LA
EXTRAÑA DIALÉCTICA DE LA MARGINALIDAD
Autor: Prof.
Gerardo Barbera
racionalidad@hotmail.com
Departamento de
Filosofía
Facultad de
Ciencias de la Educación
Universidad de Carabobo – Venezuela
1. Dos Historias:
La
tarea filosófica puede ser abordada desde muchos ángulos, y es precisamente la
perspectiva elegida la que define el camino a recorrer. Aquí se plantea hacer
filosofía desde la óptica del pobre. Se hará el esfuerzo de penetrar en la
intimidad existencial del hombre marginal, hurgar en lo más escondido de su
ser, hasta tocar sus postulados antropológicos. De tal manera, que nos iremos
hasta el barrio. Se evitará todo rasgo de fantasía alienante, o de querer
dibujar la realidad con los pinceles de las ciencias sociales y sus métodos. No
queremos "datos", "cuadros", "estudios",
"antecedentes", "encuestas", etc., ninguna de estas
herramientas, por muy valiosas que puedan ser, son adecuadas en sí mismas o en
conjunto para penetrar la existencia de los "compadres". Simplemente,
tocaremos la puerta y viviremos en el rancho. Y desde ahí comenzaremos la tarea
filosófica.
Iniciaremos
con dos historias comunes como la salida del sol, dos luces que nos llevarán
hasta el umbral de la marginalidad.
A)
EL GUARAPO:
Arelis
era una niña de once años, "el tesoro de papá". Llevaba varias
semanas enferma. El asma se le complicó con una fiebre constante. Probablemente
se trataba de alguna infección. Como su padre no tenía dinero, le había sido
imposible llevarla a un consultorio privado. ¡Claro! él fue al hospital y
después de varias horas de espera, el médico, casi sin ver a la niña, le recetó
un jarabe: "No se preocupe, esa es la tos que está de moda y en menos de
una semana se le pasará". De eso hacía dos meses, y la cosa seguía de mal
en peor. Rodolfo se había limitado a seguir los consejos de la comadre, una
señora que había sido amiga de su esposa difunta, la comadre era una de esas señoras que hacen de enfermera,
rezandera, de todo. La comadre había probado casi todo su repertorio médico: el
llantén, la limonada, el té negro, la manzanilla...
La
niña estaba cada día más débil, sus ojos encajados y saltones reflejaban el
avance de la enfermedad. Para colmo, Rodolfo no tenía trabajo, si hasta estaba
pensando vender el rancho: pero, ¿a dónde iría? Él era extranjero. Esas
malditas lluvias y ese maldito frío se pegaban al rancho. Rodolfo lloraba, no
tenía dinero para comprar comida y su niña estaba muy débil. Lloraba su impotencia,
la miseria le hería: el piso de tierra húmeda, la ropa amontonada, los tabiques
de cartón, las cucarachas, el humo de la cocina: y ese olor repugnante que le
penetraba hasta la sangre. A mitad de mañana apareció la comadre con el
guarapo: "Esto es un secreto, compadre, ya verá como la ahijadita se
alivia. Pero, eso sí, la arropa bien y que no se pare de la cama".
Rodolfo
estaba loco de contento. ¡Por fin! La fiebre casi había desaparecido. No cesaba
de mimar a su nena, la arropó, la besó en la frente y le dio la bendición.
Estuvo ahí, al borde de la cama, no se separó ni un segundo hasta que vio que
su niña se quedó dormida. Apagó la luz y de un solo tirón le sorprendió el
amanecer. Hacía mucho que no dormía tan bien.
La
mañana era fresca, apartó la cobija con suavidad. Silencio, largo silencio.
Permaneció sentado al borde de la cama. Ni una lágrima. Los puños cerrados.
Caminó hacia la puerta, miró a lo lejos: "Le diré a la comadre que prepare
el chocolate".
B)
GOTERAS.
El
sol se ocultaba lentamente, el cielo terriblemente oscuro anunciaba tormenta.
María temblaba entre aquellas cuatro láminas de zinc, temblaba porque no tenía
marido, porque al igual que muchas otras del barrio tenía cuatro bocas que
alimentar. Pedrito tenía siete años; Juanita, cinco: Julián, tres y Carlos, uno.
