jueves, 19 de noviembre de 2015

LA FENOMENOLOGÍA DE JEAN PAUL SARTRE



LA FENOMENOLOGÍA EXISTENCIAL DE JEAN PAUL SARTRE



Autor: Prof. Gerardo Barbera[1]
Departamento de Filosofía
Facultad de Ciencias de la Educación
Universidad de Carabobo - Venezuela
Sección: Ensayo




 



1. Breves referencias biográficas


Jean Paul Sartre nació en la ciudad de París el 21 de junio de 1905. Sus padres fueron Jean Baptiste Sartre y Anne Maire Schweitzer. Su padre muere el 17 de septiembre de 1906 a causa de una fiebre asiática contraída en uno de esos viajes que realizó como oficial de marina. La muerte del padre es la primera experiencia cercana de la soledad, angustia y de la muerte. Ya desde sus inicios y despertar a la vida la muerte se hace experiencia existencial; es decir, Sartre es un niño huérfano de padre. La muerte no es un tema teórico, sino una experiencia vital y significativa.
Por otra parte, es conveniente hacer algún comentario sobre el matrimonio de los padres de Sartre. Este aspecto del primer matrimonio y del nacimiento de Sartre resulta un elemento interesante a resaltar.  Al respecto  Arenal (2005) nos comenta algunos aspectos de la vivencia de Sartre frente a su nacimiento, la figura materna y el matrimonio de sus padres: “En su autobiografía “Las palabras” cuenta Sartre cómo fue el fugaz casamiento de su padre Jean Baptiste Sartre y su madre Anne Marie Schweitze. En 1904 en Cherburgo, siendo ya oficial de marina y padeciendo de las fiebres de Conchichina, mi padre conoció a Anne Marie Schweitzer, se apoderó de aquella muchachota desamparada, se casó con ella, le hizo un hijo al galope, a mí, y trató de refugiarse en la muerte. Él afirma que su madre cuidaba a su marido con dedicación, pero sin llegar a la indecencia de amarlo. No había conocido mucho a mi padre, ni antes ni después de la boda, y a veces tenía que preguntarse por qué a este extraño se le había ocurrido morir en sus brazos. (p.4)
A partir del año 1915 comienza sus estudios en el  Liceo Henri IV, de la ciudad de Paris donde conoció desde niño a su gran amigo el escritor Paul Nizan autor, entre otras obras de las novelas Antoine Bloyé (1933)  y La Conspiración (1938). Este amigo moriría  en la Batalla de Dunquerse, luchando contra el ejército alemán en la Segunda Guerra mundial en el año de 1940. El mismo año en que es capturado y hecho prisionero Sartre. Así, el horror experimentado en la guerra le va formando en el absurdo de la existencia humana y en la seguridad lógica de la imposibilidad de la existencia de un Dios que permita tanta monstruosidad.
En el año de 1917 su madre Anne, quien se había vuelto a casar con Joseph Mancy,  a quien había conocido por ser amigo de su hermano George. Después del matrimonio se trasladan a la Rochelle, una ciudad francesa que estaba poblada aproximadamente por  cincuenta mil habitantes al principio del siglo XX. La Rochelle es un pequeño puerto de la fachada atlántica de Francia. Es precisamente en este pueblo donde queda en manos de su gran mentor, el abuelo materno Charles Schweitzer quien  realmente le inicia en el camino de la intelectualidad y le guía en el descubrimiento y lectura de la literatura griega clásica y de los románticos europeos, además de la  enseñanza elemental del griego y del latín.
A los 17 años obtuvo el diploma de educación secundaria baccalaureat y al igual que muchos jóvenes inquietos intelectualmente y de la clase media comenzó una carrera de formación universitaria en la École Normale Supérieure, donde curiosamente, a pesar, de tener inclinaciones hacia los estudios de filosofía, no le fue muy bien en los exámenes finales y quedó último en su promoción. Tal vez, se encontraba solo, y para él la soledad era el entorno  del sin sentido existencial, como síntoma del absurdo de la muerte.
Sin embargo, por cosas del destino, quedar relegado y tener que postergar su carrera tuvo un aspecto de vital importancia, ya que así conoció a una joven estudiante de filosofía llamada Simone de Beauvoir, que era muy inteligente, hermosa y amable; se puede decir que la conexión entre ambos fue instantánea y duró para toda la vida. También conoció a Raymond Aron, Paul Nizan y  Maurice Merleauu-Ponty, entre otros. Definitivamente fue una época de crecimiento intelectual y de compañerismo importantes en su crecimiento personal y filosófico.
Por  cuestiones políticas y el ambiente de guerra  de la Europa de la época, el servicio militar era obligatorio. Así, Sartre comenzó el servicio militar en el año 1929 y duraría 18 meses. Al terminar, le ofrecieron su primer cargo como profesor en el Lycee (escuela secundaria) en el noroeste de Francia. Al mismo tiempo, Simeone entró a trabajar en un Lycee en Marsella al sur de Francia. Sin embargo, ni siquiera la distancia pudo separarlos, cada vez que podían se encontraban con todos sus compañeros para compartir sobre las investigaciones filosóficas y para beber cerveza. De hecho, fue en uno de estos encuentros, cuando el amigo de ambos Raymon Aron, invitó a Sartre a estudiar fenomenología en Alemania.
A Sartre le pareció interesante la idea de conocer la nueva corriente fenomenológica. Le fue otorgada una beca en el año 1932, y en septiembre de 1933 viajó a Berlín a estudiar la filosofía de Edmund Husserl, con quien compartió experiencias durante un año, y donde aprovechó todo cuanto pudo para asimilar los principios elementales de la fenomenología, de la cual captó con mayor intensidad el aspecto existencialista de la misma. Después de sus estudios de fenomenología comenzó su producción bibliográfica.
Efectivamente, los años previos a la segunda guerra mundial fueron demasiado productivos; muchos jóvenes intelectuales sabían que la guerra era un hecho inminente, que era cuestión de tiempo; por  tanto, se dedicaron a escribir con mayor intensidad. La existencia, la duración vida biológica no era prometedora, sino angustiante y absurda. La guerra destruía la posibilidad de tomarse en serio los proyectos de vida personales y familiares.
