Gerardo Barbera
La filosofía de cerca
B i b l i o t e c a
Ciencias de la
Educación
UNIVERSIDAD DE CARABOBO
Valencia, Venezuela
2016
UNIVERSIDAD DE CARABOBO
Jessy Divo de Romero
Rectora
Ulises Rojas
Vicerrector académico
José Ángel Ferreira
Vicerrector administrativo
Pablo Aure
Secretario
Rosa María Tovar
Directora de Medios y Publicaciones
La filosofía de cerca
©
Gerardo Barbera
1.a edición digital, 2016.
©
Dirección de Medios y Publicaciones
de
la Universidad de Carabobo.
Departamento
de Producción Editorial
Rectorado.
Av. Bolívar norte. Valencia, Edo. Carabobo.
Contactos:
Máster 0241 6004000 – 0241 6005000. Ext. 104362
Correo:
produccioneditorial@uc.edu.ve
Reservados
todos los derechos.
Hecho
el Depósito de Ley
Depósito
legal:
ISBN:
Corrección:
Robert Rincón
Diseño
digital:
Imagen
de portada:
Coordinador
de producción editorial: Marcos González
Valencia,
Venezuela
Autor: Prof. Gerardo Barbera L.
racionalidad@hotmail.com
Departamento de Filosofía
Facultad de Ciencias de la
Educación
Universidad de Carabobo – Venezuela
FILOSOFÍA DE LA ESPERANZA
*
¡Dios, cómo pasa el
tiempo, cómo pasa! Ya son más de veinte años. “¡profesor!, ¡profesor!, ¡profesor!”.
A veces se me olvida mi nombre. Toda una vida enseñando Filosofía, ¡toda una
vida! Y pensar que aún recuerdo los primeros días: el aula de clases, los
estudiantes del primer semestre de Educación, cincuenta y cinco alumnos. Yo
estaba lleno de esperanzas, soñando nuevos amaneceres, mis ojos brillaban. A
todos mis amigos les hablaba siempre de lo mismo, de mis clases, de anécdotas,
de la filosofía, de los anhelos que florecían en mi alma. ¡Era hermosa la vida!,
¡eran hermosas las mañanas!, ¡era hermosa la primavera! Ser educador es una
aventura especial, una vocación espiritual.
¡Cuántas gotas de lluvia he visto caer!,
¡cuántas palabras!, ¡cuántos encuentros!, ¡cuántos exámenes corregidos!,
¡cuántos rostros!, ¡cuántas noches de silencio!, ¡cuántos sueños que se han
ido! Se van las nubes, se va la tarde, ¡ahora son ancianos mis antiguos
compañeros! Los otros, ya están cansados, ¡cuántas tardes de café! ¡Cuántas flores
recogidas!, ¡cuántas lluvias sin sol!, ¡aquí no hay placas “en honor a...”,
pero dejaron recuerdos!, ¡dejaron la vida, dejaron sus sueños!, ¡Dios, cómo
pasa el tiempo, cómo pasa! Y los años se van y con ellos la vida. Sin embargo,
más allá del cansancio nos quedan las manos plenas de ese amor que se ha
compartido a lo largo del camino.
Ya mi caminar es pausado. Estoy cansado, como
si la existencia fuese una carga tan cotidiana. A veces, la ventana es tan
oscura, que me acuesto para no pensar en nada, y así soñar que el tiempo no
pasa y que todo es nuevo. ¡Dios, estoy tan cansado! ¡Pero lleno de esperanzas!
Se van los amigos, llega el invierno. Se van las fuerzas, llegan anhelos, los
sueños se hacen alumnos de rostros frescos. Y así como se fueron los viejos
profesores, llegan otros de caras sonrientes, como llega la tarde despejada,
tan tranquila, con ese sabor a hogar que me espera en los brazos de mi esposa. Dios
me ha bendecido al darme una familia, y una vocación de servicio que da sentido
espiritual al existir.
Mi esposa sabe que estoy
cansado, que vivo de recuerdos y de nuevos sueños, y me escucha; yo hablo y
hablo. Ella me escucha, llega la noche, estoy cansado, me besa: “Hasta mañana,
deja de pelear, te vas a enfermar”. Llega la noche, cierro los ojos. La vida
está ahí, en el hogar, en los hijos que ya viven lejos. Por muy cansado que
haya sido la jornada, mi esposa siempre me espera. La vida es el encuentro, el
amor. La filosofía es ese camino de encuentros, de amor, de alumnos que
aprenden, de profesores que enseñan, de sueños, de esperanzas, de cansancio, de
lejanía. La filosofía se hace desde la vida, desde el cansancio, desde lo
aprendido, desde lo enseñado, desde los hijos, desde la esposa que duerme,
desde los fracasos, desde la esperanza, desde el trajín de los días; pero,
sobre todo, desde los sueños que Dios siembra en nuestras almas.
Tengo el alma llena de alegrías y de cansancio.
Todavía espero la luz del “horizonte”, “de un mañana mejor”, “de la educación
liberadora”, “de la formación de la conciencia”, “del crecimiento personal”,
“del ser, del hacer y del convivir”. Tengo más ilusiones que fracasos. La educación
ha sido el camino, aunque a veces parezca que no le interesa a ningún gobierno.
La vida, la educación trasciende lo formal, no se deja atrapar, ni vencer por
los límites de ningún sistema de gobierno. Es Dios quien te llama a ser
educador, se trata de una vocación espiritual, no de un trabajo cualquiera.
A veces, el saber se ha
hecho discurso, “voten por mí”, “voten por mí”, “yo soy la salvación del
oprimido”, “voten por mí”, “dejen de pensar”, “voten por mí”, “yo soy el
gobernante elegido”. Más allá de esa
gente, la vida vale la pena. La conciencia y la alegría son elementos de la
misma vida.
De tanto andar por estos
pasillos, mi corazón se ha hecho humano. Soy la esperanza tranquila, la quietud
cargado de años; soy el sol de primavera y el calor de las noches profundas; soy
el esposo, el padre, el hijo. Un saludo amoroso y una palabra que ha dejado
huellas. Quiero seguir el camino del encuentro, del enseñar sobre el sentido de
la vida, sobre la vocación docente. Y sé que la Nada existe, la llaman muerte,
soledad, hambre, tristezas, niños solos. Y la Nada es la muerte que se hace
historia de vida en cada hombre y en cada mujer sin esperanzas, sin horizontes.
El hambre del Otro cuestiona el sentido de la misma existencia, la soledad y la
pobreza del niño cuestionan la fe educativa, la vida nos llama a entregarnos a
favor de los que no tienen, a sembrar la esperanza el corazón de cada niño en
cada escuela.
Mi experiencia docente ha
sido un río de cascadas profundas y de formación de conciencia, un huracán de
vida y de encuentros, de experiencias vitales. La educación no se parece a los
dibujos de los libros, donde “Roque corre a su casa”, “mi papá fuma pipa”, “mi
mamá me ama”. Aquí, en estos salones universitarios, aquí, en esta Facultad de
Educación la vida parece un torbellino de saber, de afectividad, de sueños, de
planes, de encuentros…, y siento miedo de que la Filosofía haya sido una
película vieja, un cuento infantil para que todos creamos en las esperanzas y
en los sueños que se forjaron en las lejanas noches de la infancia,
¿recuerdan?, aquellos días de cantos y juegos. La filosofía nace en el niño.
¿Y si la filosofía nos
mantiene en la infancia eterna? ¿Y si todo es mentira?, “Tu casa se quema,
corre Roque”. Por cierto, en la escuela de mi infancia nadie se llamaba Roque.
Sin embargo, me acuerdo de “Roque”, de mi maestra, del patio de los recreos, de
mi vieja escuela, de las calles polvorientas del barrio. Esos maestros llenaron
mi corazón de sueños que se hicieron vida.
Ahora me encuentro pleno
de años entregados a la enseñanza, en búsqueda de lo fundamental y de la
trascendencia espiritual. He vivido muchos años sumergido entre la lógica
racional y la aventura del encuentro, tan llena de corazones y de sentimientos.
¿Cómo me siento? como el mar de horizontes luminosos, viendo el nacer de nuevos
barcos, jóvenes enamorados besándose en
la playa; me siento como un atardecer soleado de quien ha entregado la vida.
Desde hace dos años tengo pesadillas, veo
millones de hombres y mujeres cantando
himnos revolucionarios. No puedo dormir, veo a esos hombres y mujeres
desaparecer en un lago. Y en el borde del lago, antes de caer, dejan las flores
de la esperanza. Esos muertos se van desnudos, con las manos vacías, con los
ojos apagados gritando el nombre de los maestros que no tuvieron. Y despierto,
me lleno de fuerzas para seguir formando a cada joven los secretos de una
Filosofía de la Liberación, para que ya no existan muertos sin esperanzas. La
filosofía de la Liberación es un canto de esperanza. Es un sueño que tiene que
ser compartido para que se haga realidad.
**
En la vida real dejaron
de existir las hadas madrinas con sus alas transparentes. Sin embargo, aún
tengo los viejos libros de cuentos infantiles. Leer se ha convertido en un reto
caluroso, ¡por Dios, hoy, en el mundo de la INTERNET…a qué niño le gustaría
escuchar sobre un mundo imaginario, justamente antes de dormir! En la era del nuevo
milenio poco importa arrojar un libro a la papelera. Ninguna lectura parece interesar,
las letras estorban, los libros son pesados, se caen lentamente de las manos. Son
pesados y desaparecen en las horas nocturnas del actual relativismo pragmático.
Sí, son esos intelectuales que duermen, comen y hacen el amor. Nada les
importa, jamás leerán un libro de Filosofía. Y yo vivo con ellos, y sé que buscan el
sentido, que desean saber, que buscan a tientas en la oscuridad…, y cuando se
cansen de las cosas, recogerán los libros…, y serán como niños.
Los alumnos llegan aquí,
quieren ser licenciados en Educación. Ahí están sentados, y me miran, como si
yo fuese parte de su mundo, son ellos la esperanza de la vida. Me escuchan, y
yo hablo con ellos. Sí, aquí en el salón, rodeado de tantos rostros que me
miran; pero, me escuchan, y me lleno de alegría iluminado por esa luz de la vocación docente. Me acuerdo de
las maestras, de las que me enseñaron el
camino. A veces llego a mi casa, y hablo cosas y cosas. Mi esposa me
escucha y no sé si siente alegría por mí; pero, me escucha de verdad. Ella sabe
que no miento, que realmente quiero tener sueños, los mismos sueños de la
infancia, cuando salíamos a correr por los patios de la escuela, ahí donde
todavía juegan los niños.
Aquí en la tierra de
Bolívar, los pobres de siempre se van de este mundo tan cansados y olvidados.
Los líderes ofrecieron panteones a sus escoltas y les cumplieron, llenaron de
gloria los hombros de algunos seguidores, y algunos de ellos murieron felices,
y tal vez, se fueron al cielo. Mientras
el pueblo se queda haciendo colas, largas colas mendigando un poco de harina de
maíz. Y con ellos, en esas colas se encuentra el sentido de la vida. Ahí, entre
esa gente surge la esperanza, sin revoluciones, sin imperios…, sólo esperanzas
y sueños. Yo enseño para ellos y sus hijos, la Filosofía es el encuentro; el
estar ahí, tan sólo eso, sosteniendo la mano de quien busca, del que aprende,
de esos que ya no creen en nadie. ¿Saben? Ahí vale la pena hablar de esperanza,
no de revoluciones que no llegan, ni de
los falsos sueños del imperio.
¿Saben lo que me dijo un
profesor de Filosofía, de esos que pensaban liberar al pueblo, ustedes saben,
“concientizándolos” con los viejos conceptos comunistas de Marx? “La existencia
plena se realiza en el encuentro con el Otro, con el ser humilde que se muestra
en los rostros oprimidos, ¡con el pueblo! Yo quisiera que el profesor Julián
estuviese aquí conmigo. Julián se fue hace poco, ya hablaba solo, con la mirada
perdida tratando de encontrar los rostros populares de los que tanto nos habló.
¡Ojalá estuvieses aquí, querido amigo! ¿Sabes? Aquí está el pueblo y yo estoy
con ellos. Sí, aquí mismo, en la misma cola, tratando de encontrar un pote de
leche en polvo, no es para mí, ni voy a revender, es para mi esposa, ella toma
su café con leche cada mañana y cada noche.
Aquí estoy haciendo la
cola, rodeado de esos rostros de los que nos hablaste profesor Julián, el
rostro del pueblo está casi deforme, la revolución que no llega, les ha robado la sonrisa. La
gente en la cola me asfixia, siento deseos de escapar de todos, es como si las
personas me robaran el espacio vital; como si de pronto, una fiebre terrible me
invadiese y siento un calor pegajoso que no puedo soportar. “Ese coleado sáquenlo,
fuera, fuera”. Yo también grito, no sé lo que está pasando en la entrada del
mercado, pero estoy indignado, cansado de todo y de todos. La Guardia Nacional
dispersa a la multitud con bombas lacrimógenas. Todos corren hacia cualquier
parte. La cola ha terminado por hoy, tengan la seguridad de que mañana volveré,
trataré de llegar una hora más temprano. Juro que no me van a colear.
La Filosofía no es una
esperanza enajenada, sin los pies en la tierra. La Filosofía es un canto de
esperanza que está ahí en la mirada de la gente, en el caminar y sentir de los
más necesitados.
***
En la vida real es una
tarea titánica enseñar Filosofía, es como hablar en idiomas desconocidos; sobre
todo, en cuanto a la dimensión formativa que deben cumplir las reflexiones filosóficas
en la vida concreta de alumnos y profesores de la universidad. De hecho, en la
vida cotidiana las clases de Filosofía no son tomadas en cuenta como principios
del pensamiento filosófico, y a veces, solamente hablamos de libros. La
Filosofía que se queda en los libros…, poco importa, lo que forma es la
Filosofía que une el libro con la vida.
Actualmente, ningún mar
es profundo, parece que todos se conforman con poseer un inmenso, casi infinito
océano de información pero, con dos centímetros de profundidad. Todos hablan y
opinan de ciencia, política, religión, y filosofías. Repiten los titulares de
los diarios, las investigaciones light
de Wikipedia, los comentarios de Twitter, y así, se estructura un conocimiento
“Epistémico hermenéutico sistémico ontológico y holístico” como tema de
investigación de una tesis doctoral típica de estos académicos del nuevo milenio.
En las llamadas ciencias sociales, se está perdiendo la dimensión antropológica
en las investigaciones, y se está construyendo un edifico de naipes, a fuerza
de repetición de lo ya escrito, gracias al corte y pega de internet.
Sin duda, los medios de
comercialización muestran más interés por los libros sobre los juegos de azar, la brujería,
los chismes en los diarios, las mujeres en bikinis, el precio de las bebidas
alcohólicas y el precio paralelo del dólar, que por las investigaciones
sociales, filosóficas y matemáticas, entre otras. La educación se hace un reto,
un nadar contra corriente, una tarea que a veces parece superar nuestras fuerzas
vitales. Es aquí en este espacio y tiempo de la información que aturde, cuando
cobra sentido la Filosofía de la Esperanza, ese llamado a detenernos a pensar
sobre el sentido de la vida. El educador no se conformar por luchar unas
cuantas monedas, busca el secreto de la vida en el Otro, en el que está a su
lado, busca en cada niño, niña, en cada joven, en cada mujer y en cada hombre
ese trozo de luz y de esperanza.
Para la cultura del
Mercado, parece que la filosofía no vale la pena, no produce ganancias económicas, o tal vez, el pensamiento
ha dejado de ser una mercancía. La formación filosófica es contraria a los
intereses de una revolución que no llega: “el revolucionario es disciplinado y
obedece”, cuando la revolución es dictadura…, el pensamiento estorba. Cuando la
Filosofía no es ganancia…el Mercado…, simplemente la arroja.
En realidad, para poder
gritar consignas delirantes, simplemente, hay que ser uno más, un bloque del
edificio, una burbuja en el mar. La dictadura es la muerte del sujeto. El
pensamiento está demás, estorba. Ahora, las lecturas se van hundiendo en el
pasado de viejos y polvorientos libros amarillos, tan húmedos como la muerte,
tan inútiles como la sombra de un cadáver, los dictadores solamente hablan del
pasado y de un presente que nunca llega.
El nuevo hombre de cualquier dictadura debe
obedecer, seguir las órdenes de todos los líderes elegidos por los dioses. Todo
reinado necesita vasallos; solamente el rey es sujeto, es el único con el
derecho de expresar libremente lo que piensa, las otras fichas del ajedrez
carecen de alma. Las dictaduras hacen del hombre un objeto, lo que se manipula,
lo desechable, un animal de carga, sin voluntad y sin esperanzas existenciales.
Las dictaduras son el reinado de los elegidos y la muerte de los que no tienen
nombres, de los anónimos, de los que nunca existieron. La dictadura es
contraria al hombre, a la vida y a la Filosofía de la Esperanza. La dictadura
es la negación de la existencia de Dios Padre.
A veces me invade la angustia al saber que la Filosofía
se presenta como una asignatura “extraña”, sin sentido, como un registro
histórico, sin forma, carente de razón; como una disciplina cuyo título no
interesa a la mayoría. El mundo se ha convertido en la jungla de los
sobrevivientes, seres desesperados por conseguir comida, vestidos, gasolina y
licor. No resulta fácil hablar de esperanza, no es fácil la solidaridad…, sin
embargo ese es el único camino de la vocación docente, ser los apóstoles de la
Esperanza.
Las dictaduras atrofian
el cerebro, y sus seguidores parecen aves sin nido, roedores hambrientos sin
hermanos, sin familia, sin deseos, perdidos y con la espalda doblada bajo el
peso del terror de saber que la vida no es más que un breve concepto. En la
dictadura, todos se convierten en cobardes que esperan ser devorados por la
violencia en un callejón sombrío, escuchando a lo lejos el lamento de las
madres, mientras la vida se va con la última gota, con el último suspiro, por
eso ya nada importa. La muerte está ahí, se puede sentir su humedad, está
cerca, demasiado cerca, rozando la ventana, tratando de entrar, todo está
oscuro allá afuera, todos los ruidos asustan. Se tiene miedo existencial de
vivir. Y ahí estoy hablando de la Fe, del Amor, de vocación de servicio, de
lecturas formadoras de conciencia. Aquí estamos haciendo la verdadera Patria,
la que soñó Bolívar, Sucre y Miranda.
De hecho, durante
millones de clases la experiencia ha sido más o menos la misma: los alumnos se
sientan ahí, yo les hablo del mundo racional, de escritos líricos, de los
griegos, latinoamericanos, de teoría del conocimiento, de filosofía de la educación,
de ética, de valores, de fenomenología existencial, de la realidad de América
Latina, de la educación liberadora, de la Pedagogía
del Oprimido; Y ellos hablan de la vida, de sus inquietudes, de lo que han
leído, de sus temores, del trabajo que pasan para llegar a clases. Yo les hablo
de Esperanza, de que no aflojen la lucha, de que lean, de que se formen, y que
vayan a esas escuelas a sembrar conciencia liberadora en las almas de esos
niños.
Aquí, a veces se habla de
deportes, de música, de poesía, de cine,
de política, de los aciertos y
fallas de la revolución que no llega. Todos vienen, se ven, nos vemos las caras
y tomamos café. Llegamos a la casa, tan agotados, mirando la blancura del techo,
tan agotados y dormimos; pero con el corazón lleno de vida, de poemas y de
esperanza.
Ayer, durante la lluvia
del anochecer enterramos al viejo profesor de Filosofía, todo era tan gris,
pero con vida, con colores. Dos mujeres lloraban, fue un héroe, y lo llora la
Patria. Sin duda, a los que vivieron para educar, y se fueron con el corazón
sin semillas, tal vez allá en el cielo, les regalen flores. La muerte no se lo
lleva todo. La tierra fría de la tumba se hace la morada pasajera y en altar
eterno. El viejo amigo se fue creyendo en la lucha por la esperanza. ¡Qué equivocado
estaban todos! Si la muerte muere no será en manos de ninguna revolución que no
llega. El imperio son ellos; sí, los que viven del engaño. Ahí está el capitalismo
suave o salvaje, dominante, fresco, con su rostro sonriente, y pleno de vitalidad.
El capitalismo es el Mercado que ahoga y destruye conciencia. La miseria de los
pobres coincide totalmente con el absurdo existencial. La Filosofía la Liberación integral de los
que nada tienen…, es el camino de la Esperanza.
La imagen en el espejo es
muda, años tras años hablando de Dios, de la Vida, de Filosofía, mensajes que
llegan a las conciencia de esos jóvenes, que me miran con asombro, se llenan de
fe y de confianza. Sin embargo, tengo las medias rotas, la misma camisa de hace
años. No tengo dinero, no tengo lujos, pero aquí estoy, y somos muchos los que
luchamos días a día, en cada salón, hablando de lo hermoso que es dar la vida
por el otro, por cada niño, niña, joven, hombre, mujer que nos llama.
¡Por Dios! Yo creo en lo
que digo, soy un educador. Siempre estoy tratando de encontrar algún mensaje educativo entre
las frases perdidas de algún filósofo. Todos me miran, y escuchan. Un alumno
mira el reloj, demasiado calor, yo miro el reloj, todos se van, y hablan de la
clase. Me siento tranquilo. Saludo a Miguel, un profesor recién llegado, no
tiene treinta años. Varios papeles rotos, hojas que ruedan al azar, el silencio
después de la despedida: “¡Adiós, Profesor, feliz fin de semana! Soy un
profesor, es una carga, no estoy solo, son tantos que estamos aquí dando clase,
día a día, llueva, se cobre o no, siempre volvemos después del fin de semana.
