LA PUERTA NEGRA
Autor: Prof.
Gerardo Barbera[1]
Departamento de
Filosofía
Facultad de
Ciencias de la Educación
Universidad de
Carabobo - Venezuela
Sección: Ensayo
I
¡Maldita sea!
¡Digo la verdad! ¡Mi historia es real! ¡Por Dios, créanme! ¡No cierren la
puerta! ¡Puede entrar, y no quiero ver a ese…! ¡Aléjenlo! ¡Maldita sea!
Desde niño
los muertos me guiaron. Un señor de capa blanca, me enseñó sobre el secreto
mágico de las palabras.
El señor de capa blanca aparecía en la
oscuridad de mi cuarto. Todavía me parece escuchar su voz: “las palabras son
mágicas”, “las palabras son poderosas”. “Aprende de mí: de la boca surge la
muerte”.
También había
una señora vestida de negro, con un velo oscuro que le cubría el rostro. Sin
embargo, los ojos azules de la vieja penetraban mi mente. Siempre era la misma
lección: “No digas malas palabras”, “El que dice malas palabras se pone feo”.
Ahora, cada
vez que miro el espejo, me doy cuenta de que jamás seguí el consejo de la
vieja, la que siempre estaba sentada en cualquier rincón del cuarto.
Por eso odio
la luz y le tengo miedo a la oscuridad, le temo a los muertos, a esas voces
nocturnas; al señor de capa blanca, a la vieja…y a la puerta negra.
Las palabras
poseen un poder creador y destructivo. De la mente puede surgir la vida o la
muerte. Lo que decimos escapa de la intimidad y se transforman en pequeñas
ratas desesperadas.
No se puede
detener la subjetividad. El pensamiento se cuela por los orificios minúsculos
del cerebro hacia la mente de los otros. Y comienza la venganza, el rencor, el
deseo de destrucción. Siempre te arrepientes de lo que piensas.
La vieja te insulta y el señor de la capa
blanca se entristece. Y nos hacemos cada vez más feos, más viejos….un monstruo.
¡Espero que al ver mi rostro me crean! ¡Nunca he dicho mentiras!
Debo vigilar
constantemente lo que sale de mi boca. El pensamiento es maléfico. La evolución
humana se reduce al desarrollo de su pensamiento.
Lo que soy ahora es producto de la
imaginación fenoménica de algún demonio. Ningún ser humano ha llegado a ser lo
que yo soy: un monstruo. No me refiero a ninguna metáfora. Por extraño que
pueda parecer soy realmente un monstruo.
Tal vez, “La
Señorita”; así llamaban a mi madre, me formó con su pensamiento..., jamás quiso
saber de mí. Nací gracias al cura y a su política de “No al aborto”. Ella
me parió según la carne y la mente. Fui engendrado por veintitrés
cromosomas, no hubo padre.
Siempre he
sido la negación de la racionalidad. El terror no es lógico. Lo que se engendra
con violencia, se transforma en muerte. Yo soy esa muerte.
Sé que parece
mentira; sin embargo, tengo treinta años no cumplidos. Mi fiesta es la próxima
semana, noviembre, mes de los difuntos. Treinta años de edad. Toda una vida de
angustia, de soledad...de convivencia con el demonio. Créanme, el Infierno
existe: yo soy su profeta. Soy el “elegido” por el Mal. Ese es mi destino. Debo
mostrar mi cuerpo, para que todos crean.
Mi historia
no es común. Aunque no tiene mucho de original, soy un vulgar ser humano. He
sufrido casi todas las enfermedades, “el pobre nació enfermito”. No hay virus
que me perdone. Soy demasiado delgado, un desnutrido, como solía decirme la
bruja de mi abuela; mi abuelo fue mucho más amable: “la desgracia de mi hija”.
Eso siempre he sido: Una maldita desgracia. Un estorbo. Un no deseado. Un
monstruo.