En cuanto a la producción literaria y filosófica,  Sartre publicó  La Psicología de la Imaginación (1936), La Trascendencia del Yo (1937) y La Náusea (1936), su obra literaria más conocida.
El 21 de junio de 1940 los alemanes lo toman prisionero. Parecer que durante la estadía en prisión no se bañaba, ni se afeitaba, por lo que se hizo la fama de sucio y descuidado; tal vez una muestra externa de la angustia y la apatía que sentía frente al absurdo de la vida del ser humano. La muerte real y concreta de amigos y compañeros era un hecho cotidiano y por motivos irracionales.
 En efecto, durante este año de prisión comenzó a desarrollar y a escribir su obra central: El Ser y la Nada, que terminará en plena guerra en el año 1943. No es difícil comprender el ánimo existencial que le inspiró para escribir esta obra de ontología fenomenológica.
Logra escapar en marzo del 1941, gracias a un soborno aceptado por algunos soldados alemanes. Aprovecha y se esconde en París, cambiando radicalmente su aspecto físico con la intención de no ser reconocido, tiene suerte y logra retornar al cargo de profesor que tenía antes de la guerra.  Al igual que otros intelectuales, se siente comprometido con la causa de su país, que permanece invadido por los alemanes, y conforman un grupo al que llaman “socialismo y libertad”. Este grupo se disuelve casi al nacer, pero es el primer contacto serio que Sartre tiene con algunos intelectuales de izquierda, quienes ven en el desarrollo del capitalismo la causa de las guerras mundiales.
Las ideas de sus obras, especialmente, las escritas desde la perspectiva existencialista, conmovieron la vida intelectual de los jóvenes de París, quienes captaron de inmediato en estos escritos, un modo distinto de hacer filosofía. Así, de pronto, el existencialismo se puso de moda, ya que se adaptaba el clima de muerte y sin sentido que dejaba a su paso la segunda guerra mundial. Sartre fue invitado a varios países a dictar conferencias sobre el tema y el contenido de su fenomenología existencial. Además, sus ideas se difundieron a través de la nueva revista que había fundado  Les temps moderns.
En esta época, Sartre entabló amistad con Maurice Merleu Ponty quien le inspiró a  revivir la tendencia política hacia la izquierda marxista. Y esta vuelta hacia el marxismo, le lo separó del desarrollo de la filosofía existencialista, justo en el momento de mayor auge de la misma, ni siquiera terminó la esperada segunda parte del Ser y la Nada. De pronto, una nueva corriente filosófica: El Estructuralismo, más adaptado al estudio de lo social comenzó a llenar el vacío intelectual dejado por el abandono del existencialismo. De hecho, el pensamiento existencialista comienza a ser sólo un recuerdo nostálgico, calificado de burgués y de caprichoso por los nuevos científicos sociales estructuralistas y marxista.
Como es conocido, en 1960 sale a la luz el primer volumen de ese gran esfuerzo intelectual por construir una epistemología dialéctica de corte marxista: Crítica de la Razón dialéctica. Prometió presentar el segundo volumen, pero no lo logró. Sartre tenía sensibilidad por la justicia social, pero no pudo convertirse totalmente al marxismo, simpatía política que abandonará definitivamente en los principios de los setenta.
Por otra parte, a Sartre se le concedió el premio Nobel de literatura en 1964, que rechazó por motivos políticos. Sartre no quería ser un pensador que apoyase al sistema imperialista capitalista, y aceptar el premio Nobel lo hacía cómplice del estado de injusticia social generado por el sistema social de la cultura occidental.
Finalmente, su salud se vino abajo, bebía y fumaba demasiado. Jean Paul Sartre murió el 15 de abril de 1980 envuelto en vida y pensamiento en su filosofía existencialista, la cual, de hecho, jamás abandonó.
Como un resumen y esquema de la vida y obra de Sartre, se presenta una breve cronología biográfica al respecto:
·         Nace en París el 21 de junio de 1905
·         Su padre muere a causa de una fiebre en el año 1906
·      Sartre sufre leucoma, manchita blanca en la córnea transparente del ojo, que corresponde a una opacidad de esta con pérdida de su sustancia, y pierde algo de visión.
·         En 1915 estudia en la Escuela Enrique IV de París
·         Su madre se casa con Joseph Mancy en 1916, y la familia se traslada a la Rochelle.
·         En el año 1924 se matricula en la Escuela Normal Superior de París, en donde estudia filosofía y conoce a sus mejores amigos, entre ellos a Simone de Beauvoir.
·         En 1926 termina su tesis, que luego da origen a su libro La imaginación
·         En 1928 es colaborador de la traducción de la obra K Psicopatología general, de alemán Karl Jasper.
·         En 1931 es nombrado profesor de filosofía en la Haya
·         En 1932 obtiene una beca para estudiar la fenomenología de Edmund Husserl y  Martín Heidegger en Alemania.
·         En 1936 publica sus dos primeras obras: La Imaginación; y la Trascendencia del Yo.
·         Publica su obra más conocida  La Náusea, en el año 1938.
·         Es hecho prisionero por los alemanes en 1940 durante la segunda guerra mundial.
·         En 1943 publica El ser y la nada. Conoce a Albert Camus
·         En 1945, finalizada la segunda guerra mundial, junto a Merleau Ponty funda la revista Les Temps Modernes.
·         En 1948 publica ¿Qué es la literatura?
·         Publica El Diablo y el buen dios. En 1951.
·         En 1952 ingresa al partido comunista francés
·         En 1960 edita Crítica de la Razón dialéctica.
·         En 1964 publica  Las Palabras. Recibe el premio Nobel de literatura, el cual rechaza.
·         En 1971 publica el Idiota de la Familia. Sufre dos ataques cardíacos, y queda casi ciego al padecer hemorragia en su ojo sano.
·         Muere en París el 15 de abril de 1980.