Cada uno de ellos tenía un padre diferente; y cada uno de estos padres repitió
al oído de María: "Te quiero"; sin embargo, ahí estaba ella con sus
cuatro criaturas, todos barrigones y
cabezones, con una sola comida y sin saber hasta cuándo iba a durar el
ayuno.
-Pedrito,
baja el guarapo de llantén y cuidado con quemarte.
Ya
era la cuarta taza del día y la fiebre no bajaba. Esa fiebre era fruto del
tener que lavar y planchar a pesar de la tos.
-Aquí
está, mamá. Tómatela toda.
María
sonreía. La lluvia comenzó a caer, era un "palo de agua". __Tranca la
puerta y pon las ollas__ Pedrito colocó la tranca en la puerta y Juanita colocó
las ollas. La tormenta amenazaba con llevarse el rancho, la tranca parecía
ceder, la noche había caído. __Prende la vela, Pedrito__ La madre estaba muy
cansada.
En
el otro camastro estaban Juanita, Julián y Carlos; los tres tenían miedo a los
truenos. María llamó a sus hijos. Los cuatro niños se sentaron al borde de la
cama de la enferma.
-¿Qué
quieren que les traiga mañana el Niño Jesús?
-Yo
quiero que me traiga una patineta, una bicicleta y un guante -dijo Julián. -Una
muñeca y un juego de cocina -pidió Juanita.
-Una
bicicleta más grande que la de Julián y un balón -replicó Pedrito.
Como
soñar no cuesta nada, aquella reunión duró hasta que la lluvia terminó.
-Vamos
a dormir, muchachos -dijo Pedrito- que mi mamá se quedó dormida. Pedrito apagó
la vela. En la oscuridad del rancho solamente se escuchaba el caer de las gotas
en las ollas. María no respiraba.
*******
Ahora
que tenemos en nuestras manos estas dos historias, ¿qué hacemos? Lo primero que
se nos puede ocurrir es dar un grito amarillista o tapar la verdadera realidad
con el manto de la "descripción científica" de un barrio:
"conglomerado de viviendas en donde viven algunas personas `humildes y
buenas', rodeadas de muchos malandros y otros bichos malos, en donde la muerte
se da frecuentemente, zona de alto
peligro a donde nunca se debe ir, a no ser en busca de votos". Y con esta
definición ya el problema queda comprendido en su esencia.
Estas
dos historias resaltan el aspecto negativo y fatal de la vida de la gente
marginal de los ranchos. Pero es precisamente ese el objetivo: resaltar el
aspecto fatal de la vida de la clase marginal, porque pensamos que esa es la
esencia del rancho: la muerte. Se trata de una muerte causada, un crimen en
donde todos participamos. Pero se trata de una muerte dialéctica, que contagia
a la sociedad en general, y que no sanará con el simple silencio de los
discursos ideológicos, que solamente consiguen la tranquilidad sicológica, que
se le otorga al enfermo al ocultarle la gravedad de su mal. El marginal está
ahí gritando su dolor y reclamando su derecho a la vida. Ese clamor no se apaga
con "bonos salariales", "becas familiares", "bultos
escolares", etc. Con limosnas no se supera la marginalidad, ni se asegura
el porvenir de nuestros hijos.
Ahora
que hemos visto estas dos historias, podemos ir deslumbrando lo difícil que
resulta hacer filosofía desde el rancho. A ver, ¿qué sentido tiene la vida de
Rodolfo?, ¿Qué piensa Rodolfo de su vida?, ¿Quién es Rodolfo?, ¿Qué significa
para Pedrito ser pobre? ¿Cómo hacer una antropología filosófica desde María y
sus hijos? Ya sé. Todos estos problemas deben ser analizados desde la
"inserción": una especie de espionaje santo, realizado por un grupo
de profesionales venidos de las clases más acomodadas y que se "hacen
pobres", se visten como pobres, hablan como pobres, viven con los pobres,
sufren con los pobres, etc., pero, simplemente, no son pobres. Y al final lograrán
un estudio social de la marginalidad parecido a los reportes de guerras; muy
buenos, muy interesantes, muy avanzados..., pero noticias al fin, sólo eso:
noticias de lo que ocurre al otro lado de la realidad: "Existen los
pobres", "son muy pobres", "no todos son malos",
"la mayoría de los que están aquí son muy buenos". Sin embargo,
existe un abismo infinito que separa al "pobre por opción" del pobre
por necesidad; demasiada diferencia...