Mi rostro
está totalmente arrugado. Siempre mis manos han sido temblorosas, nos las puedo
controlar. Mi voz es amarga, como quien sabe que está demás en la vida. Mi
ceguera prematura, realmente estoy casi ciego. Solamente puedo ver a
través de mi sexto sentido, o como lo llama mi maestro, “El tercer Ojo”. A
pesar de haber desarrollado ciertos poderes psíquicos, soy un viejo de
treinta años, totalmente calvo, y casi sin dientes.
¿Cómo
explicarlo? Imposible. Nada en mí es explicable. El mal, la maldad, la
maldición, la locura, las largas noches de insomnios... la existencia misma
carece de explicación.
No se puede explicar nada sin recurrir a los
seres de otras dimensiones, o de otros planetas. Ese poder especial que me ha
enseñado el señor de capa blanca me ha salvado muchas veces, cuando todos están
dormidos, yo me escapo a otras existencia para hablar con miles de ancianos que
me enseñan filosofía de las estrellas; que hermoso es pensar en las cosas del
más allá, la filosofía es un sueño placentero; solamente los filósofos del
aire poseen el secreto de la Vida.
A nosotros a
lo sumo nos toca vivir y morir, para luego, volver a vivir y morir, vivir y
morir... hasta cumplir el ciclo de setenta y dos mil años. La vida no es una
pasión inútil; solamente, inútil y sin pasión. El planeta es una basura del
sistema solar. El sistema solar es una basura de la
Vía Láctea. Todo el universo es una basura.
Treinta años
y muero de vejez. Me espera la silla de rueda, la cama y la tumba. Pero,
regresaré. Estoy seguro. Y juro por los dioses del mundo astral, que no voy a
nacer en la miseria, no creo en la liberación de los pobres, la cultura
popular, la antropología de la pobreza, nada de eso tiene sentido.
¡Basta! Creo que ya he superado ese karma. No
soy tan hipócrita como esos amigos de la humanidad y solidarios con los más
necesitados, quienes solamente donan las miserias que le sobran. Ya pasé por
eso, ya canté en grupos, ya doné mis zapatos viejos.
¡Basta!
Además, quiero que mi vida futura sea en una isla, donde pueda estar solo,
libre de la garra del Otro. Y así demostrar que el hombre es un solitario en
esencia y que el Otro es un accidente, un maldito que solamente produce dolor.
El Otro tiene que morir.
Deseo escapar
del Otro. La tierra amarilla del cementerio será la salida, la
muerte es el la salida de emergencia de la pobreza. No podrá seguirme. En un
ataúd solamente cabe un cuerpo. Estaré solo. Y seré libre.
Solamente en
el Infierno volveré a sentir su mirada. Porque ahí, en el Reino de las Sombras
me estará esperando, para terminar su venganza.
El Otro
siempre me ha creído culpable de su desgracia. ¡Si supiera cuanto le odio! Los
verdaderos sentimientos humanos son el deseo de morir y el deseo de matar; en
esto se reduce el poder del inconsciente y el poder de la racionalidad: vida o
muerte.
Mi madre era
muy alta, pálida y nerviosa. “La Señorita” era hermosa. La “mala junta” y la
marihuana acabaron con sus nervios. Si hasta tuvo internada. Ella era enferma y
siempre le dolía la cabeza.
La madre era casi una niña, cuando
decidió encerrarse en su cuarto para comunicarse con los Lamas del Tíbet. Se
había cansado de los gritos de la abuela: “Eres la vergüenza de la
familia, te vas a poner fea por mentirosa...”.
Un día entró
un ladrón. Mi madre estaba sola, sentada en la silla de siempre, recorriendo el
mundo, hablando con todos sus amigos telepáticos.
El ladrón la vio; entonces... de manera
trágica, comenzó la encarnación de mi espíritu.
La violencia
es el motor de la historia, y nos encanta. Vean los libros de historia, nunca
hablan de amor, de amistad; sino de guerras, crímenes…y por eso adoramos a los
héroes de esos libros, y entre más sangre haya derramado el héroe, mayor será
su imagen en nuestro corazones.