2. Reflexión sobre la fenomenología existencia de Jean Paul Sartre

La filosofía existencialista coloca en  el punto de partida de sus propuestas filosóficas la pregunta por el ser de las cosas, desde una perspectiva fenomenológica; parte de una opción epistémica y ontológica. Se cuestiona  la realidad objetiva y externa a la conciencia, y se cuestiona la naturaleza ontológica del sujeto, en cuanto conciencia que da sentido humano al objeto externo.
El existencialismo propuesto por Sartre es una mirada fenomenológica  del ser desde las diferentes perspectivas posibles, en que pueda ser abarcado por la conciencia. En efecto,  en todas las cosas que nos rodean: la silla, la mesa, el árbol, el hombre, el mar, la soledad, la angustia, la muerte, el cadáver, el niño, la niña, la lluvia, la guerra, la sociedad,... siempre existe un elemento común, por muy distinta que sea la naturaleza del objeto en cuanto fenómeno que aparece frente a una conciencia. Esto que tienen en común y en igual medida todas las cosas que nos rodean  es el  “ser”: la silla es, la mesa es, el árbol es, el hombre es, el mar es, el cadáver es, la muerte es, el niño es, la madre es, etc.
Sin embargo,  aunque el ser es común a todas las cosas que nos rodean, no es captado de una forma “clara y distinta” en la experiencia cognitiva. Si tratamos de buscar lo específico de ese ser  en las cosas concretas, nos defraudamos. Por más que se busque captar  el ser en el agua del mar, sólo podrá encontrarse agua salada; el ser del mar se me escapa,  no se puede distinguir el ser  como existiendo aparte del agua salada.
Lo mismo pasa con todas las cosas que nos rodean; tienen el ser, pero no lo muestran. Ese elemento que le otorga el ser a cualquier elemento objetivo o subjetivo se encuentra frente a frente con nuestra conciencia, pero no se deja atrapar, no se puede definir, sino a través de absurdas tautologías lógicas. El ser de una obra de arte, el ser de la montaña, el ser del amor, el ser del concepto, el ser de un hombre muerto por un par de zapatos, todo aquello a lo que le podemos atribuir el ser simplemente se encuentra arrojado como un algo raro y extraño a la conciencia.
Ante esta realidad, el existencialismo sostiene que las cosas “son”; pero el ser de las cosas  no puede conocerse directamente a través de la experiencia sensible, ni puede ser definido a través de un proceso de abstracción de esencias objetivas que permitan la elaboración de conceptos y la construcción de juicios lógicos.
 La experiencia sensible me relaciona con las cosas, pero no con ese presente pero desconocido elemento común en todas las cosas que llamamos ser, objeto de estudio de una disciplina filosófica como lo es la Ontología. El ser  en sí mismo no es captado a través de los sentidos, solamente podemos captar las cosas en su pluralidad, como siendo distintas. No es lo mismo el señor Pedro, que el cadáver de Pedro, aunque entre ambas realidad solamente haya transcurrido diez minutos de diferencias. Y si ni siquiera podemos captar la igualdad en el ser entre el señor Pedro, a quien se acaba de saludar, y pasado algunos momentos transformado en el cadáver de Pedro; menos se podría captar el ser como elemento común  entre una gotas de lluvias y una bala asesina. Todo está ahí, lo podemos tocar, describir, imaginar, todo menos aquello que le da el ser.
Por otra parte, cuando  me coloco, supongamos, frente a un viejo que pide dinero para comer, y digo: “el hambre es...”, hago una afirmación que supone, que yo sé y estoy consciente de que el hambre “es”. En el acto de tomar conciencia de que el hambre “es”, se establece una relación de conocimiento entre el sujeto y el fenómeno del hambre. Esta experiencia implica la existencia del ser propio del  sujeto que conoce y el ser del hambre que es conocida.
La pregunta es ¿cómo puedo captar el hambre? Me explico, lo que realmente veo es a un anciano casi calvo, con el rostro aburrido y cansado, con la mirada opaca, con un caminar demasiado lento y adolorido como quien espera morir, un anciano de mano temblorosas, de voz alcohólica, que ni siquiera tiene ganas de hablar, solamente extiende una mano con la esperanza de recoger algunas monedas; sin embargo, ahí estaba el hambre. Lo mismo puede decirse de los cuatros niños que esperan que el papá aparezca con una bolsa llena de panes y dos litros de leche para cenar. Están ahí sentados, mirando la vieja televisión. No tienen reloj, pero saben la hora, el más pequeño le dice a la mamá que tiene hambre; la madre le dice que pronto llegará el papá con la comida. Son niños, no se están muriendo, luchan por vivir, están creciendo como pueden; pero ahí, en la espera del papá que les traerá pan y leche como siempre lo hace, en esos rostros y en el niño que llora está la misma hambre que se ve en la cara del viejo que pide para comer. En el viejo y en los niños de aquel barrio está la misma hambre de siempre frente a la conciencia que mira y recuerda.
 Cuando veo  un rostro, establezco una relación de conocimiento, en donde me descubro como sujeto que conoce, y como un ser distinto al rostro del otro. Descubro que entre es rostro ajeno  y yo existe una distancia, que  permite  diferenciar entre el sujeto y el objeto, como fundamento de la posibilidad de una relación de conocimiento.
