martes, 5 de enero de 2016

EL SENTIDO DE LA VIDA






13. El sentido de la vida

Gerardo Barbera


La racionalidad íntima se manifiesta como necesidad de ejercer la libertad en la lucha por encontrar un sentido a la existencia. ¿Cuál es el sentido de la vida del hombre? Este es el planteamiento del problema central de toda Filosofía, y que impulsa la misma supervivencia del hombre.
La lucha por encontrar un sentido a la existencia del hombre se transforma en la columna central de la historia de la humanidad, es la necesidad más auténtica del ser humano, ¿para qué vivimos?, con esta pregunta nació la conciencia íntima como racionalidad humana, irreductible  a la animalidad.
La historia nace del cuestionamiento sobre el sentido de la vida. De ahí que la historia siempre se haya interpretado como un recorrido lógico, coherente, como si se tratara de un plan que se va desarrollando hacia metas claras y objetivas. Esta claridad del recorrido lógico de la historia de la humanidad, se ha justificado desde las ciencias de la historia, que han señalado las leyes objetivas del materialismo histórico, o de las leyes inquebrantables y objetivas del evolucionismo histórico.
 Por otra parte, se ha justificado este recorrido lógico utilizando fundamentos metafísicos, en donde todo responde a un plan preconcebido por algún ser divino, o por una conciencia universal que ordena todo cuanto existe. Ya sea desde la objetividad de la materia, o desde las leyes del espíritu, la historia siempre ha sido interpretada como un recorrido lógico. Si la historia tiene sentido, la vida del hombre tiene sentido.
El sentido de la historia es tan misterioso, como el mismo sentido de la vida del hombre. El sentido de la vida del hombre en particular define el sentido mismo de la historia de toda la humanidad. La utopía social tiene sentido, si el proyecto de la existencia particular tiene sentido. Si la vida de un hombre no tiene sentido, la humanidad no tiene sentido. Si el concepto de “hombre” es un engaño, el de “humanidad” es absurdo.
La muerte se presenta como el único problema ontológico, como el mensaje más constante y terrible que proviene de lo exterior, como el dato que la racionalidad íntima no logra transcender con pleno sentido. La muerte se convierte en el absurdo de todos los sentidos y de todas las interpretaciones de la conciencia.
La muerte se manifiesta en el individuo como la vida sumergida en el hambre y  la miseria destruye el sentido de la vida. La marginalidad niega el sentido a cualquier concepto de humanidad y de la historia.
De tal manera, que el proyecto de la humanidad y de la existencia de cada hombre solamente puede tener sentido coherente en la superación de la muerte y de todas sus manifestaciones. La libertad se manifiesta como la lucha por fomentar signos de vida y de esperanza, pero sin saber si esta lucha es lógica o  si tiene sentido en sí misma.
 La libertad consiste en apostar por la vida, sabiendo que existe la posibilidad de perderlo todo. De ahí la angustia. La angustia se convierte en un modo existencial del hombre y de la humanidad. La muerte es condición del hombre y de la humanidad. Y esta condición mortal es más fuerte que la vida misma. Nadie es necesario, ninguna sociedad es protagonista principal de la historia, todos somos pasajeros. La historia que hemos creado puede ser verdad o mentira.
La esperanza se convierte en la dimensión positiva que nos impulsa a seguir el recorrido de la existencia. La esperanza es la obra maestra de la conciencia íntima que se niega a aceptar el determinismo mortal como horizonte final de su destino. La esperanza es el mayor logro que hasta el momento ha alcanzado la humanidad. La esperanza indica la posibilidad de que el hombre transcienda su misma realidad mortal hacia un proyecto de inmortalidad. La eternidad se convierte en la finalidad del hombre libre, con o sin sentido. La esperanza mantiene viva la fe en la inmortalidad y puede ser la más triste de todas las mentiras. No hay forma de comprobarlo.
La libertad como camino dialéctico entre la angustia y la esperanza se origina en la intimidad de la conciencia para trascender hacia lo exterior, hacia el caos esencial, para dar sentido racional a la misma existencia. Dar sentido a la existencia es el juego de la racionalidad íntima. Así se construye el castillo de arena que cualquier oleada puede llevar al absurdo.
Una vida que se considera y se interpreta como “exitosa”, muchas veces suele consistir en comer y vestir muy bien, hasta ser sepultados en una urna de oro y con corbata nueva. Pero nada más. Y muchas veces esta vida exitosa se logra a través de un círculo de muerte de los desposeídos. Se vive para comer bien, matando o dejando morir a los débiles, sin remordimiento. La muerte se convierte en el límite de la existencia. Se trata de matar o dejar morir, para poder vivir bien. El absurdo se convierte en sentido existencial del hombre y de la historia.
La muerte es el caos. La vida es lucha contra el caos, o la aceptación del mismo. La muerte es la negación de la libertad. Vivir para el caos es vivir para la muerte. La ideología de la dominación es política de muerte, en donde la mayoría muere para costear la comida y los vestidos de los que mueren en urna de oro.
Mientras el discurso se centra en la vida. La muerte es el caos en donde se desenvuelve la historia de la humanidad. La libertad se convierte en el anhelo de la conciencia íntima que lucha entre la esperanza de una eternidad y la angustia de sucumbir ante el caos de la muerte.
La cuestión del sentido de la vida del hombre, conforma el verdadero marco del paradigma real de interpretación de la historia personal y social. El sentido de la vida es la clave de lectura que siempre está presente en la intimidad de la conciencia.