****
Por otra parte, en la
Venezuela actual, se ha dado el caso de que si algún alumno o algún profesor
universitario ha tenido contacto con textos filosóficos, puede que se trate de filosofías promovidas
desde la Nueva Era, o desde las religiones autóctonas, de esas que enfatizan la
identidad legítima en contra de las religiones alienantes e imperialistas,
tales como el cristianismo, que sigue siendo “el opio del pueblo”; así pues, algunos grupos
promueven la “santería” , una religión
cuyo gran sacerdote siempre es el dictador político de turno.
En lo esencial, desde la dimensión académica y
formación filosófica y cultural se trata de textos sin profundidad, libros para
el comercio, lecturas de fácil consumo, charlatanerías y sandeces tales como: “el
color del aura”, “la astrología y la suerte”, “el poder mágico de los
cristales”, “las esposas de Jesús”, “el milagro de los ángeles”, “las pirámides
extraterrestres”, “el poder de los números”, “el poder infinito de la mente”, “cómo
ganar amigos”, “los misterios del universo”, “los dioses locos”, “la mirada de
Satanás”, “técnicas de adivinanzas”, “el éxito del nuevo milenio”, y todo lo
que llame la atención de los compradores. Desde luego, este tipo de filosofía comercial
nutre satisfactoriamente el intelecto de algunos elegidos por esos dioses del nuevo
milenio; son las religiones fáciles, las que solamente cuestan dinero. Ahí la
Filosofía se hace alienante, no hay compromiso con el Otro; se desvía lo
esencial de la vocación docente.
Por ahí siempre andan esos sabios, se visten
de modo especial, medio hippie, medio poeta, o de filósofo moderno. Bueno, “son
lo máximo” a nivel de cultura y sabiduría, son especiales, diferentes a los
seres comunes, no sé cómo expresar ese aspecto angelical y extraño que les
rodea. Lo cierto es que caminan muy despacio, de mirada dulce, de voz pausada,
de palabras calculadas, parece que están dormidos, soñando, tocando flautas,
guitarras, cantan himnos religiosos, gritos de protestas. En ellos no hay
encuentro con el diferente, se hacen razas elegidas, la filosofía desaparece,
los sueños propios se esfuman…, y el mundo se hace extraño, ya no hay encuentro
con la gente. Así no hay Liberación, ni Filosofía de la Esperanza.
Por otra parte, hay toda
una congregación de hombres y mujeres vestidos totalmente de blanco, de pureza,
de santidad, hablan de la “mano de Orula”, del dinero que tuvieron que pagar por
el “santo” o protector espiritual, parece ser que entre más costoso sea el
santo protector, sería más poderoso. Ellos aseguran que esa es la verdadera
religión del pueblo, y según sus ideas, esa santería no sería “un opio del
pueblo”, sino la manifestación de poderes espirituales liberadores del malvado
imperialismo.
Hay sabios de todas las
edades, viejos, mediana edad, jóvenes, adolescentes, y todos son vegetarianos,
seres muy espirituales, olorosos a varillitas mágicas, con pulseritas de
metales preciosos; son los sabios enajenados por el consumo capitalista. En
cambio, los que dicen ser revolucionarios andan de blanco, no se dejan tocar,
olorosos a tabacos, expertos bailadores de tambores; van a los cementerios,
extraen huesos de cualquier cadáver; anotan el nombre del difunto y luego
colocan el hueso dentro de un busto hecho de yeso, que se asemeja a un hombre
con sobrero: “Miguel González, yo te conjuro: En nombre de los Orichas bara lode,
bara adage, bara alana, y desde hoy serás mi ánima protectora” ¡Dios, quién
sabe dónde iremos a llegar con estas religiones “liberadoras, revolucionarias y
populares”!. Estas realidades oprimen, embrutecen, encierra a la gente entre el
miedo y la ignorancia. Somos educadores, la vocación de servicio forma
conciencia en cada ser personal, no demos la espalda, no confundamos, sembrar
conciencia es un canto a la Esperanza.
El esfuerzo de estos “elegidos” se centra en
ser diferentes, y que se les adore por esta diferencia, se sienten infinitamente
superiores a los hombres y mujeres comunes, como mi madre, mis hijos, mi
esposa, mis hermanos, la mayoría de mis colegas, de mis amigos, de mis vecinos;
seres sin poderes especiales, como la mayoría que conformamos el resto de la
humanidad. El mundo a veces confunde, demasiados mensajes, nada se queda
quieto, pero debemos parar, detenernos un momento, buscar claridad entre las
nubes; formarnos de verdad, dedicar tiempo a la lectura, trabajar sin descanso
por el Pueblo, que siempre espera lo mejor de sus educadores formadores
confiables y sinceros, llenos de amor y de esperanza.
Más allá de los discursos
políticos, el capitalismo es el fondo cultural de cualquier forma de vida en la
actualidad. Todos estamos sumergidos en las aguas del Mercado. El Mercado es lo
vital, y su único valor es el dólar. Si no me creen, pregúntenle a la nobleza
venezolana, vean las cuentas bancaria de todos esos millonarios, imperialistas
o revolucionarios. Si piensan que exagero, vean las chequeras de algunos de
esos héroes de la patria.
Allá ustedes si creen que
aquí se está gestando una alternativa socialista del nuevo milenio más humana y
diferente al capitalismo salvaje. Yo no me creo esa fábula. ¿Recuerdan las
canciones revolucionarias? “La inocencia no mata al pueblo, pero tampoco lo
salva, lo salvará su conciencia y en eso me apuesto el alma”. La educación liberadora
es el camino de la verdadera revolución.
El Mercado es como una sombra que carcome,
siento que ese afán de tener y tener está dentro de mí, como un virus que me
arrastra; siempre necesito algo, quiero comprar y comprar; y luego no encuentro
un lugar donde guardar las cosas. El Mercado opaca el intelecto, la razón, la
sensibilidad; nos hace inservibles, muñecos que envejecen tratando de tener
vitalidad para consumir y consumir hasta el último suspiro. Según los
principios de la sociedad capitalista actual, si nos puedes comprar es mejor morir. La
Filosofía de la Liberación es otra cosa, es luchar y comprometerse con la vida;
trabajar por una humanidad cada día más feliz, menos violenta; simplemente…,
más humana.
He aquí el sentido de la
vida en la cultura de la globalización: comprar, ganar dólares, comprar. Si
puedes comprar lo que quieras, entonces eres un hombre de éxito, una persona
feliz; nada importaría ni la revolución, ni el imperialismo; el Mercado nos
unifica; y, determina el ser de las cosas y de las personas. Hasta mi muerte
será un proceso comercial: me venderán un velorio de lujo, funeraria costosa,
ataúd de buena marca y el cementerio más exclusivo de la ciudad. A veces me
pregunto, si no podré comprar un par de alas angelicales, una lira transparente
y la salvación eterna. En el Mercado globalizante se puede comprar el dios
hecho a mi imagen y semejanza. Yo confío en los alumnos, en esos nuevos
educadores de estos tiempos difíciles; yo confío en cada joven que entra al
salón de clases y se va con la inquietud de ser un educador y formador de las
nuevas generaciones.
**
* * *
En el nuevo milenio el
conocimiento pretende ser reducido a una
cosa que se vende, un aparato, un montón de hojas y letras; sería una propiedad
como cualquier otra. Aquí, en estos centros comerciales se compra y se venden
conocimientos; aquí, encerrados en el mundo virtual, parece ser que todos saben
de todo. Sin embargo, más allá de las leyes del mercado, el conocimiento no es
una inversión perdida, bien sea que se compre o se venda como vulgar mercancía,
siempre el conocer deja huellas. Leer dejará huellas en la mente. El
conocimiento es una buena compra cuando existe el compromiso de formación desde
la vocación docente. Yo tengo la casa llena de libros. La mayoría de esos
libros los compré porque estaban baratos; tengo libros y revistas de temas
inimaginables, y a veces los leo; pero, tengo libros de filosofía que son un
tesoro, una fuente inagotable de formación de conciencia; y tengo libros
latinoamericanos, de esa filosofía de la Liberación donde se habla del hombre y
del sentido de la vida.
Lo escrito es vida de un
autor de carne y hueso, de su época; por tanto, siempre posee algún nivel de
validez en cuanto a sus reflexiones y propuestas. Aunque en esta cultura del
comercio, da igual su contenido formativo, académico, científico, filosófico,
teológico; lo que se valora es el objeto de consumo; es decir, el libro tiene
que ser bonito y agradable, como cualquier florero destinado a ser un adorno
arrojado al mundo de la hipocresía, la falsedad y lo exterior. Los educadores
buscamos lo que vale para el espíritu, para la conciencia para la verdadera
Liberación de cada hombre y de todos los pueblos del mundo.
Encerrados entre las leyes
tiránicas de la cultura del Mercado, los escritores tienen que producir lo
bonito, bueno y barato, de eso se trata la gran producción de los intelectuales que se dejan atrapar por las
ilusiones y fantasías del nuevo milenio.
Ya no hay secretos, no
hay sabiduría, no hay sectas de sabios, adivinos, satánicos y brujos; parece
que el mundo entero se escondiese en lo más oscuro de una habitación privada;
la conciencia se encierra a sí misma en el secreto de la intimidad frente a una
pantalla virtual. Lo virtual se está haciendo reflejo de la conciencia. Lo
virtual se hace intimidad dentro de mi alma. Y sin embargo, la lucha por la
libertad de la conciencia sigue viva, no somos la otra orilla de la
computadora; somos libertad espiritual y trascendente.
Aquí no hay revolución,
ni alternativas. El viejo discurso de alternativas rusas murió sin haber
vivido. El Mercado nos arropa desde afuera hacia lo más profundo. Todos estamos
condenados a la enajenación desde lo virtual. Lo virtual es el sueño de los
dioses hecho realidad, una fantasía que se puede tocar, sentir, besar, adorar,
repetidas veces. Sin embargo, lo virtual no existe; entonces es perfecta, lo
virtual gusta porque es intimidad
desechable. Hay una dimensión de lo virtual que educa, que se hace útil e
indispensable en todos los procesos educativos; pero, también lo virtual se
puede convertir en enajenación real y destructora. Somos educadores, aprendamos
y enseñemos a distinguir, a elegir con consciencia.
En el fondo, la filosofía bonita se convierte
en un plato de comida rápida, insípida, grasienta, a bajo precio, con aderezos
exóticos. Se trata de una filosofía para
el descanso, para leer durante la vejez, mientras se disfruta de un vino francés
a la orilla del mar azul y eterno, la filosofía del nuevo milenio se disfruta y
se muestra en el modo de hablar y de vestir, esas lecturas de conjuros mágicos
se consumen lentamente mientras nos convertimos en ángeles evolucionados y revolucionarios
dolarizados. Nada más alejado de la realidad del compromiso desde una Filosofía
de la Liberación y de la Esperanza.
¿Quién puede pensar en la
filosofía de la liberación de los oprimidos? Para el Mercado, eso no existe. Y
en todo caso, sería un fastidio. Según la cultura del tener y del poder, a la
liberación se la tragó el Mercado. Según ellos,
los pobres quedaron abandonados en sus ranchos, en la selva, en los
pueblos andinos. A los pobres los traicionó la revolución que nunca llega. Si
quieren comer y vestirse que hagan colas, que compren las sobras y que se
vistan de harapos. He aquí un fuerte reto real y cotidiano de la verdadera
vocación docente, desde una Filosofía de la Esperanza.
En esta universidad
muchos piensan que la filosofía es un plato exquisito, un lujo para los
elegidos de siempre, los que nacieron para ser felices, como esos profesores
universitarios, cuyos conocimientos están a la altura de los avatares
milenarios y de los líderes eternos: Marx, Fidel, Lenin y Mao Tse Tung, entre
otros. Así son realmente algunos de mis colegas, hombres y mujeres que ya no
desean dar clases; nada de eso, ellos son especiales, desean dedicarse a la
investigación, que la universidad les trate de modo especial, como se merecen:
viajes al extranjeros, años sabáticos, permisos remunerados, oficinas
personales, equipos de computación y todo lo necesario para investigar,
investigar, investigar y al final, entregan la mismas tesis de siempre, o en el
peor de los caso, compran una tesis,
publican el artículo ajeno; se compran el disimulado prestigio: un traje, una
toga especial, condecoraciones, botones por todas partes y una mente en blanco.
Aunque obtengan un triunfo aparente son la negación de la mayoría que trabaja día
a día en la formación de los futuros educadores del país.
Se trata de una academia
sin compromiso, de un ejercicio docente sin vida, solamente buscan dinero y
aplausos, lo demás carece de sentido para ellos, si tienen que pisotear, lo
hacen; si tienen que mentir; entonces, mienten. Una de esos personajes me juró
porfiadamente que leyó la Crítica de la
razón pura mientras esperaba la llegada de su padre en el aeropuerto de
Maiquetía; otro profesor me recomendó, lo que a su juicio era el libro de
metodología más fácil, el Discurso del
Método, ahí, según él, se encontraban los pasos a seguir: planteamiento del
problema, objetivos generales, objetivos específicos, justificación, límites, alcances,
población, muestra, conclusiones y recomendaciones. Él me aseguró que conoció a
René Descartes, quien era un profesor del doctorado en Maracaibo. A Dios
gracias se trata de una ínfima minoría. La educación es compromiso real, es
sacrificio. La filosofía y la Esperanza es un camino difícil de compromiso y de
servicio desinteresado. La conciencia que se forja entre el compromiso y la
lectura se inicia en la Esperanza y en la verdadera Liberación personal,
comunitaria, social y de la nueva humanidad.
En el fondo se trata de
profesores cuya formación ha sido ajena a los contenidos tradicionales de la Filosofía
Occidental, en donde se enseñan asignaturas como: Lógica, Ontología, Metafísica
Aristotélica, Ética, Moral, Antropología Filosófica, Teoría del Conocimiento, Filosofía
de la Ciencia, Filosofía de la Educación, Epistemología, Historia de la
Filosofía, y las diferentes corrientes del pensamiento filosófico de la cultura
occidental, que son realmente las fuentes de nuestra academia, modo de ser y de
pensar.
Estoy convencido que la
cultura no es cuestión de “parecer”, “yo opino”, “me gusta”, “no me gusta”.
Generalmente se trata de opiniones caprichosas, se parecen a esos peces del
océano que son tan originales que se la pasan gritando: “no me gusta el agua
salada”, “no me gustan la escamas”, “no pienso que sea justo esa ponedera de
huevos”, “mejor es la vida de los halcones machos”. Se nace y se pertenece a
una cultura determinada; y esa cultura conforma los elementos esenciales de
nuestra realidad: lenguaje, modo de caminar, de comer, de estudiar, lo
religioso. Para bien o para mal pertenecemos a lo que se llama la Cultura Occidental.
La formación filosófica se da dentro de esa cultura, así de simple. La realidad
latinoamericana da un matiz propio y original a la tarea filosófica; pero sin
obviar sus raíces occidentales.
Ah, he aquí el problema,
la lectura de la filosofía tradicional, de la cultura occidental no es
sencilla, no son lecturas de fácil consumo, no se trata de libritos de
bolsillos para leer mientras se comparte un café. Es decir, para adentrarse en
la filosofía tradicional hay que ser serios, dedicarle la vida, pero de verdad,
son horas y horas enteras de arduo trabajo intelectual.
La filosofía no se reduce al conjunto de
libros esotéricos que tratan sobre cristales, adivinanzas, psicología de
movimientos corporales. Claro, lo que ocurre es que a veces se leen los textos
de la filosofía tradicional y no se entiende nada o tal vez, muy poco. Leer
filosofía no una tarea agradable, como ir de compras, tomar cervezas y bailar.
El estudio real de la filosofía es extremadamente exigente. ¿Quién puede
afirmar que leer y comprender la Metafísica
de Aristóteles sea una tarea fácil y divertida? ¿Cómo hacer dinámicas grupales
para entender la ontología de Nicolai Hartmann?, ¿acaso son placenteras las
lecturas de las obras de San Agustín, Santo Tomás, Hegel, Marx, Kant, Husserl, Heidegger
y muchos otros autores?
¡Claro!, en la cultura del
mercado y consumo masivo, sería demasiado difícil comercializar una película sobre
la Metafísica de Aristóteles, el
idealismo de Platón, o sobre la Crítica
de la razón pura, escrita por Kant. De seguro, no bastaría con una campaña
publicitaria señalando las ventajas en cuanto a la formación cultural que
dejaría en el público general, los argumentos y las reflexiones filosóficas de
los protagonistas; simplemente, porque las reflexiones verdaderas y la
formación cultural no se venden, lo que se vende es lo bonito, bueno y barato.
Por ejemplo, si la película se titulara “la homosexualidad salvaje de Platón y
Aristóteles”, y se presentan escenas pornográficas sería todo un exitazo,
pedirían a gritos una segunda parte; y se crearía toda una secuencia de
películas sobre los filósofos griegos.
Asimismo, lo más rentable
sería escribir historias ficticias “basadas en hechos reales”, se pueden hacer
películas desde la fantasía y la imaginación sobre las aventuras de los
caballeros templarios, las brujas de la Edad Media, el mago Merlín, y cualquier
otro invento con ropaje de historia real. Tal vez, se estén realizando algunas
películas: “Verdaderas enseñanzas de Jesús”, “el satanismo en la Iglesia católica”,
“los oscuros secretos de los papas”, “el dios gato”, “la serpiente venida del
cielo”, “el martillo de los dioses blancos”, “el cristal mágico del tigre
tuerto”, “el astuto cocodrilo”; en definitiva, lo que se vende son las rarezas
y supersticiones promovidas desde las mentes mercantiles de los gerentes de la
Nueva Era, quienes disfrazan sus intereses de ganancias económicas, en una
fachada mítica.
En consecuencia, la
verdad epistémica, la verdad moral poco importan, no tendría ningún sentido
plantearse la veracidad o la falsedad de los criterios epistémicos, o de los
juicios morales. De hecho, ya poco interesaría el problema de la objetividad o
subjetividad de los conocimientos científicos, carecería de sentido plantearse
el problema de la trascendencia o de la inmanencia de los valores, daría lo
mismo la universalidad de los valores o el relativismo personal de los valores.
En el fondo, el problema de la existencia de Dios no tendría mayor importancia
para ellos; Dios ha sido convertido en un bien de consumo, si te agrada,
cómpralo, te vendemos el mejor de los dioses, uno que sea adaptado a tus
caprichos; si no quieres a Dios Padre, Creador del Cielo y de la Tierra; no hay
problemas, también se te puede vender una energía universal, natural, impersonal,
que le ofrece esa luz brillante a tu mente, convirtiéndote en parte de la
“fuerza” del universo, que te da poderes mágicos y especiales, para que puedas
elevarte por encima del común de los mortales.
Así, pues, desde esta
realidad mercantilista, según el límite de tu cuenta bancaria en dólares, así
sería tu elevación espiritual: puedes comprar dioses imperialistas,
extraterrestres, y también sus dioses mulatos, indígenas, malandros y todos
dispuestos a venir del más allá a continuar con el proceso de liberación de
cada fiel.
En fin, desde la cultura
del Mercado, la meta consistiría en vender a como dé lugar, obtener el mayor
nivel posible de ganancias económicas; por eso, la cantidad de dólares que se
obtengan por la venta del libro, determina el nivel de sabiduría espiritual de
los textos. No exagero, si el libro, la película, lo que sea, se vende;
entonces, allí hay sabiduría especial, de la que gusta, de la enviada por seres
divinos a través de sus elegidos. ¿No me creen? Veamos, ¿cuántos libros de
ontología se venden?, ¿cuántos de historia de la Iglesia?, ¿de teología moral?,
¿de antropología filosófica? ¿Cuál escritor se ha hecho famoso escribiendo
sobre tratados del dogma cristiano?
Está bien, cambiemos de
temas. ¿Qué escritor se ha hecho famoso escribiendo sobre la historia del
marxismo?, “la historia del mercado”, “la vida y obra de Cristóbal Colón”, “la
física nuclear”, “los nuevos descubrimientos de la química”, “la literatura y
la ecología”. Pareciera que el conocimiento científico, filosófico, teológico,
literario, histórico, entre otros, están condenados a los basureros y a los
rincones más amarillos y olvidados de las bibliotecas moribundas, que
sobreviven como reliquias húmedas, como gusanos que huyen de la sequía. El
saber se esfuma entre los discursos de vendedores del nuevo milenio.
Por otro lado, los
autores de estos libros de fácil consumo se sienten elevados y sucesores de los
grandes sabios de la humanidad. En serio, ellos se creen sabios, y si el libro
escrito sobrepasa el millón de dólares en ganancias, estos autores se visten,
caminan y hablan como seres del cielo, avatares, ángeles encarnados superiores
al resto de los mortales. Y si el libro tiene que ver con “alternativas liberadoras”,
igual, se creen salvadores de los pobres, a estos liberadores nada les cuesta
vivir muy cómodos, como profesores de universidades importantes; ninguno de
ellos, en la actualidad vive en barrios, o se encuentran organizando sindicatos
de obreros o viven entre los campesinos de Cuba. Ellos son cómodos y
“burguesitos” que escriben sobre la “miseria en América Latina”.