Efectivamente, el sujeto y el objeto se presentan como dos polos distintos, que no pueden ser reducidos a una sola realidad; siempre habrá un sujeto distinto a un objeto que es conocido. El conocer como acto es único, un solo movimiento, un solo momento, pero siempre de dos elementos: sujeto y objeto. El sujeto es sujeto, y el objeto permanecerá siempre como objeto. La distinción es la única posibilidad ontológica del conocimiento del fenómeno.
De hecho, la conciencia  existe en sí misma como posibilidad y sujeto del conocer, posee su propio ser, la conciencia es en sí un ser. Y  el ser del objeto es en sí, sin necesidad de la conciencia. El objeto en cuanto ser no tiene nada que ver con la existencia de ningún tipo de conciencia. El objeto es ser en sí mismo totalmente arrojado en el mundo, sin ningún sentido, y sin ninguna necesidad ontológica o metafísica de ser conocido o interpretado por una conciencia como condición de su propia realidad como ente del universo. El objeto es un ser en sí mismo y punto.
 Ahora bien,  el existencialismo coloca la ontología de la conciencia absolutamente distinta a la realidad ontológica del objeto. Esta independencia ontológica entre el ser de la conciencia y el ser del objeto se convierte en el fundamento de la libertad del ser y del hacer de la  conciencia en cuanto sujeto. De este modo,  la conciencia en cuanto acción de conocer es en sí misma acción libre y no sujeta a ninguna naturaleza del objeto a conocer.  En efecto, este ser independiente de la conciencia hace del hombre un ser absolutamente libre, condenado a elegir; por tanto, estructuralmente ético y responsable de su existir personal y social. Efectivamente, el un hombre es un ser indeterminado, no acabado, no preelaborado; es un ser en caminos de libertad.
De allí pues, que el conocimiento sólo es posible si existe “distancia” entre la conciencia y el objeto.  El ser de la conciencia es distinto al ser del objeto. ¿Qué significa todo esto? Para conocer, el sujeto se coloca a distancia del objeto, fuera del objeto, distinto al objeto,  con una forma de ser no idéntica al modo de ser del objeto. Por tanto, al ser del objeto, sólo se le puede conocer desde el no-ser del mismo. Es una posición epistémico en donde conciencia y objeto nunca podrán coincidir, y esa no coincidencia es la condición de existencia de la conciencia que se descubre como distinta al objeto en cada acto de conocimiento.
Evidentemente,  cuando afirmo que la silla “es”, afirmo que yo no soy silla. Así pues, se hace referencia al ser de la silla y al no-ser de la silla. Al ser del objeto se le conoce siempre desde su no-ser. Hasta aquí nos hemos encontrado con tres elementos distintos presentes en el acto cognitivo: el objeto, el sujeto y el no-ser.
 Por consiguiente, las cosas son externas a la conciencia. Pero, el ser de las cosas no es captado de manera directa  por  la  conciencia  a  través  de   los  sentidos.  ¿Cuál es, entonces, el objeto del conocimiento aprehendido de forma inmediata por la conciencia a través de los sentidos? : Sería simplemente aquello que aparece ante ella. Es decir, “El fenómeno”. El ser de las cosas que aparece  como objeto del conocimiento inmediato para la conciencia es el fenómeno, un ser para la conciencia. Lo que Sartre llama “el para-sí”, que es distinto al ser en sí del objeto que es  opaco, indeterminado  y oscuro.
De esta manera, cuando el sujeto se coloca frente a un objeto y afirma su ser, “el lápiz es”, se entiende por fenómeno la forma en que el lápiz aparece ante el sujeto, sería lo que realmente capta el sujeto y lo puede describir como algo externo y ajeno a la conciencia. El fenómeno es el objeto del conocimiento tal cual como aparece para la conciencia. El fenómeno, en cuanto es lo que aparece, hace referencia necesariamente a una conciencia que lo capta. El ser del fenómeno se fundamenta en el ser de la conciencia. No puede existir fenómeno sin conciencia.
En efecto, el ser del fenómeno es un ser para la conciencia, y  a la inversa, la conciencia intencionada hace referencia al fenómeno, y no al ser en sí de la cosa, que siempre es externo a  ella. El fenómeno se presenta como el objeto del conocimiento empírico y racional. El ser en sí de la cosa permanece fuera de la conciencia y no es percibido por la experiencia empírica, ni por la racionalidad, el conocimiento es fenomenológico.
 Ahora, los elementos presentes en el proceso cognitivo son cuatro: el ser en sí de la cosa, el no-ser, la conciencia, y el fenómeno. De  estos cuatro elementos, tres hacen referencia a la conciencia: el no-ser, el fenómeno y  la conciencia. ¿Pero, el ser en sí de las cosas?
Sartre llama al ser de la cosa, “el ser en sí”, lo material. La silla que tengo frente a mí posee el ser en sí en cuanto es materia, cuyo ser lo es sin relación a la conciencia, y  su ser en sí no puede ser reducido a un estado de conciencia. Cuando digo que la silla es, lo que conozco en realidad es el fenómeno, y no el ser en sí de la silla, el cual permanece  indiferente a la actividad cognitiva del sujeto.
El ser en sí de la cosa no le es dado a la conciencia de forma inmediata, entonces, ¿cómo es posible afirma su realidad, si lo único que se percibe es el fenómeno?, ¿es el fenómeno una mentira, una ilusión, una creación, un invento? Lo que ocurre es que  el fenómeno es el ser del objeto en cuanto captado por una conciencia; y el ser en sí es el ser tal cual como es en sí, sin necesidad de ser captado por una conciencia.  Al ser en sí nos acercamos en la medida en que se establece su diferencia con el fenómeno.
