“LA VIDA DE JAIME
STEVEN”
AUTOR: GERARDO BARBERA
*
La muerte
del ser humano condiciona las reflexiones sobre el sentido de la
existencia en los sistemas de filosofías antropológicas. Desde luego, no se
trata de una descripción de la muerte en cuanto hecho biológico y
natural que consiste en dejar de
respirar para siempre; sino, de esa experiencia existencial de saber que nos
convertiremos en gusanos inservibles, en humedad que se transforma lentamente
en cenizas olvidadas, hasta que la conciencia de ese “Yo” íntimo y personal se haga unidad con la nada
deforme y anónima, esa materia absoluta que tal vez sirva de abono
para las rosas de un triste jardín. El
hombre sin Dios es una cosa. El hombre del Nuevo Milenio propuesto y formado
por la Revolución Bolivariana es una cosa, es un animal de consumo, que
destruye al Planeta y odia a todo aquel que no piensa como ellos.
La conciencia de saberse y entenderse mortal
atormenta la quietud del alma del
ser humano y lo diferencia radicalmente de los animales terrestres,
quienes solamente viven, comen se
reproducen y dejan de vivir. La angustia oscura
hace al hombre un ser extraño, inconforme, melancólico, creyente, con
esperanzas, pesimista, alegre, triste, devoto, rodeado de imágenes de todo tipo
que le prometan la vida eterna, o la felicidad plena y terrenal. El hombre es
un ser de fe, de esperanza. Los venezolanos sobreviviremos a esta locura
infernal que estamos viviendo y que se llama Revolución Bolivariana.
El hombre vive la muerte en su realidad
más íntima, desde ahí cuestiona la vida como afirmación o negación de la
fatalidad que siempre asecha para destruirlo en cualquier instante, ya sea entre sábanas blancas olorosas a ese alcohol
barato de los hospitales horrendos, o la muerte inesperada y sorpresiva bajo la
inclemencia del hampa. La enfermedad es muerte. El dolor es muerte. La
violencia es muerte. La tristeza es muerte. La cotidianidad es muerte. La
Revolución Bolivariana es odio y muerte. Los cumpleaños son un paso más hacia
la tumba. La muerte es la entrada a lo desconocido. La muerte es despedida
inédita. La muerte es el significado de la palabra “nunca”, un adiós a los
seres queridos, a los que dieron calor a esos pocos momentos hermosos de la
vida. La muerte es universal. La muerte está en cada uno de nosotros,
desarrollándose suavemente, devorando una a una las células de nuestro cuerpo.
Sin Dios…, el hombre es un animal que se muere.
Al final, sólo quedará el grito de
auxilio, moriremos esperando que cualquier amigo nos consuele. Todo será
oscuridad y absurdo cósmico, lodo orgánico, cielo sin luz, nubes grises y
sin primavera, morirán todas las estrellas infinitas. Desapareceremos en un
universo sin memoria, sin sentido histórico, sin conciencia, sin espíritu.
Navegaremos en las aguas de una realidad
idéntica a la nada, al caos, a la totalidad inmóvil. No habrá espacio para las
mentiras existenciales. Las aguas del Ser son indiferentes y oscuras, donde se
hunden todas las conciencias humanas e inexistentes.
El
Ser y La Nada carecen de
conciencia. El ser de la conciencia es la muerte de un “Yo” que se apaga
lentamente. Esto es todo lo que nos ofrecen los Comunismos teóricos; este el
final de la historia que nos prometen los líderes de la izquierda
revolucionaria. La revolución Bolivariana nos promete la muerte; y cumple con
sus promesas; la muerte absurda y vacía se hace cotidiana; tan común, que ya ni
lloramos a nuestros muertos.
En lo esencial, nos parecemos a esos animales atropellados
que se pudren en las autopistas. Ahí, bajo el intenso calor del verano, se consume la esperanza de las mascotas o de cualquier animal del
monte. ¡Y eso puede ser todo! ¿Qué
importa el modo de morir? ¡Siempre es lo mismo para los animales del planeta! ¿De dónde la
eternidad del espíritu? ¡Mejor sería la inconsciencia! La muerte es el misterio
que frustra todo intento de justificación racional o filosófica. ¡La muerte
opaca a la razón lógica! La muerte es el vacío después de la fiesta y sus
locuras alcohólicas, ese cansancio tan rutinario que nos deja solos y
silenciosos, con náuseas, deseos desesperados de llegar al lavamanos y
descargar toda la basura, hasta quedar desnudos bajo la regadera, esperando que
el agua fresca nos anime para vivir la mentira de otra noche de música desenfrenada, hasta que vuelva el otro
amanecer, la locura se repita, y al
final… los pulmones dejarán de respirar y el corazón se detendrá. Y ni siquiera
nos dejarán la franela roja que nos obligaron vestir durante las marchas
revolucionarias.
La guerra y el odio han sido los verdaderos
protagonistas a lo largo de toda la historia social, la muerte es el
significado final de la existencia personal y social de los socialismo
militares. De nada sirven los placeres, el dinero, el poder…La muerte lo
destruye todo, lo consume todo, lo olvida todo… no quedará ningún alma solitaria
llorando entre las sombras de la noche eterna de un universo petrificado y
absurdo. ¡Sería profunda la tristeza del último fantasma, que asustado y
perdido se vaya apagando como una vela nocturna en la oscuridad infinita!
**
El profesor Jaime, ensayista e investigador en el área de la Filosofía, de la Psicología
y de la Sociología con un doctorado en
“Ciencias Epistémicas”, se acomoda en el sillón de la oficina, acaricia
el retrato del Comandante Eterno, como si fuese parte de un rito; toma café,
mira las hojas que caen a lo lejos, el otoño apacible llega a su final. El frío
del invierno se acerca. El universo será blanco y húmedo, como la
vida misma, tan monótona, tan helada, igual a las flores que desaparecen como
aves sin rumbo. Sin embargo, la vida se
ve hermosa y apacible como la noche que se desliza entre las cortinas. No hay
nada como las ráfagas prematuras del invierno para inspirar profundas
meditaciones ontológicas y hermenéuticas, ¿qué es el Ser?, ¿qué podemos
conocer?, ¿porqué más bien el Ser que La Nada?, ¿Cuál es el “puente epistémico”
entre el sujeto y el objeto? ¡Preguntas eternas, celestiales, angélicas,
divinas e inmortales! Él es una promesa
intelectual de la Izquierda Revolucionaria ¡De su mente fluirá la nueva ciencia
revolucionaria en contra del Imperio Yanqui!