En realidad, estos
“liberadores” escriben bien, con profundidad; pero, siguen repitiendo lo que
oyeron, tocaron, sintieron desde hace muchos años; y muy pocos de ellos han
tenido el valor de despertar, prefieren seguir viviendo tan cómodos y tan
consumidores como cualquier otro intelectual burgués del “imperio”. Y los
intelectuales de izquierda, que todavía no se han montado en el barco del
placer consumista, andan vendiendo “alternativas” en Venezuela, Ecuador,
Argentina a ver qué consiguen; aceptan lo que sea, desde un cursito de postgrado
de 8.000 Bs (8 dólares), hasta un “centro de investigación contra la dominación
y el coloniaje”, y adulan a sus líderes, a ver quién quita y les cambien de
vida con algún carguito burocrático, y tal vez, hasta se ganen una visa yanqui,
así son ellos. Y Dios quiera de verdad, que yo esté generalizando y exagerando.
En cuanto a la formación
cultural en el Mercado del nuevo mileno, resulta que el misterio se vende, las
leyendas se venden, los cuentos de hadas se venden, los secretos de las
pirámides se venden, la historia de los extraterrestres que vienen de otras
galaxias, que se presentaron como dioses se venden, los viajes al pasado y al
futuro se venden, la magia se vende. Por supuesto, lo raro se vende. Cuando el
Mercado es la fuente del saber se destruyen las bases mismas de la cultura de
la humanidad, para que surja la anarquía humana y espiritual; entonces, todos
tendrán que rendir culto al dios dólar, fuente espiritual de algunas sabidurías
de estantes del nuevo milenio.
En lo esencial, una
cuenta bancaria en dólares sería la garantía de la salvación eterna; si no
posees dólares, miles de dólares, millones de dólares, entonces, tendrás que vivir
en el infierno, rodeados de todos los empobrecidos y miserables; serás uno de
ellos para toda la eternidad, bien seas revolucionario o demócrata; al final,
te espera una larga cola, a ver si por casualidad sobra un paquete de harina de
maíz, un pote de leche, un kilo de carne, un jabón para quitarse el olor a
miseria y abandono.
Así, pues, toda esa literatura del nuevo
milenio que ataca lo más tradicional del pensamiento de la humanidad
occidental, amenaza con destruir la conciencia personal y comunitaria, y nos
está llevando lentamente a la anarquía del pensamiento: “todo vale”; al más
profundo relativismo moral, a la esclavitud y a la dictadura de la mayoría
sometida por focos muy personalizados y concretos de pequeños y grandes
imperios o reinados personales y hereditarios. De corazón les digo a todo
pulmón: Las promesas de cualquier religión o filosofía de estante es un fraude.
Sin saberlo, el nuevo
milenio parece ser un remolino que nos devuelve al tiempo de las monarquías.
Los actuales príncipes son tan caprichosos y destructivos como el Nerón de la
antigua Roma, estamos en las manos seductoras de los amos del Mercado; ¿no lo
creen?, ¿quién puede vivir sin un celular?, ¿para qué es el viagra?,
simplemente para poder prolongar unos cuantos años la capacidad de sexualidad
en la cama. De hecho, prolongar el placer sexual del existir, parece ser la
verdadera propuesta de fundamento antropológico y del sentido de la vida de
imperialistas y revolucionarios.
Es decir, según la antropología del mercado, si la vida no es placer sexual; entonces,
mejor sería morir que vivir una vejez inútil y vacía, tratando de no sufrir los
dolores de un cuerpo que se hunde en el tormento infernal de las enfermedades y
sus fármacos; entre más envejeces, más dolor, menos placer y más píldoras. De
hecho, en una sociedad sin compromiso, sin esperanza…, la vejez es el infierno.
***
***
El problema consiste en
la esencia misma de la Filosofía de la Esperanza frente a la Filosofía de la
Muerte de las falsas revoluciones y de la cultura del Mercado. La Filosofía
molesta, cuestiona, exige, no es fácil, no se aprende el contenido de toda la
Filosofía clásica en talleres, diplomados, seminarios, encuentros académicos;
tampoco, se aprende filosofía leyendo uno que otro libro de Edgar Morin.
Aprender los rudimentos propios de la filosofía lleva años de estudio formal,
en universidades especializadas en el área filosófica, igual pasa con la
medicina, la ingeniería, el derecho, y todas las áreas y carreras
universitarias. De profesores formados en Filosofía ha existido y existen
muchos ejemplos dignos en esta Facultad de Educación y de modo especial, en el
Departamento de Filosofía; profesores realmente comprometidos, que publican y
que enseñan. Estos ejemplos de vida entregada a la enseñanza de la Filosofía
son personas sencillas, cuya presencia siempre ilumina, sus enseñanzas siempre
han sido de aliento, desde la formación cultural adecuada que ha sido fuente de
verdadera formación de los futuros educadores de los niños y jóvenes
venezolanos.
Algunas veces pienso, que ellos se sienten caminando por la vida, dedicados
a la enseñanza de una asignatura que les ha dado sentido a la propia existencia.
Es decir, predican. Entonces, en la misma conciencia cotidiana del profesor de
Filosofía, comienzan a surgir la esperanza y liberación como fuentes de los
contenidos filosóficos; el interés se hace vida, el compromiso crece en la
intimidad como una luz que fortalece la identidad vital con la Filosofía del
encuentro real y fraternal con el Otro.
En el vivir real y
cotidiano de cada uno de estos profesores crece el acercamiento hacia la
ontología, la ética, teoría del conocimiento, historia de la filosofía,
metafísica, todo lo que aprendió en sus años de formación juvenil. A veces,
cuando el cansancio invade las venas de estos profesores, comienzan a recordar
viejas y lejanas anécdotas vividas en los tiempos de estudiantes, o en sus primeros años de educadores, y las
comparten con los profesores jóvenes, que nos miran como deslumbrados,
entretenidos. Y de pronto, surge la energía académica y el deseo de producir y
de enseñar como una necesidad existencial que da sentido trascendental a la
vida misma. Y la filosofía comienza a volar como las gaviotas que aparecen tras
los veleros que navegan hacia horizontes de esperanza. La Filosofía es vida y
esperanza que se transmite de mano a mano, de corazón a corazón.
Sin embargo, en la actualidad existe el
peligro de que la filosofía se haga “ciencia positiva” en manos de algunos
sociólogos y psicólogos. En el universo académico, las llamadas ciencias
sociales están despedazando a la filosofía. Parece una revancha de ultratumba
del fallecido marxismo ortodoxo, ya nadie
es filósofo, todos son científicos sociales. Lo repito: científicos sociales.
Para el Mercado las reflexiones de Noam Chomsky son científicas, valederas; por
el contrario, la Ética de Spinoza
sería un montón de palabras sin importancia.
Efectivamente, para los
académicos del nuevo milenio, la debilidad de la filosofía consistiría en su
aparente inutilidad, dado que no resuelve problemas inmediatos, no beneficia la
situación económica de una persona. Entonces, parece que leer textos
filosóficos sería una pérdida total de tiempo, ni siquiera nos liberaría de los fantasmas y demonios imaginarios.
Además, los contenidos de los libros de filosofía no son de fácil lectura, da
la impresión de que están escritos para una élite de seres extraterrestres, sin
espacios, sin tiempos. Para el Mercado, y sus fundamentos pragmáticos y
positivistas, la filosofía consistiría en tratados antiguos que no dicen nada y
hablan de todo, ¿qué es el Ser?, y al final no hay respuesta, el Ser es el Ser,
la Ontología estudia al Ser en cuanto Ser. Sin embargo, estos profesores de
Filosofía, que veo en estos pasillos, son personajes sencillos, jóvenes y no
tan jóvenes, profesores que llegan, profesores que se van…, todos ellos
educadores por excelencia, formados adecuadamente para ser formadores; y son
gente normal que han vivido a plenitud la Filosofía de la Esperanza y la han
predicado.
Lo que realmente pasa, es que los
contenidos de los análisis filosóficos poco tienen que ver con el arte de
“ganar amigos”; entre otros lemas. Es
decir, para algunos científicos positivistas y pragmáticos, la filosofía se
vive como lo más inútil, no sirve, no está en función de solucionar problemas,
no produce ganancias económicas, no es divertida, no es un deporte, ni siquiera
es una religión, no es un juego virtual, no es un contenido psicológico de
autoayuda. Entonces, para ellos, la filosofía es valorada como una basura de
hojas amarillentas.
El Mercado quiere una filosofía para
el hombre del éxito. He aquí la palabra clave “éxito”. En efecto, “éxito, luego
existo”. El mensaje se repite millones de veces a través de cualquier medio
publicitario. Claro, las leyes de compra y venta establecen que solamente en el
Mercado se encuentran los secretos del éxito. Por ello, quienes hacen colas
para sobrevivir son la negación del sentido de la existencia, son unos
“perdedores”; los perdedores de siempre, los que nacieron para perder, los que
nunca han ganado nada, los que han sido burlados por los dictadores y traidores
de siempre. Entonces, el Mercado determina el Ser en tanto Ser. Mercado y
Pensamiento son una misma realidad. El Mercado es el “sacerdote” del nuevo
milenio y de las nuevas revoluciones. El dólar es el néctar sagrado y adorado
por todas las sectas del éxito.
En cierto modo, siento que en la conciencia
existencial de muchos alumnos y profesores, la filosofía es una alternativa de
formación hacia una vocación de servicio y compromiso. Me consta que muchos
profesores y alumnos que he conocido en estos largos años, se identifican con
la Filosofía, la defenderían como una asignatura esencial en la formación de
los futuros profesionales que necesita la Patria. Sin embargo, no hay tiempo
para el descanso, para el descuido. Las leyes del Mercado y de los dictadores
ha sido clara; la ecuación es sencilla: es útil, luego importa. Es decir, la Filosofía
de la Liberación y de la Esperanza siempre es un peligro o un estorbo para la
antropología del Mercado y para la antropología de los dictadores.
Las asignaturas filosóficas están
dirigidas a responder interrogantes existenciales, tales como: ¿Cuál es el
sentido de la vida?, ¿qué finalidad se persigue con el proceso educativo?, ¿qué
persona se quiere formar?, ¿qué significa ser educador?, ¿vale la pena dedicar
toda una vida al servicio de la educación?, ¿cómo soportar el peso de la rutina
propia de la tarea educativa?, ¿cómo vivir sin ser apreciados profesionalmente
por nuestros vecinos?, ¿ser educador es optar por una vocación de servicio
social a favor de los más necesitados y desprotegidos de la sociedad?, ¿existe revolución
a favor de los más necesitados en
Venezuela?, ¿estamos condenados a la vida de miseria?, ¿existe alguna esperanza
ante esta situación difícil que estamos viviendo?, ¿hacia dónde vamos como
sociedad?, ¿se trata de salvarse a sí a como dé lugar, sin importar la suerte
de los demás?, ¿hasta cuándo nos seguirán hipnotizando con el retrato de un
muerto?, ¿qué significa hacer filosofía desde una universidad venezolana?, ¿Y
Dios?, ¿Dios ha muerto?
La filosofía cuestiona y llega hasta los
tuétanos de la propia existencia cotidiana, nos señala los misterios de la
vida. La filosofía nos asusta, nos abre las puertas de lo desconocido y
profundamente oscuro, nos muestra el rostro de la liberación, de la esperanza y
también el rostro de la muerte. Ese es el verdadero motivo por el cual se le
condena al olvido, al rincón de lo indeseable, a la papelera del baño. Cuando
la filosofía cuestiona, se acerca a nuestra conciencia, no nos deja dormir
tranquilos, nos va consumiendo y se comienza a evaporar todo signo de comodidad,
y surge el educador que se compromete con una vida plena, para sí, para la
comunidad, para sus alumnos, para su Pueblo, para la humanidad.
De no ser así, la vida se
convierte en la feroz batalla contra el Otro, contra el enemigo. El rival, el
diferente, el otro sería el obstáculo. Según la antropología de la muerte, en
el nuevo milenio, nada debe cuestionar la lucha por el tener, solo importa lo
útil, lo que produce placer, lo que ayuda a acumular cosas. Por eso, la filosofía
de la Esperanza que cuestiona y
concientiza se hace un estorbo para cualquier dictadura. La ideología que impulsa a pisotear a todos los enemigos se
hace religión que esclaviza y lleva a la
muerte.
¡Escucha educador, Que escuchen
todos los hombres y mujeres de la
Tierra, el Señor es nuestro Dios, el Señor es el único Dios, ámenlo con
todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todas las fuerzas!
“LA
GENTE EN LA PLAZA”
*
Tengo la esperanza de que alguien lea
estas reflexiones filosóficas. En la actualidad, la lectura es un desafío poco
atractivo, a veces está se considera como un castigo escolar. Muy pocas
personas leen un libro completo, muchos se conforman con ver las portadas. De
hecho este modo de valoración a las lecturas se ha convertido en un reto para
los educadores del nuevo milenio. Estoy en un universo de conciencias que al
escuchar la palabra “filosofía”, simplemente se apagan, dejan de funcionar, la
filosofía no preocupa a la mayoría de las personas, a veces se le considera
algo del pasado. La náusea es el pensamiento para los seres que solamente se
preocupan por el dinero, por el placer, por la conquista del poder. Desde la
antropología del Mercado, la náusea
epistémico, ese desdén, esa flojera, sería una masa informe, una especie de
remolino oscuro y viscoso que lo contagia todo. Vivimos en un planeta donde el
pensamiento es una amenaza que ningún dictador del siglo XXI soporta y que no
conviene a los intereses de la cultura del Mercado.
Cuando la cultura del Mercado nos
invade, se acepta cualquier reto, menos el esfuerzo de pensar. Se puede
trabajar todo el día con las manos, el corazón, los sentimientos; siempre y no
sea necesario pensar. Desde la cultura del Mercado, el hombre que piensa está
demás, sobra como los libros polvorientos y llenos de viejas polillas, como
esas biblias negras que envejecen sobre cualquier armario, sin que nadie las
tome en cuenta ¡Qué muera el pensamiento! ¡Qué viva el dictador de turno! ¡Qué
muera la conciencia! Desde las propuestas antropológicas centradas en el
“éxito, luego existo” la sociedad se hace pragmática, y el educador siente
angustia y deseos de apartarse, de ser diferente, de buscar el sentido de la
existencia en el encuentro con el Otro, en el compromiso de vivir y señalar con
su ejemplo que es posible ser cada día más humanos.
Además, la filosofía del relativismo
propuesta por la cultura del Mercado, en donde todo vale, carece de realidad
ontológica, la historia del saber se desvanece, la reflexión no existe en las
vitrinas de los centros comerciales, las escrituras van desapareciendo en la
maldición del pasado, como se esfuman las breves luces de la tarde moribunda.
¿Qué nos queda cuando no hay compromiso? La Nada. Sin vocación de servicio, la
existencia del hombre queda sin ideales a la espera de la muerte. Cuando
desaparece el alma, ¿qué nos queda?,
simplemente se cultiva el cuerpo; y si
no se puede alcanzar la perfección de un Adonis moderno, entonces, se engorda
acostado frente a la televisión, comiendo golosinas hasta que el aire no pueda
entrar en los pulmones. En el alma del hombre sin vocación de servicio, sin
opciones trascendentales, solamente hay
imágenes virtuales de sexo, dinero, poder, placer, comer, soñar y dormir. La
Filosofía es la Conciencia de ser en relación con el Otro. La filosofía es
compromiso que da sentido trascendental a la existencia.
¿Qué ocurre cuando el hombre no se
siente llamado a la responsabilidad existencial? El pensamiento se identifica
con la Nada. La Nada y el pensamiento serían una misma realidad. La conciencia
del hombre moderno y consumista se ahoga en intimidades subjetivas, tímidas y
carentes de vida. Desde la antropología de del consumismo, la historia del
pensamiento occidental yace bajo las sombras de huesos y gusanos de viejos
filósofos enterrados en gloriosas tumbas, que sirven de atracción turística
para ganar algunos dólares. Sin opciones trascendentales que den sentido a la
existencia, el pensamiento se va con la
tarde gris muriendo sobre las alas del último rayo de sol. La Filosofía es la búsqueda del sentido consciente a la existencia. Cuando el
pensamiento filosófico desaparece; entonces, la historia de la humanidad carece
de motivos, de causas y consecuencias; en el fondo, no habría historia,
solamente hechos que ocurrieron.
Actualmente, las calles son anónimas,
ningún rostro indica signos de vida. Los pasos de la gente se dirigen hacia
ninguna parte. Sin embargo, todos miran el reloj, se apuran, tropiezan, se
empujan y se maltratan. Ahora no existen verdades eternas, nadie piensa en el
sentido racional y lógico del vivir; para muchos la vida es solamente cuestión
de gusto; y la filosofía una cuestión de opiniones, en donde todo vale y nada
vale.
Ya no hay poetas en la plaza, ni pintores.
Se vive y punto, se hace el amor y punto, se conocen y punto; se tocan, se
mienten, se disculpan, se dicen “te amo”, y punto; al final, todos quieren
descansar, vivir para el sueño suave y tibio. Lo más importante es la hora del
reposo, llegar al hogar, una ducha fresca, espumosa, liviana; sentir las
caricias de la noche, mirar un poco la televisión, recostarse sobre la
almohada, sentir el peso del cuerpo, ir cerrando los párpados muy lentamente y
dormir hasta que se desvanezca el mundo real.
Desde una filosofía sin compromiso, la
ventana es el infierno, el vecino se debe reducir al silencio, a la
tranquilidad, cero problemas, nada de fastidio, de bulla, de saludos
indeseados, los vecinos estorban ¡Eso es la felicidad, vivir tranquilos como
las aves que anidan en el lago del cisne azul! ¡Los pobres! Esos asustan, son
la negación de la razón de existir, la muerte de toda esperanza, el rostro
desagradable de la sociedad. La vida sin compromiso es la negación de la
vocación docente. El pobre es la negación de los intereses de la cultura del
Mercado.
Los pobres son los peones de la revolución
que nunca termina de llegar, los seres
que estorban, los humillados de siempre, los pisoteados por las mismas botas
del poder. Los pobres son los números necesarios, se utilizan, se explotan, se
les miente, se les manipula, y luego se les arroja a cualquier orilla. Y cuando
el compromiso se reduce al discurso manipulador, no hay compromiso real, no hay
vocación de servicio, no hay ningún tipo de socialismo; nada importa la gente
en las colas, ni los salarios de hambre…, total, siempre habrá a quien culpar.
Desde
la cultura del Mercado, la vida actual se ha convertido en la lucha por la supervivencia
cómoda de los individuos que se esconden en la inmensa selva social, en donde
la debilidad y la muerte del Otro es la fortaleza de los nuevos dictadores del
siglo XXI, y de los empresarios sin escrúpulos, ni moral humanitaria. La
miseria de la mayoría es la posibilidad de vida cómoda, confortable de los
líderes de izquierda y de derecha. La pobreza es el tema por excelencia
utilizado por algunos sociólogos y
antropólogos superficiales y descomprometidos, para escribir sobre la dignidad
de los marginados y la liberación de los empobrecidos latinoamericanos.
¡Por favor, no tocar la puerta! La soledad cómoda, sin compromiso real es el
sueño de algunos intelectuales y escritores superficiales del nuevo milenio, bien
sean de izquierda o de derecha, del centro, del este, del oeste; nada de eso
importa en la intimidad de la habitación. ¡No toquen la puerta! ¡No molestar!
¡Viva el mundo virtual! La vida es un viaje placentero al inconsciente personal
que se hace bajo la inspiración del milagroso internet: ¡Sexo!, ¡emociones!, ¡dinero!,
¡poder!, y todo lo que el hombre ha soñado a lo largo de tantos siglos se hace
realidad con tan sólo un “enter”. Desde el intelectual absorbido por la cultura
del Mercado, el Otro, el vecino estorba,
si es pobre que se muera de una vez. Lo
virtual es el cielo para los que viven en la filosofía de la comodidad. La
educación es el clamor de los más necesitados, que conmueve el corazón de los
educadores y mueve a salir de cualquier tentación de vida cómoda y sin
compromiso real, para así encontrar, desde su vocación docente, el sentido
trascendental y espiritual a la existencia.
**
Los libros, esos objetos raros,
silenciosos, tienen hojas de papel, miles y miles de letras negras. El viejo
acaricia suavemente un libro, aparenta entender; se acaricia la barbilla, sonríe,
mira con nostalgia varonil el horizonte eterno y matutino, realmente huye de
los otros, busca desesperadamente la comodidad, la quietud espiritual o la
nueva esencia secreta de la raza humana.
El viejo Agustín no quiere conocer a
nadie, solamente espera que lo vean y sientan angustia existencial cuando
descubran en sus ojos que la vida humana se extingue silenciosamente, sin luz,
para siempre, sin retorno ni esperanzas fantasmales. Ahora es simplemente un ser
que se apaga, un revolucionario de verdad, un hombre que todavía es capaz de
sostener un libro entre sus largos dedos. Ahora lee sin comprender nada del
contenido de los textos, hace años entendía y enseñaba a los más ignorantes, ya
nada es igual, la subjetividad epistémica y afectiva se nutre del alcoholismo
demente. Agustín es un viejo que deambula en la plaza esperando la muerte. Está
ahí y su ser plantea el problema del sentido de la vida. La vida de ningún
hombre es ajena.
