12. La realidad íntima
Gerardo Barbera
Desde la racionalidad el ser en sí,
lo exterior, lo ontológico, se convierte en interpretación íntima de la
conciencia, no puede ser de otra manera. El hombre es racionalidad íntima, que
construye su propio universo. Desde la racionalidad íntima el ser para mí, se
transforma en ser en sí, ajeno a la misma conciencia.
La intimidad tiende a transformarse
en objetividad extraña, que regresa como sensación a la intimidad para ser
reinterpretado en la eterna dialéctica del conocimiento, en donde la
objetividad muere en la interpretación y la interpretación desaparece en el
acto creativo de la intimidad hacia lo exterior y desconocido.
Desde la racionalidad íntima el ser
en sí deja de ser un caos para adquirir un sentido metafísico, producto del
orden lógico que le otorga la conciencia íntima. De esta forma, el ser oscuro y
ontológico, adquiere una luz no propia, sino otorgada por la conciencia,
producto del terror existencial.
El mundo humano es huída del abismo. Toda esta
transformación puede darse en la conciencia íntima. Todo cuanto el hombre ha
creado es fruto de la voluntad de ser
inmortales.
La racionalidad íntima es
ordenadora, construye su propio sentido. Y en la tarea de su propia existencia aparece la realidad
“ontológica” producto de sus sueños, y como la conciencia es finita, no todo lo
creado es orden, no todo tiene sentido. Los sueños pueden convertirse en
pesadillas.
Se parte del hecho antropológico de
la imposibilidad de contacto directo con la realidad en sí. Este límite
gnoseológico obliga al hombre a “usar el cerebro”, racionalizar y crear su
historia personal y social. La única ontología puede darse en la intimidad de
la conciencia, sin ninguna posibilidad de objetividad.
Aunque el hombre no lo haya
reconocido plenamente, por terror a la verdad de su límite gnoseológico,
simplemente está imposibilitado del contacto directo con la realidad, obligado,
por motivos de supervivencia a confundir las “ondas” con la realidad. Gracias a
esta confusión se supera el miedo existencial de saberse totalmente ciegos, sin
superar del todo la angustia producida por la intuición de la verdad.
La angustia surge de lo no-dado, de
saber que no existe para la racionalidad un dato cierto, que por lo tanto se
“inventa” todo lo que es el ser para la conciencia. Es gracia al conocimiento
no objetivo, creado en la intimidad de la conciencia, en que el hombre se
diferencia esencialmente de los animales, y esta diferencia no es gradual, o
simplemente formal, se da en la totalidad del ser, el hombre no posee ni una
sola molécula animal. El hombre en su totalidad es persona, personalidad íntima
que construye su propia existencia.
Ser en sí mismo creadores determina
la naturaleza esencial del hombre, en cuanto a persona que interpreta el
universo, para construir la propia existencia y el sentido de la vida. Todos los alcances del
conocimiento de la conciencia íntima, filosóficos, religiosos, científicos,
sociales, culturales, inmanentes, trascendentes, ideológicos... todos tienen
por finalidad interpretar la existencia en cuanto a la búsqueda del sentido a
la vida.
Desde la limitación gnoseológica del
hombre, la libertad consiste en crear la propia existencia sin ningún
fundamento objetivo. Hasta el punto que la libertad puede consistir en la
capacidad de autoengaño, o de alineación del ser humano, como quien arriesga y
lucha sin oportunidad reales de triunfo. Sin embargo, la conciencia íntima
puede desde su deseo convertir dialécticamente el engaño en el proyecto más
objetivo jamás soñado, aunque la ilusión nace y muere como ilusión.
La libertad en sí misma no posee un
sentido determinado, es sólo un hacer íntimo de la conciencia cuya razón de ser
es un misterio que será develado en el momento de la muerte. La libertad es la
conciencia que se manifiesta en búsqueda de un sentido que se proyecta en un
horizonte lejano y eternamente misterioso. Ese sentido apenas se vislumbra como
una ilusión, como un simple deseo al que nos aferramos para poder respirar
hasta el final de la existencia.
La libertad es lucha y esfuerzo
constante en sí misma, la libertad no es quietud, calma, tranquilidad, hacerse
uno en la inactividad del universo. La libertad es explosión, camino, angustia
y esperanza. La libertad es la vida de la conciencia íntima. La libertad es
voluntad contra la muerte, ansia de vivir; cuyo trofeo puede ser el vacío eterno, la reducción al no-ser, la
total desaparición, la muerte total de la conciencia íntima. Como también puede
ser la luz esperada, la eternidad, la superación definitiva de la muerte. Todo
es cuestión de espera. La vida puede ser interpretada como el momento de
espera. Vivir para esperar la muerte.
Sin embargo, la libertad nos lleva a
la postulación de la existencia de un “yo personal” en busca de sentido. Lo
único que se puede afirmar como realmente existente es la presencia de la
conciencia íntima como un “yo” que lucha por encontrar el sentido de la vida.
Pero lo que parece innegable es la apariencia de la realidad objetiva del mundo
que nos rodea.
El sentido común nos ha convencido de la
objetividad de lo que vemos. La realidad externa se ha convertido en el dato
más seguro con que podemos contar, de ahí los errores de la ontología
occidental, de ahí que los conocimientos alcanzados poco digan de la naturaleza
real del hombre, de ahí que el conocimiento alcanzado no sirva de guía para encontrar el sentido de la
vida.
Por otra parte se ha negado la
existencia del “yo” como principio y fuente del conocimiento íntimo, que es el
único con el que contamos. Se ha hecho de la conciencia íntima una sombra del
pasado, o una herencia del “oscurantismo”, que debe ser expulsada del mundo de
la ciencia, en nombre de la objetividad que nos llega a través de la
experiencia.
Es decir, se puede negar la
existencia de la conciencia íntima, o reducirla a un cúmulo de sensaciones que
crean la ilusión de un yo continuo, y no crear un caos gnoseológico, ni un sin
sentido de la existencia. Al punto, que se ha negado muchas veces lo único que
podemos afirmar como verdadero, y no ha pasado nada, por el contrario, se ha
pensado avanzar hacia el verdadero nacimiento del saber al proclamar la muerte
de la conciencia íntima. Es preferible la muerte de la conciencia íntima para
salvar la objetividad. ¿Cómo negar que la Tierra es plana?.
Es tan fuerte el poder del sentido
común, que aquellos pensadores que afirmaron que la realidad era conocida en la
intimidad de la conciencia, tuvieron miedo de ser catalogados como locos o
herejes, y se inventaron el famoso “problema del puente” como solución al
problema de la ceguera esencial del hombre. El conocimiento directo de la
realidad era un hecho innegable. El problema se redujo a la búsqueda del
puente, o del método más adecuado. De esta manera, el problema del puente entre
la conciencia y la realidad salvó a los filósofos de ir en contra del sentido
común.
Lo cierto es que la realidad externa
llega a la conciencia íntima como ondas que producen reacción, como lo ajeno,
como lo extrañó, como lo que necesita ser interpretado para adquirir un
sentido, como posibilidad de creación, y como muerte que se impone.
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