Sin embargo, el entorno
no es tan inspirador dentro de la oficina, mirar el techo blanco, las paredes verdes y repetidas es una
experiencia aburrida, pegajosa, absurda.
Hacer filosofía sentados como cadáveres religiosos, carece de emociones
alocadas y sensuales. Se necesita la música interna casi poética, tan necesaria
para escribir el mejor libro de filosofía antropológica sobre el amor perfecto
inspirado en las enseñanzas del Comandante Eterno. El movimiento vital, la
fuerza de la energía mágica del universo, todo ese descontrol animal está más
allá de esa ventana. La vida real está esperando ser admirada por una mente
única y brillante. Esa vida virtual en la laptop es pesada, en blanco y negro. Él necesita el
calor del Pueblo.
En efecto, dentro del mundo de la
Internet, la humanidad camina hacia la quietud histórica, como si de pronto la
sociedad estuviese llegando al desfiladero oscuro y tenebroso. La computadora
le parece absurda, sin calor, ni emociones. En cierto modo, dentro de esa
pantalla, el hombre se convierte en un patético receptor de mentiras, de
ilusiones, de fantasías creadas por mentes mercantiles y manipuladoras del
Imperio. Los sabios del nuevo milenio
saben solamente una canción, “la historia ha muerto”, “ya no hay mensajes
políticos universales”, “se derrumbó el muro de Berlín”, “ya no hay proezas que
narrar” “no hay religiones”, “murieron las ideologías”. Ahora, el mundo se reduce a lo visto en la pantalla virtual. La verdad la establece
una máquina. El secreto es la energía eléctrica que engaña y enajena. Pero, Él…el profesor Jaime Steven
conmocionará al mundo con el mensaje del Socialismo del Nuevo Milenio,
inspirado en la vida y obra del Comandante Eterno.
Él conoce el futuro, pronto el hombre
será solamente un centro nervioso con ojos y pocos dedos, lo demás será
eliminado por la evolución, seremos unas cuantas células nerviosas alimentadas
por la realidad virtual. Hasta la fe religiosa tiende a desaparecer, el mundo
es lo mirado, el hombre es una imagen, una moda, ojos azules, cuerpo atlético,
licor, sexo, poder. ¿Quiénes viven de verdad esa realidad prometida en los
sueños ofrecidos en la red virtual o en
el cine? ¿Quiénes viven el placer, tener y poder a plenitud al estilo de esos actores virtuales? ¿Acaso, los siete mil
millones de terrícolas? ¿Mil millones? ¿Quinientos millones?... En la pesada
realidad cotidiana, la vida plena de licores, dineros y orgasmos la disfrutan
solamente algunos elegidos o semidioses de cuerpos perfectos. Claro, y los
Diputados y líderes del proceso revolucionario. Él quiere ser uno de ellos; por
eso, escribe y escribe. Los otros miles de millones de terrícolas contemplan y
sueñan, algunos zombis gozan de las imágenes
virtuales. Ya no se hace el amor, se conforman con masturbarse frente a una
imagen virtual.
El mundo de placer está siendo
suplantado por las imágenes en una computadora. Entonces, ¿Qué es el hombre? Un
ojo con cerebro ¿Qué es el mundo? ¿Cuál es el valor de las otras personas?
Simplemente lo mirado; somos un par de ojos atrapados en un universos de
imágenes irreales. Desde luego, la otra alternativa es la miseria, el hambre,
la muerte. ¡Muerte o Enajenación! Estas
son las dos alternativas que nos brinda la Revolución Bolivariana. Jaime sabe
lo que quiere. Entendamos de una buena vez, pocos son los que viven el placer
prometido, muchos los que mueren de hambre sin tener ni siquiera la oportunidad de un mundo enajenado y
virtual. Y si Él, el profesor, Jaime
Steven tiene que escribir libros de fantasías revolucionarias y de mentiras
históricas…, lo hará; Nadie verá al profesor Steven pasando hambre, ni haciendo
colas para comprar un jabón de baños.
***
Jaime había soñado con el título del primer capítulo de su nueva
novela filosófica: “El hombre es la náusea”, donde presentaría una crítica
radical a la antropología del consumo propuesta por el Imperialismo Salvaje. Se
trataría de la historia de un filósofo que vive
profundamente todas las dimensiones del amor sin fronteras. Mientras
Jaime se imagina las escenas de su personaje, las hojas secas de los árboles
grises se hunden en el lodo frío, una
lluvia tímida se escucha a lo lejos. La novela promete ser otro éxito de
reflexión esotérica, masónica y revolucionaria, de esas enseñanzas que leen los
líderes revolucionarios, los profesores investigadores y los jóvenes de
izquierda que estudian Filosofías Orientales, escritas por ancianos que alguna
vez fueron los guerrilleros de la década de los sesenta del siglo pasado.
Jaime intuía que el amor perfecto y sin
fronteras era la nueva etapa de la evolución del hombre del socialismo del
siglo XXI, la única alternativa para superar la virtualidad de las computadoras
y el desenfreno consumista. Por supuesto,
para crear nuevos caminos de esperanzas tenía que volver a lo natural,
al canto, la poesía, el amor silvestre y sin ataduras, dar placer a todos los
sentidos, según el hedonismo más puro,
vivir de un modo totalmente libre como las aves, las flores y el viento; la
revolución de acuario.