El fenómeno, en cuanto es captado por una conciencia, se hace dependiente, en su propio ser, del ser de la conciencia que lo percibe. Se encuentra bajo los límites del sujeto que lo percibe, conformando la naturaleza intencionada de la conciencia. Cuando veo la mesa que está frente a mí, lo que capto en la conciencia es el fenómeno de la mesa elaborada por el intelecto gracias a los estímulos externos recibidos por los sentidos receptores del ser humano, pero la forma de aparecer del fenómeno está condicionada por las vicisitudes  de la misma conciencia del sujeto: enfermedades, nivel cultural, edad, pueblo, sociedad, vivencias, motivaciones, intereses, etc. El fenómeno en cuanto es percibido por una conciencia, se hace relativo a las condiciones concretas del sujeto.  El ser en cuanto fenómeno siempre es relativo a la conciencia.
Pero el ser en sí, en cuanto  externo e independiente de la conciencia,  es absoluto. No depende de ninguna conciencia, ya sea inmanente o trascendente, finita o infinita, para ser lo que es. Se basta a sí mismo; eso es precisamente lo que significa ser en sí.  Foulquie (1948) en su libro “El existencialismo” expresa esta naturaleza particular del ser en sí: “A primera vista lo en sí constituye la plenitud del ser. Lo en sí es macizo, sin vacío alguno, es desprovisto de conciencia. En-sí, significa idéntico a sí mismo” (p.97)
El ser en sí, al no depender de la conciencia, no está rodeado de ese no-ser, o esa  nada que permite el conocimiento.  El ser en sí resulta ser compacto, macizo como una bala de cañón, sin vacío, lleno de sí mismo e impenetrable. Sartre (1960),  en su libro, “El ser y la nada” define al ser en sí: “El ser en sí está pleno de sí mismo, y no cabe imaginar plenitud más total, adecuación más perfecta del contenido al conteniente: no hay el menor vacío en el ser, la menor fisura por la que pudiese deslizarse la nada” (p. 124)
 El ser en sí no es objeto del conocimiento racional, condicionado por  las leyes de la lógica. Como el ser en sí, lo es sin necesidad de la conciencia, lo es sin necesidad lógica, el ser en sí carece de razón de ser.  Verneaux (1968) en su texto de “Historia de la filosofía contemporánea”, haciendo referencia al existencialismo de Sartre, describe la naturaleza del ser en sí: “El ser es, pues, un puro hecho, sin causa y sin razón. Por lo tanto, en términos lógicos diremos que es contingente, y en lenguaje literario que está de sobra” (p. 235)
La consecuencia más obvia de la ontología del existencialismo fenomenológico de Sartre, consiste en declarar que el mundo exterior, las cosas en cuanto son en sí están de más y carecen de cualquier orden de existencia, y su valor se reduce a la valoración relativa a una conciencia.
Ahora bien, del hecho epistémico trasciende a la valoración ética. Lo que es aplicable al mundo de los objetos, será apropiado para el ser de cualquier persona, en cuanto que todos somos materia y ser en sí, el objeto está de sobra, el hombre carece de sentido, es una pasión inútil; es decir, está de sobra.
El en-sí es caos absoluto e impenetrable, carece de valor, no puede ser objeto de valoración. Y en el caso de que el mundo sea valorado, no sería más que una ilusión o enajenación de la conciencia subjetiva. “El mundo está de sobra”, parece la frase valorativa de la realidad propuesta por este existencialismo sin lógica racional. De este modo, se llega al extremo contrario de la tesis de Parménides de la identidad entre pensamiento lógico y ser; y se propone la imposibilidad de la identidad entre pensamiento lógico racional y ser.
Ahora bien, frente a un mundo externo a la conciencia que está de sobra, que no necesita de la conciencia para ser lo que  es en sí, ¿cuál es el papel del sujeto?, ¿cuál es la tarea del hombre histórico?, ¿qué es la ciencia? Por lo demás, aunque el ser en sí es compacto e impenetrable, resulta claro que podemos por lo menos afirmar su realidad, ¿cómo es posible tener contacto con un ser impenetrable por la razón? La opción de Sartre partirá de una descripción fenomenológica del hacer de la conciencia.
Cuando se dice, “la mujer es”, se implican dos cosas, primero, saber que la mujer es. Segundo, saber que se sabe que la mujer es. Este segundo saber, indica que todo conocimiento implica saber que se conoce. Siempre que conozco estoy consciente del hecho del acto cognitivo como actividad personal. No sólo se es consciente del contenido del objeto del conocimiento, sino también del acto mismo de conocer. Conocer implica estar consciente del acto cognitivo como un hecho personal y solitario.
El conocimiento es cuestión de conciencia. Al decir, “conozco la violencia”, puede ser transformado por la afirmación, “tengo conciencia de que conozco la violencia”. El objeto “violencia” aparece en la conciencia. La violencia existe para mí, solamente en la medida en que aparece en mi conciencia, aparece como fenómeno, que puede ser dibujado como cosa externa que me impresiona. Pero al mismo tiempo, mi conciencia existe en la medida en que es conciencia de algo, la forma de existencia de la conciencia es siendo intencionada, en el sentido de no ser idéntica a su objeto de conocimiento. Pero está intencionalidad de la conciencia solamente es posible en cuanto es impresionada por un objeto o por un hecho concreto y determinado. La intencionalidad puede ser sufrida por la conciencia.
Tener conciencia del acto cognitivo, implica la separación radical de la conciencia con el objeto externo a la misma. Coplestón (1959), en su texto de “Filosofía Contemporánea”,  haciendo referencia al existencialismo de Sartre, expone la naturaleza de la conciencia: “Como hemos visto, la conciencia es siempre conciencia de algo. Implica, por tanto, distancia de algo, o negación de algo. La conciencia es separación-de “(p. 9).