Mi abuela fue
mi verdadera madre. A la “Señorita” la encerraron en la clínica “San Marcos de
León”, en Nirgua. Nunca más supe de ella. No sé si aún vive. Creo haber
escuchado a la abuela decir: “Menos mal, que ella cree que está en un
templo...”. Aunque no estoy seguro. Ahora que recuerdo, ella murió.
Durante una noche de “Año Nuevo”, decidió hacer su último viaje.
II
Mi casa tenía
dos puertas: la mía y la del Otro. Detrás de la puerta negra, quedaba el mundo
prohibido.
Él siempre
estaba del otro lado de la puerta. Nunca hubo relación. El otro lado siempre
fue mi realidad oscura, lo que nadie debía conocer, lo oculto, el “secreto
vergonzoso de la familia”.
El Otro
siempre será un fantasma, algo que me estorba y
amenaza, no hay posibles encuentros, solamente esperaré a que el Otro se
descuide para atacar, y quien baje la guardia será herido mortalmente, el Otro
es mi muerte.
La abuela era
la única que podía entrar a la habitación prohibida. Aunque recuerdo, que en
ciertas ocasiones, vinieron algunas personas con batas largas y blancas.
Entonces, la vieja miraba con mayor intensidad y el señor de capa blanca se
mantenía muy callado. Ellos, los viejos, habían engendrado al Otro, a ese
maldito que solamente yo podía ver.
El Otro había
nacido conmigo. Él era la parte complementaria de mi célula original. No se
trató de un “niño no deseado”, sino de un “par no deseado”. Jamás hubo
canciones de cunas.
Yo nunca
había visto al Otro, al “Enfermo”. Así lo llamaba mi abuela. Sin embargo,
sentía que el mismo “cordón de plata” nos unía, como si ambos tuviésemos
la misma alma. Sí así fuese seríamos el mismo ser, el mismo espíritu, encarnado
en dos cuerpos diferentes al mismo tiempo.
Tal vez por eso, mi mente no podía descansar
en paz. Tenía que conocerlo..., no quería morir como la gran mayoría de los
seres, sin conocer al Otro, al que es posible, a la potencia de mi ser, a la
proyección de mi existir, a mi yo evolucionado. El Otro siempre está ahí
mirándote, riéndose de ti. El Otro te odia. El hombre es odio y muerte.
Recuerdo que
tenía entre mis manos un libro de letras muy grandes, que trataba el tema de
los Avatares: “¿Cómo ser un Avatar?”.
El secreto
para entender cualquier lectura, consiste en estar completamente relajado, como
volando, dejando que nuestros pensamientos naveguen al lado de los personajes
de los libros.
Siempre he deseado ser el personaje de algún
libro espiritual. Es que lo espiritual no me compromete, me libera, me hace
sentir fuera de esta oscuridad y de esta carne. Vivir en el espíritu es la naturaleza
de mi alma, nunca quise saber de lo cotidiano, de enfermedades, violencia,
hambre, sangre, problemas…, siempre amé lo puro y espiritual.
Yo sabía leer.
El Otro no tenía libros. Él estaba ahí, a pocos metros, del otro lado de la
puerta negra.
Aquel día inolvidable, la abuela no estaba en
la casa. La soledad era la perfecta compañía. Las paredes hablaban entre sí,
con una especia de lenguaje musical, que provenía de sus colores vivos y
fuertes. Yo estaba tenso, demasiado nervioso, pero con una suavidad extrema en
el espíritu.
Había llegado la hora de conocer al Otro. La
puerta estaba levemente abierta. Del otro lado, comenzó a surgir una luz
tenebrosa, carente de brillo, totalmente opaca. No sé si alguno ha tenido la
experiencia de sentirse despierto y volando al mismo tiempo.
Me acerqué
lentamente. La madera de la puerta estaba fría, húmeda. La luz iba creciendo.
Mi corazón estaba descontrolado. La puerta comenzó a moverse. Pude ver la
habitación.
Las paredes estaban pintadas de blanco; y sin
embargo, permanecían oscuras, sin ningún aura, cargadas de radiación negativa.