La filosofía novelada es la imaginación
de un poeta sensible que se cree y se proyecta como un ser medio angelical, sin
sexo definido. Jaime es un ejemplo vivo de los ensayistas sensibles, refinados,
con ese modo tan peculiar de hablar, caminar…de mirar de algunos
revolucionarios intelectuales. Ahí, frente a su alma, estaba escrita la
frase,”La religión es el opio del pueblo”. Esta frase tan original y magistral está en el centro de la pantalla de
su computadora. El profesor Jaime Steven siente en su piel la apatía del otoño.
El cielo es gris, las aves han perdido su encanto. El horizonte es gris. La
mañana es gris. La vida es gris. No hay una flor colorida en todo el jardín.
Jaime siente intensos deseos de componer un poema; tan tierno como el brillo triste de la montaña, algunas
letras que estremezcan a los lectores tan sensibles como él, esos que
pertenecen a redes de poetas, “Poemas de amor”, “Poesías del corazón”, “Pozos
del deseo”, “Oasis de amor”, “Encuentra lo tuyo”. La revolución es un canto
poético que quiere surgir de las entrañas del poeta Jaime Steven.
La tarde gris le produce nostalgia existencial
y la niñez del filósofo renace en su alma. Jaime puede ver con claridad al niño
que hace años jugaba en las
llanuras de su pueblo natal, en las lejanías de los Andes. Lo recuerda casi
todo, el padre y el abuelo siempre descansaban con las pipas humeantes, la
madre y la tía tejiendo preciosos calcetines de los que se usan en el invierno.
En aquellos años de infancia, el secreto de la vida era la ingenuidad, la
sencillez, la aceptación del ser en su estado más puro, sin el juicio sucio de
la conciencia adulta de los humanos.
El aire siempre fresco, las montañas
hermosas, la campiña de los sueños, el canto de las aves. ¿Acaso los animales
se entristecen? La vida era la negación de lo gris, la primavera eterna, la
leche tibia de las vacas, el canto matutino de los gallos, los perros fieles y
contentos, el florecer eterno de la campiña ; padres amorosos, abuelos
paternales; sus dos hermanas mayores siempre hablando de “ los novios bellos”, fiestas, vestidos,
maquillajes, revistas de farándula y de modas. Por cierto, los zapatos de sus
hermanas eran preciosos, los zarcillos, las muñecas. En fin, aquellos días de
la infancia marcaron su sensibilidad vital y el gusto por las cosas rosadas y
esplendorosas. La belleza eterna del
universo le daba a Jaime esa energía especial que pocas veces vio en los amigos
de la escuela, tan hostiles, sucios, mal educados, bárbaros, rudos.
El biscocho con la taza de chocolate
mostraba el rostro tierno de la
humanidad. Por eso, el encuentro con el
Otro era fácil en el seno familiar;
entender el amor como centro del proyecto humano, vivir plenamente el
concepto de libertad desde el corazón que crecía en el calor de una familia
iluminada, su mundo real, su entorno vital, su existencia concreta; todo sus
recuerdos eran fantásticos. ¿Qué es el hombre? El padre, la madre, los abuelos,
las hermanas, ¿qué es la sociedad? la dignidad del espíritu familiar, tan
alejado de todo lo feo y horrible. En su infancia aprendió que el hombre
es encuentro fraternal, relación personal y comunidad unida. Le
enseñaron que la vida siempre tiene sentido, que sus hermanas eran ejemplos de
amor perfecto y de belleza sensual. En su corazón siempre hubo amor. El amor
era su aporte a la filosofía del Socialismo del Nuevo Milenio.
Ahora entendía que la relación entre
los hombres constituye el centro de
significados existenciales antropológico y la oportunidad para el crecimiento
personal, el Otro es el camarada. El amor se hacía realidad al ver a sus
hermanas besándose con los “novios bellos”. Desde luego, desde estas vivencias
amorosas y afectivas, la Filosofía
revolucionaria tenía sentido. El hombre
vuelve a ser el centro del universo. El hombre es la imagen de todos los
revolucionarios.
Cuando Jaime piensa en la esencia de la
humanidad socialista, revive la
habitación de sus hermanas, el rostro de sus hermanas, los vestidos de sus
hermanas, el modo de hablar de sus hermanas, los novios de sus hermanas. La
persona es un valor eterno y universal para el socialismo chavista. La vida
consiste en la felicidad. La felicidad se encuentra en la relación entre los
seres camaradas. Se nace, se vive, se muere en comunidad. La humanidad entera
es una gran familia de hermanos revolucionarios, en donde todos somos hijos de los mismos líderes de siempre, sin
límites afectivos marcados por el sexo biológico. ¡Qué viva la libertad del
socialismo del siglo XXI!
Ahora, Jaime ve el inicio del otoño con
la mirada de un filósofo profundo, silencioso, capaz de encontrar la luz en la
oscuridad del atardecer, para iluminar con sus pensamientos el camino de
salvación a todos los hombres y mujeres que esperan sus maravillosas
reflexiones filosóficas y sensuales. De pronto, sus manos dejaron el teclado,
el corazón estaba paralizado. Del otro lado de la ventana, lo inesperado se
hacía fatalidad. El destino le recordó la soledad de la noche, un gorrión pecho
amarillo quedó muerto, fulminado por el frío, sus alas dejaron de moverse, el
canto se perdió en la oscuridad. La muerte siempre estaba del otro lado de la
ventana, más allá de la conciencia iluminadora de la existencia. La conciencia
íntima tiene dos caras, ilumina la belleza de la vida, y se atormenta con el
silencio de la muerte oscura, desgarradora.
Lo que no logró la muerte de los estudiantes venezolanos que murieron en
manos de los “motorizados de la paz”, lo ha causado la triste muerte del
gorrión. Jaime Steven es sin duda, un intelectual de la Izquierda Revolucionaria.
Jaime volvió a deprimirse, todo lo
bello se transformó en oscuridad, quería llorar de tristeza amorosa, como lo
hacía la abuela enferma. La noche era la amenaza de la existencia, la espesa
tiniebla lo envolvía todo, igual que hace años, allá en los Andes. La Nada eterna y oscura sobrevivía en las aguas del
inconsciente, apareciendo solamente para acobardar y paralizar, la muerte era el
recuerdo del rostro de la abuela fría y pálida, tendida sobre una mesa de
madera de pino silvestre. La abuela se convirtió en un fantasma, en la hada de
los sueños infantiles.