La racionalidad íntima va más allá de la interpretación de la realidad, la lucha entre la angustia y la esperaza exige la “valoración” como un paso trascendente a la interpretación de la conciencia en sí misma. Se valora y se interpreta desde la racionalidad íntima, de ahí que el sentido de la vida sea existencial y racional, sin que haya contradicción interna. Se interpreta y se valora desde la misma intimidad de la conciencia, sin ningún tipo de dualismo.
El conocimiento y la valoración son productos de la misma racionalidad íntima. Es el mismo hombre quien conoce y quien valora, y a través de la misma conciencia íntima. Es el sentido de la vida el paradigma de valoración. La valoración surge del sentido de la vida.
La Ética surge como producto de la valoración interpretativa de la racionalidad íntima frente al problema del sentido de la vida, que se fundamenta en la posibilidad gnoseológica propia del ser humano, basada en los postulados metafísicos de la posibilidad de existencia del mismo sentido, cuya única base ontológica es la existencia de la conciencia íntima, que se sabe mortal y que se encuentra con la muerte, como mensaje caótico del exterior, como escenario de su propia existencia y campo de lucha, en donde se manifiesta la libertad dialéctica entre la angustia y la esperanza.
La vida se convierte en un proyecto factible, en una propuesta llena de sorpresas en donde la conciencia íntima valora e interpreta en un mismo acto. La vida se convierte en una apuesta, en una aventura inédita.
Lástima que muchas veces la vida personal se parece demasiada a la de otros. Sin embargo, más allá de la apariencia, la vida sigue siendo mi vida, como una experiencia personal y propia. En la vida de cada persona se resuelve la felicidad o el sin sentido existencial. Siempre se tratará de mi angustia y de mi esperanza.
El hombre lucha entre la muerte y la inmortalidad. La lucha por la inmortalidad es el único camino de posibilidad de sentido de la existencia. Para que la vida tenga sentido se hace necesario la trascendencia de la muerte en la inmortalidad. De lo que se trata es de la superación de la inmanencia de la historia personal y de la humanidad. Solamente en lo trascendental puede encontrarse el sentido de la vida. Si la muerte es lo definitivo, nada tiene sentido. ¿Cuál sería el sentido de la existencia, si todo termina con el último latido del corazón? Simple: matar para vivir.
Solamente la posibilidad de inmortalidad ilumina la lucha por la esperanza de la misma, en situaciones concretas de desesperanza y muerte, cuando la vida pierde el sentido y comienza a hundirse en un círculo vicioso vacío y absurdo, en donde cada día aparece sin novedad, ni sabor. Y cuando la situación límite se hace miseria y recorre toda la piel, la dialéctica de la vida toma un sentido opuesto hacia el absurdo, es cuando se pierde la alegría de vivir y se espera con menosprecio la llegada de la muerte.
La lucha por la inmortalidad consiste en buscar un sentido trascendental a la historia de la humanidad y a la vida concreta de cada persona. Este es el verdadero fin de la dialéctica de la historia y de la vida personal. El anhelo de la inmortalidad ha inspirado la historia cultural de la humanidad. La huella que el hombre ha dejado en el planeta es un grito de esperanza por la eternidad. Pero la muerte ha sido el ahogo del deseo de eternidad. La muerte es la acción concreta de la inmanencia que se impone a la conciencia íntima.
La vida es un dato, la muerte es un dato. No  en cuanto a conocimiento objetivo, que implicaría la comprensión exhaustiva  de dichos datos;  más bien, como una realidad que se impone a la conciencia íntima más allá de su propio deseo, como posibilidad (la vida) y límite (la muerte) de su existencia.
La vida y la muerte son las cuatro paredes de la existencia del hombre. Más allá de la vida y de la muerte no hay posibilidad de conocimiento. Solamente la esperanza que nace en la conciencia íntima puede pretender trascender más allá de la vida y de la muerte.
¿Qué sentido tiene la esperanza? No hay objetividad que sirva para responder a esta pregunta. La esperanza no se reduce a un sentimiento que nace en el corazón. La esperanza surge en la intimidad de la conciencia como posibilidad de apertura hacia el infinito como vocación y sentido de la existencia humana.
 La esperanza en la inmortalidad alimenta la fe religiosa. La falta de fe en la inmortalidad destruye dialécticamente cualquier signo de esperanza. La esperanza es la actitud humana frente al misterio de la inmortalidad. Ni la vida ni la muerte son misterios, solamente la inmortalidad nos inquieta.
¿Por qué si la inmortalidad es el anhelo más profundo y sincero del hombre, la historia de la humanidad se presenta como un recorrido de muerte? Simple: la inmortalidad no es un dato objetivo. En cambio que la muerte se impone como una maldición a la conciencia íntima, que se rinde ante su altar y le ofrece los mayores sacrificios. La historia puede ser interpretada como el proceso de adoración en donde el guerrero ha sacrificado a su dios de la muerte la sangre de los débiles.
¿Hay alternativas? Siempre que exista la vida humana habrá esperanza, habrá resistencia. El mundo es así, el hombre es así, un torbellino de vida y de muerte, un grito de angustia por el final y la oscuridad, y otro grito de esperanza  y anhelo de eternidad. La vida humana es una aventura inédita, llena de alegrías y de sufrimientos, llena de sentido y de absurdo. El hombre es el eterno inquieto en búsqueda del infinito que está más allá de las estrellas, sin poder saber de antemano lo que le espera  más allá de la conciencia íntima.


No hay comentarios:

Publicar un comentario