13. El sentido de la vida
Gerardo Barbera
La racionalidad
íntima se manifiesta como necesidad de ejercer la libertad en la lucha por
encontrar un sentido a la existencia. ¿Cuál es el sentido de la vida del
hombre? Este es el planteamiento del problema central de toda Filosofía, y que
impulsa la misma supervivencia del hombre.
La lucha por
encontrar un sentido a la existencia del hombre se transforma en la columna
central de la historia de la humanidad, es la necesidad más auténtica del ser
humano, ¿para qué vivimos?, con esta pregunta nació la conciencia íntima como
racionalidad humana, irreductible a la
animalidad.
La historia nace
del cuestionamiento sobre el sentido de la vida. De ahí que la historia siempre
se haya interpretado como un recorrido lógico, coherente, como si se tratara de
un plan que se va desarrollando hacia metas claras y objetivas. Esta claridad
del recorrido lógico de la historia de la humanidad, se ha justificado desde
las ciencias de la historia, que han señalado las leyes objetivas del
materialismo histórico, o de las leyes inquebrantables y objetivas del
evolucionismo histórico.
Por otra parte, se ha justificado este
recorrido lógico utilizando fundamentos metafísicos, en donde todo responde a
un plan preconcebido por algún ser divino, o por una conciencia universal que
ordena todo cuanto existe. Ya sea desde la objetividad de la materia, o desde
las leyes del espíritu, la historia siempre ha sido interpretada como un
recorrido lógico. Si la historia tiene sentido, la vida del hombre tiene
sentido.
El sentido de la
historia es tan misterioso, como el mismo sentido de la vida del hombre. El
sentido de la vida del hombre en particular define el sentido mismo de la
historia de toda la humanidad. La utopía social tiene sentido, si el proyecto
de la existencia particular tiene sentido. Si la vida de un hombre no tiene
sentido, la humanidad no tiene sentido. Si el concepto de “hombre” es un
engaño, el de “humanidad” es absurdo.
La muerte se
presenta como el único problema ontológico, como el mensaje más constante y
terrible que proviene de lo exterior, como el dato que la racionalidad íntima
no logra transcender con pleno sentido. La muerte se convierte en el absurdo de
todos los sentidos y de todas las interpretaciones de la conciencia.
La muerte se
manifiesta en el individuo como la vida sumergida en el hambre y la miseria destruye el sentido de la vida. La
marginalidad niega el sentido a cualquier concepto de humanidad y de la
historia.
De tal manera, que
el proyecto de la humanidad y de la existencia de cada hombre solamente puede
tener sentido coherente en la superación de la muerte y de todas sus
manifestaciones. La libertad se manifiesta como la lucha por fomentar signos de
vida y de esperanza, pero sin saber si esta lucha es lógica o si tiene sentido en sí misma.
La libertad consiste en apostar por la vida,
sabiendo que existe la posibilidad de perderlo todo. De ahí la angustia. La
angustia se convierte en un modo existencial del hombre y de la humanidad. La
muerte es condición del hombre y de la humanidad. Y esta condición mortal es
más fuerte que la vida misma. Nadie es necesario, ninguna sociedad es
protagonista principal de la historia, todos somos pasajeros. La historia que
hemos creado puede ser verdad o mentira.
La esperanza se
convierte en la dimensión positiva que nos impulsa a seguir el recorrido de la
existencia. La esperanza es la obra maestra de la conciencia íntima que se
niega a aceptar el determinismo mortal como horizonte final de su destino. La esperanza
es el mayor logro que hasta el momento ha alcanzado la humanidad. La esperanza
indica la posibilidad de que el hombre transcienda su misma realidad mortal
hacia un proyecto de inmortalidad. La eternidad se convierte en la finalidad
del hombre libre, con o sin sentido. La esperanza mantiene viva la fe en la
inmortalidad y puede ser la más triste de todas las mentiras. No hay forma de
comprobarlo.
La libertad como
camino dialéctico entre la angustia y la esperanza se origina en la intimidad
de la conciencia para trascender hacia lo exterior, hacia el caos esencial,
para dar sentido racional a la misma existencia. Dar sentido a la existencia es
el juego de la racionalidad íntima. Así se construye el castillo de arena que
cualquier oleada puede llevar al absurdo.
Una vida que se
considera y se interpreta como “exitosa”, muchas veces suele consistir en comer
y vestir muy bien, hasta ser sepultados en una urna de oro y con corbata nueva.
Pero nada más. Y muchas veces esta vida exitosa se logra a través de un círculo
de muerte de los desposeídos. Se vive para comer bien, matando o dejando morir
a los débiles, sin remordimiento. La muerte se convierte en el límite de la
existencia. Se trata de matar o dejar morir, para poder vivir bien. El absurdo
se convierte en sentido existencial del hombre y de la historia.
La muerte es el
caos. La vida es lucha contra el caos, o la aceptación del mismo. La muerte es
la negación de la libertad. Vivir para el caos es vivir para la muerte. La
ideología de la dominación es política de muerte, en donde la mayoría muere
para costear la comida y los vestidos de los que mueren en urna de oro.
Mientras el
discurso se centra en la vida. La muerte es el caos en donde se desenvuelve la
historia de la humanidad. La libertad se convierte en el anhelo de la
conciencia íntima que lucha entre la esperanza de una eternidad y la angustia
de sucumbir ante el caos de la muerte.
La cuestión del
sentido de la vida del hombre, conforma el verdadero marco del paradigma real
de interpretación de la historia personal y social. El sentido de la vida es la
clave de lectura que siempre está presente en la intimidad de la conciencia.