La muerte del ave disolvió la belleza de los
días de infancia. ¡Esa muerte tan cruel de la más hermosa de las aves! ¡Tanta
tristeza era demasiado para seguir escribiendo! ¡El rostro de la abuela muerta!
Jaime encendió su pipa, salió a caminar para despejar los sentidos; tal vez,
con algunas copas de vino, la inspiración regresaría a nutrir su sangre
filosófica. La muerte de un ave era tragedia que el alma sensible de un
filósofo de izquierda como Jaime no podía soportar, sin que apareciesen algunas
lágrimas de solidaridad existencial y holística con la muerte de ese pobre
gorrión. ¡Cruel y desgraciado universo! ¡No hay escape ni para los dioses! ¡Oh
Filosofía, calma la tristeza mía! ¡Abuela muerta deja de atormentar la
existencia universal! ¡Un estudiante terrorista menos…, qué importa!
****
La mejor época para escribir
reflexiones filosóficas en torno a la importancia de los seres humano es la
primavera, ese momento en donde toda la naturaleza se convierte en un himno
triunfal y revolucionario. La vida se hace colores de arcoíris, el mar es más
azul, el cielo más transparente, y el amor, ¡ah, ese sentimiento de los dioses!
colmaría de placeres cualquier atardecer. Jaime pensaba en la esencia
antropológica universal: La Felicidad Revolucionaria. ¡La inspiración inmortal
había vuelto a la mente de Jaime! ¿Qué
es el hombre? La felicidad, la primavera, la negación de la muerte del gorrión;
la abuela cantando y tejiendo con alegría vital, una marcha infinita de
camaradas.
Jaime se sentía luz entre las sombras,
esperanza en la soledad, estrella en el firmamento, el punto más alto de las
olas del mar. El ser humano es la dignidad espiritual, la trascendencia y la
belleza de todo cuanto existe, un alma capaz
de sufrir la trágica muerte de un ave inocente y pura; un alma que
construye esperanzas en donde las rapiñas imperialistas devoran cadáveres. El ser humano es superior
a la muerte. La revolución es superior a la muerte. ¡Qué viva el Comandante
Eterno! La raza humana vivirá para siempre, hasta alcanzar la espiritualización
total del cuerpo mortal. Seremos ángeles en la tierra y revolucionarios
infinitos. Nada podrá detener la evolución de seres elegidos por los dioses
extraterrestres y seremos como dioses y reinará para siempre el Socialismo del
Siglo XXI, en todos los confines de la Tierra.
La novela de Jaime se desarrollaba al mismo ritmo que el vino en su sangre. El
final triunfaría el éxito de la vida sobre la tristeza del otoño. A cada noche
le sigue el día más esplendoroso que se pueda imaginar. “El cielo es el
límite”. Lo mejor siempre está por
venir. La mente siempre abierta a lo positivo. “Somos lo que pensamos”, “la
mente controla al universo”, “concentrarse es aprender a vivir”. Cada día es
una aventura inmensamente formidable. La vida es el río de los placeres
inimaginables. Vivir es ser feliz. La
vida misma es el verdadero secreto de la juventud eterna que promete la
Revolución Bolivariana. El milagro de la felicidad está en el corazón,
esperando que lo descubramos. ¡Todos viviremos felices para siempre! ¡El Socialismo llegó para la eternidad! ¡No
volverán los lacayos del Imperio!
A los treinta y cinco años sentía que
por su conciencia fluía toda la inteligencia de la energía universal, podía
sentir en cada una de sus células la sabiduría del pensamiento filosófico
legado por Marx y Lenin, tenía que escribir sobre la belleza de la revolución,
sobre el amor y la felicidad, también sobre esos tristes momentos de muertes
inevitables de las aves, mascotas, flores del campo, la muerte de la abuela.
Aunque el tema central siempre sería la felicidad del universo, la luz de la
revolución universal, el equilibrio perfecto de un universo que se mueve al
ritmo de ese amor puro que sólo podía ser descubierto por un corazón enamorado
de la belleza, de la luz, de lo perfecto, por un escritor que comprendiera el
secreto sexual del mensaje de los dioses griegos.
Jaime escribía su filosofía de
izquierda desde el espejo existencial de su historia de vida. El mundo era
comprendido desde sus vivencias, sus recuerdos, la imaginación, sus ideas, su
licor, el humo de la pipa. No tenía
hijos, esposa, novia, comunidad, padres;
pero tenía Patria. Jaime vivía en sus novelas, en el perfecto mundo de los
treinta y cinco años, buen trabajo en la Universidad Central, hermosa y
confortable casa en una urbanización de buen estilo, moderno automóvil. Las
reflexiones filosóficas surgían a borbotones, como la espuma de esas copas de
la media noche. Él estaba destinado por
los ángeles a iluminar con sus ideas a ese mundo confuso de los jóvenes
revolucionarios. Todos sus escritos giraban en torno al mensaje eterno, “La
Filosofía de la Revolución Socialista del Siglo XXI”. Lo más importante era
prolongar para siempre el espíritu de la primavera, mantenerse firmes en la
actitud positiva frente a las adversidades y las guerras económicas del
Imperio. Los problemas de la existencia se resolvían en la mente, “somos lo que
pensamos”, conclusión increíble que surgía de los genios de la última botella
de vino, de aquella noche de principio de otoño. Jaime se fue a su casa, que
estaba solamente a pocas cuadras. Se detuvo ante la puerta, se dirigió hacia la
parte posterior de la casa, pudo ver el cadáver congelado del gorrión, lo tomó
por una de las alas y lo arrojó al pote de la basura.
La noche era joven, la laptop había
quedado encendida, podía escribir una o dos páginas. La fuente del conocimiento
se encontraba en la intuición íntima, una experiencia que siempre
aflora como una caricia fresca de esos momentos especiales de
inspiración. Recuerda que su primera novela la tituló “El Mareo”. Claro, en la
Universidad Central donde trabajaba todos aplaudieron la originalidad y lo
inédito del tema. Se trataba del diario de un hombre en Paris, que planteaba el
absurdo de la existencia desde la experiencia vivencial y cotidiana.