El viejo Agustín Camacho juzga a esas
mujeres, a los jóvenes de cabellera larga, a los curas afligidos de la
catedral, a la porquería verduzca que dejan los pájaros sobre los bancos de la
plaza. El viejo juzga: “son malos”, “son malos”, “nada sirve”. El Ser en sí es
el reflejo de su vejez enferma. Así es la vejez desde la antropología de la
muerte, “nada sirve”, dolor en la sangre y en la mente, la perfecta imagen del
alma en penumbras que se desvanece al ritmo de la tuberculosis, del hambre y la
soledad de los condenados al olvido social. La vejez y la pobreza son la
negación absoluta del valor de la existencia en este amanecer del nuevo milenio
y para todos los intelectuales del
relativismo ético que promueven la
existencia cómoda y sin compromiso.
Los viejos son los rostros que aparecen en
esas pancartas publicitarias pidiendo y
pidiendo casas, medicinas, dinero; y los
líderes políticos los abrazan, los besan hasta que den los resultados de las
elecciones. Luego, los líderes políticos se van de vacaciones a las islas del
Caribe, hasta que el mar y el sol purifiquen la piel y no queden rastros de
ninguno de aquellos abrazos y besos. La mayoría de esos políticos viven para el
placer, el tener y el poder.
Al llegar el otoño, todo es gris, casi
sin iluminación, como si el universo se apagara. Todo es compacto, sin
movimiento, unidad total, eternidad. El Ser es materia que penetra la
conciencia hasta convertirla en piedra, sin subjetividad, ilusiones, sueños,
poesías, novelas, princesas, unicornios, demonios, vampiros, viajes,
diversiones todo se extingue. El viejo se hace fósil, polvo cósmico, sin valor,
un rastro que nunca existió. Desde cualquier materialismo, el viejo es el
hombre sin dioses, el verdadero rostro de una humanidad que anuncia falsos
discursos religiosos y filosóficos al gusto de los clientes. Ahí, moribundo, sentado
en ese banco frío y húmedo se apaga la filosofía antropológica del placer, del
tener y del dinero. Ahí se apaga el materialismo. Ahí termina la vida sin Dios.
El viejo se muere como la luz en el
horizonte, sin amigos, sin ayer, sin sueños; solitario, pobre, con hambre, sin
amigos; eternamente vacío, sin alma. El viejo es la imagen de un hombre sin
Dios. Ni siquiera hay un pintor aficionado que dibuje el rostro de un viejo sin
dientes, cara arrugada, mirada triste. El viejo se muere en silencio, totalmente
olvidado por sus camaradas de la capital. Sin Dios, el viejo es la muerte de la
humanidad entera.
Las personas aparecen y desaparecen como si
fuesen los minutos anónimos. A veces, el viejo deja de fingir que está leyendo,
su mente navega sin rumbo en los supuestos existenciales, en lo que pudo haber
hecho y no hizo, en los dioses del ayer lejano. La frustración le carcome las
pocas horas que le faltan para dejar sus huesos en cualquier rincón oscuro. El
tiempo es un huracán acelerado, la mente del viejo es demasiado lenta y vive
del pasado, no tiene espacio para el presente, ni futuro imaginable; sin la
eternidad desaparece el Hombre. El viejo no tiene suficiente noción de su vida,
por eso no llora, nunca se comprometió en lucha alguna, su vida fue respirar de
día y de noche bajo la influencia del alcohol . ¡Los seres espirituales le
abandonaron hace siglos! Tal vez el hombre encerrado en sus placeres no pensó
en la vejez; ahora, piensa en la muerte, y tiene miedo a la oscuridad, a la
Nada.
El viejo juzga a toda la sociedad, “nada vale
la pena”, comer, beber, orinar, emborracharse, perder toda la noción, sucumbir
en el océano de imágenes del inconsciente, esperar la muerte, dejar caer los
brazos como símbolo del fracaso de la razón y del materialismo, como la
negación de la negación que niega la negación hasta que Hegel vuelva del
sepulcro para corregir la esencia de ese fantasma al que llamó conciencia absoluta.
El viejo vivió como pudo. La plaza queda a
pocas cuadras del cementerio. Él mira con desgano algunas cruces muy conocidas,
ahí ahora duermen los amigos sombríos, los que fueron a miles de marchas a
escuchar la esperanza materialista, ahí yacen los que no están sentados en la
plaza, consumiéndose como velas adormecidas. La vejez del hombre sin Dios, no
deja espacio para la vida, el Ser no tiene sentido. Sin Dios, la vejez es el
hogar predilecto de la muerte, de la Nada absoluta con todo el dolor existencial,
sin ideas, sin conceptos, sin racionalizaciones. Desde el materialismo, la
vejez es el rostro humano del infierno. La vejez es la carga que le estorba a
la revolución que nunca llega. Para este
socialismo, la vejez es un gasto innecesario. El viejo es un inútil para esta
revolución que nunca llega…, y Agustín lo sabe…, los discursos de Marx se han
ido, ahora sólo queda la posibilidad o la negación de la eternidad. Dos modos:
Filosofía de la Muerte, o la Filosofía de la Esperanza.
***
En la plaza de este pueblo se debate la
posibilidad de justificar la trascendencia de la existencia del ser humano. El
problema filosófico se vive profundamente en todas las plazas de la humanidad,
la reflexión sobre la esencia del ser personal se resuelve en cada vida, en
cada familia, en cada niño, en cada joven, en cada anciano. La existencia está
en cada ser que respira y piensa. Lo que está más allá de la puerta del
inconsciente, en la intimidad infantil y adulta es la conciencia de la
existencia como trascendencia de la simple animalidad. La revolución que no llega se dice marxista, materialista, el hombre que ellos
forman consume, crece, y muere; como cualquier animal del ecosistema planetario.
La conciencia de ser una persona, en cuanto a ser trascendente a la animalidad,
no brota de modo espontáneo, como los frutos del campo. La Filosofía
Trascendental necesita de educadores convencidos de su ser espiritual y
trascendente, solamente en Dios hay esperanza.
Si el Otro es una persona bien parecida,
joven, adulto exitoso; si el mundo fuese el hogar donde todo es transparente;
si la vegetación fuese primavera azul, clima templado, viviendas cómodas,
telecomunicaciones de primer orden, empleos llamativos y prósperos; entonces, sería
muy cómodo afirmar que el hombre es en sí mismo un ser especial, espiritual,
angelical, “imagen de Dios”. Pero, para que esto ocurra, la locura que estamos
viviendo tiene que desaparecer. Los dueños de la revolución que nunca llega son los únicos que viven muy
bien, acomodados en esta sociedad de consumo gracias a sus cuentas bancarias en
dólares. Los demás, los hombres y mujeres del Pueblo, se la pasan haciendo
cola, llevando sol, lluvia, humillaciones…, para terminar pagando la rabia y la
frustración con las cajeras del mercado o de la farmacia.
Las plazas de personas exitosas serían
un libro abierto a la pretendida objetividad de la dignidad del ser humano,
fuente eterna de las imágenes literarias donde los protagonistas son príncipes,
princesas y reinados azules. La belleza juvenil de ojos brillantes sería el
amor perfecto y razón de ser de amistad cómoda con el Otro. La pobreza, el
polvo enfermizo, el calor aterrador, la tuberculosis, la borrachera de la
prostituta ahuyentan al filósofo azul , al novelista, al poeta sensible y
romántico que se inspira en los bulevares de Roma. La filosofía sin compromiso de
algunos pensadores del nuevo milenio es una obra de arte, una pintura
paisajista que se elabora a las orillas del Río Sena a la luz de París.
La humanidad respira la esperanza de un nuevo
milenio; sin embargo, pareciera que no hay reflexiones válidas que comprometan
la existencia, cualquier pensamiento filosófico en torno a los problemas
ontológicos, antropológicos, epistémicos, simplemente se arrojan al rincón
solitario. Las palabras escritas por filósofos como Platón, Aristóteles,
Descartes, Spinoza, Kant, Hegel valen menos que un helado de vainilla. A nadie parece
importar lo que se escribe en el área de la Filosofía. Desde el compromiso, el
educador con vocación de servicio se esfuerza, lee, se educa a sí mismo,
comparte, reflexiona, produce reflexiones que surgen del encuentro con sus
alumnos, con sus compañeros, y nunca jamás deja de estudiar; y sobre todo vive
la Esperanza y la transmite solamente al sonreír, al saludar, al compartir.
Desde el positivismo radical aplicado a
las ciencias sociales, se elaboran tareas escolares en función de una maestría,
doctorado. El método de las tesis a veces destruye la reflexión filosófica,
¿cómo pueden surgir pensamientos filosóficos en torno al problema de la
existencia humana…, si lo encerramos en objetivos, marco teórico, marco
metodológico, cuadros, gráficos y recomendaciones? Ese esquema de investigación propia de las ciencias
físicas, en el área de lo humano podría opacar cualquier intento de pensar
desde la Filosofía del Compromiso.
Entonces, desde el Positivismo de la
Modernidad, cuya finalidad es la Ciencia y la Tecnología…, el tema filosófico se hace esotérico, propio
de una élite de ancianos sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial, quienes
repiten algunos temas muy alejados de la filosofía y se dedican a las “Ciencias
Sociales”. El problema sobre la naturaleza del ser humano se escapa, se ha
borrado de los textos actuales, pocas veces se discute sobre el tema del ser humano, se
prefiere escribir y hablar sobre el trabajo, la comunicación, la guerra, la
violencia, el odio, el amor, el encuentro, la felicidad, el dinero, la alegría,
los días felices, los medios de comunicación, la política, siempre desde lo
medible y observable.
¿Cuál ha sido el resultado de todas
estas ciencias sociales “objetivas y científicas”? La repetición académica, que
se asimila lentamente en la conciencia del investigador humanista del nuevo milenio.
¿Qué aportes podrían surgir desde la sociología sobre temas como el infierno?
Fácil: “enajenación”, “opio del pueblo”, “ignorancia”, “Edad Media” ¿Qué
aportes pueden surgir desde las ciencias psicológicas? “enfermedad”, “temor”, “angustia”,
“El mundo del inconsciente personal y colectivo”. Sociología y Psicología dos
amantes que al vestirse de un inexplicable positivismo… huyen de Dios.
Desde la inmediatez epistémica, se
escribe y se habla de lo que sea, siempre que ayude a evadir las preguntas fundamentales
sobre la trascendencia del ser humano. Imaginemos un libro sobre antropología
filosófica: “El infierno te espera”, si se trata de una novela de terror puede
ser un Bestseller, pero si es un
texto filosófico sobre el sentido teleológico de la existencia del hombre, no
lo leerían ni siquiera los religiosos que predican de puerta en puerta. ¡El
infierno! ¡Por Dios!, leer un libro sobre el infierno daría flojera. Además,
quién piensa en esas cosas.
¿Qué expondría un sociólogo positivista
sobre el infierno? “¡El infierno! ¡Qué pendejada más grande!”. Sin embargo, en
una cultura occidental nutrida desde sus raíces por el cristianismo, la
existencia del infierno como posibilidad de una condena eterna para aquellos
que se apartan de Dios, tendría que ser un tema central de las reflexiones
filosóficas.
¿Qué es el hombre? La pregunta central
de la filosofía antropológica, a lo sumo inspira una sonrisita burlona a esos
positivistas europeos y a sus seguidores latinoamericanos. Los “filósofos
positivistas” actuales que recorren los pasillos de las universidades de todo
el hemisferio occidental arrojarían a las papeleras las reflexiones filosóficas
sobre el sentido de la existencia del hombre. ¿Qué es el hombre? Una pregunta
que arruga neuronas, un estorbo intelectual, un juguete de la Edad Media, un
problema de esos religiosos, una muestra de la filosofía inútil, pérdida de
tiempo. Sin embargo, todo educador vive desde una antropología de la Esperanza.
La educación es en sí misma fe en el Hombre, fe en Dios.
Desde el positivismo del Mercado, ¿Qué
es el hombre? Interrogante para empezar una conferencia sobre el éxito en los
negocios; el punto de partida para justificar una dictadura con ropaje de revolución,
una tontería para hacer interesante una conversación de amigos, el título de
algún artículo para impresionar a los lectores; finalmente, sería valorada como
una pregunta para adornar la portada de un libro de Filosofía antropológica,
destinado a los seminaristas católicos que todavía creen y enseñan esas tonterías
para engañar a la gente.
La filosofía que promociona el Mercado
en función de las ganancias económicas, no compromete, ni siquiera entretiene. La filosofía
del Mercado habla del “poder de los cristales”, “los números de la lotería”,
“la personalidad y los astros”, “el color del aura”, “el color de tu ángel
protector”. Desde el paradigma del Mercado, los que son considerados pensadores
y escritores de éxito, generalmente tienden a proponer “éticas mínimas para la convivencia”,
“relativismo epistémicos”, “paradigmas mágicos”, “nihilismos éticos,
epistémicos, espirituales”, “el dinero y la ética de la felicidad”, “amor y
paz”. La educación no es una moda; es un compromiso vocacional, un modo de
vida.
Desde la cultura del Mercado, el
pensamiento se ha convertido en un bien de consumo, algo para vender a todos.
Se escribe para el agrado, con la finalidad de contentar al lector, para que
todos queden satisfechos y felices, cómodos en sus lechos nocturnos leyendo de
todo, libros con sabor a éxito, lecturas que alejen de cualquier compromiso,
reflexiones que permitan alimentar el capricho intelectual. Se compra un
vestido, zapato, un libro que me guste. Al final, el gusto, el movimiento
económico del mercado determina lo que se escribe.
Hasta escribir sobre la “liberación del
empobrecido” se ha convertido en un artículo de consumo en función de la
ganancia económica, elaborado por intelectuales “socialistas radicales y
revolucionarios” que viajan a las capitales más hermosas y lujosas del mundo,
exponiendo la filosofía de la liberación a personas que no tienen idea de lo
que es un barrio de los suburbios
latinoamericanos. Ninguno de estos intelectuales revolucionarios viven en los
barrios, ninguno dicta conferencia en las escuelas de los barrios o en las escuelas
de los pueblos olvidados. Ninguno de estos pensadores liberadores de los pobres
se ha sentado para hablar de esperanza al viejo que se muere en la plaza.
Ninguna está al lado de los que sufren, al lado de los hijos de los campesinos
y de los obreros…, los educadores sí están, no por temporadas, sino toda la
vida en actitud de encuentro y de compromiso vocacional.
****
El viejo se levanta, camina hacia otro
banco de la plaza, verá la vida desde otra perspectiva. ¡Ah!, está leyendo
sobre el espíritu mágico de los ángeles, se convertirá en un verdadero maestro
de sabiduría. No está leyendo estupideces, se trata de los increíbles secretos
del “más allá”, que solamente pueden entender los elegidos y avanzados como él;
ahora piensa que tal vez Marx se equivocó y tal vez existan los espíritus de
los muertos. Los muertos que vienen cada noche, después de la primera botella
de aguardiente de caña, le explican todas esas cosas espirituales del otro
mundo.
Pero, ni siquiera eso lee con seriedad,
se conforma con sostener el texto frente a su cara y mirar de reojo las piernas
semidesnudas de las mujeres de la plaza; aunque sabe que es demasiado tarde, la
vida no volverá a llevarlo a los placeres de la cama con una mujer, se acabaron
las píldoras; le esperan sus amigos, allá cerca del horizonte oscuro, al lado
de aquellas cruces. No tiene dinero, no es nadie, se está apagando, tiene miedo
de ir a dormir ¿Y si no despierta?, ¿si amanece y sus ojos siguen cerrados,
rígidos?, no quiere dormir; estará en la plaza hasta que llegue la noche. El
materialismo jamás le habló de esperanza.
Según el materialismo, el miedo a la
muerte lo diferencia de aquel perro que camina buscando restos de miserias para
calmar la muerte, sin encontrar nada, sin ladrarle a nadie, sin agua, sin
comida, sin saber que se desintegra lentamente hasta convertirse en un montón
de carne inerte. Los animales no saben que se mueren, para ellos la experiencia
de la muerte es como la de comer, dormir, parir; no tienen preocupaciones
trascendentales, no rezan a los dioses, simplemente viven y mueren. La revolución
que nunca llega, lo está convirtiendo en
un perro de plazas, en un ser que solamente piensa en comer lo que haya, lo que
encuentre, lo único que le falta es ladrar.
Desde
la Filosofía de la Trascendencia, el viejo no es igual a ese perro, nunca lo ha
sido. Él es un hombre, un ser especial, con dignidad, “imagen de Dios”, no
habrá revolución que nos robe la
dignidad. Sin embargo, el miedo a la muerte consume la poca conciencia vital
del viejo, representante antropológico de toda la humanidad. Si la vida del
Viejo Agustín no tiene sentido, tampoco lo tiene el Hombre, ni la Humanidad. El
perro parece feliz, indiferente, solamente está pendiente de comer lo que sea. El
ser del hombre, el ser de Agustín no se reduce a la materia. El hombre es
trascendencia espiritual. El hombre es imagen de Dios Padre.
El viejo se desploma existencialmente,
se hunde en el lodo de su terror, le teme a desaparecer, a lo desconocido y
profundamente negro de la muerte, a la seguridad objetiva de la muerte; teme a
la oscuridad de la fosa, a los dos pétalos de algodón que colocarán en su
nariz, le teme al infinito, a la lejanía del cielo, al demonio, al infierno, le
teme a Dios. El perro se cansa de caminar y se duerme bajo la sombra del
araguaney. La tarde muere.
Desde el Positivismo antropológico y
ontológico, todo muere. Según el materialismo, esa es la ley del existir, del
estar ahí, del sentido…, todo muere. La muerte es un hecho, la gente que
conocemos se desvanece ante la mirada indiferente de la Conciencia Universal.
La casa, el auto, el título universitario, los amigos, los padres, los hijos,
la pareja que amamos, el conductor del transporte público, el señor de la
panadería, todo se desintegra en el espacio y en el tiempo. Desde el Nihilismo
existencial y ontológico, el Ser del
universo se hunde, no hay espacio que sostenga al espacio, ni tiempo que
retorne eternamente sobre sí mismo, no existen líneas rectas, ni dirección
alguna, izquierda, derecha, norte, sur, lejos, cerca. La Filosofía de la
Esperanza Trascendental se hace opción antropológica de compromiso social, la
Filosofía de la Esperanza es un rotundo NO al Nihilismo de izquierda o de
derecha. La muerte no es el final del ser humano.
Según la antropología del Nihilismo el
universo se hunde, el vértigo existencial se convierte en la sensación de la Nada
bajo nuestros pies, un cosquilleo que estremece. La solución sería cerrar los
ojos, la mente, la razón, ignorando todo, lanzar por la ventana ese libro
negro: “El infierno espera”. El viejo se hunde en el lodo, puede ver a los
gusanos que surgen de sus calzados, como asesinos desesperados por comerse sin
compasión la carne nauseabunda y desagradable de la piel carcomida por la
hambruna y la marginalidad extrema. De nada han servido los años de narcisismo,
los años dedicados los placeres del sexo libre y del vino. Sin Dios la vida se
apaga, y al final surgen los gusanos.
Ahí, en el absurdo caos de la plaza
están los objetos, las cosas que no sirven, esas partes de la realidad que
nadie toma en cuenta, un recipiente vacío de cerveza, un papel blanco y sucio,
el viejo que se está muriendo, una botella triste de color ámbar; una
prostituta borracha, con el vientre hinchado, deforme; las famélicas palomas rutinarias,
los árboles sin frutos, los mismos rostros de cada mañana, nadie toma la vida
en serio. Un perro persigue a una de las ardillas, todos miran como si se
tratase del espectáculo del día. La prostituta borracha se queda dormida en el
banco más escondido de la plaza, a nadie le importa que se esté orinando. Aquí
no hay revolución. Los hombres y mujeres empobrecidos de América Latina son el
rostro humano del compromiso al que estamos llamados; ahí están arrojados
pidiendo nuestra ayuda, la mano amiga de todos los educadores, los maestros,
los profesores.
*****
¿Qué es la vida? ¿Cuál el sentido de todo
esto? ¿Existe Dios? ¿Todo es materia evaporándose para siempre? ¿Qué significa
“siempre”, “nunca”? ¿Por qué puedo cuestionarlo todo? ¿Qué es la conciencia?
¿De dónde la razón como cualidad interpretativa? ¿Azar? ¿Así de simple? ¿Es el
comunismo marxista lo que nos espera? ¿El comunismo es cristiano? ¿Hacia dónde
nos llevan estos comunistas?
No puedo caminar con una lámpara en la mano y
preguntar a la gente sobre la esencia del ser humano. Aquí no hay personajes
imaginarios, todos los héroes se quedaron en las bibliotecas y en la mente de
algunos profesores. La plaza es la puerta al despertar filosófico, ahí camina
el ser y el ente, la nada y la totalidad. Aquí se entreteje la trama ética de
los pueblos, se transforma a cada instante el principio espiritual del alma
humana, el absurdo deja de ser una novela melancólica y descolorida. El rostro
de cada persona ya no es un concepto, o una metáfora, ni un simple símil
literario, ni se reduce a ser una inspiración poética, tampoco se trata de la imagen
de algún ángel que da esperanzas de reencarnaciones cíclicas.
El rostro de los pobres tiene nombre y
apellido, se han estado muriendo de hambre desde el mismo día en que nacieron, casi
sin esperanzas, no saben de metas, de objetivos para alcanzar el éxito; ahí
están… abandonados, rezando. Aquí la filosofía es una reflexión sobre la
tristeza que se aloja en la mirada de esas mujeres, parecen caricaturas propias
de pesadillas nocturnas y dementes. La vida en estos pueblos es un mal sueño de
alguna divinidad atolondrada y sin corazón, o la consecuencia funesta de una
Antropología de la Muerte ya sea de izquierda o de derecha. Esas mujeres eran
las niñas del mañana cuando empezó esta revolución, y le llenaron el corazón de
cantos y promesas, sin embargo, se quedaron esperando; a veces llega el camión
de los pollos a Mercal, eso es todo.