Ser consciente, implica de hecho,  que no hay identidad posible entre la conciencia y ese “algo”.  La conciencia se coloca fuera, a distancia; lo hace objeto. Cuando digo “la violencia es”, soy consciente del ser de  la violencia, la tengo frente a mí, como algo distinto a mi subjetividad, es lo que aprehendo, lo extraño; lo otro. La violencia es el otro, con su cara de dolor, de rabia, con sus manos llenas de sangre, de odio, de rencor. La violencia impresiona la conciencia desde el rostro humano del otro. La violencia es un hecho, es una amenaza y está ahí en la mirada del extraño, en la sangre del asesinado, la violencia es Caín y es Abel.
La conciencia siempre lo es de algo; es decir, la conciencia siempre es conciencia del ser, y ser conciencia del ser es colocarse a distancia del ser, diferenciarse del ser, hacerse distinto al ser, colocarse fuera del ser; surge la pregunta: ¿qué separa a la conciencia del ser?: La Nada.
La conciencia, al ser conciencia del ser, aunque sea del ser en cuanto fenómeno, se hace distinta al ser. Ser consciente es tener conciencia de la posibilidad de no identificarse con el ser, saberse diferente del ser. Aunque siempre la conciencia implica relación con el ser, siempre se es consciente de algo; es decir,  del ser, y nunca se es consciente de la conciencia en sí misma. La conciencia siempre está intencionada por el ser, que es lo otro, lo distinto, lo no idéntico. La conciencia nunca se descubre a sí misma, nunca está intencionada por sí misma. La conciencia se presenta como un vacío en donde se refleja el ser. Mientras que el ser-en-sí es compacto e idéntico a sí mismo; la conciencia es vacía y nunca idéntica a sí misma.
La conciencia se presenta como no idéntica a sí misma, como lo que ella no es, trata de encontrar su propia identidad, se busca constantemente a sí misma, aunque esta búsqueda sea  eternamente frustrada.  Esta búsqueda de sí misma, coloca a la conciencia en una actitud interpretativa de la realidad, como identificando a cada objeto, como la que da sentido a todo lo que le rodea. Este dar sentido es su necesidad existencial.
Precisamente, en este mismo acto, al descubrirse  siempre intencionada por un objeto distinto a ella misma,  al que identifica y da sentido; también descubre en ese objeto, su propio no-ser; su propia nada, como condición de su ser. La conciencia se descubre como dadora de sentido y como creadora de su propia nada, se puede decir que la libertad de la conciencia significa perseguirse a sí misma en una carrera de antemano frustrada y absurda, así es la libertad fundada en la ontología nihilista de la conciencia.
Por otra parte, ¿Cómo puede una conciencia nihilizadora, vacía en sí misma, sin posibilidad de identidad, llegar a percibir el ser-en-sí?  La percepción de la realidad externa es un hecho, pero, ¿cómo ocurre el contacto entre la conciencia y el mundo exterior?; y desde el punto de vista epistemológico, ¿cuál es valor del conocimiento adquirido a través de esta percepción?
Recordemos que el ser-en-sí existe sin necesidad de una conciencia. El ser-en-sí es materia pura, algo macizo, sin forma, sin sentido, sin razón de ser, que está de sobra... Una silla, un lápiz, el árbol; todas  las cosas  siempre aparecen encerradas en un nombre; se presentan como objetos con formas y características determinadas por una conciencia. Sin la conciencia, las cosas pierden su nombre y su sentido;  y serían materia oscura e impenetrable. La conciencia ilumina al ser. Las cosas sin la conciencia no tendrían orden lógico.
De hecho, el ser-en-sí es caótico. La conciencia, desde el no-ser, desde la nada, recorta y determina al ser en objetos con nombres y les otorga sentido racional. Paradójicamente, nuestro mundo surge de la nada propia de la conciencia.
Cuando la conciencia percibe un objeto, ocurre un doble movimiento, en primer lugar, aparta el objeto del ser-en-sí general y único  y lo convierte en  una cosa  con forma propia, le otorga límites, lo recorta como si fuese algo distinto al resto del ser material; y en segundo lugar, le da un nombre y un sentido, haciéndolo racional y lógico. Es un movimiento positivo, en donde la conciencia aísla a un objeto del resto de las cosas, para conformarlo según la lógica racional que constituye su naturaleza en función de la comprensión del mundo externo. Segundo, la conciencia ignora al resto del ser, lo envía a la nada, lo nihiliza para poder conocer al objeto como un ente en sí. Es claro, en el acto de conocimiento de un objeto al que se le determina y se le da un sentido, en ese acto el resto del universo es igual a la nada.
La percepción solamente puede realizarse gracias a la capacidad nihilizante de la conciencia, que le permite aislar a un objeto del resto del ser-en-sí. Al respecto, Alberes, R (1968) indica lo siguiente en cuanto a la  actividad cognitiva del fenómeno por parte de la conciencia que le da sentido:
Sartre edifica una “ontología”, una descripción filosófica del mundo. A esas cosas las llama el Ser. Existen en sí mismas (forman el en-sí, pero no son nada preciso) Es la conciencia quien las ilustra, ella es quien en el caos de las Cosas recorta una forma y les da un sentido, quien da a una aglomeración sin significado un límite, que hace una silla, un objeto determinado (p.63)