Según la novela de Jaime, la vida del
ser humano carecía de sentido, la existencia era libertad eterna y fastidiosa.
No había ningún manual para la existencia, cada día era inédito y lleno de
conflictos ambiguos y grises. El personaje de aquella novela era un joven
intelectual “Jean Raquetín”, un francés enamorado de una joven tan superficial
y vacía como la vida misma. Al final, “Jean” se descubre desnudo ante el ser en
sí. El ser de las cosas llegaba sin nombre, sin medida, sin lógica…, chocaba en
la mente y producía una angustia, un “mareo existencial”, ese mareo era la
intuición íntima que anunciaba la presencia de un ser en sí externo a la
conciencia.
Esta Novela de Jaime recibió el premio
a la “Reflexión Filosófica” de la década de los noventa. Según el jurado, el
tema era totalmente original y novedoso, un salto cualitativo en el torbellino
de los pensamientos revolucionarios de la Patria. Desde aquel día de la
premiación, la vida de Jaime cambió para siempre. Ya no se conformaría con una
existencia trivial, superficial, común; una familia que mantener, unos hijos
que atender, hermanos, primos, tíos, amigos comunes y vulgares.., nada que
tuviese ese olor a gentuza. Su intelecto era de otro nivel, capaz de navegar
por los senderos misteriosos de la revolución del Nuevo Milenio y de los mares
secretos del universo. Sin embargo, ya
han pasado diez años y todavía no ha perfeccionado su segunda novela.
El tiempo carece de importancia para el
profesor Jaime, los estudios de filosofía marxista lo han elevado más allá del
tiempo y del espacio. La edad no tenía importancia, siempre y cuando el
espíritu revolucionario se mantuviese fuerte, con energía para enfrentar y
superar los obstáculos de la cotidianidad. Nada en este mundo iba a perturbar
su mente superior. Ahora, en sus nuevas lecturas buscaba penetrar los misterios
de la otra vida. Él estaba seguro de que su alma había recorrido varias
existencias en el pasado. Las existencias vuelven al inconsciente a través de
los sueños. La última vez se vio a sí mismo con un hábito color café, como esos
monjes sabios de la Europa del siglo XIII. Jaime estaba convencido de que
siempre su destino ha sido el mismo, “el amor a la filosofía y a la
revolución”. Las ideas de la filosofía de Santo Tomás le parecían tan sencillas,
“la diferencia ontológica entre el Ser y el Ente”, “el proceso de abstracción
de las esencias y la actividad sin movimiento del intelecto agente en la
intuición del ser del ente en la conciencia”, todo le llegaba con facilidad
inusitada, la única explicación lógica apuntaba a sus vidas anteriores, cuando
él era probablemente compañero o maestro de Santo Tomás de Aquino.
El secreto del sentido de la vida se
encontraba en una especie de sumatoria de las existencias pasadas, eso se podía
observar en los ojos de las personas. El último trabajo escrito por el profesor
Jaime consistía en una descripción antropológica de sus vidas anteriores y de
la posibilidad de encontrar un patrón existencial que determinase el sentido de
la vida de todos los hombres y mujeres de la humanidad rumbo al socialismo
universal y perfecto.
Entre los secretos develados en su
ensayo filosófico expuso la teoría de que “los ojos son las ventanas del alma”.
Las ideas filosóficas solamente pueden
ser asimiladas por almas especiales, por hombres elegidos por los arcángeles
fundadores de las civilizaciones dominantes. Jaime se sentía un arcángel en
potencia, un alma cuyo cuerpo era la cárcel indeseada. Recuerda muchas veces
las frases del abuelo, el de la pipa, el de los anteojos amarillentos, el
abuelo de mirada profunda, quien a diario le repetía, “Jaime, cuídate de los
Otros, de manera especial de los seres
de ojos apagados y bajos”. Jaime fue aprendiendo que no todos estaban en el
mismo nivel de evolución, que existían seres cerca del estado de la iluminación
espiritual y seres humanos comunes,
carnales, de esos cuyo olor a miseria se percibe a cientos de metros. Él era un
líder revolucionario, un futuro Diputado marxista.
Para Jaime no existía nada más
espantoso que el estado de pobreza y de miseria; así, como viven esos
personajes en los ranchos marginales, una vida sin sentido, mejor es morir que
comer porquerías. La vida era para disfrutarla, vivir a lo ancho, sin ataduras,
sin prisiones mentales, sin compromisos absurdos, sin tareas obligatorias;
totalmente libres de las ataduras de la falsa moral del Imperio. La vida era la
libertad absoluta, sin temores, la libertad de los elegidos por la Conciencia
Revolucionaria del universo. Lo mejor era el vino, el champagne bien espumoso,
el sexo centrado en el placer de los sentidos, la pipa que heredó del abuelo,
las noches interminables al lado de seres bellos, como los protagonistas de las
novelas románticas. Vivir, vivir el amor, el placer y el poder del conocimiento
marxista.
Jaime es un dios sin definición sexual,
se siente más allá del bien y del mal, trasciende las ataduras de los órganos
sexuales, vive a plenitud, como los dioses libres, sin absurdas reglas morales
y religiosas. Efectivamente, la moral y la fe debilitan la evolución del
verdadero hombre, el hombre en toda la plenitud de sus potencialidades que
lucha contra la falsa moral de los
débiles. ¡Qué viva el nuevo revolucionario, libre y sin ataduras morales ni
religiosas!
*****
El ensayo filosófico trataba sobre la
posibilidad que tienen algunos investigadores de conocer la historia de sus
vidas anteriores a través de la interpretación de los sueños, la exploración
del inconsciente individual y colectivo. En definitiva, sus investigaciones
científicas y objetivas le habían llevado a la conclusión de que los
revolucionarios han vivido muchas vidas anteriores ¡Somos viajeros del tiempo!