Lo paradójico es que en esta plaza se
encuentra la fría realidad del sentido de la vida, no hay lugar para el engaño,
“Imagen de Dios”, “el hombre del éxito” “el socialismo”. Las preguntas surgen:
¿Tiene sentido filosófico, teológico, sociológico la existencia de estos
personajes burlados por los espíritus extraterrestres y por los revolucionarios
del nuevo milenio?, ¿la dignidad espiritual del ser humano se vincula de alguna
manera al vientre enfermo de esa prostituta?, ¿de la boca abierta de la mujer
que ronca surge el espíritu, la dignidad, el lenguaje, el pensamiento, el alma,
el “Yo”, la conciencia, la cultura, la religión, la filosofía, la ciencia,
sabiduría o la muerte?, ¿el rostro de esa mujer, la del anciano “nos hablan del
hombre”?, ¿dónde está la esperanza?, ¿dónde está la fe?, ¿qué significó la
frase “te amo” del primer hombre que se acostó con aquella mujer?, ¿para qué
hizo la “primera comunión” el viejo que se muere?, ¿quién besará los labios de
la mujer que ronca?, ¿cuál de ellos es sujeto?, ¿cuál de esos seres es objeto?,
¿libertad?, ¿fraternidad?, ¿igualdad?, ¿revolución ?, ¿éxito?, ¿engaño?, ¿burla?,
¿lejanía?, ¿tristeza?, ¿muerte?, ¿nuevos compromisos?
El calor es tan húmedo que el
pensamiento se evapora, se hace sustancia única con la náusea de la mujer que
vomita. El perro corre desesperado para alimentarse, no dejará nada, come
apurado antes que lleguen los otros animales. La vida en sí misma, desde las
leyes del Mercado será siempre lucha por sobrevivir, alimentándose de las
miserias que salen de las entrañas de la mujer. Nunca habrá que olvidar que
Jesús de Nazaret optó por esta gente, por los pobres, por los olvidados. Jesús
de Nazaret es la Esperanza, y fuente real del compromiso existencial de
trascendencia.
Desde el campanario de la iglesia se
puede observar la totalidad infinita de la plaza, es una soledad densa, igual
en cada una de sus partes, sin diferencias significativas entre sus elementos.
La materia se manifiesta en movimientos de múltiples colores, sin combinación,
nada de sistemas, ni de relaciones sistémicas infinitas e incontables.
El viejo sigue ignorado como de
costumbre, no tiene con quien compartir, ni siquiera las palomas comen esas
horribles migas de pan, no quieren contaminarse de esa vejez. Para el Mercado,
el Viejo no vale. Para el Positivismo, el Viejo se muere. Para el Marxismo, el
Viejo estorba. Para la Revolución que no llega, el Viejo es un voto que se
puede comprar.
Para cualquier materialismo, la vejez es
la verdadera y triste esencia antropológica que no aceptaron los filósofos
espiritualistas, se nace viejo, se nace para la muerte. El materialismo siempre
tiene el mismo mensaje: ¡Atención, todos vamos a morir! ¡Todos envejecemos muy
lentamente! ¡Nos apagamos! ¡Seremos arrojados como cualquier basura! La muerte
absurda es la eterna promesa de todos los revolucionarios materialistas.
Las tres mujeres parecen muñecas mal
maquilladas, los muchachos limpiabotas caminan en círculos, mendigándole a la
vida cualquier limosnas para justificar las horas absurdas y monótonas. ¿Cómo
se puede ser educador y no inquietarse existencialmente, al ver tantos niños
abandonados al azar de la miseria y de la pobreza extrema?
El cura bendice a todos con un ritual
casi mudo, “Dios los bendiga”. ¿Existe
la bendición divina en aquellos rostros? ¿A ese viejo le interesan las
bendiciones de los curas? ¿Qué es la vejez? ¿Etapa final de qué? ¿La vejez de
un pobre? ¿Nacer, vivir, envejecer? ¡Qué horror! ¡Manos temblorosas y
mugrientas! ¡El Destino de los dioses! La vida es la vejez. Sin Dios, la vida
es la muerte.
Sin Dios, todo desaparece al morir, no
hay espacio, sensaciones, sensualidad, dinero, poder, sexo, tiempo,
respiración. Sin Dios, en la muerte se acaba el momento de comer, viajar, te
esperará un puñado de tierra amarillenta y pegajosa que te asfixiará eternamente.
***
***
Aquí todo es caótico, descolorido, una materia
homogénea, sin sorpresas, sin sabor, sin sentido, sin nada que la ilumine. La
conciencia no puede iluminar al Ser. La conciencia parece la enfermedad
alienante, droga innata que permite ahuyentar momentáneamente el terror a lo
inevitable. En la plaza conviven los insectos con las iguanas, las prostitutas
con los borrachos, los perros con la basura, los olores nauseabundos con las
flores de las trinitarias, el viejo con los muchachos limpiabotas, todo aquello
que la revolución juró cambiar; sin
embargo, ahí está la miseria evolucionando en proyectos de muerte, pidiendo a
grito solidaridad humana.
No se trata de una escena romántica, de una
comunidad de vecinos que comparten algunos lazos de significados existenciales
del pueblo, o la episteme popular de una misma historia comunitaria. Nada más
ilusorio que esas teorías de análisis social, de metodologías subjetivas que
pretenden ser válidas; y que poco tienen que ver con el tormento existencial de
los habitantes de este caserío. Sin duda, la sociología no ha sido, no es y
jamás será ciencia exacta, de resultados objetivos e incuestionables.
Ningún cuadro, ninguna descripción
fenomenológica, datos estadísticos o cualquier otro invento “científico” es
reflejo objetivo de la realidad social. No hay modo de hacer dato objetivo al
hombre, sin convertirlo en cadáver. Ningún cuadro estadístico refleja el
absurdo existencial de los personajes de esta plaza. Aquí no hay ninguna
probabilidad de hacer ciencia. La Filosofía de la Trascendencia es el único
camino que permite mirarnos en el espejo de la tragedia humana, de un modo
existencialmente válido. La Filosofía de la Trascendencia se convierte en profeta
que grita las injusticias y las mentiras de los políticos de turno. Por eso, el
pensamiento es el enemigo a vencer de todos los dictadores. Todo el que piensa
es enemigo. El que obedece sería el revolucionario perfecto para los fines de
cualquier dictadura.
Sin el modo existencial, sin esa
cercanía a la vida desde lo real y cotidiano, carecen de sentido la
fenomenología, la hermenéutica o cualquier otro intento cuantitativo o
cualitativo de acercarse a la trama vivencial de los seres olvidados. La
educación es compromiso con la gente que necesita solidaridad humana.
Este modo existencial es la vivencia que
surge en la intimidad de la conciencia, cuando se cuestiona el sentido de la
vida desde lo fenoménico que estalla en la propia historia de vida y no en una
subjetividad vacía, virtual, alienante, inexistente o producto de fantasías
académicas. Si no hay la capacidad de sufrir lo fenoménico, no habría
posibilidad alguna de reflexión filosófica, ni antropológica; menos, se podrá
vivir a plenitud la vocación docente.
Tal vez, se hará política al servicio de
los políticos de turno, así lo hizo el gran maestro Aristóteles con aquello del
“animal racional”, ¡Claro! racionales eran solamente los griegos de la élite
social dominante, realeza, nobles, generales; por supuesto, animales eran todos
los demás: los griegos ignorantes, griegos del pueblo, esclavos y todos los
hombres y mujeres de las otras culturas, los llamados “bárbaros”. Los
seguidores de cualquier dictadura son revolucionarios y hombres nuevos para sus
líderes; los Otros, los que opinan diferente, serán “enajenados”,
“imperialistas”, “burgueses”, “enemigos”, “judíos”, “latinos”, “musulmanes”.
La única posibilidad de profundizar en los
temas de la filosofía antropológica sería desde la opción existencial y
trascendental, que no se reduce a frases emblemáticas al servicio del nazismo
de Adolf Hitler, “El hombre es un ser para la muerte” ¡Descubrimiento colosal
de Heidegger! Es decir, un animal mortal, como cualquier loro, perro, gato o rata,
con la diferencia de que las personas se saben mortales; en otras palabras, el
hombre sería un animal triste, melancólico, enfermo por la debilidad y el
terror; además, envuelto irremediablemente en la conciencia de la muerte, o de
la temporalidad finita de su ser.
En lo esencial, para Heidegger y para
Hitler, si un alemán es un ser para la muerte, cuya naturaleza es saberse
mortal, toda historia personal o social sería el proceso de la muerte personal,
comunitaria y social; en consecuencia, la humanidad sería una manada anónima
que se muere, desaparece. En este sentido, poco o nada valdría la vida de un
soldado alemán, nada valdría la vida de un soldado de cualquier nación. Total,
todos hemos nacido para morir, ¿qué podría valer la vida de un judío?: Nada…,
¡Perdón! Con ellos se fabricaron la grasa para tocino y jabones; con sus huesos
se hicieron buenos y resistentes botones para los uniformes de los soldados
alemanes.
Esa siempre ha sido la etapa crucial de todas
las dictaduras disfrazadas de revoluciones: aniquilar al contrario. Nunca
debemos olvidar las lecciones de la historia. Las dictaduras no dialogan. Las
dictaduras se hacen llamar revolucionarias. Las dictaduras aniquilan sin piedad
y sin escrúpulos. No lo olvidemos jamás. Ningún educador comprometido con los
más necesitados se somete libremente a dictadores de izquierda o de derecha, el
compromiso es siempre con las personas de carne y hueso que viven en cada
plaza, en cada pueblo.
Heidegger despreció cualquier intento de
trascendencia metafísica, por ser la fundamentación filosófica que sustenta
todo tipo de espiritualidad antropológica, nada más religioso que el pueblo
Judío. Era lógico; sin Dios, el hombre es un animal para la muerte. Heidegger
sabía lo que hacía, en su Filosofía no había ingenuidad, inocencia; por el
contrario, fue el perfecto cómplice. ¡La pregunta por el Ser! ¡Por Dios! Hasta
en los cómics se afirman que el hombre es un simple mortal, no hacía falta
cuestionar el ser de las cosas desde el ser del ser que se cuestiona para justificas “Los Campos de Exterminio”.
Lo filosófico no es solamente
preguntarse por lo que ya tiene una respuesta, una opción antropológica y
ontológica. Así, la pregunta por el Ser no sería más que un modo de ensayo
literario con algunos términos llamativos, para justificar las opciones
políticas que ya se tenían a favor del nazismo. Heidegger jamás se preguntó
sinceramente por el ser del ser que cuestiona al ser, solamente expuso sus
propias opciones ontológicas y antropológicas. No hizo filosofía, hizo política
al servicio de la aniquilación y la inmoralidad de un régimen asesino y
despiadado, para lo cual redujo a la animalidad mortal a todos los hombres,
aniquilando desde su filosofía toda metafísica trascendental. Heidegger soñaba
con un mundo sin Dios, dominado por la raza aria, así de simple.
***
****
Las vidas se vuelven un torbellino de
infinitas posibilidades en el mundo subjetivo donde reinan las ideas, ya sea en
las visiones virtuales, en los sueños de los poetas y en las lecciones
universitarias; pero aquí, el cansancio se hace pesado y existencial, es como
si todo se estuviese paralizando para siempre, como si la finalidad de cualquier
acto fuese la quietud mortal, como si todo estuviese definido desde siempre y
para siempre. De pronto, la vida comienza a detenerse, como si el verdadero ser
fuese el objeto, lo que está ahí sin razón, sin lógica, sin necesidad de una
conciencia, como negación fenoménica, sin signos de vida humana, desarrollando
la capacidad de no existir. No es fácil vivir la Esperanza.
Desde la Filosofía de la Muerte, todo se
transforma en cosa, en objeto, en basura. La vida humana cotidiana, su trama,
sus sufrimientos, sus angustias, sus alegrías todo es silencio y vacío, nadie
sabe que existimos en esta galaxia, la vejez nos roba la existencia, nos convierte en zombis.
Desde el campanario se respira el silencio y la oscuridad de la totalidad del Ser,
allá abajo todo parece una misma oleada que se detiene muy lentamente, como la
vida del viejo que duerme en la plaza. No es fácil vivir la Esperanza.
En el área de las investigaciones de las
llamadas ciencias sociales, la hambruna de miles no es más que un dato numérico
supuestamente estadístico, un reflejo matemático y objetivo de una realidad
palpable y perfectamente medible que inquieta profundamente la conciencia racional,
desde donde siempre nacen los discursos políticos carentes de fundamentación
filosófica trascendental. Los datos estadísticos sobre la hambruna pueden ser
la fuente de libros y de ensayos sociológicos, acompañados de estremecedoras
fotografías e imágenes de la realidad de los desamparados. Todo un panorama que haría surgir ensayos académicos; y, tal
vez, una que otra poesía, cuentos literarios, novelas preciosas productos de la
conciencia afectiva, sentimental y amorosa…, pero enajenada, sin compromiso
real con una situación siempre ajena a los científicos sociales. Es difícil
vivir el compromiso de la vocación docente.
Los escritores de novelas y los sociólogos
generalmente son observadores enamorados de la dignidad espiritual o cultural
de los seres humanos. Los sociólogos, poetas, novelistas y narradores
literarios muy pocas veces viven en los
pueblos aislados y moribundos de estos llanos cubiertos de miserias y lejanía,
ellos se visten de lujo, y acusan a todos de imperialistas; ¡Ah, cómo les encanta
el whisky! El investigador de éxito no se ensucia el perfil de su conciencia
con la peste de esta gente, llamada “el pueblo”.
El rostro de la prostituta cuestiona la
intimidad de la existencia, no es una idea abstracta, un número imaginario, una
inspiración literaria que motiva
lágrimas. El sentido existencial deja de ser transparente, surge de las
sombras irracionales. El sentido existencial no es producto de una acción
subjetiva en la conciencia racional, ni en la conciencia afectiva, la escena de
la mujer dormida está ahí, como una vivencia trascendente al ser de la
conciencia, pero no hay posibilidad de neutralidad subjetiva. La pobreza es la
llamada a la vocación docente desde el Compromiso Trascendental.
La conciencia existencial se convierte
en el rostro desesperado. El rostro empobrecido vuelve y vuelve en cada
recuerdo, se hace parte elemental de la propia historia de vida. La tragedia
del rostro adolorido sacude las entrañas de la Filosofía abstracta aprendida en
las aulas de la universidad. La fenomenología teórica captada en aquellas lecturas
formó el intelecto lógico y racional. Sin embargo, en esta vivencia es cuando
realmente comienzo a descubrir su verdadero sentido y se inicia el proceso de
hacer fenomenología de lo existente, se cuestiona el mismo sentido
antropológico o la posible razón de ser de la existencia de las personas y de
la humanidad. El rostro del Otro es un llamado, es vocación de ser persona. Se
da vueltas y vueltas… y el mareo lo invade todo hasta perder la noción de la
vida misma. El Otro es el modo humano de la Trascendencia.
De hecho, desde la preocupación racional
suelen ser elaborados los discursos políticos, las narraciones románticas, el
amor a los pobres, la poesía revolucionaria y la literatura de este nuevo milenio.
La política comprometida con el poder de las revoluciones del nuevo milenio y
la literatura alejada de la vida concreta, siempre surgen de la lógica racional
al servicio del Mercado y para el beneficio económico de los autores. En el
fondo, sin importar los estilos literarios utilizados, la lógica del animal
racional tiene múltiples e ingeniosas máscaras ideológicas de dominación.
¿A quién importa la existencia de esta
plaza?, ¿al imperio?, ¿a la oligarquía?, ¿a la revolución?, ¿a los animales del
bosque?, ¿a los peces del mar? Tal vez, alguno de esos filósofos de la
liberación muestre interés, curiosidad por esas fotografías, imágenes de las
escenas vividas en las plazas pobres de América Latina, quizás se inspiren para
hablar de la pobreza de las miserables víctimas del imperialismo salvaje,
dictarán charlas y conferencias en los lujosos hoteles de Londres, Roma,
Madrid. ¡Así suelen ser ellos! ¡Tan liberadores y revolucionarios! ¡Tan
bolivarianos!
Desde el materialismo, nada humano
importa a las estrellas, ni a los planetas, ni al universo, todo se reduce al
polvo cósmico, la conciencia es polvo, la sangre es polvo, la historia es un
montón de cenizas, los pueblos son cúmulos de cadáveres olvidados, he aquí la Antropología
de la Muerte, no hay esperanza, no hay fe, no admiten a Dios y se hunden en el
Nihilismo.
Desde la antropología nihilista, en la
insignificancia de la existencia se
revela la Nada, como condición material y manipulable del ser del policía, del
limpiabotas, de esas mujeres y del pobre viejo que se muere de tristeza. Desde
el nihilismo existencial, la soledad lo envuelve todo. Un filósofo nihilista,
que estuviese sentado aquí, probablemente sentiría que la respiración se hace
cada vez más enferma, las gotas de sudor le fastidiarían, sentiría el desespero
en el recorrido de las gotas de sudor por la espalda húmeda, la vida sería
aburrida, no podría sentir ninguna novedad. El Nihilismo intelectual es un lujo
de filósofos de las plazas del viejo continente.
Para el Nihilismo, toda la realidad
ontológica universal sería lo mismo con el Sol o sin él, con la Tierra o sin
ella, sin la plaza o con la plaza, con el policía, con los limpiabotas, con las
mujeres, con el viejo Agustín o sin ninguno de ellos. ¿Qué puede importar la
vida de ese viejo?, tal vez nada, pero en el fondo, se podría afirmar lo mismo
de todas las personas del mundo. Si una vida no tiene sentido, todos vivimos en
el absurdo existencial. Entonces, todo vale, lo bueno o lo malo da igual, total
nada tiene sentido. Dios es el sentido del compromiso vocacional de todo
educador.
La revolución materialista de algunos dictadores sería un
canto al absurdo existencial y ontológico. Si la vida de ese viejo no tiene
sentido, el universo está demás. Si el hombre es un animal, para qué la
racionalidad. Si el hombre es un animal más de este planeta, todo lo que existe
se reduce a ilusiones alienantes de un simio parlante condenado a desaparecer
como cualquier otro cúmulo de polvo cósmico perdido en la oscuridad del
espacio. ¡Ah, a ellos les gusta la piscina y el whisky! ¡Dios está en la plaza,
no en esas piscinas! Con una botella de un vino lujoso, sería hasta cómodo
filosofar para el Nihilismo. Lo difícil es hablar de Dios, de Esperanza y de
Trascendencia a la gente de esta plaza.
Aquí estoy navegando como fantasma
nocturno en el mundo de las ideas de Platón, en esa realidad perfecta que sólo
existe en las mentes. Ahora puedo tocar con estas manos la idea absoluta de
Hegel ¡Claro que ese alemán tenía razón! La idea absoluta es real y palpable,
se mueve allá en la plaza, ¿o más bien en mi conciencia? ¿Será que el mundo de
las apariencias sensibles despreciado por Platón es lo único que está ahí
abajo? ¿Esa idea absoluta que se hace conciencia absoluta en la negación de lo
“Otro”, es el reflejo de la desesperación de una subjetividad animal que se
muere?
Ahí está lo “Otro”, la apariencia, lo
sensible, la quietud, la insignificancia de la plaza, del planeta, del sol, de
la historia, de la razón, de las ideas. ¡Sin Dios, no hay significados existenciales,
ni trascendentales! El mundo de las realidades perfectas e ideales se lo está
tragando la tuberculosis de ese viejo. Aquí sólo hay casas olvidadas entre el
monte y el calor de los llanos inmensos y eternos, como el dolor de la muerte.
Si Platón y Hegel viviesen en este pueblo, tal vez morirían de tuberculosis.
****
****
Me siento en uno de los bancos de la
plaza, comienza un nuevo proceso en mis vivencias, las cosas se acercan, están ahí,
me miran, me acechan. Los árboles me observan, los limpiabotas juegan con una
pelota de goma, puedo sentir la presencia del hambre que crece con los años,
ellos son la miseria real que se hace historia, la negación del porvenir. Sin
embargo, esos niños son la verdadera razón de la vocación docente, ellos son el
llamado al compromiso y a la responsabilidad de todos los educadores.
El hambre tiene rostro, tiene como
catorce años, un cuerpo famélico, de piel enferma, de estatura mediana, casi
sin estudio. ¿Sabrán esos muchachos de esperanzas y de libertad, autoestima,
vocación profesional? Sin educación, simplemente, crecerán, se reproducirán, se
enfermarán y morirán bajo el imperio de la revolución que no llega. Seis muchachos con los zapatos
rotos, de ropa vieja y sucia. ¡La inocencia, Dios! Son felices, juegan, gritan,
corren.
La Nada no ha llegado a la conciencia de
estos muchachos, para ellos el Ser es la total plenitud y felicidad. Los
adultos se encargarán de entristecerlos, algún día no tan lejano, tendrán
conciencia de sus existencias, se compararán con otros jóvenes, se arrugarán,
beberán licor barato hasta la locura, algunos se quedarán aquí para siempre,
con un mundo pequeño de pocas calles; los otros irán a las ciudades y limpiarán la basura, la
mugre, hasta quedar sin dientes y con las manos moribundas de tanto trabajar;
tal vez, cuan do estén viejos, se acordarán de la belleza de esta plaza, de los
días felices a pesar de la hambruna enfermiza, recordarán a los borrachos y a
las mujeres de la plaza, y sabrán que la revolución que nunca llega fue una
ilusión y nada más.
