lunes, 4 de enero de 2016

LA REALIDAD ÍNTIMA




12. La realidad íntima
 Gerardo Barbera



Desde la racionalidad el ser en sí, lo exterior, lo ontológico, se convierte en interpretación íntima de la conciencia, no puede ser de otra manera. El hombre es racionalidad íntima, que construye su propio universo. Desde la racionalidad íntima el ser para mí, se transforma en ser en sí, ajeno a la misma conciencia.
La intimidad tiende a transformarse en objetividad extraña, que regresa como sensación a la intimidad para ser reinterpretado en la eterna dialéctica del conocimiento, en donde la objetividad muere en la interpretación y la interpretación desaparece en el acto creativo de la intimidad hacia lo exterior y desconocido.
Desde la racionalidad íntima el ser en sí deja de ser un caos para adquirir un sentido metafísico, producto del orden lógico que le otorga la conciencia íntima. De esta forma, el ser oscuro y ontológico, adquiere una luz no propia, sino otorgada por la conciencia, producto del terror existencial.
 El mundo humano es huída del abismo. Toda esta transformación puede darse en la conciencia íntima. Todo cuanto el hombre ha creado  es fruto de la voluntad de ser inmortales.
La racionalidad íntima es ordenadora, construye su propio sentido. Y en la tarea  de su propia existencia aparece la realidad “ontológica” producto de sus sueños, y como la conciencia es finita, no todo lo creado es orden, no todo tiene sentido. Los sueños pueden convertirse en pesadillas.
Se parte del hecho antropológico de la imposibilidad de contacto directo con la realidad en sí. Este límite gnoseológico obliga al hombre a “usar el cerebro”, racionalizar y crear su historia personal y social. La única ontología puede darse en la intimidad de la conciencia, sin ninguna posibilidad de objetividad.
Aunque el hombre no lo haya reconocido plenamente, por terror a la verdad de su límite gnoseológico, simplemente está imposibilitado del contacto directo con la realidad, obligado, por motivos de supervivencia a confundir las “ondas” con la realidad. Gracias a esta confusión se supera el miedo existencial de saberse totalmente ciegos, sin superar del todo la angustia producida por la intuición de la verdad.
La angustia surge de lo no-dado, de saber que no existe para la racionalidad un dato cierto, que por lo tanto se “inventa” todo lo que es el ser para la conciencia. Es gracia al conocimiento no objetivo, creado en la intimidad de la conciencia, en que el hombre se diferencia esencialmente de los animales, y esta diferencia no es gradual, o simplemente formal, se da en la totalidad del ser, el hombre no posee ni una sola molécula animal. El hombre en su totalidad es persona, personalidad íntima que construye su propia existencia.
Ser en sí mismo creadores determina la naturaleza esencial del hombre, en cuanto a persona que interpreta el universo, para construir la propia existencia y el sentido  de la vida. Todos los alcances del conocimiento de la conciencia íntima, filosóficos, religiosos, científicos, sociales, culturales, inmanentes, trascendentes, ideológicos... todos tienen por finalidad interpretar la existencia en cuanto a la búsqueda del sentido a la vida.
Desde la limitación gnoseológica del hombre, la libertad consiste en crear la propia existencia sin ningún fundamento objetivo. Hasta el punto que la libertad puede consistir en la capacidad de autoengaño, o de alineación del ser humano, como quien arriesga y lucha sin oportunidad reales de triunfo. Sin embargo, la conciencia íntima puede desde su deseo convertir dialécticamente el engaño en el proyecto más objetivo jamás soñado, aunque la ilusión nace y muere como ilusión.
La libertad en sí misma no posee un sentido determinado, es sólo un hacer íntimo de la conciencia cuya razón de ser es un misterio que será develado en el momento de la muerte. La libertad es la conciencia que se manifiesta en búsqueda de un sentido que se proyecta en un horizonte lejano y eternamente misterioso. Ese sentido apenas se vislumbra como una ilusión, como un simple deseo al que nos aferramos para poder respirar hasta el final de la existencia.
La libertad es lucha y esfuerzo constante en sí misma, la libertad no es quietud, calma, tranquilidad, hacerse uno en la inactividad del universo. La libertad es explosión, camino, angustia y esperanza. La libertad es la vida de la conciencia íntima. La libertad es voluntad contra la muerte, ansia de vivir; cuyo trofeo puede ser  el vacío eterno, la reducción al no-ser, la total desaparición, la muerte total de la conciencia íntima. Como también puede ser la luz esperada, la eternidad, la superación definitiva de la muerte. Todo es cuestión de espera. La vida puede ser interpretada como el momento de espera. Vivir para esperar la muerte.
Sin embargo, la libertad nos lleva a la postulación de la existencia de un “yo personal” en busca de sentido. Lo único que se puede afirmar como realmente existente es la presencia de la conciencia íntima como un “yo” que lucha por encontrar el sentido de la vida. Pero lo que parece innegable es la apariencia de la realidad objetiva del mundo que nos rodea.
 El sentido común nos ha convencido de la objetividad de lo que vemos. La realidad externa se ha convertido en el dato más seguro con que podemos contar, de ahí los errores de la ontología occidental, de ahí que los conocimientos alcanzados poco digan de la naturaleza real del hombre, de ahí que el conocimiento alcanzado no  sirva de guía para encontrar el sentido de la vida.
Por otra parte se ha negado la existencia del “yo” como principio y fuente del conocimiento íntimo, que es el único con el que contamos. Se ha hecho de la conciencia íntima una sombra del pasado, o una herencia del “oscurantismo”, que debe ser expulsada del mundo de la ciencia, en nombre de la objetividad que nos llega a través de la experiencia.
Es decir, se puede negar la existencia de la conciencia íntima, o reducirla a un cúmulo de sensaciones que crean la ilusión de un yo continuo, y no crear un caos gnoseológico, ni un sin sentido de la existencia. Al punto, que se ha negado muchas veces lo único que podemos afirmar como verdadero, y no ha pasado nada, por el contrario, se ha pensado avanzar hacia el verdadero nacimiento del saber al proclamar la muerte de la conciencia íntima. Es preferible la muerte de la conciencia íntima para salvar la objetividad. ¿Cómo negar que la Tierra es plana?.
Es tan fuerte el poder del sentido común, que aquellos pensadores que afirmaron que la realidad era conocida en la intimidad de la conciencia, tuvieron miedo de ser catalogados como locos o herejes, y se inventaron el famoso “problema del puente” como solución al problema de la ceguera esencial del hombre. El conocimiento directo de la realidad era un hecho innegable. El problema se redujo a la búsqueda del puente, o del método más adecuado. De esta manera, el problema del puente entre la conciencia y la realidad salvó a los filósofos de ir en contra del sentido común.

Lo cierto es que la realidad externa llega a la conciencia íntima como ondas que producen reacción, como lo ajeno, como lo extrañó, como lo que necesita ser interpretado para adquirir un sentido, como posibilidad de creación, y como muerte que se impone.


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