En el ensayo había decenas de
descripciones fenomenológicas y hermenéuticas sobre casos altamente
impresionantes y eran pruebas
irrefutables de que todos los seres humanos venimos de vidas anteriores, la
cuestión consistía en hacer conscientes estas existencias que deambulaban en el
inconsciente, hasta lograr la conciencia plena del sentido y del punto del
desarrollo espiritual de la propia existencia, como punto de partida de la
creación del socialismo del Nuevo Milenio.
Jaime, que hace algunos años había
escrito esa gran obra, “El Mareo”, no podía creer que sus compañeros de la
Cátedra Filosófica se burlaran y no pudiesen comprender la intensidad
antropológica de sus disertaciones sobre las vidas pasadas. Nada de eso le
importaba realmente. Ya él estaba cansado de las burlitas de sus colegas
“oligarcas”, profesores mediocres del montón. Por supuesto, nadie hablará jamás de esos mediocres, morirán en
el olvido, sin un epitafio significativo; o tal vez alguna de esas madres
lloronas les escriba “aquí duerme el hijo de todos”.
Los otros profesores de filosofía no
tenían la más leve idea de la profundidad filosófica y revolucionaria
alcanzada por la mente de Jaime Steven. Su artículo sobre las vidas
pasadas lo iba a llevar a una revista internacional de gran prestigio científico:
“El Tarot de la Nueva Era”. El Dr. Rodolfo Cruz, su maestro, guía y amigo,
director de la revista esotérica, le había prometido publicar su ensayo, “Mi
Vida en el Tíbet”, era su obra predilecta, un manual de entrenamiento de
marxismo mítico para conseguirse consigo mismo en historias pasadas. En los
sueños todo es posible, la relatividad del tiempo y del espacio nos comunica
con la relatividad de nuestras vidas pasadas. En el sueño todo es uno, y la
unidad lo es todo en un espacio y tiempo espiral y cíclico. He ahí el secreto ontológico y epistemológico
que permite conocerse a sí mismo en las múltiples existencias del mismo “yo” en
perfecta vía evolutiva.
Jaime disfrutaba plenamente de la vida,
era un intelectual refinado, de elegante vestir, siempre a la moda, nada
importaba ciertos murmullos de algunos de sus compañeros. Si algo había
aprendido a lo largo de sus existencias, era el considerar como absurdo los
comentarios de la gente, para nada valoraba las opiniones simplonas de personas
que carecían de sentido de la existencia, esos seres que se parecían a los
animales, solamente nacen, crecen, se reproducen y mueren cargando a los
nietos, siempre se mueren de cualquier
infarto. Nada importan esas vidas y esas muertes, son como los animales de
cría, lo único que aportan son la prolongación del absurdo en cada hijo que
engendran. El hombre socialista se sabe superior a esa raza de inferiores.
Jaime siente esa mirada moral cuando camina por los pasillos de la
universidad, todos los ojos están pendientes de su modo de caminar, del
color florido y llamativo de sus
camisas, de lo ajustados al cuerpo de sus pantalones, todos parecen burlarse
del modo en que acondiciona sus cejas, su cabello, sus zarcillos, sus sortijas.
Él sabe que todos lo critican, pero nada de eso importa. Jaime vive libre de
prejuicios, sin fronteras sexuales, ni morales. Él es digno representante de la
libertad absoluta de los seres superiores y revolucionarios. Jaime es feliz y
eso es lo importante.
La universidad es el ambiente perfecto
para desarrollar todo el potencial filosófico marxista del profesor Jaime
Steven. Lo que no cuadra con su ser espiritual son los alumnos y las alumnas,
jóvenes de origen popular, se visten con lo que pueden, zapatos de marcas
miserables, vocabulario de barriada, colonias y perfumes de los más baratos, no
saben leer, no saben escribir, vienen demasiado mal preparados, ninguno de
ellos ha leído nunca algún texto de Carlos Marx. Jaime no ha podido encontrar entre los alumnos de
filosofía alguien que en su bachillerato haya leído “La Divina Comedia” de
Dante Alighieri, ninguno de esos bachilleres
ha escuchado jamás “Las cuatro estaciones” de Antonio Vivaldi, ninguno
es revolucionario.
Los alumnos son desaliñados, de mal aspecto y
de peores costumbres; comen empanadas de queso y carne en pleno salón de
clases, a veces alguna alumna trae al salón a un niño pequeño, y en plena
actividad los amamanta. Ahí, con la mente vacía de ideas, los alumnos existen
arrojados como animales salvajes, todos son hijos de obreros y de señoras
ignorantes, ninguno posee una biblioteca digna en su casa, ni siquiera tienen
un estudio en su hogar. Con estos alumnos se hace imposible entablar un
diálogo, un encuentro, un círculo de aprendizaje. Ninguno es revolucionario.
De lo que se trata es de llegar al salón y
hablar con los espíritus, como si aquellos alumnos no existiesen, ignorarlos;
mejor, soportarlos, sin contaminarse. Si alguno de ellos quiere sobrevivir,
tendrá que fajarse hasta despojarse de su piel maloliente, negando su esencia
miserable y tratando de escudriñar algunas breves enseñanzas de un sabio
filósofo como Jaime. Ninguno de ellos es digno de pertenecer a la “Juventud
Comunista”.
Las clases de filosofía marxista que
enseñaba a esos jóvenes de la
Universidad Popular no le satisfacían, ni los alumnos, profesores, estructura
de los salones, la biblioteca, la cantina, el comedor, el transporte, la
seguridad, los gerentes departamentales, de cátedra, del decanato; nada de
aquel ambiente llenaba las expectativas del gran sabio y filósofo marxista. Por
eso, Jaime deseaba terminar su tercera novela “El cuarto Ojo”, en donde él
sería protagonista, un monje tibetano
que viajaba por algunas ciudades importantes de la cultura occidental,
enseñando los secretos de los poderes paranormales que se lograban con la
aplicación de ciertas técnicas de concentración que le fueron iluminadas por un
monje anciano, que al morir se reencarnó en el cuerpo de un joven estudiante de
filosofía de la Universidad de Londres, quien después de ciertas escenas de
purificación, se hizo unidad en pensamiento con el alma de aquel anciano,
comenzando así una larga travesía de historias espirituales, ayudando a los
grandes genios y diseñadores de moda a encontrar la verdadera libertad de
espíritu, les enseñaría a todos el proceso de negación de la carne, de lo
corpóreo, de las miserias, del hambre, de la vergüenza, hasta evolucionar en
seres libres y revolucionarios como las gaviotas en las alas de las olas del
mar.