La racionalidad
íntima va más allá de la interpretación de la realidad, la lucha entre la
angustia y la esperaza exige la “valoración” como un paso trascendente a la
interpretación de la conciencia en sí misma. Se valora y se interpreta desde la
racionalidad íntima, de ahí que el sentido de la vida sea existencial y
racional, sin que haya contradicción interna. Se interpreta y se valora desde
la misma intimidad de la conciencia, sin ningún tipo de dualismo.
El conocimiento y
la valoración son productos de la misma racionalidad íntima. Es el mismo hombre
quien conoce y quien valora, y a través de la misma conciencia íntima. Es el
sentido de la vida el paradigma de valoración. La valoración surge del sentido
de la vida.
La Ética surge como
producto de la valoración interpretativa de la racionalidad íntima frente al
problema del sentido de la vida, que se fundamenta en la posibilidad
gnoseológica propia del ser humano, basada en los postulados metafísicos de la
posibilidad de existencia del mismo sentido, cuya única base ontológica es la
existencia de la conciencia íntima, que se sabe mortal y que se encuentra con
la muerte, como mensaje caótico del exterior, como escenario de su propia
existencia y campo de lucha, en donde se manifiesta la libertad dialéctica
entre la angustia y la esperanza.
La vida se
convierte en un proyecto factible, en una propuesta llena de sorpresas en donde
la conciencia íntima valora e interpreta en un mismo acto. La vida se convierte
en una apuesta, en una aventura inédita.
Lástima que muchas
veces la vida personal se parece demasiada a la de otros. Sin embargo, más allá
de la apariencia, la vida sigue siendo mi vida, como una experiencia personal y
propia. En la vida de cada persona se resuelve la felicidad o el sin sentido
existencial. Siempre se tratará de mi angustia y de mi esperanza.
El hombre lucha
entre la muerte y la inmortalidad. La lucha por la inmortalidad es el único
camino de posibilidad de sentido de la existencia. Para que la vida tenga
sentido se hace necesario la trascendencia de la muerte en la inmortalidad. De
lo que se trata es de la superación de la inmanencia de la historia personal y
de la humanidad. Solamente en lo trascendental puede encontrarse el sentido de
la vida. Si la muerte es lo definitivo, nada tiene sentido. ¿Cuál sería el
sentido de la existencia, si todo termina con el último latido del corazón?
Simple: matar para vivir.
Solamente la
posibilidad de inmortalidad ilumina la lucha por la esperanza de la misma, en
situaciones concretas de desesperanza y muerte, cuando la vida pierde el
sentido y comienza a hundirse en un círculo vicioso vacío y absurdo, en donde
cada día aparece sin novedad, ni sabor. Y cuando la situación límite se hace
miseria y recorre toda la piel, la dialéctica de la vida toma un sentido
opuesto hacia el absurdo, es cuando se pierde la alegría de vivir y se espera
con menosprecio la llegada de la muerte.
La lucha por la
inmortalidad consiste en buscar un sentido trascendental a la historia de la
humanidad y a la vida concreta de cada persona. Este es el verdadero fin de la
dialéctica de la historia y de la vida personal. El anhelo de la inmortalidad
ha inspirado la historia cultural de la humanidad. La huella que el hombre ha
dejado en el planeta es un grito de esperanza por la eternidad. Pero la muerte
ha sido el ahogo del deseo de eternidad. La muerte es la acción concreta de la
inmanencia que se impone a la conciencia íntima.
La vida es un dato,
la muerte es un dato. No en cuanto a
conocimiento objetivo, que implicaría la comprensión exhaustiva de dichos datos; más bien, como una realidad que se impone a
la conciencia íntima más allá de su propio deseo, como posibilidad (la vida) y
límite (la muerte) de su existencia.
La vida y la muerte
son las cuatro paredes de la existencia del hombre. Más allá de la vida y de la
muerte no hay posibilidad de conocimiento. Solamente la esperanza que nace en
la conciencia íntima puede pretender trascender más allá de la vida y de la
muerte.
¿Qué sentido tiene
la esperanza? No hay objetividad que sirva para responder a esta pregunta. La
esperanza no se reduce a un sentimiento que nace en el corazón. La esperanza
surge en la intimidad de la conciencia como posibilidad de apertura hacia el
infinito como vocación y sentido de la existencia humana.
La esperanza en la inmortalidad alimenta la fe
religiosa. La falta de fe en la inmortalidad destruye dialécticamente cualquier
signo de esperanza. La esperanza es la actitud humana frente al misterio de la
inmortalidad. Ni la vida ni la muerte son misterios, solamente la inmortalidad
nos inquieta.
¿Por qué si la
inmortalidad es el anhelo más profundo y sincero del hombre, la historia de la
humanidad se presenta como un recorrido de muerte? Simple: la inmortalidad no
es un dato objetivo. En cambio que la muerte se impone como una maldición a la
conciencia íntima, que se rinde ante su altar y le ofrece los mayores
sacrificios. La historia puede ser interpretada como el proceso de adoración en
donde el guerrero ha sacrificado a su dios de la muerte la sangre de los
débiles.
¿Hay alternativas?
Siempre que exista la vida humana habrá esperanza, habrá resistencia. El mundo
es así, el hombre es así, un torbellino de vida y de muerte, un grito de
angustia por el final y la oscuridad, y otro grito de esperanza y anhelo de eternidad. La vida humana es una
aventura inédita, llena de alegrías y de sufrimientos, llena de sentido y de
absurdo. El hombre es el eterno inquieto en búsqueda del infinito que está más
allá de las estrellas, sin poder saber de antemano lo que le espera más allá de la conciencia íntima.
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