La
cuestión se convierte en problema de vida o muerte cuando descubrimos que las
personas del rancho son hombres, son humanidad, son sociedad, somos nosotros.
De tal manera, que el sentido de la vida de Rodolfo nos incluye, es nuestro
problema. Si la vida tiene sentido para nosotros, debe tenerlo para todos los
hombres. Y si la vida de Rodolfo no tiene sentido, y si la vida de Pedrito no
tiene sentido, tampoco nuestra existencia tiene sentido, todo acabaría con la muerte;
nuestra única tarea sería "comer y beber". Y no tendría sentido
hablar de humanidad. La única revolución que puede existir es el compromiso
social, no hay otra. Y este compromiso está constantemente interpelado por el
rostro de Rodolfo y de María, lo demás sería una mezcla de hipocresía y
cobardía. De nada serviría pregonar en un sin fin de conferencias "La muerte
del sujeto", como vienen pregonando los filósofos de los "nuevos
paradigmas", si dicha muerte se reduce al campo lógico, o al mundo de las
ideas. Este falso grito, que está de moda, lo que persigue es todo lo
contrario, fortalecer la presencia del sujeto ontológico. Cuando los filósofos
de los "nuevos paradigmas", proclaman la "muerte del
sujeto", realmente lo proclaman más vivo que nunca. Las sombras, sombras
son.
El
sujeto de la modernidad ha encontrado un espejo en las situaciones de
injusticia que ha creado, llámese marginalidad, o "Tercer Mundo". No
soporta su imagen, se ha descubierto monstruoso, deforme, sin ética, sin
religión, sin Dios... solamente monstruoso. Entonces, ha decidido empañar el
espejo para no ver su imagen. Ahora duerme feliz, negada la imagen, ya él no
existe. En esto consiste la fulana muerte del sujeto: el último rincón del
monstruo de la Modernidad.
2. Sumergidos en una extraña
dialéctica:
Lo
primero que resalta a la vista es que el ser del hombre del rancho se
desarrolla en una extraña dialéctica entre la miseria y la opulencia, que más
que negar la antítesis, en búsqueda de algo nuevo, se puede quedar en la
imposibilidad de la superación de su propia afirmación, de suprimer movimiento
miserable eternamente frente a su negación jamás alcanzada: el absurdo existencial
del marginal.
Esta
dialéctica absurda se manifiesta como la afirmación de la miseria, o su primer
momento dialéctico, frente a una creciente afirmación de sí misma, ante su
negación o segundo momento de la dialéctica: la opulencia. Lo extraño es que la
dialéctica se queda solamente en ese movimiento y sin dejar de ser dialéctica o
eterno movimiento. Es una dialéctica sin desarrollo. Eternamente dialéctica en
sí y casi infinita imposibilidad de sí. Su desarrollo es teórico y no ontológico.
Es una probabilidad numérica en el infinito campo de las probabilidades matemáticas.
Las
cosas en el orden ontológico no siempre responden a los postulados lógicos. Se
trata de una dialéctica que puede ir reduciendo su capacidad potencial de negación
y superación hasta el infinito sin llegar a ser quietud total, que se apaga
lentamente en las muertes absurdas de sus protagonistas concretos y cotidianos.
Pero que se alimenta de esas mismas muertes, haciendo más intenso su movimiento
sin desarrollo que vive de sus propios cadáveres.
La
dialéctica de la marginalidad no es reducible a las leyes de la "Conciencia
universal". "Las leyes" de la dialéctica marginal no pertenecen,
ni son comprendidas desde los "nuevos paradigmas". Es una dialéctica
extraña: un movimiento hacia el absurdo existencial. Es una dialéctica personal
y no de la materia, o de "conciencias". La marginalidad es una
estructura en eterno movimiento dialéctico que destruye a las personas concretas.
La marginalidad es la negación del hombre. Es el cáncer de la humanidad, es
nuestra vergüenza. La marginalidad es la presencia de una dialéctica hacia la
nada existencial. El vivir la marginalidad como una enfermedad que te destruye,
es un dato que no es alcanzable a través de los métodos de las ciencias
sociales. Aquellos que se "hacen pobres" creen firmemente en la
dialéctica de Hegel, que siempre va de menos a más. Por lo tanto, el final de
la novela será feliz, así sin más, sólo hay que esperar el último capítulo.