******
En el salón de clases estaban sentados
cerca de cincuenta jóvenes del cuarto semestre de Licenciatura en Educación.
Sin duda, los alumnos de las clases sociales más bajas, de rendimiento más
ineficiente, de hábitos de estudio casi inexistentes; estudiantes ignorantes provenientes de las orillas, de
esas barriadas, jóvenes de piel oscura, de ojos pardos, de mirada despistada,
falta de concentración, de interés, de motivación, de uñas sucias, de cabello
resecos. Definitivamente, aquel no era el ambiente de un profesor vestido a la
moda, que vivía en un urbanización de alta sociedad, que había estudiado en
Londres, que hablaba perfectamente el inglés, italiano, portugués y francés, a
parte de su lengua española.
Comenzaba el semestre, el primer día de clases, el calor insoportable, ese aire acondicionado nunca
servía para nada, los alumnos hablaban entre sí, parecía que estuviesen en un
transporte público. Lo peor era esa miradita destructiva de algunos alumnos,
como criticando su modo revolucionario y
libre de vestir, ya él conocía esa sonrisita maliciosa de los machistas
¡Todas esas alumnas eran feas y ordinarias!, todo el salón era ordinario,
vulgar, pesado, de mal gusto. ¡Dios, las clases eran la peor pesadilla! Él
solamente quería escribir novelas revolucionarias: “El hombre es la náusea” y
“El cuarto Ojo”, no soportaba dar clases a esos alumnos mal vestidos.
Jaime llegaba al salón, recorría los
rostros y no encontraba esperanzas de sabiduría en ninguno de esos alumnos.
Antes de empezar las clases rezaba una oración especial, una especie de
plegaria repetitiva, un mantra secreto, que solamente algunos filósofos
marxistas del Nuevo Milenio habían memorizado, para elevar el alma más allá de
los maleficio de la cotidianidad imperialista. Se trataba de la misma oración
escrita por el Rey Salomón para implorar la sabiduría divina.
Jaime ya era un profesor de
experiencia. No había nada nuevo, las experiencias se podían predecir, “alumnos
flojos”, “desinteresados”, “algunos de esos alumnos iban a sobresalir”, “le
prestaría especial atención a ese par de jóvenes”, “tal vez hasta les invite a
estudiar en su biblioteca personal, allí donde tiene un ambiente especial para
los alumnos especiales”, “la mayoría de los alumnos y alumnas siempre salen
aplazados con calificaciones mediocres”.
La libertad era la existencia de Jaime.
Poco importaba los comentarios de mal gusto de la gente. La libertad era lo que
distinguía al ser humano de cualquier animal. Esa libertad se hacía vida en los
ojos cristalinos y profundos de Jaime. Los alumnos que Jaime elegía siempre
eran los más altos y robustos. Nunca eran más de dos por semestre. Ninguna de
esas “amistades” duraba más de un año. La libertad consistía en la ausencia
total de compromiso. Todo compromiso esclaviza. Todo compromiso es manipulación
y explotación. La verdadera revolución es la libertad plena. Jamás se dejaría
manipular ni utilizar por los otros seres de este planeta. La libertad no tiene
precio. Se vive a plenitud para satisfacer
lo que el cuerpo y la mente necesiten, gozar de la vida, del placer de los
sentidos, del orgasmo corporal y espiritual, sentir en profundidad la
excitación de todo el sistema nervioso, hasta saciar completamente las ganas de
enseñar a esos dos alumnos lo que es bueno y lo que es malo.
Jaime llevaba años enteros dando rienda
sueltas a sus deseos y el lugar más idóneo era la Universidad Popular. Nada le
ha detenido jamás en su visión antropológica: la libertad encarnada en un una
existencia espacio-temporal, la libertad de un cuerpo sano y joven, la libertad
de la búsqueda del placer más allá de los convencionalismos sociales.
El profesor Jaime Steven era superior a todos
los demás hombres y mujer comunes de la sociedad latinoamericana, centrada en
el mito de la familia como “célula fundamental de la sociedad”, no había una
afirmación más enfermiza y alienante, ninguna de esas barreras culturales
detenían jamás el hambre de libertad de Jaime, el profesor de filosofía
marxista.
La casa de Jaime era ideal, una cocina
amplia con vista a un jardín de flores y rosas, una sala adornada con cuadros
de exquisito gusto artísticos, repleta de algunos desnudos masculinos y femeninos, una mesa
central con varios ceniceros, dos sofás con múltiples almohadas de colores
excitantes; en la pared del fondo está un amplio “bar de caoba”, con las más
variadas botellas de licores para todos los gustos. Lo maravilloso era el
cuarto especial, un colchón que abarcaba casi todo el piso, las paredes
pintadas de un rosado intenso, desnudos de homosexuales, escenas de sexo entre
homosexuales, espejos en el techo, un refrigerador pequeño.
Toda la casa era un arca del sexo
homosexual, de lo que Jaime entendía por libertad y revolución marxista. En la
homosexualidad encontraba el verdadero sentido de la vida. Sin duda, su existencia giraba en torno a los jóvenes altos y
robustos. El filósofo marxista Jaime Steven era discípulo de los filósofos
griegos, Sócrates, Platón, Aristóteles, Epicuro y todos aquellos pensadores
elegidos por los dioses del sexo homosexual, el verdadero amor, la verdadera
vida, el verdadero placer, la libertad, la felicidad… ¡La Revolución
Bolivariana había llegado!
