosofía marxista.
La casa de Jaime era ideal, una cocina amplia con vista a un jardín de flores y rosas, una sala adornada con cuadros de exquisito gusto artísticos, repleta de algunos  desnudos masculinos y femeninos, una mesa central con varios ceniceros, dos sofás con múltiples almohadas de colores excitantes; en la pared del fondo está un amplio “bar de caoba”, con las más variadas botellas de licores para todos los gustos. Lo maravilloso era el cuarto especial, un colchón que abarcaba casi todo el piso, las paredes pintadas de un rosado intenso, desnudos de homosexuales, escenas de sexo entre homosexuales, espejos en el techo, un refrigerador pequeño.
Toda la casa era un arca del sexo homosexual, de lo que Jaime entendía por libertad y revolución marxista. En la homosexualidad encontraba el verdadero sentido de la vida. Sin duda, su existencia  giraba en torno a los jóvenes altos y robustos. El filósofo marxista Jaime Steven era discípulo de los filósofos griegos, Sócrates, Platón, Aristóteles, Epicuro y todos aquellos pensadores elegidos por los dioses del sexo homosexual, el verdadero amor, la verdadera vida, el verdadero placer, la libertad, la felicidad… ¡La Revolución Bolivariana  había llegado!

Lo que más odiaba Jaime era la hipocresía religiosa. Los hombres y mujeres que se daban “golpes de pecho” en las iglesias. Sin embargo, en la vida oculta, en esa dimensión oscura y  secreta de los seres humanos, esos mismos hipócritas daban rienda suelta a los más bajos instintos. La vida verdadera, la que no se muestra a los demás, casi siempre es una orgía vivida clandestinamente en la oscuridad de una vergüenza culpable y enfermiza. Muy en el fondo, la existencia es la frecuencia de relaciones sexuales. El sexo lo es todo para Jaime. El sexo es el sentido de la existencia y de la revolución. El hombre es un ser sexual. Hago el amor, luego existo. La salud, el dinero, el poder, el éxito, todo cobra su verdadero sentido en la cama, al lado de la pareja deseada.
Pero, el sexo tiene que ser libre, según el propio apetito corporal, sin ataduras, sin prejuicios, sin nombres, sin familias, sin culpa. La pregunta por la esencia del ser humano se disuelve en el orgasmo masculino, en el éxtasis del amor entre dos hombres de la misma raza. Para Jaime, la homosexualidad es el hombre en sí mismo. ¡Qué mueran los dioses! ¡Qué viva la juventud sana, alta y robusta! La religión está de sobra. La moral está de sobra. Las viejas de velos blancos como la muerte están de sobra. ¡Qué  viva el placer sensual y revolucionario, que se desliza como la caricia  de una nube azul sobre la espalda!
La moral y la religión, la cultura de las buenas  costumbres, todo esos inventos mediocres de los débiles e insignificantes,  han hecho de la muerte el símbolo negligente de la existencia. Esas miserables existencias nacen para sufrir esperando la recompensa más allá del cielo. Jaime dividió la humanidad en dos razas, los revolucionarios homosexuales y los pobretones esclavos. El hombre es un sistema casi infinito de relaciones físicas y emocionales, un sistema que no tiene límites, que se abre hacia la eternidad finita de este espacio y del tiempo en que dure la respiración. La vida es corta y Jaime la disfruta a placer, dándole a su cuerpo la sensualidad de todos los jóvenes que pudiese llevar a su dormitorio especial, donde entre quejidos  desnudos, la vida se hacía celestial entre las sombras del licor, liberando toda la energía de la Conciencia Universal de la Nueva Era.
Jaime estaba profundamente convencido de que los tiempos cambiaban cualitativamente, que el universo, el mundo, la humanidad se encontraba a punto de un salto revolucionario y evolutivo, en donde la pareja concebida como la unión de un hombre y una mujer no tendría espacio en la Nueva Era. La revolución, la libertad, la igualdad y la fraternidad tomaban un camino hacia el triunfo de la sensualidad sin límites, hacia el máximo placer profetizado por el Maestro Epicuro de la Antigua Grecia.
¿Qué es el la Filosofía? ¿Cuál es el misterio del ser del hombre? ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Cuál es el destino de cada persona? ¿Hacia dónde va la humanidad? ¿Existe Dios? ¿Qué es la realidad?  ¿Qué es la Revolución Bolivariana? Todas las preguntas filosóficas que se ha hecho el hombre racional en más de dos milenios de historia del pensamiento occidental, Jaime la ha respondido perfectamente. Él  comprendía y conocía las respuestas a los misterios profundos e insondables de cualquier filosofía, sociología, o de  la ciencia en general. La repuesta estaba en el límite del tiempo y del espacio, en los senderos del placer sensual y en la extensión del poder, del dominio, gracias al proceso Revolucionario y Bolivariano. El sentido de la vida consiste en el gozo pleno de la sensualidad y en la explotación del Otro. En este punto, Jaime estaba más que satisfecho, ahí estaba el secreto de la vida: La subjetividad consistía en llevar el placer sensual hasta  el centro más íntimo del “Yo”. La objetividad era la esclavitud, la explotación. El Otro es el esclavo, el dominado. La realidad externa era lo dominado, objeto de consumo, lo que se utiliza y se convierte en basura desechable.
La Filosofía es para Jaime  el discurso del placer y del dominio. La vida misma consiste en gozar al máximo lo sensual, en esclavizar al Otro y consumir todo. Se trata de destruir a los animales, las plantas, los minerales, el agua, el sol, las nubes, en utilizarlo todo, en transformar y destruirlo todo, nada es más valioso que la “Voluntad de Poder”. El sentido de la vida está en el Poder. La Revolución Bolivariana sin Poder, carece de sentido.
El poder lo es todo. La llave maestra de todo ese poder de destrucción, placer y dominio es el dios Dinero, dios de dioses, verdadero ser trascendental, sin tiempo, sin espacio, sin límites, perfecto, inmortal, todopoderoso, invencible, fascinante, precioso, rey de reyes, amo y señor de toda criatura. Sin dinero no existe el ser humano. Quien no posee dólares es una cosa sin valor, carente de razón de existencia. El problema de la existencia de un ser absoluto, se resuelve en la cantidad de dólares que se maneje. Contar dinero es hablar de los dioses. No se trata de un simple discurso moralista oculto en metáforas cínicas. Si actualmente existe una verdad objetiva, universalmente válida es la coronación y el ascenso espiritual del “dios dinero”.
Jaime era fiel a su pensamiento filosófico marxista y a su modo de vivirse como revolucionario. La dignidad de la persona se encontraba en el “deber ser”, “en lo imaginario”, “en el deseo moralista”, “el rostro del Otro”, “un alma inmortal”, “un Yo”, “la conciencia”, palabras vacías que se refieren a nada, palabras subjetivas que no son más que fríos e insípidos poemas que ya nadie lee. ¡La Metafísica ha muerto! ¡Perdón! ¡Ha resucitado! ¡Aleluya! ¡Qué viva el Dólar! ¡Dios ha vuelto! El hombre débil siempre  muere pobre y podrido, en cualquier catre infernal de esos barrios populares repletos de seres nauseabundos que mueren solitarios, abandonados,  llorados solamente  por la madre que los parió, la misma mujer borracha que dormía en la plaza de aquel pueblo olvidado. 



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