El aire era pesado, mal oliente, espeso. En una esquina había una lámpara
apagada. ¿De dónde venía la luz amarillenta?
El Otro estaba
sobre el colchón. Su cárcel era pequeña. Todo su mundo estaba en ese cuarto.
Caminé hacia la cama. La luz retrocedía al compás de mis pasos, como si me
hubiese atrapado.
Le pude ver.
Fue un instante
que duró una eternidad. Él estaba allí. El Otro me vio. El enfermo estaba ahí.
Esperándome. Grité y corrí como un desesperado.
Nunca pensé que mi compañero fuese tan
horrible. Perdí el control de mis nervios. La luz era el aura del Otro.
Luego
llegaron varias batas blancas. Sentí ese olor peculiar del alcohol etílico. Una
inyección, un leve pinchazo.
Los ojos del
Otro clavados en mi mente. La voz de la abuela...y un leve murmullo agudo que
provenía del otro lado de puerta. La verdadera voz del Otro nunca es humana.
III
Fue la
primera vez que lo vi. Tenía la cabeza del tamaño de la almohada, sus ojos eran
profundos y adultos. Una sonrisa idiota y un cuerpo demasiado pequeño. Sus
manos diminutas se movían sin control. No pude observar sus piernas. Sus
ojos eran las ventanas del infierno.
Por
error, dos espíritus llegaron a al mismo parto, para encarnarse. Yo tomé el cuerpo.
El otro espíritu tomó lo malo de la célula inicial.
Me odiaba.
Yo era el
culpable de todos sus males. Soy el límite y la muerte de los otros. Yo soy un
obstáculo. El hombre es un animal que estorba al otro hombre. El hombre lucha
hasta morir. Nunca hay descanso.
Desde aquel
día, el demonio comenzó su venganza. Me perseguía. Su espíritu tomaba posesión
de mis cosas, juguetes, zapatos, libros. Y a veces penetraba mi propio cuerpo.
Sí, muchas
veces me dolía la cabeza. Mi abuela quería encerrarme en una “clínica de
reposo”. ¡Pobre abuela! No tenía idea de lo que el Otro había planeado para
ella.
Solamente la
anciana de ojos azules y el señor de capa blanca sabían de la presencia del Otro,
ellos lo habían engendrado.
Yo le tenía
miedo a la puerta negra.
Aquel día
escuché un silbido agudo, suave, de hermosa melodía. La cabeza me dolía. La luz
opaca apareció frente a mí.
Sentí la
mirada del Otro.
Caminé hacia
el balcón del apartamento. Los autos parecían muy lejanos. A veces el mundo nos
parece tan pequeño.
El dolor de
cabeza era insoportable. La luz estaba sobre mi espalda. Me quité toda la
ropa. Quería que mi espíritu fuese libre.
Dos personas de batas blancas me sujetaron.
La abuela
lloraba.
El Otro reía
como un demente.
Pasé un
tiempo en una “clínica de reposo”. Totalmente solo, observando la foto de mi
madre y hablando con la anciana de ojos azules.
Regresé a la
casa.
Ya no estaba
la abuela. A la pobre se la llevaron cuatro trajes negros.
Yo había
terminado mi tiempo de “reposo”, y en una cesta, en el rincón más oscuro de la
clínica, dejé la foto roída de mi madre.
No sé si alguien lloró a la abuela.
Yo no.
Pero, detrás
de la puerta negra, el Otro lloraba.
El Otro
estaba vestido de luto, jamás lo había “sentido” tan triste, tan cerca de
aflorar al mundo “objetivo”.
Detrás de la
puerta, solamente existía el Inconsciente, lo oculto, el poder desconocido, el
secreto de los alquimistas, la piedra angular de toda verdad... todo eso era la
verdadera esencia del Otro.
Ese
desgraciado era el todopoderoso, el que dominaba la situación, el que poseía la
verdadera existencia, la vida que realmente valía la pena.