La otra condición de la percepción es la existencia en-sí del objeto. La conciencia ilumina al ser, le da un sentido. Paradójicamente,  la nada es la luz  y el ser-en-sí es la oscuridad. Pero la realidad del ser no se reduce al pensamiento. La conciencia no es el fundamento de la existencia del ser-en-sí. El hombre no crea al ser, se encuentra con la realidad.
Por  tanto, lo que ocurre es que la conciencia no llega al ser-en-sí  en la misma forma en que llega al fenómeno. El fenómeno aparece como un ser para la conciencia, el fenómeno es racional, como envuelto de una cierta racionalidad que lo hace comprensible. El fenómeno tiene explicación, razón de ser, tiene causa y efecto; encaja perfectamente dentro de los parámetros de la conciencia lógica racional y empírica.  Pero el ser-en-sí es tal cual, en cuanto que no es para una conciencia, esto lo hace inaccesible para la misma, por lo menos, en cuanto a una  conciencia lógica  racional.
Pero es bueno aclarar un punto central en el problema del conocimiento planteado por Sartre: la conciencia no se reduce a la actividad racional; es decir, racionalidad lógica y conciencia no se identifican plenamente, en el conocimiento del fenómeno se dan dos hechos: La intuición y la racionalidad. La conciencia no construye el fenómeno, sino que va hasta el objeto, y éste se hace presencia directa. Es decir, el objeto es intuido por la conciencia, o como afirma Sartre (1966) en su obra, El Ser y la Nada, refiriéndose precisamente a la definición de la intuición y a su verdadera naturaleza en relación a la conciencia:
No hay conocimiento sino intuitivo. La deducción y el discurso, impropiamente llamados conocimientos, no son sino instrumentos que conducen a la intuición (…) Y, si se pregunta qué es la intuición, Husserl responderá, de acuerdo con la mayoría de los filósofos, que es la presencia de las cosa en persona a la conciencia. El conocimiento pertenece, pues, al tipo de ser que describíamos en el capítulo anterior con el nombre de “presencia a…” Pero hemos establecido, justamente, que el en-sí no podía jamás ser presencia por sí mismo. No vemos, pues, obligados a invertir los términos de nuestra definición: la intuición es la presencia de la conciencia a la cosa. (p.235)