El
rancho es la expresión de la miseria que se hace consciente de sí frente a la
opulencia de las grandes urbanizaciones. Pero por ningún motivo o ley
"extraterrestre" está destinada la dirección de la dialéctica
marginal a través de la negación de la negación, ¡nada más absurdo! Sin embargo,
la dialéctica de la marginalidad mantiene su esperanza en la imposibilidad de
su quietud, muere cada día, vive de esas muertes; pero vive. No hay que caer en
engaños, dándole a la esperanza poderes sobrenaturales, "la esperanza nos
habla de un final feliz, o de las posibilidades ciertas de ese final
anhelado". Y luego se hace toda una fenomenología de la esperanza para
encontrar en ella la "fuerza para vivir". Simplemente la esperanza
puede ser una droga que mueve, que da vida, pero que no lleva a ninguna parte.
Así de simple. ¡Cuántos no han muerto con la esperanza en el bolsillo, sin
saber en qué gastarla! Es inútil pretender dar un sentido a la dialéctica de la
marginalidad sin entender que el movimiento puede ser infinito, pero sin más,
como dice una poesía llanera: "Sin arriba y sin abajo, sin adelante y sin
atrás...". Una dialéctica que en el todo de sí misma se mantiene eternamente
en movimiento, pero que su protagonista es una llama que se apaga, para
mantener la llama del movimiento de su todo real, como la vida de María, o las
esperanzas de Rodolfo. Vivir eternamente en la marginalidad, y saberse
destinado a esa existencia, es un hecho muy común en la realidad del rancho.
Tal
vez la confusión entre el orden lógico universal de la dialéctica y el orden
ontológico de la dialéctica marginal, nace del concepto de "infinito"
como posibilidad y sentido del movimiento. En este sentido, el
"infinito" se postula como un existente necesario y superior de la
realidad finita. Por lo tanto, todo lo finito, que está en movimiento, evoluciona
-¿hacia dónde?- hacia el infinito que es de orden superior y trascendental y no
contaminado. Conclusión: la marginalidad finita evoluciona dialécticamente
hacia un orden superior. Todo es cuestión de encontrar la forma, si no la
encontramos en este siglo, será durante la "Nueva Era" que se abre en
el próximo milenio.
Por
otra parte, este optimismo ideológico, no toma muy en cuenta el peso de la
realidad, que se puede convertir en resistencia constante y como parte esencial
de la dialéctica marginal y que no se puede superar simplemente con un concepto
de "expansión universal". El Universo se expande, y como no puede
colocársele un fin lógico a la expansión, y ya que siempre hay un más allá para
la expansión; luego es así en el orden ontológico. Expansión e infinito se
compaginan, se realizan tanto a nivel macro de todo el Universo, como a nivel
micro del Universo. De la existencia lógica de infinito y expansión se pasa a
la necesidad ontológica; luego el Universo es así y en todos sus niveles. Se
reduce el ser al pensar. El problema no se encuentra en la interpretación
física del infinito y de la expansión universal, sino en la manipulación
ideológica de dichos conceptos, como si se trataran de dos conceptos muy claros
y evidentes.
Hablemos
de la manipulación ideológica de los términos infinito y expansión. "El
pensamiento es infinito", "La inteligencia no tiene límites",
"Todos somos parte del infinito", "Existe una conciencia
infinita", "Las posibilidades de éxito son infinitas", "Las
leyes del éxito"... Todo se expande hacia la felicidad, y hasta existen
"leyes".
Conclusión:
la marginalidad se puede superar viviendo las eternas leyes del Universo, así
de simple. Y si no se supera, es porque no se quiere vivir las leyes
universales del éxito. ¡Lo que nos faltaba! Sería estúpido pensar que la dialéctica
de la marginalidad pueda ser superada con un inmenso y masivo curso de
autoestima. Muchos ven dirección positiva, soluciones. Lo confieso, solamente
veo oscuridad, un movimiento estancado, cuyas condiciones están ocultas, son
inéditas. Aún no puedo decir qué hay detrás del fenómeno. Sólo sé que la
dialéctica marginal produce un efecto: La Muerte.
Prof. Gerardo Barbera
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