Lo que más odiaba Jaime era la
hipocresía religiosa. Los hombres y mujeres que se daban “golpes de pecho” en
las iglesias. Sin embargo, en la vida oculta, en esa dimensión oscura y secreta de los seres humanos, esos mismos
hipócritas daban rienda suelta a los más bajos instintos. La vida verdadera, la
que no se muestra a los demás, casi siempre es una orgía vivida
clandestinamente en la oscuridad de una vergüenza culpable y enfermiza. Muy en
el fondo, la existencia es la frecuencia de relaciones sexuales. El sexo lo es
todo para Jaime. El sexo es el sentido de la existencia y de la revolución. El
hombre es un ser sexual. Hago el amor, luego existo. La salud, el dinero, el
poder, el éxito, todo cobra su verdadero sentido en la cama, al lado de la
pareja deseada.
Pero, el sexo tiene que ser libre,
según el propio apetito corporal, sin ataduras, sin prejuicios, sin nombres,
sin familias, sin culpa. La pregunta por la esencia del ser humano se disuelve
en el orgasmo masculino, en el éxtasis del amor entre dos hombres de la misma
raza. Para Jaime, la homosexualidad es el hombre en sí mismo. ¡Qué mueran los
dioses! ¡Qué viva la juventud sana, alta y robusta! La religión está de sobra.
La moral está de sobra. Las viejas de velos blancos como la muerte están de
sobra. ¡Qué viva el placer sensual y
revolucionario, que se desliza como la caricia
de una nube azul sobre la espalda!
La moral y la religión, la cultura de
las buenas costumbres, todo esos
inventos mediocres de los débiles e insignificantes, han hecho de la muerte el símbolo negligente
de la existencia. Esas miserables existencias nacen para sufrir esperando la
recompensa más allá del cielo. Jaime dividió la humanidad en dos razas, los
revolucionarios homosexuales y los pobretones esclavos. El hombre es un sistema
casi infinito de relaciones físicas y emocionales, un sistema que no tiene
límites, que se abre hacia la eternidad finita de este espacio y del tiempo en
que dure la respiración. La vida es corta y Jaime la disfruta a placer, dándole
a su cuerpo la sensualidad de todos los jóvenes que pudiese llevar a su
dormitorio especial, donde entre quejidos
desnudos, la vida se hacía celestial entre las sombras del licor,
liberando toda la energía de la Conciencia Universal de la Nueva Era.
Jaime estaba profundamente convencido
de que los tiempos cambiaban cualitativamente, que el universo, el mundo, la
humanidad se encontraba a punto de un salto revolucionario y evolutivo, en
donde la pareja concebida como la unión de un hombre y una mujer no tendría
espacio en la Nueva Era. La revolución, la libertad, la igualdad y la
fraternidad tomaban un camino hacia el triunfo de la sensualidad sin límites,
hacia el máximo placer profetizado por el Maestro Epicuro de la Antigua Grecia.
¿Qué es el la Filosofía? ¿Cuál es el
misterio del ser del hombre? ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Cuál es el
destino de cada persona? ¿Hacia dónde va la humanidad? ¿Existe Dios? ¿Qué es la
realidad? ¿Qué es la Revolución
Bolivariana? Todas las preguntas filosóficas que se ha hecho el hombre racional
en más de dos milenios de historia del pensamiento occidental, Jaime la ha
respondido perfectamente. Él comprendía
y conocía las respuestas a los misterios profundos e insondables de cualquier
filosofía, sociología, o de la ciencia
en general. La repuesta estaba en el límite del tiempo y del espacio, en los
senderos del placer sensual y en la extensión del poder, del dominio, gracias
al proceso Revolucionario y Bolivariano. El sentido de la vida consiste en el
gozo pleno de la sensualidad y en la explotación del Otro. En este punto, Jaime
estaba más que satisfecho, ahí estaba el secreto de la vida: La subjetividad
consistía en llevar el placer sensual hasta
el centro más íntimo del “Yo”. La objetividad era la esclavitud, la
explotación. El Otro es el esclavo, el dominado. La realidad externa era lo
dominado, objeto de consumo, lo que se utiliza y se convierte en basura
desechable.
La Filosofía es para Jaime el discurso del placer y del dominio. La vida
misma consiste en gozar al máximo lo sensual, en esclavizar al Otro y consumir
todo. Se trata de destruir a los animales, las plantas, los minerales, el agua,
el sol, las nubes, en utilizarlo todo, en transformar y destruirlo todo, nada
es más valioso que la “Voluntad de Poder”. El sentido de la vida está en el
Poder. La Revolución Bolivariana sin Poder, carece de sentido.
El poder lo es todo. La llave maestra
de todo ese poder de destrucción, placer y dominio es el dios Dinero, dios de
dioses, verdadero ser trascendental, sin tiempo, sin espacio, sin límites,
perfecto, inmortal, todopoderoso, invencible, fascinante, precioso, rey de
reyes, amo y señor de toda criatura. Sin dinero no existe el ser humano. Quien
no posee dólares es una cosa sin valor, carente de razón de existencia. El
problema de la existencia de un ser absoluto, se resuelve en la cantidad de
dólares que se maneje. Contar dinero es hablar de los dioses. No se trata de un
simple discurso moralista oculto en metáforas cínicas. Si actualmente existe
una verdad objetiva, universalmente válida es la coronación y el ascenso
espiritual del “dios dinero”.
Jaime era fiel a su pensamiento
filosófico marxista y a su modo de vivirse como revolucionario. La dignidad de
la persona se encontraba en el “deber ser”, “en lo imaginario”, “en el deseo
moralista”, “el rostro del Otro”, “un alma inmortal”, “un Yo”, “la conciencia”,
palabras vacías que se refieren a nada, palabras subjetivas que no son más que
fríos e insípidos poemas que ya nadie lee. ¡La Metafísica ha muerto! ¡Perdón!
¡Ha resucitado! ¡Aleluya! ¡Qué viva el Dólar! ¡Dios ha vuelto! El hombre débil
siempre muere pobre y podrido, en cualquier
catre infernal de esos barrios populares repletos de seres nauseabundos que
mueren solitarios, abandonados, llorados
solamente por la madre que los parió, la
misma mujer borracha que dormía en la plaza de aquel pueblo olvidado.
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