Los muchachos son el futuro, la promesa
de la patria, de la humanidad, son el destino, la esencia del ser personal que
se desarrolla dialécticamente. Los seis están arrojados en la plaza, con sus
gritos, sus alegrías ingenuas, su desdén frente al hambre matutina, parece que
quisieran destruir el peso de lo real con la inmediatez de su juego de pelota.
Lo material, lo que está fuera de la conciencia no desaparece, es todo el tormento
del hambre que les marcará hasta borrar cualquier destello de imaginación de
una vida feliz, no habrá proyecto político que les engañe para siempre.
Sin solidaridad humana, que les brinde
una oportunidad, seguramente el hambre se convertirá lentamente en la
naturaleza que se nutre de sus cuerpos infantiles y dejará profundas heridas en cada uno de
esos cuerpos, de esas mentes. Sin educación adecuada, la inteligencia
quedará reducida a la supervivencia. Entonces, en lo real, la persona es el
hambre. La ética de esta revolución que no llega es el hambre. La política
revolucionaria parece ser el hambre. A la conciencia revolucionaria del nuevo
milenio parece no importarle el hambre de estos niños. La moral de algunos
políticos es el hambre. La religión de algunos políticos es el hambre. La filosofía
de algunos políticos es el hambre. La plaza de estos muchachos es el hambre, es
la América Latina, es la filosofía popular de las revoluciones militarizadas
que se han dado en la historia de
nuestros pueblos, es el imperio de los falsos revolucionarios, ha sido la revolución
que engaña.
Aquí en la plaza, los muchachos corren
de un lugar a otro, sin saber que su realidad, en el mejor de los casos llegaría
a ser un número, un dato estadístico que a nadie importa, “37% de población
menor de los dieciocho años vive en estado de pobreza extrema”. La sociedad de
informes sociológicos destruye el rostro verdadero de las personas. La
conciencia racional se justifica a sí misma.
El poder no acepta el compromiso. No
existen nombres, rostros, tamaño, madres, hijos, amigos. No existe el vecino,
el compadre, el amor, el odio. Los sentimientos no existen. Para algunos
políticos, el universo es realidad material, medible, probabilidad, totalidad
anónima. Aquí no hay seres humanos, nadie sufre, llora, come. Aquí las tumbas
no tienen almas. Todos se van al infierno del consumismo animal. Para estos
líderes políticos, el hombre de éxito consume a los más débiles. Para ellos, la
humanidad es un profundo y lúgubre océano donde los peces inferiores no tienen
derecho a la vida, sino al hambre, a la esclavitud, a la muerte y al anonimato
de una encuesta sociológica.
Según la Filosofía de la Muerte, el pez
grande cuando cuida a los más débiles, solamente se asegura de tener comida a
la mano, pregunten a los diputados de la Muerte, ellos siempre nos han
protegido. El cuidado es más intenso, cuando el amo supremo es militar. Siempre,
en América Latina, el amo militar se convierte en rey, su familia en la
realeza, sus hijos en príncipes y sus amigos en la nobleza.
En la política de la Muerte, el pueblo
es la comida, el sufrimiento del pueblo es la bebida, el hambre del pueblo es
la riqueza del rey, príncipes y nobles, ¡claro!, las propinas siempre son para
los seguidores fieles. Todas esas revoluciones giran en torno al poder central
de un rey semidiós que todo lo sabe, que todo lo puede, que salva a todos y a
quien todos deben adorar. Los adversarios son traidores y merecen las más horribles
de las torturas.
Hace poco, un señor de traje lujoso
llegó a esta plaza, reunió a todas las personas del pueblo. “Seguro tenemos
cincuenta y cinco votos”. Eso era todo lo que valían las personas, nada más.
Las prostitutas eran cuatro votos, los borrachos como cinco, claro y también
sumaron el voto del viejo moribundo. Las realidades cotidianas de cada persona
no llegaban a ser consideradas ni siquiera como objetos. Los salvadores
políticos se preocupaban por los galones de gasolina, las franelas, el equipo
de sonido, las cervezas, por la hora, el clima, el calor, la oscuridad, los
zancudos…, el viejo, las mujeres y los niños nunca tuvieron rostros humanos
para ellos.
Cualquier cosa era más importante que el
rostro de la gente. Para ellos, esa gente no era más que un montón de votos. Para estos políticos, apretar
la mano de aquellos moribundos era un acto vergonzoso, daba asco el contacto
con gente tan enferma y hambrienta. La ignorancia y la melancolía sin esperanza
se vestían con una nueva camiseta, con el rostro del líder político de turno.
Lo mismo hicieron sus padres, sus abuelos, todos los espíritus de la noche que
ahora se lamentan por las calles de este pueblo. Cada uno de ellos se llenó el
corazón de la revolución social
prometida; ahora vagan por las copas de los árboles, según el decir de los
abuelos solitarios. Todos los muertos se cansaron de coleccionar camisetas
revolucionarias.
El sol calienta la brevedad de la
mañana. El tiempo no existe en el corazón de este pueblo. Las preguntas sobre
el sentido de la existencia carecen de sentido y de existencia para cualquier
líder político descomprometido. Aquí el pensamiento está demás. Sin embargo, es
la humanidad en sus más enigmáticos secretos que se revela en estas vidas tan
comunes en América Latina.
Esos muchachos jugando, el viejo que se muere,
las mujeres agotadas por el degaste de la miseria, los borrachos impertinentes
y delirantes, los políticos mesiánicos que a veces aparecen, las camisetas
revolucionarias, el calor, el polvo amarillento que agobia, el sudor que
recorre todo el cuerpo, las ganas de huir hacia la nada, esa es la existencia,
ahí está el sentido, ahí está el absurdo en que nos están hundiendo los
revolucionarios y políticos de turno.
Así es la vida desde la política y la
lucha por el poder, sin nada especial, arrojada al torbellino negro de la
muerte, las personas poco importan, la lucha es por el poder, tener y placer. Desde
la antropología de la Muerte, y desde el Nihilismo, no hay sorpresas, la
esperanza es un concepto alienante. Para ellos, el ser lo determina la calidad
de la alimentación, si comes porquerías, en eso te están convirtiendo; ellos se
alimentan con los manjares más lujosos que el Mercado les proporciona, quieren
ser dioses.
****
*****
La existencia no es una poesía romántica,
no se trata del trinar de las aves, de los bellos ojos de la mujer amada, el
canto de la sirena, las almas en el cielo, los hermanos de la sociedad sin
lucha de clases, de la suavidad de la espuma de las olas, del amor entre dos
corazones entrelazados en un mismo destino. La mujer de piel arruinada me está
mirando y su esencia antropológica es el hambre en su sangre. Ella me acusa, me
asusta, me describe perfectamente la trama humana. Ella es madre de uno de los
muchachos que está jugando en la plaza. Los dos están ahí, respiran, sufren,
mueren de hambre.
Tal vez, a la hora de dormir, la madre
le enseñe algunas oraciones para que los espíritus los protejan de todos los
males. Si tienen suerte, tomarán algo de café con algún pedazo de arepa, eso será
todo, lo mismo de ayer, de hace años, lo mismo que cenaba la abuela, la otra
abuela; siempre han comido lo mismo en este pueblo, las sobras de la revolución
que nunca llega.
Ninguna de esas mujeres vende su cuerpo
por elegancia, no se trata de cambiar de vida, convertirse en una modelo de
fama internacional, de vivir con un hombre millonario que la lleve a mundos
imaginarios. Aquí el sexo se vende por cualquier enlatado sobrante, o por una
cerveza a media noche, por una botella de aguardiente de caña, la revolución
lejana se quedó en promesas.
El cuerpo carece de valor, ¡Ah, los filósofos
y la dignidad del cuerpo humano! ¡Los filósofos y la dignidad del espíritu
inmortal del hombre! ¡La dignidad de la mujer! ¡Hasta tiene fecha la dignidad
de la mujer para ser celebrada en todo el mundo! La carne del ganado se compra
y se vende a mejor precio. El alma, la conciencia, el yo, el espíritu, la dignidad,
el respeto, los derechos humanos, nada de esas cosas pertenecen a la intimidad
existencial de esta gente. Sin embargo, ellos
son imagen del Dios Vivo y no de letras muertas.
Así, pues, desde la cultura del Mercado,
la dignidad del ser humano es un bien de consumo que se compra y se vende. Si
no tienes dinero… no eres un ser humano, no tienes alma. Si no eres un líder
político de prestigio…, entonces tu
cuerpo vale menos que la carne de pollo. Ni siquiera los espíritus o las ánimas
milagrosas cuidan de esta gente pobre. El ser esencial y digno de la humanidad
no es más que una mentira para los falsos políticos, la verdad está en la
mirada de esa prostituta, en la inocencia de esos muchachos, en la idiotez de
los borrachos, en la falta de vida del anciano que acaba de abrir los ojos para
mirar las mismas nubes incoloras de siempre. Todo me asusta, no se trata de una
angustia teórica que se describe, mientras se fuma pipa y se bebe vino, me
asustan porque es mi propia historia, me hundo con ellos, me desespera no ver
el final de esta pesadilla llamada liberación socialista.
Aristóteles se inventó la más grandiosa
de las ideas metafísicas, ideales, virtuales,
el Motor inmóvil. La explicación última de todo movimiento. El fantasma
que aparta el absurdo infinito de la inercia eterna. Este Motor inmóvil ha sido
elevado a la divinidad espiritual. En el fondo, esa cosa sería la presencia
Omnipotente y Omnipresente del Ser Absoluto. En otras filosofías, este Motor
Inmóvil ha sido considerado la prueba más fehaciente de la existencia del mismo
Dios. Nada más absurdo, pretender que la posible existencia de Dios se deba a
la lógica racional de los humanos, que habitan un planeta que pertenece a un sistema solar cualquiera.
Aquí no hay Motor inmóvil que valga, la razón lógica se hunde en la desesperación
del hambre y de la miseria.
Un excelente profesor me dijo hace
tiempo, “la miseria y la pobreza no definen a esta gente, ellos trascienden
esas necesidades y buscan la esperanza más allá de cualquier desesperanza, ese
es el misterio, esa es la dignidad del alma y del ser espiritual del hombre”.
En el cementerio de este pueblo se levantan cruces y cruces en honor a la
esperanza fallecida. El reloj de aquel profesor revolucionario y bolivariano
cuesta más y es mejor apreciado que una noche de sexo con cualquiera de estas
mujeres. El Compromiso es con esta gente, y nunca con la idea abstracta de la
pobreza. Dios está en la historia de esta gente, no está en la definición de la
pobreza. Dios es Vida, Dios es Amor…, Dios no es una idea, o un teorema.
Margarita es una de las mujeres de la
plaza, parece alegre, contenta; algo extraordinario le está ocurriendo, ya casi
la convierten en la sirvienta, en el coleto, en la esclava de alguna familia en
la ciudad de Valencia. Ella siempre ha soñado con salir de estas tierras, para
conseguir un trabajo decente y digno, de esos que le prometieron los políticos
de turno.
Los señores tendrán una nueva televisión,
refrigerador, aire acondicionado, a Margarita, una cocina, un juego de muebles,
todo a buen precio. Esa es toda la esperanza de Margarita, hasta ahí llega la “dignidad
del día mundial de la mujer”. Para la cultura del Mercado, Margarita es una
cosa a buen precio, tan útil como una aspiradora, tan valiosa como el
lavaplatos, tan humana como la basura que tendrá el honor de sacar a la calle.
Sus tres hijos quedarán aquí en el pueblo, hasta que el destino se los lleve a
la marginalidad de los barrios de las ciudades importantes.
La mujer es el objeto más despreciado de
los políticos de la Muerte, de aquellos que engañan al pueblo, se trata de
arrastrarla hasta la desesperación. Margarita no sabe nada de autoestima, ni de
respeto por la dignidad de la mujer. Los escritos filosóficos de Simone de
Beauvoir nada tienen que ver con la realidad antropológica de las mujeres de
este pueblo.
Margarita saca un viejo espejo de su
bolso, se mira fijamente, no le gusta lo que ve. Ahora, en ese momento
infinito, la brujería del espejo la invade, la sociedad le acaba de transmitir el
virus de la vejez. Margarita se siente horriblemente enferma, fea, desgarbada,
no sabe si reír o llorar; se da cuenta de lo terrible que es la miseria, la
mala alimentación, las noches sin dormir, las gripes curadas a media, el sexo
violento durante su niñez, los vestidos y pantalones recogidos de las sobras de
esta humanidad. Así se siente, como una sobra que se seca bajo el sol absurdo
de esta plaza.
Margarita se olvida de todos, mira su
rostro; piensa que ese detalle puede ser una ventaja. Esa es la verdadera razón
por la cual la eligieron para ser una sirvienta desvalorizada. De eso se
trataba todo, su valor social era su propio rostro, su apariencia enferma. La
señora de la casa, la dueña de todos los objetos, tenía que comprar a una mujer
poco atractiva, para evitar cualquier problema afectivo y sexual con el marido.
Ese señor Pedro se adueñaba de todo, manipulaba cuanto había en la casa a su
antojo.
Margarita tenía el trabajo asegurado, tenía
todo para fracasar en la vida, hasta convertir su existencia en la negación de
cualquier teoría del amor y de la esperanza en el espíritu y la verdad.
Margarita era pequeña de estatura, delgada hasta la enfermedad, dentadura
descuidada, mirada perdida, hablar campesino, su vida ha sido un largo caminar
entre espinas, una fe que destruyó la revolución que no ha llegado.
La enajenación es la felicidad en los
ojos del hambre. Margarita es feliz. Ella espera que pronto le den la buena
noticia de su contrato. Se marchará lejos, “más nunca volverá para este
pueblo”. Si Dios le ayuda, enviará algún dinero a sus hijos. El hijo mayor se
llama Francisco, juega con sus compañeros. Los juguetes son un palo de escoba y
una pelota hecha con la cabeza de una muñeca que encontraron en la basura. Él
se quedará con la abuela y los otros dos hermanos, Ramón de ocho años y Mary de
apenas cuatro años. Francisco se ha pasado la vida entre el trabajo, el hambre
y el juego. A nivel de estudio hizo lo que pudo, llegó a sexto grado, no fue un
alumno mediocre. Lo malo es que en el pueblo no hay un liceo. Parece que su
vida ya está escrita, como la de todos sus compañeros. Algunos de ellos sueñan con
ir a la milicia, si tienen suerte llegarían a ser policías. Para esto muchachos
no existe la universidad, ni vocación profesional según sus aptitudes. Ellos son
herederos de la dignidad de los que se mueren lentamente de hambre bajo el yugo
de la dictadura de esas que siempre han existido en la América Latina.
Por
Agustín…, quiero ser educador.
Por Margarita…, quiero ser educador.
Por Francisco y sus hermanos…, quiero
ser educador.
Por todos los pobres de América Latina…,
quiero ser educador.
NON NOBIS DOMINE, NON NOBIS, SED NOMINE
TUO DA GLORIAM
“LA VIDA DE JAIME STEVEN”
*
La muerte del ser humano condiciona las
reflexiones sobre el sentido de la existencia en los sistemas de filosofías antropológicas.
Desde luego, no se trata de una descripción de la muerte en cuanto hecho biológico
y natural que consistiría en dejar de respirar para siempre; además, como seres
conscientes, se experimenta profundamente de esa experiencia de saber que nos
convertiremos en gusanos inservibles, en humedad que se transforma lentamente
en cenizas olvidadas, hasta que la conciencia de ese “Yo” íntimo y personal se
haga unidad con la nada deforme y anónima, esa materia absoluta que tal vez
sirva de abono para las rosas de un triste jardín. El hombre sin Dios es una
cosa más, tan cosa coma la más sencilla piedra en el desierto. Sin Dios la
muerte es el final. El hombre del nuevo milenio propuesto y formado por el
materialismo de izquierda o de derecha, es una cosa, es un animal de consumo,
que destruye al planeta y odia a todo aquel que no piensa como ellos. Dios
Padre nos hace hermanos; la lucha por el tener, el placer y el poder nos transforman en enemigos. Son dos paradigmas,
uno de Amor, el otro de Muerte.
La conciencia de saberse y entenderse mortal
atormenta la quietud del alma del ser humano y lo diferencia radicalmente de
los animales del ecosistema planetario. Los animales solamente viven, comen se reproducen y dejan
de vivir. La angustia oscura hace al hombre un ser extraño, inconforme,
melancólico, creyente, con esperanzas, pesimista, alegre, triste, devoto,
rodeado de imágenes de todo tipo que le prometan la vida eterna, o la felicidad
plena y terrenal. El hombre es un ser de fe, de esperanza. El Hombre es “Capaz
de Dios”, de buscar la trascendencia no por miedo a la muerte, sino por fe, una
dimensión misteriosa que conforma el Amor en el corazón de todos los seres
humanos.
El hombre vive la muerte en su realidad
más íntima, desde ahí cuestiona la vida como afirmación o negación de la
fatalidad que siempre asecha para destruirlo en cualquier instante, bien sea entre
sábanas blancas olorosas a ese alcohol etílico de los hospitales horrendos, o
la muerte inesperada y sorpresiva bajo la inclemencia del hampa. La enfermedad
es muerte. El dolor es muerte. La violencia es muerte. La tristeza es muerte.
La cotidianidad muchas veces se hace muerte cercana y real. Pero, ahí, en lo
más oscuro de lo cotidiano, se encuentra el Amor que se manifiesta en los seres
queridos, la madre, el padre, los hijos, los hermanos, los amigos, el vecino,
la maestra, el profesor de educación física, la novia, la vida el Amor y
encuentro con el Otro; y es ahí en el encuentro con el Otro, donde surge la luz
de Dios; en el encuentro con el Otro,
Dios está presente como Padre amoroso, como luz que ilumina, como fortaleza que
sostiene.
Sin Dios, los cumpleaños serían un paso
más hacia la tumba. La muerte es la entrada a lo desconocido. La muerte es
despedida inédita. La muerte es el significado de la palabra “nunca”, un adiós
a los seres queridos, a los que dieron calor a esos momentos hermosos de la
vida. La muerte es universal. La muerte está en cada uno de nosotros,
desarrollándose suavemente, devorando una a una las células de nuestro cuerpo.
Sin Dios, el hombre es un animal que se muere. Dios es vida eterna; con Dios el
Hombre es un ser para la eternidad.
Cuando rechazamos a Dios, al final, solamente
quedará el grito de auxilio, moriremos esperando que cualquier amigo nos
consuele. Si rechazamos a Dios, todo será oscuridad y absurdo cósmico, lodo
orgánico, cielo sin luz, nubes grises y sin primavera, morirán todas las estrellas
infinitas. Si rechazamos a Dios, desapareceremos en un universo sin memoria,
sin sentido histórico, sin conciencia, sin espíritu. Sin Dios, navegaremos en
las aguas de una realidad idéntica a la nada, al caos, a la totalidad inmóvil.
No habrá espacio para las mentiras existenciales. Si Dios no está,
entonces, las aguas del Ser serían
indiferentes y oscuras, donde se hunden todas las conciencias humanas e
inexistentes.
Si Dios no está, El Ser y La Nada
carecen de conciencia; el ser de la conciencia sería la muerte de un “Yo” que
se apaga lentamente. Esto es todo lo que nos ofrecen los comunismos teóricos;
este el final de la historia que nos prometen los líderes de la izquierda
revolucionaria. La revolución sin Dios, nos promete la muerte; y cumple con sus
promesas; la muerte absurda y vacía se hace cotidiana; tan común, que ya ni
lloramos a nuestros muertos. El Comunismo se alimenta de fosas comunes.
Si Dios no está, en lo esencial, nos
parecemos a esos animales atropellados que se pudren en las autopistas. Ahí,
bajo el intenso calor del verano, se consume la esperanza de las mascotas o de
cualquier animal del monte. ¡Y eso puede ser todo! ¿Qué importa el modo de
morir? ¡Siempre es lo mismo para los animales del planeta! ¿De dónde la
eternidad del espíritu? ¡Mejor sería la inconsciencia! El Dios vivo es la fuente de Vida y de
Esperanza.
Sin la fe en Dios Padre, la muerte es el
misterio que frustra todo intento de justificación racional o filosófica. ¡La
muerte opaca a la razón lógica! La muerte sería el vacío después de la fiesta y
sus locuras alcohólicas, ese cansancio tan rutinario que nos deja solos y
silenciosos, con náuseas y deseos desesperados de llegar al lavamanos para
descargar toda la basura, hasta quedar desnudos bajo la regadera, esperando que
el agua fresca nos anime para vivir la mentira de otra noche de música desenfrenada,
hasta que vuelva el otro amanecer, la locura se repita, y al final, los
pulmones dejarán de respirar y el corazón se detendrá. Sin Dios la vida es una
locura, un absurdo. Sin Dios el hombre está demás.
La guerra y el odio han sido los
verdaderos protagonistas a lo largo de toda la historia social, la muerte es el
significado final de la existencia personal y social de los socialismo
militares. De nada sirven los placeres, el dinero y el poder. La muerte lo
destruye todo, lo consume todo, lo olvida todo y no quedará ningún alma
solitaria llorando entre las sombras de la noche eterna de un universo
petrificado y absurdo. ¡Sería profunda la tristeza del último fantasma, que
asustado y perdido se vaya apagando como una vela nocturna en la oscuridad
infinita!