Yo, tan sólo, era lo que sobraba, el sirviente
atento, el perturbado, el que necesitaba
“ayuda profesional”.
Cuando la
racionalidad evoluciona, surge la locura y el hombre deja de ser lo que siempre
ha sido, para convertirse en la demencia esencial que le corresponde.
La casa
estaba totalmente sola. Nadie quería sustituir a la abuela. Todos tenían miedo.
Me odiaban. No soportaban la fuerza de mi mirada. Sabían que no podía ocultarme
sus secretos íntimos, podía leer fácilmente el aura de todos ellos.
Definitivamente,
me odiaban.
Ninguno de ellos escuchaba los lamentos del
Otro. En la sala, se podía sentir el silencio final de la abuela, su mirada
agónica flotaba en el aire, se podía oler su presencia astral. Ella me
observaba desde la cuarta dimensión, sus manos casi me acariciaban, me quería a
su lado.
Pero, el Otro
me necesitaba, sus gemidos eran infernales, insoportablemente agudos.
El dolor de
cabeza volvió a mi mente...tuve que recurrir a la medicina...
Yo no quería
ver su cara deforme, su asquerosa sonrisa, sus ojos de anciano, su maldita piel
arrugada.
Más allá de
lo aparente, del fenómeno, la esencia humana siempre es parecida a la muerte.
Tenía que
cerrar la puerta. Colocar mi pensamiento en otra dimensión, viajar...conocer
otros mundos, otros sistemas solares. Era tan sencillo, solamente tenía que
imaginarlo. ¡Si conociéramos el poder de la imaginación!
Corrí
desesperadamente; pero, no pude cerrar la puerta. Una fuerza extraña la
mantenía firme, inmóvil.
Comencé a
sentir un extraño cosquilleo en el estómago. Una especie de energía
eléctrica salía de mis entrañas, y se dirigía hacia la cama que estaba en el
extremo interno del cuarto, exactamente detrás de la puerta negra.
Algo me ataba
a la presencia del Otro, parecía que ese ser demoníaco fuese mi complemento.
De pronto,
todo comenzó a dar vueltas. Yo estaba mareado.
Nunca supe si
fue la medicina, o el poder del inconsciente del Otro.
Sin saber
cómo, estaba dentro del cuarto, y con un tetero en mis manos. La abuela no
estaba. Yo tenía que alimentarlo.
Me convertí
en su sirviente. La esclavitud había comenzado. Eso es el Otro en definitiva,
el amo que esclaviza.
La sociedad y
su mundo desaparecieron para mí. Nunca pude adaptarme a la realidad de los
seres comunes. No tenía la culpa de que la gente se conformara con un universo
de sombras. Yo siempre preferí ver la realidad metafísica. Pero, somos muy
pocos los iniciados. Por eso morimos solos. Sinceramente, ese era mi deseo:
morir solo.
No pude
encontrar la soledad anhelada. El Otro estaba ahí. Me acostumbré a su
presencia. La puerta siempre estaba abierta.
Aunque hubo noches en que me pareció escuchar
la voz de la abuela advirtiéndome el peligro. Sus ojos eran llorosos, su voz
llegaba gris y demasiado fría. Después de la muerte de la abuela, ya casi no
volví a ver a la anciana de ojos azules.
Había poca
diferencia entre la casa y el cuarto de la clínica. Si hasta los hombres
vestidos de blancos me venían a buscar con más frecuencia.
El Otro se
apoderaba de mi mente. Utilizaba la telepatía para controlarme. Ya no podía dar
un paso sin su permiso.
Éramos dos
espíritus en un mismo cuerpo. Y pensar que hay personas que no creen tener ni
uno solo, y yo soy dos espíritus errantes en una misma carne.
La cara del Otro
y su angustiante presencia siempre estaban conmigo. Mis nervios se
deterioraban rápidamente, tuve que tomar una dosis cada vez mayor de la
medicina. Fui perdiendo peso. Mi cuerpo se derrumbaba. Me estaba convirtiendo
en un despojo sin voluntad propia.
