11. Entre la angustia y la esperanza
Gerardo Barbera
La racionalidad íntima no reduce su
tarea a la creación de un sistema lógico de pensamiento. La racionalidad
consiste en lucha por el sentido, que se manifiesta como esperanza. El día en
que una computadora tenga esperanza, tendrá vida humana.
La esperanza es el rostro positivo
de la angustia, no existe esperanza sin angustia. De la misma forma que la vida
está acompañada de la muerte. La racionalidad íntima vive una esperanza abonada
en la angustia. De ahí la negación radical de cualquier tipo de objetividad.
La racionalidad íntima es el
fundamento de la libertad. La conciencia crea desde sí el sentido de la
existencia, con la esperanza de la inmortalidad. La capacidad de creación hace
referencia a la capacidad de optar, que es anterior al acto de optar y de
crear. La libertad es la consecuencia inmediata de una conciencia esencialmente
íntima e intencionada, que se hace creación constante de sí misma en la
dialéctica de vida y muerte.
La libertad es íntima en la
conciencia, y puede nacer y morir en la intimidad, sin luchar y sin poder dejar
de ser. La libertad puede morir en vida. Esta es precisamente, la consecuencia
más inhumana de la marginalidad: hombres muertos en vida, dentro de su propio
caparazón.
La libertad no es la conclusión de
un razonamiento lógico, tampoco nace de las oportunidades objetivas que ofrece
la realidad. La libertad es fruto de la agonía íntima de la racionalidad
dialéctica entre la angustia y la esperanza.
La libertad se manifiesta como la negación de
la objetividad, es vida humana en pleno desarrollo cultural e histórico. Es un
movimiento dialéctico, nuca fijo; eternamente movimiento que no llega a
descansar en la esperanza, ni desaparece completamente en la angustia. “La
esperanza es lo último que se pierde”, de tal manera que “La libertad es eterna”.
Y solamente la muerte nos hace objetividad absoluta.
La angustia y la esperanza postulan
la existencia de un yo particular y personal. La existencia de un “yo” íntimo,
auténtico, innegable, racionalidad íntima creadora de su propia libertad, que es original, inédita e irrepetible.
La persona sufre la dialéctica de la
esperanza y la angustia al crear un mundo y un sentido con “datos” de una
realidad que nunca ha mirado, por ser siempre extraña y estar fuera del alcance
de la racionalidad íntima. La persona tiene que transitar por el mundo de
sombras en el que se siente arrojado. De ahí, que ser persona es ser
extranjero.
El tiempo de la esperanza es
creación personal de una conciencia que sufre
en la intimidad su propia finitud en la esperanza de encontrar alguna
vez el sentido de la libertad que le es esencial como fuente de la misma vida.
El sujeto es el único que percibe la muerte como asecho constante y como
desenlace del sentido de la existencia.
El hombre siente que su existencia está encerrada en su propia
intimidad. La soledad radical nunca es superada, debido a que no puede haber
contacto directo entre la conciencia y la realidad externa, la cual solamente
es conocida a través de los datos que llegan por medio de los sentidos, y que
son percibidos en la intimidad de la conciencia, como quien está condenado a
interpretar, a ser extranjeros que cargan con el peso de la finitud temporal y
espacial.
El camino de las sombras produce
terror y angustia existencial, que limita e inspira la creación y la libertad.
Pero siempre el terror a la oscuridad está presente, aunque algunos “maestros
espirituales” pretendan reducir la racionalidad íntima a la fe. La angustia de
saberse mortales y extranjeros se puede soportar, pero no eliminar. De ser así
todo sería objetivo. No habría espacio para la libertad; menos, para la fe.
La oscuridad produce terror. Al
caminar tememos caer. Y al caminar sin caer, tememos el momento en que la caída
se convierta en eterna, borrando cualquier sentido, convirtiendo la esencia de
la conciencia íntima y personal en la más completa oscuridad y habitante de la
realidad objetiva.
La esperanza surge como signo de la
vida. Racionalizamos la muerte desde la vida. La felicidad es la sonrisa frente
a la muerte. La sonrisa puede ser auténtica, más no convincente. Así es la
esperanza, se vive, se hace proyecto, cultura, historia... pero no termina de
convencer. La esperanza no es objetiva, pero es real en la conciencia íntima
como impulsora del sentido de la existencia, de un sentido que puede ser
enajenación pura, la máxima expresión del absurdo existencial.
La
vida del hombre se hace existencial en cuanto a su imposibilidad de mirar hacia
fuera. No podemos mirar hacia fuera. El hombre desconoce el dato exterior en sí
tal cual como es sin la conciencia.
La creencia y la convicción de que el hombre
es capaz de conocer la realidad tal cual como es en sí misma resulta de lo
cotidiano. La experiencia diaria indica que lo natural es la capacidad de
alcanzar el conocimiento directo y objetivo de la realidad. Lo absurdo sería
negar la capacidad natural de conocimiento objetivo y directo de la realidad,
hasta el punto de afirmar que es imposible mirar hacia fuera.
El sentido común ha convertido la
oscuridad en luz, la muerte en vida, la intimidad en objetividad, la
creatividad de la conciencia intima, en desarrollo de posibilidades objetivas.
Recordemos que según el sentido común “el sol sale y el sol se mete” y “la
Tierra no se mueve”. Y que según el decir de la gente “se ama con el corazón”.
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