**
El
profesor Jaime, ensayista e investigador en el área de la filosofía, de la psicología
y de la sociología con un doctorado en “ciencias epistémicas” se acomoda en el
sillón de la oficina, acaricia el retrato del líder socialista, como si fuese
parte de un rito; toma café, mira las hojas marchitas que caen a lo lejos, el
otoño apacible llega a su final. El frío del invierno se acerca. El universo
será blanco y húmedo, como la vida misma, tan monótona, tan helada, igual a las
flores que desaparecen como aves sin rumbo. Sin embargo, la vida se ve hermosa
y apacible como la noche que se desliza entre las cortinas.
No hay nada como las ráfagas prematuras del
invierno para inspirar profundas meditaciones ontológicas y hermenéuticas: ¿Qué
es el Ser?, ¿qué podemos conocer?, ¿porqué más bien el Ser que La Nada?, ¿cuál
es el “puente epistémico” entre el sujeto y el objeto? ¡Preguntas eternas,
celestiales, angélicas, divinas e inmortales! Él es una promesa intelectual del
marxismo latinoamericano ¡De su mente fluirá la nueva ciencia revolucionaria en
contra del imperio yanqui!
Sin embargo, el entorno no es tan inspirador
dentro de la oficina, mirar el techo blanco, las paredes eternamente verdes. El
ambiente en su oficina es una experiencia aburrida, pegajosa, absurda. Hacer Filosofía
sentados como cadáveres religiosos, carece de emociones alocadas y sensuales. Se
necesita la música interna, casi poética, tan necesaria para escribir el mejor
libro de filosofía antropológica sobre el amor perfecto inspirado en las
enseñanzas del socialismo obrero.
El movimiento vital, la fuerza de la
energía mágica del universo, todo ese descontrol animal está más allá de esa
ventana. La vida real está esperando ser admirada por una mente única y
brillante. Esa vida virtual en la laptop
es pesada, en blanco y negro. Él necesita el calor del pueblo.
En efecto, dentro del mundo de la
Internet, la humanidad camina hacia la quietud histórica; como si de pronto, la
sociedad estuviese llegando al desfiladero oscuro y tenebroso. La computadora
le parece fría, sin calor, ni emociones. En cierto modo, dentro de esa
pantalla, el hombre se convierte en un patético receptor de mentiras, de
ilusiones, de fantasías creadas por mentes mercantiles y manipuladoras del imperio.
Los sabios del nuevo milenio saben solamente
una canción, “la historia ha muerto”, “ya no hay mensajes políticos universales”,
“se derrumbó el muro de Berlín”, “ya no hay proezas que narrar” “no hay
religiones”, “murieron las ideologías”. Ahora, el mundo se reduce a lo visto en
la pantalla virtual. La verdad la establece una máquina. El secreto es la
energía eléctrica que engaña y enajena. Pero, Él, el profesor Jaime Steven
conmocionará al mundo con el mensaje del socialismo del nuevo milenio,
inspirado en la vida y obra de Carlos Marx.
Él conoce el futuro, pronto el hombre
será solamente un centro nervioso con ojos y pocos dedos, lo demás rasgos
corporales serán eliminados por la evolución, seremos unas cuantas células
nerviosas alimentadas por la realidad virtual. Hasta la fe religiosa tiende a
desaparecer, el mundo es lo mirado, el hombre es una imagen, una moda, ojos
azules, cuerpo atlético, licor, sexo y poder. Según su fe marxista, “la
religión es el opio del pueblo”; y Dios ni siquiera ha muerto, simplemente
nunca existió.
¿Quiénes viven de verdad esa realidad
prometida en los sueños ofrecidos en las redes virtuales o en el cine? ¿Quiénes
viven el placer, tener y poder a plenitud al estilo de esos actores virtuales?
¿Acaso, los siete mil millones de seres humanos que habitan el planeta? ¿Mil
millones? ¿Quinientos millones? En la pesada realidad cotidiana, la vida plena
de licores, dineros y orgasmos la disfrutan solamente algunos elegidos o
semidioses de cuerpos perfectos. Él quiere ser uno de ellos; por eso, escribe y
escribe. Los otros miles de millones de terrícolas contemplan y sueñan, algunos
zombis gozan de las imágenes virtuales. Ya no se hace el amor, se conforman con
fantasear frente a una imagen virtual.
El mundo de placer está siendo
suplantado por las imágenes en una computadora. Entonces, ¿Qué es el hombre? Un
ojo con cerebro ¿Qué es el mundo? ¿Cuál es el valor de las otras personas?
Simplemente lo mirado; somos un par de ojos atrapados en un universos de
imágenes irreales. Desde luego, la otra alternativa es la miseria, el hambre,
la muerte, hacer cola todos los días persiguiendo durante largas horas un poco
de harina de maíz.
¡Muerte o enajenación! Estas son las dos
alternativas que nos brinda el materialismo marxista, o el materialismo de la
cultura del Mercado. Jaime sabe lo que quiere. Él sabe que pocos son los que viven el placer prometido, y
muchos los que mueren de hambre sin tener ni siquiera la oportunidad de un
mundo enajenado y virtual. Y si Él, el profesor, Jaime Steven tiene que
escribir libros de fantasías revolucionarias y de mentiras históricas, lo hará;
nadie verá al profesor Steven pasando hambre, ni haciendo colas para comprar un
jabón o rollo de papel higiénico.
***
Jaime había soñado con el título del primer
capítulo de su nueva novela filosófica: “El hombre es la náusea”, donde
presentaría una crítica radical a la antropología del consumo propuesta por el imperialismo
salvaje. Se trataría de la historia de un filósofo que vive profundamente todas
las dimensiones del amor sin fronteras. Mientras Jaime se imagina las escenas
de su personaje, las hojas secas de los árboles grises se hunden en el lodo
frío, una lluvia tímida se escucha a lo lejos. La novela promete ser otro éxito
de reflexión esotérica, masónica y revolucionaria, de esas enseñanzas que leen
algunos líderes políticos. También tomará en cuenta como probables lectores a
esos jóvenes que estudian filosofías orientales,
escritas por ancianos que alguna vez fueron los hippies de la década de los
sesenta del siglo pasado.
Jaime intuía que el amor perfecto y sin
fronteras era la nueva etapa de la evolución del hombre del siglo XXI, la única
alternativa para superar la virtualidad de las computadoras y el desenfreno
consumista. Por supuesto, para crear nuevos caminos de esperanzas tenía que
volver a lo natural, al canto, la poesía, el amor silvestre y sin ataduras, dar
placer a todos los sentidos, según el hedonismo más puro, vivir de un modo
totalmente libre como las aves, las flores y el viento; la revolución de acuario.
La filosofía novelada es la imaginación
de un poeta sensible que se cree y se proyecta como un ser medio angelical, sin
sexo definido. Jaime es un ejemplo vivo de los ensayistas sensibles, refinados,
con ese modo tan peculiar de hablar, caminar y de mirar de algunos
intelectuales. Ahí, frente a su alma, estaba escrita la frase, “La religión es
el opio del pueblo”. Esta frase tan original y magistral está en el centro de
la pantalla de su computadora. El profesor Jaime Steven siente en su piel la
apatía del otoño.
El cielo es gris, las aves han perdido
su encanto. El horizonte es gris. La mañana es gris. La vida es gris. No hay
una flor colorida en todo el jardín. Jaime siente intensos deseos de componer
un poema; tan tierno como el brillo triste de la montaña, algunas letras que
estremezcan a los lectores tan sensibles como él, esos que pertenecen a redes
de poetas: “Poemas de amor”, “Poesías del corazón”, “Pozos del deseo”, “Oasis
de amor”, “Encuentra lo tuyo”. La revolución intelectual es un canto poético
que quiere surgir de las entrañas del poeta Jaime Steven.
La tarde gris le produce nostalgia existencial
y la niñez del filósofo renace en su alma. Jaime puede ver con claridad al niño
que hace años jugaba en las llanuras de su pueblo natal, en las lejanías de los
Andes. Lo recuerda casi todo, el padre y el abuelo siempre descansaban con las
pipas humeantes, la madre y la tía tejiendo preciosos calcetines de los que se
usan en el invierno. En aquellos años de infancia, el secreto de la vida era la
ingenuidad, la sencillez, la aceptación del ser en su estado más puro, sin el
juicio sucio de la conciencia adulta de los humanos.
El aire siempre fresco, las montañas
hermosas, la campiña de los sueños, el canto de las aves. ¿Acaso los animales
se entristecen? La vida era la negación de lo gris, la primavera eterna, la
leche tibia de las vacas, el canto matutino de los gallos, los perros fieles y
contentos, el florecer eterno de la campiña ; padres amorosos, abuelos
paternales; sus dos hermanas mayores siempre hablando de “los novios bellos”,
fiestas, vestidos, maquillajes, revistas de farándula y de modas. Por cierto,
los zapatos de sus hermanas eran preciosos, los zarcillos, las muñecas. En fin,
aquellos días de la infancia marcaron su sensibilidad vital y el gusto por las
cosas rosadas y esplendorosas. La belleza eterna del universo le daba a Jaime
esa energía especial que pocas veces vio en los amigos de la escuela, tan
hostiles, sucios, mal educados, bárbaros y rudos.
El biscocho con la taza de chocolate
mostraba el rostro tierno de la humanidad. Por eso, el encuentro con el Otro
era fácil en el seno familiar; entender el amor como centro del proyecto
humano, vivir plenamente el concepto de libertad desde el corazón que crecía en
el calor de una familia iluminada, su mundo real, su entorno vital, su
existencia concreta; todo sus recuerdos eran fantásticos.
¿Qué es el hombre? El padre, la madre,
los abuelos, las hermanas, ¿qué es la sociedad? la dignidad del espíritu
familiar, tan alejado de todo lo feo y horrible. En su infancia aprendió que el
hombre es encuentro fraternal, relación personal y comunidad unida. Le
enseñaron que la vida siempre tiene sentido, que sus hermanas eran ejemplos de
amor perfecto y de belleza sensual. En su corazón siempre hubo amor. El amor
era su aporte a la filosofía del socialismo del nuevo milenio.
Ahora entendía que la relación entre los
hombres constituye el centro de significados existenciales antropológico y la
oportunidad para el crecimiento personal, el Otro es el camarada. El amor se
hacía realidad al ver a sus hermanas besándose con los “novios bellos”. Desde
luego, desde estas vivencias amorosas y afectivas, la filosofía del encuentro tenía
sentido. El hombre vuelve a ser el centro del universo. El hombre es la imagen
de todas las revoluciones del nuevo milenio.
Cuando Jaime piensa en la esencia de la
humanidad socialista, revive la habitación de sus hermanas, el rostro de sus
hermanas, los vestidos de sus hermanas, el modo de hablar de sus hermanas, los
novios de sus hermanas. La persona es un valor eterno y universal para el
socialismo del nuevo milenio. La vida consiste en la felicidad. La felicidad se
encuentra en la relación entre los camaradas. Se nace, se vive, se muere en
comunidad. La humanidad entera es una gran familia de hermanos revolucionarios,
en donde todos somos hijos de los mismos líderes de siempre, sin límites
afectivos marcados por el sexo biológico. ¡Qué viva la libertad del socialismo
del siglo XXI!
Ahora, Jaime ve el inicio del otoño con
la mirada de un filósofo profundo, silencioso, capaz de encontrar la luz en la
oscuridad del atardecer, para iluminar con sus pensamientos el camino de
salvación a todos los hombres y mujeres que esperan sus maravillosas
reflexiones filosóficas y sensuales. De pronto, sus manos dejaron el teclado,
el corazón estaba paralizado.
Del otro lado de la ventana, lo
inesperado se hacía fatalidad. El destino le recordó la soledad de la noche, un
gorrión pecho amarillo quedó muerto, fulminado por el frío, sus alas dejaron de
moverse, el canto se perdió en la oscuridad. La muerte siempre estaba del otro
lado de la ventana, más allá de la conciencia iluminadora de la existencia. La
conciencia íntima tiene dos caras, ilumina la belleza de la vida, y se
atormenta con el silencio de la muerte oscura, desgarradora. Jaime Steven es
sin duda, un intelectual de la izquierda revolucionaria.
Jaime volvió a deprimirse, todo lo bello
se transformó en oscuridad, quería llorar de tristeza amorosa, como lo hacía la
abuela enferma. La noche era la amenaza de la existencia, la espesa tiniebla lo
envolvía todo, igual que hace años, allá en los Andes. La Nada eterna y oscura
sobrevivía en las aguas del inconsciente, apareciendo solamente para acobardar
y paralizar, la muerte era el recuerdo del rostro de la abuela fría y pálida,
tendida sobre una mesa de madera de pino silvestre. La abuela se convirtió en
un fantasma, en la hada de los sueños infantiles.
La muerte del ave disolvió la belleza de los
días de infancia. ¡Esa muerte tan cruel de la más hermosa de las aves! ¡Tanta
tristeza era demasiado para seguir escribiendo! ¡El rostro de la abuela muerta!
Jaime encendió su pipa, salió a caminar para despejar los sentidos; tal vez,
con algunas copas de vino, la inspiración regresaría a nutrir su sangre
filosófica. La muerte de un ave era tragedia que el alma sensible de un
filósofo de izquierda como Jaime, no podía soportar sin que apareciesen algunas
lágrimas de solidaridad existencial y holística con la muerte de ese pobre
gorrión. ¡Cruel y desgraciado universo! ¡No hay escape ni para los dioses! ¡Oh
filosofía, calma la tristeza mía! ¡Abuela muerta deja de atormentar la
existencia universal! Si la muerte le llega a un padre de familia en manos de
la delincuencia… ¿Qué importa? ¡Hombre o pájaro…da igual! Jaime llora frente a
la muerte.
****
La mejor época para escribir reflexiones
filosóficas en torno a la importancia de los seres humano es la primavera, ese
momento en donde toda la naturaleza se convierte en un himno triunfal y
revolucionario. La vida se hace colores de arcoíris, el mar es más azul, el
cielo más transparente, y el amor, ¡ah, ese sentimiento de los dioses! colmaría
de placeres cualquier atardecer. Jaime pensaba en la esencia antropológica
universal: la felicidad. ¡La inspiración inmortal había vuelto a la mente de
Jaime! ¿Qué es el hombre? La felicidad, la primavera, la negación de la muerte del
gorrión; la abuela cantando y tejiendo con alegría vital, una marcha infinita
de camaradas.
Jaime se sentía luz entre las sombras,
esperanza en la soledad, estrella en el firmamento, el punto más alto de las
olas del mar. El ser humano es la dignidad espiritual, la trascendencia y la
belleza de todo cuanto existe, un alma capaz de sufrir la trágica muerte de un
ave inocente y pura; un alma que construye esperanzas en donde las rapiñas
imperialistas devoran cadáveres.
El ser humano es superior a la muerte.
La revolución es superior a la muerte.
¡Qué viva el socialismo eterno! La raza humana vivirá para siempre, hasta
alcanzar la espiritualización total del cuerpo mortal. Seremos ángeles en la
tierra y revolucionarios infinitos. Nada podrá detener la evolución de seres
elegidos por los dioses extraterrestres y seremos como dioses y reinará para
siempre el socialismo del siglo XXI, en todos los confines de la Tierra.
La novela de Jaime se desarrollaba al mismo
ritmo que el vino en su sangre. Al final triunfaría el éxito de la vida sobre
la tristeza del otoño. A cada noche le sigue el día más esplendoroso que se
pueda imaginar. “El cielo es el límite”. Lo mejor siempre está por venir. La
mente siempre abierta a lo positivo. “Somos lo que pensamos”, “la mente
controla al universo”, “concentrarse es aprender a vivir”.
Cada día es una aventura inmensamente
formidable. La vida es el río de los placeres inimaginables. Vivir es ser
feliz. La vida misma es el verdadero secreto de la juventud eterna que prometen
las revoluciones. El milagro de la felicidad está en el corazón, esperando que
lo descubramos. ¡Todos viviremos felices para siempre! ¡El socialismo llegó
para la eternidad! ¡No volverán los lacayos del imperio!
A los treinta y cinco años sentía que
por su conciencia fluía toda la inteligencia de la energía universal, podía
sentir en cada una de sus células la sabiduría del pensamiento filosófico
legado por Marx y Lenin, tenía que escribir sobre la belleza de la revolución,
sobre el amor y la felicidad, también sobre esos tristes momentos de muertes
inevitables de las aves, mascotas, flores del campo, la muerte de la abuela.
Aunque el tema central siempre sería la
felicidad del universo, la luz de la revolución universal, el equilibrio perfecto de un universo
que se mueve al ritmo de ese amor puro que sólo podía ser descubierto por un
corazón enamorado de la belleza, de la luz, de lo perfecto, por un escritor que
comprendiera el secreto sexual del mensaje de los dioses griegos.
Jaime escribía su filosofía de izquierda
desde el espejo existencial de su historia de vida. El mundo era comprendido
desde sus vivencias, sus recuerdos, la imaginación, sus ideas, su licor, el
humo de la pipa. No tenía hijos, esposa, novia, comunidad, padres; pero tenía patria.
Su compromiso consistía en escribir libros, aquí aislado de la vida mediocre. Jaime
vivía en sus novelas, en el perfecto mundo de los treinta y cinco años, buen trabajo
en la Universidad, hermosa y confortable casa en una urbanización de buen
estilo, moderno automóvil. Él era
ejemplo de lo bien que podía vivir el nuevo revolucionario del siglo
XXI.
Las reflexiones filosóficas surgían a
borbotones, como la espuma de esas copas de la media noche. Él estaba destinado
por los ángeles a iluminar con sus ideas a ese mundo confuso de los jóvenes
revolucionarios. Todos sus escritos giraban en torno al mensaje eterno, “La filosofía
de la revolución socialista del siglo
XXI”. Lo más importante era prolongar para siempre el espíritu de la primavera,
mantenerse firmes en la actitud positiva frente a las adversidades y las
guerras económicas del imperio. Los problemas de la existencia se resolvían en
la mente, “somos lo que pensamos”, conclusión increíble que surgía de los
genios de la última botella de vino, de aquella noche de principio de otoño.
Jaime se fue a su casa, que estaba solamente a pocas cuadras. Se detuvo ante la
puerta, se dirigió hacia la parte posterior de la casa, pudo ver el cadáver
congelado del gorrión, lo tomó por una de las alas y lo arrojó al pote de la
basura.
La noche era joven, la laptop había
quedado encendida, podía escribir una o dos páginas. La fuente del conocimiento
se encontraba en la intuición íntima, una experiencia que siempre aflora como
una caricia fresca de esos momentos especiales de inspiración. Recuerda que su
primera novela la tituló “El mareo”. Claro, en la Universidad donde trabajaba todos aplaudieron la
originalidad y lo inédito del tema. Se trataba del diario de un hombre en París,
que planteaba el absurdo de la existencia desde la experiencia vivencial y
cotidiana.
Según la novela de Jaime, la vida del
ser humano carecía de sentido, la existencia era libertad eterna y fastidiosa.
No había ningún manual para la existencia, cada día era inédito y lleno de
conflictos ambiguos y grises. El personaje de aquella novela era un joven
intelectual “Jean Raquetín”, un francés enamorado de una joven tan superficial
y vacía como la vida misma. Al final, “Jean” se descubre desnudo ante el ser en
sí. El ser de las cosas llegaba sin nombre, sin medida, sin lógica, chocaba en
la mente y producía una angustia, un “mareo existencial”, ese mareo era la
intuición íntima que anunciaba la presencia de un ser en sí externo a la
conciencia.
Esta Novela de Jaime recibió el premio a
la “Reflexión filosófica” de la década de los noventa. Según el jurado, el tema
era totalmente original y novedoso, un salto cualitativo en el torbellino de
los pensamientos revolucionarios de la patria. Desde aquel día de la
premiación, la vida de Jaime cambió para siempre. Ya no se conformaría con una
existencia trivial, superficial, común; una familia que mantener, unos hijos
que atender, hermanos, primos, tíos, amigos comunes y vulgares, nada que
tuviese ese olor tan parecido a las plazas de los pueblos olvidados. Su
intelecto era de otro nivel, capaz de navegar por los senderos misteriosos de
la revolución del nuevo milenio y de los
mares secretos del universo. Sin embargo, ya han pasado diez años y todavía no
ha perfeccionado su segunda novela.
El tiempo carece de importancia para el
profesor Jaime, los estudios de filosofía marxista lo han elevado más allá del
tiempo y del espacio. La edad no tenía importancia, siempre y cuando el
espíritu revolucionario se mantuviese fuerte, con energía para enfrentar y
superar los obstáculos de la cotidianidad. Nada en este mundo iba a perturbar
su mente superior.
Ahora, en sus nuevas lecturas buscaba penetrar
los misterios de la otra vida. Él estaba seguro de que su alma había recorrido
varias existencias en el pasado. Las existencias vuelven al inconsciente a
través de los sueños. La última vez se vio a sí mismo con un hábito color café,
como esos monjes sabios de la Europa del siglo XIII. Jaime estaba convencido de
que siempre su destino ha sido el mismo, “el amor a la filosofía y a la revolución”.
Las ideas de la filosofía de Santo Tomás
le parecían tan sencillas, “la diferencia ontológica entre el Ser y el Ente”,
“el proceso de abstracción de las esencias y la actividad sin movimiento del
intelecto agente en la intuición del ser del ente en la conciencia”, todo le
llegaba con facilidad inusitada, la única explicación lógica apuntaba a sus
vidas anteriores, cuando él era probablemente compañero o maestro de Santo
Tomás de Aquino.