Muchas veces
traté de matarlo. Soñaba todas las noches con esa idea. Pero, el Otro invadía
mis sueños. No tenía libertad ni siquiera en el mundo astral. Su muerte o la
mía sería la única solución. En este mundo material no había lugar para los
dos.
En mi mente
no había sitio para ambos. ¡La suerte estaba echada! Para poder asesinarlo, tenía
que planear una estrategia perfecta.
La primera
dificultad consistía en ocultarme de su presencia. Si ese monstruo
descubría mi intención, todo habría terminado. El Inconsciente no tiene
piedad, destruye a su enemigo.
El momento
llegó.
El dolor de cabeza
era insoportable.
Recuerdo que
tomé demasiada medicina. No había nadie en la casa. Realmente no estoy seguro
de que estaba en mi casa.
¡Hacía tanto que no veía a la abuela!, ni al
señor de capa blanca. Ella nunca supo de mis inyecciones secretas. Tan poco se
enteró de mis “píldoras”. El único que conocía toda mi realidad era el Otro.
La batalla
había comenzado.
La compré muy
barata. Su color marrón era demasiado frío. Medía casi un metro de longitud.
Sus ojos eran verdes como la muerte.
Actué
silenciosamente.
Abrí la puerta.
La víbora se
deslizaba hacia la cama.
Todo seguía
en silencio.
No podía
controlar el miedo, la angustia era terrible.
Escuché un
agite.
Unos cuantos segundos..., la puerta se abrió
violentamente, los colores giraban en mi mente. El dolor de cabeza era
horrible.
La serpiente
estaba en el piso, inmóvil, muriendo a causa de un desgarre a la altura del
cuello.
El Otro
tragaba la sangre del animal.
Comenzó el
capítulo final de mi vida.
A diario tuve
que barrer plumas ensangrentadas, restos de roedores, de gatos, de perros.
El Otro se
transformaba, su mirada era sedienta, sus dientes se afilaron, le creció la
barba, y la sonrisa desapareció.
Ambos
sabíamos que mi muerte estaba cerca.
Yo no quería viajar al mundo espiritual y
encontrarme con la abuela.
Aunque, ahora
que recuerdo, no estaba en mi casa..., me sentía perdido, en un mundo casi
astral, sin cordón de plata, sin realidad definida, y con miedo de cruzar la
puerta negra.
Cada vez los
animales fueron más grandes. Ya no se los comía. Bebía la sangre de sus
víctimas. Se convirtió en una especie de vampiro. Comenzó con
conejos, perros, corderos, hasta que un día...
Me dolía la
cabeza. No sabía la hora del día. El tiempo era relativo, fácil de predecir.
Una fuerza magnética me arrastraba hacia la
puerta, crucé el umbral. El Otro clavó sus colmillos. No pude defenderme. Me
sentía extremadamente débil. Me soltó, cerró los ojos y durmió como nunca.
Aquella
experiencia se convirtió en un rito. Yo, el consciente, sería la víctima. El
Otro, el inconsciente, el demonio. Fui perdiendo la vida, el cabello, los
dientes. Ahora soy un viejo de treinta años de edad.
Hace pocos
días, llegaron varios hombres que vestían de blanco, entraron en mi habitación.
Yo me encontraba en el rincón, débil, muy débil. Me dolía la cabeza. Mi muñeca
estaba ensangrentada. “La droga”, dijeron ellos.
Detrás de la
puerta negra, el Otro cerraba los ojos, mientras que su sonrisa seguía en mi
mente.
[1] Profesor
del Departamento de Filosofía, de la Facultad de Ciencias de la Educación , de la Universidad de
Carabobo. Licenciado en Educación mención Filosofía (UCAB), Especialista en
Educación Superior (UC), Magíster en Desarrollo Curricular (UC), Cursa el
doctorado en Ciencias Sociales mención Cultura (UC). Obras publicadas: “Ética,
locura y muerte”, “Ética, locura y muerte (segunda parte)”, “Reflexiones
elementales en torno a la ética”, “En torno al conocimiento”
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