Se explica, que durante la intuición, la conciencia  “siente” la presencia del objeto, de esta manera se abre una puerta hacia el ser-en-sí, por lo menos se puede sentir su presencia. ¿Cómo es posible la percepción del ser-en-sí a través de la intuición? La única manera es “borrando” del fenómeno todos los elementos de racionalidad, desnudarlo,  quitarle la pintura, despojarlo hasta del nombre. Nuño, J. (1971), en su texto “Sartre”, plantea el despojo que en la intuición se le hace al ser del fenómeno hasta desnudarlo completamente:

Si se persigue la experiencia metafísica que, a la larga, conduce a la náusea, lo primero que pasa es que las cosas se liberan de sus nombres. Y, por lo tanto, el hombre, conferido de sentido por medio de las palabras con que se tapa la inerte existencia, queda rodeado de cosas en estado de puras cosas. (p. 21)
  
El  hombre solamente puede captar el ser en sí, desde una experiencia extraña, a la que Sartre llama: “Náusea”. Este sentimiento es la forma intuitiva de captar el ser sin el sentido racional que  le proporciona la conciencia. Por tanto, es una experiencia extraña fuera de lo común y desde esta extraña náusea, el hombre se encuentra inmerso en un mundo, o en una realidad carente de sentido, de    seres monstruosos, deformes, “que están de sobra”.
 En esta experiencia de encontrarse en un mundo sin forma y sin sentido, capaz de producir náuseas, el hombre siente una angustia profunda, que se convierte en la mayor sensación de soledad que alguien pueda imaginar: un universo solitario, en donde el hombre sería la nada de un planeta insignificante; el hombre se convierte en un niño que llora en la soledad de un cuarto oscuro e infinito. Es como  si toda la vida anterior hubiese sido un sueño. De pronto, las cosas pierden sus nombres y sus relaciones, ya no existen clavos y maderas para formar una silla. Todo se reduce a un simple estar de cosas deformes.
Por eso, este estar sin más, sin ser algo determinado, se llama “existencia”, mientras que las cosas determinadas y aisladas, con  un nombre que le dé sentido, se llama “esencia”. Sartre reduce, de esta manera, la existencia al mero hecho de “ser ahí”. En cambio, que la esencia se refiere al sentido que la conciencia otorga a la cosa, el “ser así”. Así, pues, la existencia precede a la esencia. Primero es el “ser ahí”, que el “ser así”. Sin duda, que la esencia “hombre” se da en la existencia concreta y cotidiana de cada persona, cada cual construye su esencia nunca acabada, “el hombre es una pasión inútil”.
En la intuición descubrimos que las cosas no poseen, en cuanto  ser-en-sí, esencia alguna, solamente están arrojadas sin poseer ninguna determinación. La náusea proviene del acecho de la existencia, y la angustia proviene al descubrir que la realidad no tiene sentido, en cuanto  es ser-en-sí, en saber que el sentido de la realidad es cuestión de la conciencia  que enfrenta a las cosas, sin contar con ningún criterio exterior a ella misma, que le sirva como postulado para darle sentido a la realidad.
Ahora bien, resulta imposible vivir en una eterna náusea, esta experiencia, que es la única que nos permite intuir al ser-en-sí, no es espontánea, se llega a ella solamente a través de la opción existencialista  epistemológica. Las cosas que nos rodean tienen un nombre que las identifica, poseen una esencia determinada que les da un sentido aparente, y esto se da, porque es propio de la conciencia humana escapar del absurdo. La conciencia tiene por necesidad que darle un nombre y un sentido a todos los objetos.
En el fondo, todo lo anterior indica que el hombre está obligado a elegir constantemente el sentido de la realidad, esta es la función de la razón, para esto surgen las esencias. Esta elección, la realiza el hombre sin tener ningún parámetro exterior a él mismo, la ética  y la moral es opción personal, sin ninguna regla previa, sino una libertad absoluta que no lleva jamás al compromiso con el otro, sino a la vida solitaria y absurda en espera de la muerte. La conciencia está condenada a la elección eterna del sentido.
¿Y la esencia de la conciencia? La conciencia se percibe como lo distinto al ser-en-sí, nunca llega a identificarse con el ser-en-sí. Lo que indica, que el ser-en-sí no constituye la naturaleza de la conciencia. Por otra parte, la conciencia tampoco puede ser quien origina su propia esencia, resultaría absurdo que se conciba a sí misma antes de existir. La conciencia en cuanto tal, no posee una esencia determinada, se descubre como un vacío incapaz de ser objeto de su propia actividad cognitiva, siempre está intencionada por lo otro, lo diferente, condenada a la presencia de lo extraño. Y lo extraño produce angustia y terror por ser desconocido y opaco.
En este sentido Coreth, E; y otros, presentan un comentario en cuanto a la naturaleza de la conciencia en el pensamiento de  Sartre:

Sartre parte de una reflexión que pretende recalzar una experiencia privilegiada de un modo característico. Según el principio fenomenológico de la intencionalidad, la conciencia siempre es conciencia de algo; por consiguiente, aquello que se conoce es fundamentalmente de naturaleza distinta que la misma conciencia;  al mismo tiempo la conciencia está referida a ese otro que es distinto de sí misma, precisamente porque ella es pura transparencia, “nada”. (p.72)

 Esta nada del hombre se manifiesta en su sentimiento de angustia y soledad. El libro es un libro, pero, ¿el hombre, qué es? El hombre se ve arrojado a elegirse constantemente a sí mismo sin ningún destino, y sin ninguna posibilidad de éxito. El hombre está condenado a ser libre para la muerte, para lana, para la desesperanza, para el absurdo.
 En el fondo la ética y el compromiso social carecen de sentido, ya que no tiene finalidad. El mismo hombre es un proyecto condenado al absurdo, qué razón fundamenta una opción moral o política cualquiera. Por otra parte, el otro  al conocerme me convierte en objeto, en un ser en sí, sin sentido y sin razón, “el otro es el infierno”, frase que condensaría las opciones epistemológicas y antropológicas de la fenomenología ontológica de Sartre.















REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS


Alberes, R (1968)  Sartre. Barcelona-España: Fontanella

Arenal, H (2005) A la búsqueda de un ídolo caído. (Documento en Línea) La Jiribilla (Revista digital cubana) Disponible en: http www.lajiribilla.cu

Coplestón, F (1959) Historia de Filosofía. México. Ed. Fondo de Cultura Económica

Corerth, E; y otros (1989) La filosofía del siglo XX Barcelona-España: Herder


Foulquie, R (1948) El Existencialismo. México. Ed. Fondo de Cultura Económica.
Sartre, J (1966)  El ser y la Nada. Buenos Aires- Argentina: Losada

Verneaux, R (1968) Historia de la Filosofía Moderna. Barcelona-España: Herder

Nuño, J (1972) Sartre. Caracas- Venezuela: UCV








[1] Profesor del Departamento de Filosofía, de la Facultad de Ciencias de la Educación, de la Universidad de Carabobo. Licenciado en Educación mención Filosofía (UCAB), Especialista en Educación Superior (UC), Magíster en Desarrollo Curricular (UC), Cursa el doctorado en Ciencias Sociales mención Cultura (UC). Obras publicadas: “Ética, locura y muerte”, “Ética, locura y muerte (segunda parte)”, “Reflexiones elementales en torno a la ética”, “En torno al conocimiento” 

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