Para Jaime, el secreto del sentido de la
vida se encontraba en una especie de sumatoria de las existencias pasadas, eso
se podía observar en los ojos de las personas. El último trabajo escrito por el
profesor Jaime consistía en una descripción antropológica de sus vidas
anteriores y de la posibilidad de encontrar un patrón existencial que
determinase el sentido de la vida de todos los hombres y mujeres de la
humanidad rumbo al socialismo universal y perfecto.
Entre los secretos develados en su
ensayo filosófico expuso la teoría de que “los ojos son las ventanas del alma”.
Las ideas filosóficas solamente pueden ser asimiladas por almas especiales, por
hombres elegidos por los arcángeles fundadores de las civilizaciones
dominantes. Jaime se sentía un arcángel en potencia, un alma cuyo cuerpo era la
cárcel indeseada. Recuerda muchas veces las frases del abuelo, el de la pipa,
el de los anteojos amarillentos, el abuelo de mirada profunda, quien a diario
le repetía, “Jaime, cuídate de los Otros, de manera especial de los seres de
ojos apagados y bajos”.
Jaime fue aprendiendo que no todos estaban en
el mismo nivel de evolución, que existían seres cerca del estado de la
iluminación espiritual y seres humanos comunes, carnales, de esos cuyo olor a
miseria se percibe a cientos de metros. Él era un líder revolucionario, un
futuro diputado marxista.
Para Jaime no existía nada más espantoso
que el estado de pobreza y de miseria; así, como viven esos personajes en los
ranchos marginales, una vida sin sentido, mejor es morir que vivir en la
miseria. La vida era para disfrutarla, vivir a lo ancho, sin prisiones
mentales, sin compromisos absurdos, sin tareas obligatorias; totalmente libres
de las ataduras de la falsa moral del imperio.
La vida era la libertad absoluta, sin
temores, la libertad de los elegidos por la conciencia revolucionaria del
universo. Lo mejor era el vino, el champagne bien espumoso, el sexo centrado en
el placer de los sentidos, la pipa que heredó del abuelo, las noches
interminables al lado de seres bellos, como los protagonistas de las novelas
románticas. Vivir, vivir el amor, el placer y el poder del conocimiento
marxista.
Jaime es un dios sin definición sexual,
se siente más allá del bien y del mal, trasciende las ataduras de los órganos
sexuales, vive a plenitud, como los dioses libres, sin absurdas reglas morales
y religiosas. Efectivamente, la moral y la fe debilitan la evolución del
verdadero hombre, el hombre en toda la plenitud de sus potencialidades que
lucha contra la falsa moral de los débiles. ¡Qué viva el nuevo revolucionario,
libre y sin ataduras morales ni religiosas!
*****
El ensayo filosófico en que trabajaba
Jaime, trataba sobre la posibilidad que
tienen algunos investigadores de conocer la historia de sus vidas anteriores a
través de la interpretación de los sueños, la exploración del inconsciente
individual y colectivo. En definitiva, sus investigaciones científicas y
objetivas le habían llevado a la conclusión de que los revolucionarios han
vivido muchas vidas anteriores ¡Somos viajeros del tiempo!
En el ensayo había decenas de
descripciones fenomenológicas y hermenéuticas sobre casos altamente
impresionantes y eran pruebas irrefutables de que todos los seres humanos
venimos de vidas anteriores, la cuestión consistía en hacer conscientes estas
existencias que deambulaban en el inconsciente, hasta lograr la conciencia
plena del sentido y del punto del desarrollo espiritual de la propia
existencia, como punto de partida de la creación del socialismo del nuevo milenio.
Jaime, que hace algunos años había
escrito esa gran obra, “El mareo”, no podía creer que sus compañeros de la cátedra
filosófica se burlaran y no pudiesen comprender la intensidad antropológica de
sus disertaciones sobre las vidas pasadas. Nada de eso le importaba realmente.
Ya él estaba cansado de las burlitas de sus colegas “oligarcas”, profesores
mediocres del montón. Por supuesto, nadie hablará jamás de esos mediocres,
morirán en el olvido, sin un epitafio significativo.
Los otros profesores de Filosofía no
tenían la más leve idea de la profundidad filosófica y revolucionaria alcanzada
por la mente de Jaime Steven. Su artículo sobre las vidas pasadas lo iba a
llevar a una revista internacional de gran prestigio científico: “El tarot de la
Nueva Era”. El doctor Pancho Cruz, su maestro, guía y amigo, director de la
revista esotérica, quien le había prometido a Jaime publicarle el ensayo, “Mi
vida en el Tíbet”, un manual de entrenamiento de marxismo místico para
conseguirse consigo mismo en historias pasadas.
En los sueños todo es posible, la
relatividad del tiempo y del espacio nos comunica con la relatividad de
nuestras vidas pasadas. En el sueño todo es uno, y la unidad lo es todo en un
espacio y tiempo espiral y cíclico. He ahí el secreto ontológico y
epistemológico que permite conocerse a sí mismo en las múltiples existencias
del mismo “yo” en perfecta vía evolutiva.
Jaime disfrutaba plenamente de la vida,
era un intelectual refinado, de elegante vestir, siempre a la moda, nada
importaba ciertos murmullos de algunos de sus compañeros. Si algo había
aprendido a lo largo de sus existencias, era el considerar como absurdo los
comentarios de la gente, para nada valoraba las opiniones simplonas de personas
que carecían de sentido de la existencia, esos seres que se parecían a los
animales, solamente nacen, crecen, se reproducen y mueren cargando a los
nietos, siempre se mueren de cualquier infarto.
Nada importan esas vidas y esas muertes, son
como los animales de cría, lo único que aportan son la prolongación del absurdo
en cada hijo que engendran. El hombre socialista se sabe superior a esas razas inferiores.
Jaime siente esas miradas cuando camina por los
pasillos de la universidad, todos los ojos están pendientes de su modo de
caminar, del color florido y llamativo de sus camisas, de lo ajustados al
cuerpo de sus pantalones, todos parecen burlarse del modo en que acondiciona
sus cejas, su cabello, sus zarcillos, sus sortijas.
Él sabe que todos le critican, pero nada de
eso importa. Jaime vive libre de prejuicios, sin fronteras sexuales, ni
morales. Él es digno representante de la libertad absoluta de los seres
superiores y revolucionarios. Jaime es feliz y eso es lo importante.
La universidad es el ambiente perfecto
para desarrollar todo el potencial filosófico marxista del profesor Jaime
Steven. Lo que no cuadra con su ser espiritual son los alumnos y las alumnas,
jóvenes de origen popular, esos alumnos que se visten con lo que pueden,
zapatos de marcas miserables, vocabulario de barriada, colonias y perfumes de
los más baratos, no saben leer, no saben escribir, vienen demasiado mal
preparados, ninguno de ellos ha leído nunca algún texto de Carlos Marx. Jaime
no ha podido encontrar entre los alumnos a ninguno que haya leído la Divina comedia de Dante Alighieri, ninguno de esos bachilleres ha
escuchado jamás Las cuatro estaciones
de Antonio Vivaldi, ninguno es revolucionario.
La
mayoría de esos alumnos son desaliñados, de mal aspecto y de peores costumbres;
comen empanadas de queso y carne en pleno salón de clases, a veces alguna
alumna trae al salón a un niño pequeño, y en plena actividad académica los
amamanta. Para Jaime, los alumnos
existen arrojados como objetos inertes, todos son hijos de obreros y de señoras
del hogar, ninguno posee una biblioteca digna en su casa, ni siquiera tienen un
estudio en su hogar. Con estos alumnos se hace imposible entablar un diálogo,
un encuentro, un círculo de aprendizaje. Ninguno es revolucionario.
De lo que se trata es de llegar al salón y
hablar con los espíritus, como si aquellos alumnos no existiesen, ignorarlos;
mejor, soportarlos, sin contaminarse. Si alguno de ellos quiere sobrevivir,
tendrá que fajarse hasta despojarse de su piel mestiza, negando su esencia histórica
y tratando de escudriñar algunas breves enseñanzas de un sabio filósofo como
Jaime. Ninguno de ellos es digno de pertenecer a la “Juventud del Nuevo Milenio”.
Las clases de Filosofía marxista que
enseñaba a esos jóvenes de la no le satisfacían, ni los alumnos, profesores,
estructura de los salones, la biblioteca, la cantina, el comedor, el
transporte, la seguridad, los gerentes departamentales, de cátedra, del
decanato; nada de aquel ambiente llenaba las expectativas del gran sabio y
filósofo marxista.
Por eso, Jaime deseaba terminar su
tercera novela “El cuarto Ojo”, en donde él sería protagonista central, un
monje tibetano que viajaba por algunas ciudades importantes de la cultura
occidental, enseñando los secretos de los poderes paranormales que se lograban
con la aplicación de ciertas técnicas de concentración, que le fueron
iluminadas por un monje anciano, que al morir se reencarnó en el cuerpo de un
joven estudiante de Filosofía de la Universidad de Londres, quien después de
ciertas escenas de purificación, se hizo unidad en pensamiento con el alma de
aquel anciano, comenzando así una larga travesía de historias espirituales,
ayudando a los grandes genios y diseñadores de moda a encontrar la verdadera
libertad de espíritu, les enseñaría a todos el proceso de negación de la carne,
de lo corpóreo, de las miserias, del hambre, de la vergüenza, hasta evolucionar
en seres libres y revolucionarios como las gaviotas en las alas de las olas del
mar.
******
En el salón de clases estaban sentados
cerca de cincuenta jóvenes del cuarto semestre de Licenciatura en Educación.
Sin duda, los alumnos de las clases sociales más populares, de rendimiento de
normal a bajo, de hábitos de estudio casi inexistentes; estudiantes provenientes de las orillas, de esas
barriadas; jóvenes de piel oscura, de ojos pardos, de mirada despistada, falta
de concentración, de interés, de motivación, de cabello resecos.
Definitivamente, aquel no era el
ambiente de un profesor vestido a la moda, que vivía en un urbanización de alta
sociedad, que había estudiado en Londres, que hablaba perfectamente el inglés,
italiano, portugués y francés, a parte de su lengua española.
Comenzaba el semestre, el primer día de
clases, el calor insoportable, ese aire acondicionado nunca servía para nada,
los alumnos hablaban entre sí, parecía que estuviesen en un transporte público.
Lo peor era esa miradita destructiva de algunos alumnos, como criticando su
modo revolucionario y libre de vestir, ya él conocía esa sonrisita maliciosa de
los machistas ¡Todas esas alumnas eran ordinarias!, todo el salón era
ordinario, vulgar, pesado, de mal gusto. ¡Dios, las clases eran la peor
pesadilla! Él solamente quería escribir novelas revolucionarias: “El hombre es
la náusea” y “El cuarto Ojo”, no soportaba dar clases a esos alumnos mal
vestidos.
Jaime llegaba al salón, recorría los
rostros y no encontraba esperanzas de sabiduría en ninguno de esos alumnos.
Antes de empezar las clases rezaba una oración especial, una especie de
plegaria repetitiva, un mantra secreto, que solamente algunos filósofos
marxistas del nuevo milenio habían memorizado, para elevar el alma más allá de
los maleficio de la cotidianidad imperialista. Se trataba de la misma oración
escrita por el rey Salomón para implorar la sabiduría divina.
Jaime ya era un profesor de experiencia.
No había nada nuevo, las experiencias se podían predecir, “alumnos flojos”,
“desinteresados”, “algunos de esos alumnos iban a sobresalir”, “le prestaría
especial atención a ese par de jóvenes”, “tal vez hasta les invite a estudiar
en su biblioteca personal, allí donde tiene un ambiente especial para los
alumnos especiales”, “la mayoría de los alumnos y alumnas siempre salen
aplazados con calificaciones mediocres”.
La libertad era la existencia de Jaime.
Poco importaban los comentarios de mal gusto de la gente. La libertad era lo
que distinguía al ser humano de cualquier animal. Esa libertad se hacía vida en
los ojos cristalinos y profundos de Jaime. Los alumnos que Jaime elegía siempre
eran los más altos y robustos. Nunca eran más de dos por semestre. Ninguna de
esas “amistades” duraba más de un año. La libertad consistía en la ausencia
total de compromiso.
Para Jaime, todo compromiso esclaviza.
Todo compromiso es manipulación y explotación. La verdadera revolución es la libertad plena. Jamás se dejaría
manipular, ni utilizar por los otros seres de este planeta. La libertad no
tiene precio. Se vive a plenitud para satisfacer lo que el cuerpo y la mente
necesiten, gozar de la vida, del placer de los sentidos, del orgasmo corporal y
espiritual, sentir en la excitación de todo el sistema nervioso, hasta saciar
completamente las ganas de enseñar a esos dos alumnos lo que es bueno y lo que
es malo.
Jaime llevaba años enteros dando rienda
sueltas a sus deseos y el lugar más idóneo era la Universidad. Nada le ha
detenido jamás en su visión antropológica: la libertad encarnada en un una
existencia espacio-temporal, la libertad de un cuerpo sano y joven, la libertad
de la búsqueda del placer más allá de los convencionalismos sociales.
El profesor Jaime Steven era superior a todos
los demás hombres y mujeres comunes de
la sociedad latinoamericana, centrada en el mito de la familia como “célula
fundamental de la sociedad”, no había una afirmación más enfermiza y alienante,
ninguna de esas barreras culturales detenían jamás el hambre de libertad de
Jaime, el profesor de Filosofía marxista.
La casa de Jaime era ideal, una cocina
amplia con vista a un jardín de flores y rosas, una sala adornada con cuadros
de exquisito gusto artísticos, repleta de algunos desnudos masculinos y
femeninos, una mesa central con varios ceniceros, dos sofás con múltiples
almohadas de colores excitantes; en la pared del fondo había un amplio “bar de
caoba”, con las más variadas botellas de licores para todos los gustos. Lo
maravilloso era el cuarto especial, un colchón que abarcaba casi todo el piso,
las paredes pintadas de un rosado intenso, desnudos de homosexuales, escenas de
sexo entre homosexuales, espejos en el techo, un refrigerador pequeño.
Toda la casa era un arca del paraíso
sensual, de lo que Jaime entendía por libertad y revolución marxista. En el sexo libre encontraba el
verdadero sentido de la vida. Sin duda, su existencia giraba en torno a los
jóvenes altos y robustos. El filósofo marxista Jaime Steven era discípulo de
los filósofos griegos, Sócrates, Platón, Aristóteles, Epicuro y todos aquellos
pensadores elegidos por los dioses del sexo sin barreras, el verdadero amor, la
verdadera vida, el verdadero placer, la libertad, la felicidad. ¡La revolución del nuevo milenio había llegado!
Lo que más odiaba Jaime era la
hipocresía religiosa. Los hombres y mujeres que se daban “golpes de pecho” en
las iglesias. Sin embargo, en la vida oculta, en esa dimensión oscura y secreta
de los seres humanos, esos mismos hipócritas daban rienda suelta a los más
bajos instintos. La vida verdadera, la que no se muestra a los demás, casi
siempre es una orgía vivida clandestinamente en la oscuridad de una vergüenza
culpable y enfermiza. Muy en el fondo, la existencia es la frecuencia de
relaciones sexuales. Para Jaime, Dios era un estorbo, una enfermedad que
impedía la evolución de la raza humana.
El sexo lo es todo para Jaime. El sexo
es el sentido de la existencia y de la revolución. El hombre es un ser sexual.
Hago el amor, luego existo. La salud, el dinero, el poder, el éxito, todo cobra
su verdadero sentido en la cama, al lado de la pareja deseada. La moral
cristiana le estorbaba a Jaime, “¡La religión es el opio del pueblo!”.
Pero, el sexo tenía que ser libre, según
el propio apetito corporal, sin ataduras, sin prejuicios, sin nombres, sin
familias, sin culpa. La pregunta por la esencia del ser humano se disuelve en
el orgasmo masculino, en el éxtasis del amor entre dos hombres de la misma raza.
Para Jaime, el amor libre es el hombre en sí mismo. ¡Qué mueran los dioses!
¡Qué viva la juventud sana, alta y robusta! La religión está de sobra. La moral
está de sobra. Las viejas de velos blancos como la muerte están de sobra. ¡Qué viva
el placer sexual y revolucionario, que se desliza como la caricia de una nube
azul sobre la espalda! En la vida de Jaime Dios había desaparecido. Él era su
propio dios. Él era inmortal. Él era el placer, el tener y el poder, los dioses
de la cultura del Mercado.
La moral y la religión, la cultura de
las buenas costumbres, todo esos inventos mediocres de los débiles e
insignificantes, han hecho de la muerte el símbolo negligente de la existencia.
Esas miserables existencias nacen para sufrir esperando la recompensa más allá
del cielo. Jaime dividió la humanidad en dos razas, los revolucionarios y los esclavos de la falsa moral del imperio.
El hombre es un sistema casi infinito de
relaciones físicas y emocionales, un sistema que no tiene límites, que se abre
hacia la eternidad finita de este espacio y del tiempo en que dure la
respiración. La vida es corta y Jaime la disfruta a placer, dándole a su cuerpo
la sensualidad de todos los jóvenes que pudiese llevar a su dormitorio especial.
Para él, la vida se hacía celestial entre las sombras del licor, liberando toda
la energía de la conciencia universal de la Nueva Era.
Jaime estaba profundamente convencido de
que los tiempos cambiaban cualitativamente, que el universo, el mundo, la
humanidad se encontraba a punto de un salto revolucionario y evolutivo, en
donde la pareja concebida como la unión de un hombre y una mujer no tendría
espacio en la Nueva Era. La revolución, la libertad, la igualdad y la
fraternidad tomaban un camino hacia el triunfo de la sensualidad sin límites,
hacia el máximo placer profetizado por el maestro Epicuro de la Antigua Grecia.
¿Qué es el la Filosofía? ¿Cuál es el misterio
del ser del hombre? ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Cuál es el destino de cada
persona? ¿Hacia dónde va la humanidad? ¿Existe Dios? ¿Qué es la realidad? ¿Qué
es la revolución del nuevo milenio?
Todas las preguntas filosóficas que se ha hecho el hombre racional en más de
dos milenios de historia del pensamiento occidental, Jaime la ha respondido
perfectamente.
Él comprendía y conocía las respuestas a los
misterios profundos e insondables de cualquier filosofía, sociología, o de la
ciencia en general. La repuesta estaba en el límite del tiempo y del espacio,
en los senderos del placer sexual y en la extensión del poder, del dominio. El
sentido de la vida consiste en el gozo pleno de la sexualidad y en la
explotación del Otro. En este punto, Jaime estaba más que satisfecho, ahí
estaba el secreto de la vida: La subjetividad consistía en llevar el placer sexual
hasta el centro más íntimo del Yo. La objetividad era la esclavitud, la
explotación. El Otro es el esclavo, el dominado. La realidad externa era lo
dominado, objeto de consumo, lo que se utiliza y se convierte en basura
desechable.
La filosofía es para Jaime el discurso
del placer y del dominio. La vida misma consiste en gozar al máximo lo sexual,
en esclavizar al Otro y consumir todo. Se trata de destruir a los animales, las
plantas, los minerales, el agua, el sol, las nubes, en utilizarlo todo, en
transformar y destruirlo todo, nada es más valioso que la “voluntad de poder”.
El sentido de la vida está en el poder. La revolución bolivariana sin Poder, carece de sentido.
Para Jaime, el poder lo es todo. La
llave maestra de todo ese poder de destrucción, placer y dominio es el dios dinero,
dios de dioses, verdadero ser trascendental, sin tiempo, sin espacio, sin
límites, perfecto, inmortal, todopoderoso, invencible, fascinante, precioso,
rey de reyes, amo y señor de toda criatura. Sin dinero no existe el ser humano.
Quien no posee dólares es una cosa sin valor, carente de razón de existencia.
El problema de la existencia de un ser absoluto, se resuelve en la cantidad de
dólares que se maneje. Contar dinero es hablar de los dioses. No se trata de un
simple discurso moralista oculto en metáforas cínicas. Si actualmente existe
una verdad objetiva, universalmente válida es la coronación y el ascenso
espiritual del “dios dinero”.
Jaime era fiel a su pensamiento
filosófico marxista y a su modo de vivirse como revolucionario. La dignidad de
la persona se encontraba en el “deber ser”, “en lo imaginario”, “en el deseo
moralista”, “el rostro del Otro”, “un alma inmortal”, “un Yo”, “la conciencia”,
palabras vacías que se refieren a nada, palabras subjetivas que no son más que
fríos e insípidos poemas que ya nadie lee. ¡La metafísica ha muerto! ¡Perdón!
¡Ha resucitado! ¡Aleluya! ¡Qué viva el dólar! ¡Dios ha vuelto! El hombre débil
siempre muere pobre y podrido, en cualquier catre infernal de esos barrios
populares repletos de seres nauseabundos que mueren solitarios, abandonados, llorados
solamente por la madre que los parió, la misma mujer borracha que dormía en la
plaza de aquel pueblo olvidado.
Jaime camina triste, fue al médico…, está
muy enfermo.
Jaime camina triste, lo expulsaron del
Partido Comunista…, está muy enfermo.
Jaime camina triste, lo expulsaron de la
Universidad…, está muy enfermo.
Jaime camina triste, pronto sabrá si Dios
existe…, está muy enfermo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario