viernes, 19 de junio de 2020

DIOS ESTÁ AQUÍ











*

Dónde encontrar a Dios,
aquí, en lo más íntimo del corazón,
pues, no siento nada,
 Él no está en las tormentas,
mueve con su brisa suave
el rosal de tu ventana,
ahí, en cada amanecer,
pues, no siento nada.


**

Dónde estás Señor,
Dios del universo,
en el calor del sol,
en las primeras lluvias de junio,
en el “Dios te bendiga, hijo”,
“Bendición mamá”,
ahí está Dios,
pues, no siento nada.


***

Fácil decir que Dios está ahí,
“tan cierto como el aire que respiro”.
Tal vez yo estoy ciego,
 no veo lo mismo que ustedes,
quisiera sentir la Presencia,
ese calor especial en el pecho,
quiero sentir esa alegría inexplicable,
esas ganas de gritar ¡Dios está aquí!


****

Tengo sueño,
llega la tarde,
ese otoño gris,
la quietud de las emociones,
quiero dormir,
el día ha sido largo,
y llego a la noche
con mis manos vacías,
tal vez, ustedes tangan razón,
y Dios está aquí.



sábado, 13 de junio de 2020

RODOLFO KUSCH: APORTES FILOSÓFICOS


RODOLFO KUSCH: APORTES FILOSÓFICOS

(Publicado en la Revista Eleutheria Universidad Francisco Marroquí, Guatemala)


Autor:  Gerardo Barbera



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Porque ¿qué es la ciencia? No es más que el invento de los débiles que siempre necesitan una dura realidad ante sí, llena de fórmulas matemáticas y deberes impuestos, sólo porque tienen miedo de que un árbol los salude alguna mañana cuando van al trabajo.

Rodolfo Kusch

RESUMEN
El artículo es una reflexión sobre el pensamiento latinoamericano de Rodolfo Kusch. De hecho, el análisis se realiza desde una opción del ser como trascendencia, marco desde el cual se consideran las ideas planteadas por Kusch, principalmente, en cuanto  la posibilidad de una antropología filosófica que valore el modo del “Estar” propio del hombre americano, que lo hacen un ser humano situado que se entiende a sí mismo desde su historia, su realidad, su comunidad, como razón de ser del “nosotros”, como alternativa a la cultura occidental de la Europa dominante que sostiene el sujeto-individuo propio de la Modernidad fundada en el positivismo, que pretende la imposición de un paradigma único de ciencia y de sentido de la existencia desde la antropología lógica racional. El hombre latinoamericano, entendido desde las propuestas de Kusch se entiende como proyecto, camino en búsqueda de su identidad trascendental.
Palabras clave: Latinoamericano-  Antropología-  Existencia- Trascendencia.

·         Introducción
Rodolfo Kusch[2] ha sido  uno de los primeros pensadores latinoamericanos que fue capaz de criticar aquel ambiente académico que entendía nuestra realidad latinoamericana desde una episteme  propia de un saber de la cultura occidental. Kusch comienza un proceso de investigación en torno al sentido existencial propio de los latinoamericanos,  pero ya no a partir de lo que él llama “actitud científica”, del positivismo de la Modernidad, pues considera que ésta nos conduce a la frustración existencial,  en tanto que sólo reflexiona desde sujeto como individuo solitario y autosuficiente, que se reduce al conocimiento de un objeto ajeno a la conciencia, sin tener en cuenta la importancia de la autenticidad del sujeto-ser-persona, en cuanto relación con los demás, desde un “nosotros”.
De hecho, en el epílogo de su texto, La seducción de la barbarie, expresa el dualismo del conocimiento heredado de la cultura europea: “…el intelectual penetra con su verdad personal de vida la verdad impersonal de la realidad. Pero –agrega– entre nosotros esta penetración se realiza a ciegas, se esquiva en lo posible lo ajeno, porque se sospecha que también es mera cosa, el esfuerzo ajeno convertido en muro, una postura petrificada en el vacío.” (2002:115)
Desde esta ceguera epistémica, la búsqueda del sentido existencial desde una antropología  de América y la insistente necesidad que parece experimentar Kusch por describirla, sentirla y vivirla, se  puede  rastrear a lo largo de todos sus escritos, en donde este pensador va afirma que en América se dan dos formas de paradigmas  distintos y, en apariencia, contradictorias; una que es propia del hombre de ciudad, a imitación del paradigma de La Modernidad y otra que es propia del hombre americano, del hombre indígena y popular, a la primera de estas formas la denomina pensamiento causal, mientras que a la segunda la llama pensamiento seminal.
El objetivo del presente trabajo, consiste precisamente, en presentar brevemente estas dos formas de pensamientos, dos modos distintos de situarse en el mundo, fundadas en dos opciones epistémicas de “experimentar el peso ontológico de la cosa y apreciar su realidad”, con el fin de poder vislumbrar  el pensamiento de Kusch cuando nos habla del modo de pensar autóctono del hombre en América Latina.
·    Aportes filosóficos para la construcción de la sociedad                          latinoamericana.
Hablar de la posibilidad de una filosofía latinoamericana ya es de por sí un tema medio oscuro. No es tan sencillo encontrar representantes auténticos de un pensamiento latinoamericano. Los temas filosóficos propiamente latinoamericano, a veces tratan temas que van desde lo cursi de un discurso de fin de año, a una imposibilidad de señalar un sistema de pensamientos propios de América Latina, si se entiende por pensamiento latinoamericano las propuestas “no contaminadas” por la filosofía europea. Sin embargo, se reconoce las investigaciones filosóficas y sociales de Rodolfo Kusch, nos acercan a la posibilidad de la existencia de una propuesta de Filosofía Latinoamericana, sobre todo, en relación al tema de la cultura de los oprimidos, los más desfavorecidos de un sistema capitalista y racionalista, fundada en la episteme de la Modernidad, que ha favorecido un sistema social injusto, que hunde en la pobreza a la mayoría de los latinoamericanos,tal cual como lo afirmó la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (1973) en su análisis de la realidad de los pueblos de la América latina:
Al finalizar el análisis de la situación de pobreza, descubrimos que esta pobreza no es una etapa casual, sino el producto de estructuras económicas, sociales y políticas, aunque haya también otras causas de la miseria. Estado interno de nuestros países que encuentran en muchos casos, su origen y apoyo en mecanismos que, por encontrarse impregnados, no de un auténtico humanismo, sino de materialismo, producen a nivel internacional, ricos cada vez más ricos a costa de pobres cada vez más pobres". (p. 23)
 De hecho,  Rico (1997), al  igual que otros escritores latinoamericanos, llega a sostener de modo poético, que “filosofar y liberar son palabras hermanadas. El problema es que existen filosofares con mala memoria, que han olvidado este llamado del pensamiento a abrir, a emancipar, enfermándose de academicismo y entrampándose en círculos viciosos narcisistas” (p. 7), o si se prefiere, filósofos latinoamericanos, sociólogos, profesores carentes de creatividad, simplemente repetitivos del modelo cultural europeo,  tal como lo refiere categóricamente Freire (1997) al valorar el modelo de enseñanza que se imparte en América Latina: “los educandos son castrados sistemática y totalmente en su creatividad. Lo único que se puede obtener de allí son intelectuales memorizadores” (p. 24)
Por otra parte, es honesto reconocer, que en la actualidad persisten ciertos sentimientos de inseguridad conceptual, poca claridad en la búsqueda de lo auténtico. Y estos prejuicios hacen que no valoremos  los méritos de los pensadores latinoamericanos, por considerarlos un modo distinto de repetir la misma filosofía europea, lo cual no es desmérito en sí mismo, sino, que le resta interés en cuanto a propuesta inédita o novedosa.Tal vez, porque así nos hemos acostumbrado a considerarnos: un reflejo  de los viejos sueños europeos.
En cierto modo, muchos escritores y pensadores latinoamericanos suelen  mostrar en sus obras y trabajos de investigación ciertas posturas no contundentes, medio acabadas, teorías o resultados que muestran ciertas inseguridades en cuanto a los fundamentos teóricos en torno a la ontología, antropología y sobre la teoría del conocimiento. A veces las obras de los pensadores latinoamericanos no se definen entre lo propio y lo ajeno, entre lo inédito y lo reflejo; entonces, no se observan teorías inéditas en el campo de la sociología, la filosofía o en la educación, que puedan sustituir al positivismo y al conductismo de la Modernidad; menos, se han reflejado propuestas alternas al modo capitalista de producción centrado en la ganancia económica.
En este sentido,  Rodríguez (1998) en su libro Existe Dios desde América Latina, expresa la preocupación por la necesidad de toma de conciencia de la estructuras sociales que causan los estragos en la historia real de los pueblos de la América latina: "La situación de dependencia mantiene y agrava la situación de subdesarrollo, marginalidad y opresión de los países latinoamericanos. El desafío del subdesarrollo, de la marginalidad y de la opresión radica, entonces, en una toma de conciencia general de la situación de marginalidad en que vive la mayoría de los pobladores de los barrios". (p.18).
La “toma de conciencia” es un proceso demasiado lento, cuyos efectos no son inmediatos y evidentes; entonces, se han producidos procesos que procuran combinar teoría y praxis, basados tal vez en las propuestas marxistas de ideología y acción social, se han propuesto tesis aplicables sobre “liberaciones”, “pedagogías liberadoras”, “iglesias cristianas sin parroquias”, “empresas socialistas”, “cooperativas”, “comunas”, que en el mejor de los casos, han servido para dar solución momentánea a un problema muy puntual: el agua, la electricidad, la siembra de maíz, el transporte público; problemas puntuales de cualquier barrio, comunidad o aldea, de modo aislado y excepcional; pero no han sido, hasta ahora, verdaderas alternativas sociales para la América Latina, tal vez, han sido consideradas como tesis inquietantes, que han inspirado ciertos movimientos autodenominados liberadores y educadores del pueblo oprimido.
En línea general, no han ofrecido, salvo excepciones,  propuestas teóricas fundamentadas en la  filosofía autóctona  como punto de referencia de la cultura latinoamericana, y resulta extremadamente difícil discernir correctamente sus  propuestas en discusiones intelectuales, si se pretende entablar un diálogo sincero con los promotores de la filosofía latinoamericana; especialmente, en los círculos de investigadores y profesores universitarios, quienes la proponen como modelo del hacer filosofía de la liberación, desde la realidad social de los pueblos latinoamericanos.En realidad, se trataría de un diálogo, en donde se debe aclarar lo propio de un pensamiento latinoamericano, de en un pueblo que se debate día a día entre la vida, la miseria y la muerte, tal como se puede observar en una narración presentada por Barbera (1997) en el artículo La extraña dialéctica de la marginalidad:
La niña estaba cada día más débil, sus ojos encajados y saltones reflejaban el avance de la enfermedad. Para colmo, Rodolfo no tenía trabajo, si hasta estaba pensando vender el rancho: pero, ¿a dónde iría? Él era extranjero. Esas malditas lluvias y ese maldito frío se pegaban al rancho. La miseria le hería: el piso de tierra húmeda, la ropa amontonada, los tabiques de cartón, las cucarachas, el humo de la cocina: y ese olor repugnante que le penetraba hasta la sangre. A mitad de mañana apareció la comadre con el guarapo: "Esto es un secreto, compadre, ya verá como la ahijadita se alivia. Apagó la luz y de un solo tirón le sorprendió el amanecer. La mañana era fresca, apartó la cobija con suavidad. Silencio, largo silencio. Permaneció sentado al borde de la cama. Ni una lágrima. Los puños cerrados. Caminó hacia la puerta, miró a lo lejos: "Le diré a la comadre que prepare el chocolate" (p.178).
No bastaría con gritar a todo pulmón: “somos los oprimidos”, dado que también los africanos, los chinos, los hindúes…, están medio oprimidos por las políticas económicas del “capitalismo salvaje”.Por otra parte, eso de ser oprimido, pobre, no sería en sí una cualidad única de la mayoría de los desposeídos de América Latina. De hecho,  lo mismo se puede decir de otras categorías propias de la fenomenología social: “dependientes”, “desposeídos”, “olvidados”, “excluidos”, “pobres”, todas estas categorías sociales y otras más, no son modos antropológicos exclusivos de los habitantes del continente latinoamericano.
La marginalidad no es un dato objetivo, aislable, es una vivencia que escapa a las definiciones conceptuales, tal como lo presenta Barbera (1997) al referirse a la dialéctica existencial de la marginalidad:
Lo primero que resalta a la vista es que el ser del hombre del rancho se desarrolla en una extraña dialéctica entre la miseria y la opulencia, que más que negar la antítesis, en búsqueda de algo nuevo, se puede quedar en la imposibilidad de la superación de su propia afirmación, de su primer movimiento miserable eternamente frente a su negación jamás alcanzada: el absurdo existencial del marginal. Esta dialéctica absurda se manifiesta como la afirmación de la miseria, o su primer momento dialéctico, frente a una creciente afirmación de sí misma, ante su negación o segundo momento de la dialéctica: la opulencia. Lo extraño es que la dialéctica se queda solamente en ese movimiento y sin dejar de ser dialéctica o eterno movimiento. Es una dialéctica sin desarrollo. Eternamente dialéctica en sí y casi infinita imposibilidad de sí. Su desarrollo es teórico y no ontológico. Es una probabilidad numérica en el infinito campo de las probabilidades matemáticas. Las cosas en el orden ontológico no siempre responden a los postulados lógicos. (p.185)
Desde una opción realista y crítica, hay que aceptar, que las llamadas filosofías latinoamericanas producen ciertos prejuicios de apatía en la mayoría de los lectores, por ser ya muy repetitiva en cuanto tema y posturas desde un marxismo a medio disimular. Tal vez, esa especie de repudio puede que se genere debido a que la autodefinición del latinoamericano se hace desde la negación o referencia a la “conciencia dominadora” de Europa o los Estados Unidos. No basta con afirmarse como negación histórica de Otros modos de pensamiento, a los que simplemente se llaman “dominantes”, “opresores”, y por  tanto, responsables de la opresión de la América Latina.
Y estas  críticas a la Conciencia Dominadora y opresora de Europa y Estados Unidos,  generalmente se hacen desde una alfombra de teorías, que van desde un socialismo light, hasta un marxismo leninista radical; de hecho, parece curioso que entre los países “dominantes y explotadores”, pocas veces o nunca se mencionan a China o a Rusia; menos, se crítica a la dictadura de la Cuba Castro-comunista. En el fondo, esa  tendencia “anticapitalista”, por lo menos en teorías, hacen que sus propuestas se conviertan en un modo distinto de ser comunistas, y entrar en el  juego subliminar de la llamada “Guerra Fría”. Desde esta perspectiva, resulta que ser “latinoamericano liberado” se traduce en ser un marxista popular o “revolucionario”, al estilo del “Che Guevara”.
Por supuesto, ya ese discurso marxista, como alternativa política ha sido agotado, dado los múltiples fracasos del comunismo como proyecto político. Solamente en algunas naciones, los dictadores del siglo XXI, siguen usando el discurso marxista como justificación, para eternizarse en el poder, esclavizar y convertir en súbditos a todos los ciudadanos, a quienes le niegan los derechos humanos más fundamentales, como lo es el derecho a ser libres de modo integral.
Sin embargo, hay propuestas de pensamiento latinoamericano que han surgido de investigaciones sinceras y de alto nivel académico. Se trata de algunos autores, que sin duda, cuyos trabajos han sido extraordinarios y meritorios, y que de verdad merecen ser considerados como aportes culturales a nivel mundial, ya que como investigaciones suman y aportan un modo particular de pensamiento latinoamericano a toda la humanidad.  Se debe reconocer, que gracias a estos investigadores, se ha tomado conciencia de la dependencia cultural de la filosofía en América Latina con respecto a la cultura europea. De hecho, se  ha aprendido ciencia, tecnología, sociología, filosofía de los pensadores europeos y tan poco de los nuestros; esto es una realidad palpable de nuestros ambientes académicos, y la toma de conciencia de esta dependencia cultural se debe, en gran parte a pensadores latinoamericanos que han dedicado su vida a la búsqueda de la identidad del pueblo latinoamericano.
Se reconoce que Europa cuenta con una  asentada tradición filosófica y una gran cultura académica de muchos siglos, pero en Latinoamérica lo filosófico, como vida propia, todavía es  académicamente débil y dependiente en su afán de ser original, simplemente repite lo ajeno. En palabras de Kusch (2000) se trata de una fijación producida por sentirnos realmente Otro, un sentimiento que nos obligan a ocultar lo propio, tal como lo expresa en su obra América profunda:
Siempre nos queda la sensación de que afuera ha quedado lo otro, esa otredad sintetizada como hedor, como lo rechazado; es todo lo que se da más allá de nuestra populosa y cómoda ciudad natal. En el Cuzco nos sentimos desenmascarados, no sólo porque advertimos ese miedo en el mismo indio, sino porque llevamos adentro, muy escondido, eso mismo que lleva el indio. (p.15)
Y que tal como lo afirma Kusch (2000) se trata de no encerrarse en los paradigmas antropológicos europeos:
El miedo de vivir, el prejuicio, nos priva de la libre entrega al otro, y por lo tanto de la posibilidad de ser nosotros mismos. Nos espanta la presencia viviente del prójimo. Se vive siempre adheridos al “patio de los objetos” (tomando una expresión de Nicolai Hartmann) que sólo encubre nuestro miedo. Sólo en el despojamiento sumo pueden ser recobrados el bien, el alma, la vida, la muerte, Dios. Todos ellos recobran su valor primigenio porque se dan únicamente en el despojo y adquieren esa riqueza de engendrar cosas interiores, una riqueza potencial, la misma que cuando Jehová descendió y dijo los mandamientos al pueblo judío. (p. 207)
Pero, se trata de un tipo de antropología que trasciende lo estrictamente racional, donde se unen la intuición afectiva del habitante de estas tierras, su picardía y personalidad y su voluntad de conocer y de ser partiendo de su historia de vida. Si no logramos dar al ser humano un lugar como fundamento en el camino de búsqueda de la identidad latinoamericana, se corre el riesgo de permanecer para siempre con la mirada más allá de los mares que nos separan de la vieja Europa.
Ahora bien, al inicio de este nuevo milenio, resulta interesante retomar y valorar adecuadamente los esfuerzos teóricos de pensadores latinoamericanos, que más allá del “boom publicitario” de las llamadas teorías de las liberaciones, realizaron aportes filosóficos a través de sus ensayos presentados en artículos y textos antropológicos. Se trata  de incorporar estas fuentes bibliográficas como un saber actual, que facilite el proceso de comprensión existencial de lo latinoamericano. Este proceso se inicia aceptando  la mezcla de distintos aportes, surgidos de experiencias muy diversas, difíciles de unificar bajo el criterio “latinoamericano”, dado que no es lo mismo escribir desde las “historias de vida” de los habitantes de los barrios de Caracas, que escribir desde un pueblo andino del Alto Perú, y ambas realidades son latinoamericanas.
En este contexto, preocupados por la temática de la filosofía latinoamericana, se menciona a  Rodolfo Kusch (12922-1979)  educado en la tradición filosófica europea de corte socialista y existencial, asumió una actitud no tradicional para comprender  lo auténticamente “americano". Su pensamiento  cuestiona el modo en que la pequeña burguesía liberal interpretaba a América: su lógica racional de la afirmación en cuanto ciencia y reflexión producida, su fe en la ciencia positivista, como camino del único saber, los llevaba a asumir una forma de vida que no era auténtica, sino, más o menos como imitación de los intelectuales europeos, a quienes repetían y admiraban sin ninguna capacidad de crítica.En este sentido, Kusch (1998) se refiere a la dependencia del latinoamericano respecto a Europa:
La capacidad de actuar que posee el ciudadano, de irrumpir en el mundo para transformarlo, no es oriunda de América. Proviene de Europa donde el mundo es lógico, inteligente y práctico e implica un tipo de hombre emprendedor, confiado en sus propias fuerzas y en su inteligencia, que busca adecuar la realidad a sus aspiraciones por su propio esfuerzo. (p.47)
En otras palabras, según Kusch, para afirmar un mundo que se quiere construir, simplemente se imita como modelo a Europa y Estados Unidos, teniendo como indicadores de logros sociales, solamente los aspectos económicos propios del capitalismo occidental. En consecuencia, se impone un modelo de ciencia positivista, que ignora nuestros valores y nuestro ser, se impone, además, una ontología que proyecta un mundo objetivo, acomodado a una episteme matemática, lógica y racional que tendría poco que ver con el ser personal, la comunidad, los pueblos, las naciones y la humanidad entera.
El ser humano, para Kusch, desde una visión antropológica  existencialista, que trasciende el reduccionismo marxista, plantea que el ser humano vive en una constante búsqueda de sentido y lucha por establecer su significación personal dentro de un contexto comunitario en donde se desarrolla la historia de vida concreta. Esta búsqueda de sentido existencial, no se plantea como una inquietud existencial de un grupo étnico, llámese europeo, americano, africano. El problema del sentido de la existencia es vivido por todos los seres humanos. Entonces, Kusch (1998) investiga sobre el sentido de la vida desde la cultura del nativo americano, que muestra opciones muy diferentes a las de la racionalidad europea:
En la pasividad del mundo vegetal americano se descubre una imagen de la dimensión contemplativa del aborigen o mestizo, que es calificada como pereza y pasividad:Pasividad, indolencia, pereza, se expanden al igual que el inconsciente, en torno de la acción, reflejándose en la conciencia sin penetrarla. Mantienen siempre el carácter de axioma no escrito en todos los actos que se realizan en la ciudad. Mientras la acción apunta a un extremo fijo y determinado, la inconciencia apunta a varios. Por la misma razón que la actividad es unipolar, la pereza es multipolar;es un fenómeno de imaginación biológica, de imaginación orgánica que arboriza, crece y crea por sí su subsistencia (p.124)
Es decir,   el hombre moderno, civilizado y urbano contemporáneo comparte esta experiencia antropológica con los hombres de otras culturas, incluidas las culturas nativas, indígenas americanas, las culturas mestizas y marginales. Sin embargo, el sentido de la vida no siempre se encuentra en lo lógico racional de la cultura occidental. Frente a las verdades innegables del mundo de la ciencia, el hombre se resiste, las niega, para así, a partir de esa negación, afirmar su ser auténtico, americano, como trascendencia del positivismo cultural como único modo de afirmación existencial.
La afirmación existencia es un proceso real y concreto, que se hace desde la propia situación de vida, y no se trata simplemente de aprendizajes teóricos. El hombre parte del estar como condición del existir. El estar se asocia con el ámbito, con el domicilio, con la familia, la comunidad, el pueblo, la nación. Ahora bien, para Kusch,  en América el estar es un estar siendo, en crecimiento, en proceso de desarrollo y de búsqueda de sentido. En Europa, en cambio, la persona es un ser estando: parten del ser y pasan al estar, al domicilio, ya se es, se posee un sentido existencial lógico racional. En América, el ser se vive en la comunidad, en el estar propio, resulta distinto al ser de otras culturas. En este sentido, Barbera (2006) afirma la necesidad de una antropología latinoamericana desde el ser como relación, en cuanto modo de existir:
El ser humano no existe, ni puede desarrollarse como persona, sino en la intercomunicación personal, en el constante trascenderse a sí mismo en la relación con el otro. En efecto, el yo íntimo de la persona, sólo es tal en la medida que se trasciende a sí mismo en la intersubjetividad. La presencia dialogal del tú y del yo es esencial en el proceso de ser persona. Desde la misma concepción biológica, hasta el fin de la existencia, el hombre es en sí mismo relación intersubjetiva; es decir, el hombre es relación con el otro, con el entorno, desde una existencia comunitaria, desde su experiencia de ser pueblo latinoamericano. (p.26)
En consecuencia, querer imponerle el ser europeo, como pretende la pequeña burguesía urbana es, para Kusch, buscar colonizarlo, hacerlo según el paradigma del capitalismo occidental. Sin embargo, el latinoamericano se resiste a la colonización, y los adelantos científicos, modernos, industriales de las sociedades europeas y norteamericana, no terminan de cuajar y encontrar su ámbito existencial en Latinoamérica. En otras palabras, Kusch sostiene que el modelo positivista no se ha convertido en la razón existencial que modela el ser del latinoamericano, por el contrario, en América Latina se lucha constantemente por encontrar modelos antropológicos alternativos y propios.
El hombre latinoamericano, establecido en su estar, no se conforma con la imposición científica racional del modelo positivista, como marco antropológico del sentido de la existencia. El hombre americano se resiente en aceptar el modelo positivista, y llevado por su inconformidad procura crear sentido en su mundo, y afirmar su estar como un modo propio. En este sentido, los pobladores  latinoamericanos empobrecidos son para Kusch, quienes más resisten las imposiciones de una sociedad racional y científica como único modelo y paradigma del existir, y se defienden en el estar y vivir de cada día desde su propia comunidad. Así, pues,  Kusch reconoce el protagonismo del pueblo más pobre y desprotegido partiendo de la realidad argentina, el pueblo de las villas miserias, el de los poblados rurales del nordeste, el pueblo identificado con el movimiento peronista. Si lo que define al hombre es  su necesidad de encontrar un sentido a la existencia, el latinoamericano tiene su propia manera de buscar ese sentido desde su propia historia de vida.
De modo interesante, Kusch, toma un caso que le servirá de plataforma existencial para sus propuestas filosóficas y antropológicas desde la realidad latinoamericana. Se da cuenta de que la diferencia entre “el ser y el estar”, del castellano, que no aparece en el“To be” de la lengua anglosajona, y tampoco en el alemán, que sólo reconoce “el ser”, se encuentra perfectamente marcada  en la lengua quechua, la lengua indígena que reúne mayor cantidad de hablantes nativos en Sudamérica a todo lo largo de la Cordillera de los Andes, el sitio del antiguo imperio incaico.  Desde aquí va a partir las propuestas de Kusch (2002) en su búsqueda de lo auténtico del pensamiento americano desde su modo de abstractos de decir su existencia:
Indudablemente entre los hablantes que crearon el idioma debió haber una concepción implícita que apuntaba a escindir entre un sector de la existencia, regido por el verbo estar, y otro por el verbo ser, de tal modo que repartían el mundo entre lo definible y lo indefinible. Estar implica falta de esencias y entonces hace caer al sujeto, transitoria pero efectivamente, al nivel de la circunstancia. (p.252)
Por tanto, este hecho apoya la convicción de que en América el estar existencial tiene prioridad sobre el ser abstracto, que caracteriza a la ontología de la cultura occidental europea. España, por su parte, siendo un país europeo cuya cultura resultó históricamente marginada y su proceso político democrático demasiado tardío e incompleto, en relación con las naciones protestantes, como la Alemania actual y la Inglaterra de siempre, comparte con las culturas nativas latinoamericanas, cierta actitud ante el estar aquí como pueblo que comparte en la misma plaza. Sarmiento[3], desde una perspectiva europeísta y cientificista, acusaba a los españoles de desidia y atraso, y vio como necesario en Argentina, cambiar el carácter de la población local, condenada por la herencia española, atrayendo inmigrantes del norte de Europa, que transmitieran sus ideales de progreso y amor al trabajo.
Sin embargo, para Kusch, la ideología liberal de la república inmigrante había fracasado en Argentina, porque se había enfrentado a la negación y la inconformidad del pueblo peronistas y de la población indígena. De hecho, la cultura pequeño-burguesa urbana argentina, identificada con el modelo de estado liberal, mostraba, ante esta realidad, su desazón, su pesimismo, su sentimiento de fracaso del modelo progresista fundado en las lógicas del capitalismo. En consecuencia, la literatura y la cultura letrada, las investigaciones y las publicaciones académicas se mostraban  incapaces de comprender la realidad de América.
Para Kusch, el profesor universitario, el investigador científico, el psicólogo, el sociólogo, el literato, quieren sentir a Europa en América, y simplemente, fracasan, porque tratan de forzar en América el ser lógico racional de la cultura occidental, como modelo único de pensamiento, sin tener en cuenta lo que el pueblo desea, o simplemente “la clase media, por razones económicas y sociológicas, sufre una rara agudización de la objetividad” (1976:63) El latinoamericano lo niega y resiste, busca vivir su propio ser, su verdad existencial como trascendencia . Por eso Kusch, en su búsqueda de lo americano no recurre a la cultura académica, sino a la popular y a la nativa.
 De hecho, los principales títulos de su obra ensayística, muestran su preocupación por la filosofía popular y de los pueblos indígenas, entre los cuales se mencionan: Seducción de la Barbarie (1953), que presenta un  análisis antropológico de un continente mestizo; América profunda (1962),donde ubica su pensamiento en relación con la dialéctica sarmientina de civilización y barbarie, reinterpretando el problema y recurre a las crónicas coloniales para entender el pensamiento indígena. Además escribe, Indios, porteños y dioses (1966) fruto de un diario de viaje de Buenos Aires a Bolivia, donde valora profundamente el trabajo de campo y la observación directa del comportamiento del pueblo como estrategias realmente válidas de investigación para una antropología social.
Siguiendo con las obras de Kusch, se señala, El pensamiento indígena y popular en América (1970), texto donde presenta  muchas de las observaciones de sus viajes y las sistematiza con propósitos didácticos; La negación en el pensamiento popular (1975), obra realmente filosófica donde desarrolla una interpretación del sentido existencial de la negación y su valor ontológico; Geocultura del hombre americano (1976) y Esbozo de una antropología filosófica americana (1978) muestran a Kusch en su fase antropológica, donde hace filosofía y piensa a América a partir de la antropología social, de su encuentro con el Otro, los seres olvidados por las ciencias positivistas.
Además, sus ensayos publicados contienen testimonios de diversos indígenas recogidos en sus viajes por Bolivia; allí trató de adentrarse en el conocimiento del verdadero ser existencial de lo americano y elaboró su interpretación del estar y el ser en América basada en sus investigaciones de campo y no solamente por medio de la lectura de “libros de historia”. Su visión como investigador de la problemática de la identidad del latinoamericano,  lo impulsaba encontrar la raíz filosófica del drama existencial de América.
Así, en una de sus obras principales, América Profunda (1962) estudió el viracochismo, valiéndose de crónicas del siglo XVII, que daban testimonio del culto del “dios Viracocha” en el altiplano del Alto Perú, hoy Bolivia. En este trabajo, analiza los datos sobre el mundo cósmico y sagrado de los incas, su relación con la tierra (como el estar existencial)  y el sentido simbólico trascendental de sus creencias. Señala que la idea del mundo y de realidad que se hacían los incas a través de los “yamqui” era resultado de su relación con la vida en esta tierra, desde donde surgía su filosofía y religión. De hecho, para Kusch la filosofía no es un sistema de verdades universales, sino una vivencia regional, que refleja las condiciones de la existencia de cada pueblo.
De este modo, Kusch, señala que el pensamiento europeo se mueve en el mundo de los objetos, de una ontología abstracta, de conceptos vacíos, que se muestra en una filosofía basada en un espacio artificial, que pretende ser “neutra” y por tanto, universal. Este modo de hacer filosofía, se puede encontrar en América, en el ámbito de las ciudades y centros urbanos sumergidos en la cultura lógica racional de la cultura occidental. El pensar seminal propiamente americano,  se da en términos de contemplación, de espera y busca conciliar los extremos desgarrados a que se reduce en el fondo la experiencia misma del existir entra la vida y la muerte. El pensar originario de la América afecta profundamente la economía occidental y capitalista, ya que la economía indígena refleja el pensar en lo comunitario, y no en la ganancia individual, y esto, simplemente, generan relaciones sociales diferentes.
Es decir, según Kusch, en la sociedad indígena, el individuo no puede colocar su yo por encima del nosotros, sino que se deja llevar por la costumbre, la cual a su vez es regulada por la comunidad. Es un régimen afectivo, el individuo no cuantifica su trabajo ni su producción, y no constituye una unidad económica destructiva de las relaciones comunitarias. En contraste, la economía de la clase media urbana de las grandes ciudades de la América, para no hablar de Europa, permiten la autonomía del yo, con la consiguiente capacidad de que cada persona pueda disponer del dinero, y  además de cuantificar en términos de una economía científica cierto tipo de relaciones, tales como el trabajo, el intercambio de mercancías, la libertad de empresa., en función de la ganancia, lo que determina el éxito personal y el verdadero sentido existencias de la cultura occidental centrada en el modo de producción capitalista.
Por tanto, cuando Kusch (2002) inicia esa búsqueda incesante del sentido de nuestra realidad, nos advierte que él no pretende enemistarse con la filosofía occidental y negar todo lo que ella nos ha legado sino que simplemente pretende encontrar un planteo más próximo a nuestra vida, pues, como él mismo lo expresa:
 No se puede iniciar el rescate de un pensamiento incaico, con una actitud filosófica enredada aún en el sistema de Comte de hace cien años o con una fenomenología estudiada sólo como para repetirla en la cátedra. De ahí no saldrá sino un pensamiento incaico enredado aún en el temor de los investigadores en superar sus propios prejuicios filosóficos. (p.264)
En este sentido, dentro de la cultura occidental, es innegable que la economía de mercado responde a un criterio cuantitativo de ganancia, mientras que la indígena es cualitativa. De hecho, el capitalismo está sujeto a leyes matemáticas, lógicas, racionales y de libertad en relación con las cosas; el indio también es libre, pero sujeto a normas religiosas trascendentales en su sentido existencial y que procuran la supervivencia de la comunidad. Sin embargo, y aquí viene el aporte epistémico de su trabajo teórico, Kusch, muestra muy claramente, que este hombre indígena “enamorado de sus dioses, de la tierra y de la comunidad”, tanto como el hombre moderno “capitalista, racional y lógico”, son abstracciones; ya que el hombre real es el pueblo concreto que vive en las calles y aldeas de América,  que no es ni totalmente moderno, ni totalmente indígena y se desplaza entre un pensamiento causal y un comportamiento seminal.
Por ejemplo, en la vida concreta del americano no suele aceptarse al modo europeo,  el valor objetivo y neutro del dinero y de las cosas, sino que la relación con éstas está turbada de implicaciones afectivas, el dinero se utiliza, se gasta, se dona, se comparte, no solamente se invierte. Kusch (2002) muestra un modo distinto de valoración existencial y de relación entre el conocimiento simplemente humano, de todos, y la ciencia como paradigma lógico que se impone desde una sola opción cultural:
Por eso, podemos creer en la realidad y en la ciencia, pero nos fascina que un hechicero del norte argentino haga saltar el fuego del fogón, para hacerlo correr por la habitación. También nos fascina que en Srinagar, en la India, algún gurú o maestro realice la prueba de la cuerda, consistente en hacerla erguir en el espacio y en obligar a ascender por ella a un niño, quien probablemente nunca más volverá a descender. Y también nos fascinan los malabaristas en el teatro, porque hacen aparecer o desaparecer cosas, o seccionan a un ser humano en dos partes, y luego las vuelven a pegar sin más. ¿Y qué nos fascina en todo esto? Pues que la realidad se modifica. ¿Y en qué quedó el carácter inflexible, duro, lógico y científico de la realidad? (p. 233)
 En definitiva, desde el pensamiento de Kusch, se presenta la visión de que  cualquiera de los dos mundos, el indígena o el moderno, el hombre americano  busca su identidad, su trascendencia, procurando acercarse a lo que considera sagrado. Los años transcurridos en lo que va del mundo del indígena al del civilizado europeo, o el americano colonizado, no destruyeron sentido trascendental del mundo como realidad y estar, dentro del cual se mueve la existencia de los latinoamericanos. El ser humano hoy sigue buscando su trascendencia, en cuanto sentido existencial. Kusch vislumbra dos historias: la pequeña y la gran historia. La pequeña historia es la historia del colonialismo y el capitalismo europeo en América, que trata de imponer constantemente el ser europeo, frente a un ser americano que no se conforma y lo niega, porque quiere afirmar su propio ser frente y como alternativa a esa historia positiva, afirmativa de la modernidad científica, mercantil, capitalista, que quiere extenderse al resto del mundo como único paradigma de sentido existencial.
 La gran historia de la humanidad, que involucra y absorbe a la pequeña historia de los americanos, es la historia del hombre en el gran teatro de la vida, en donde el hombre intenta afirmar su yo y crear su propia historia a partir de la negación de la historia presente que desea imponer la cultura occidental como único modelo. Kusch concibe el yo y la historia como proyecto, un continuo hacerse. Sin duda, en el momento histórico, en que una conciencia imperialista, de cualquier naturaleza, pretenda imponer lo hecho, o forzar un modelo existencial y cultural, se le está quitando su libertad al hombre como persona y como pueblo.
En consecuencia, según Kusch, ya vislumbraba que la pequeña historia de la cultura occidental es imposición imperialista en América, es inauténtica, porque no contempla la necesidad antropológica y los valores existenciales del ser americano, que no se mueve del ser abstracto al estar abstracto, como el europeo, sino del estar como tierra y comunidad reales al ser histórico: la comunidad, la tierra, es determinante en este continente como condiciones de búsqueda del sentido existencial del latinoamericano.







RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

Barbera, G (1997) La extraña dialéctica de la marginalidad. En Revista Ciencias de la Educación Nº 14. Universidad de Carabobo. Valencia-Venezuela.
Barbera, G (2006) Reflexiones elementales en torno a la Ética. Ed. Universidad de Carabobo. Valencia-Venezuela
III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (1973) Puebla- México
Freire, P (1997). Pedagogía de la autonomía. Saberes necesarios para la práctica educativa. Siglo XXI. Buenos Aires.
Kusch, R (1976) Geocultura del Hombre Americano, Editorial. Lozada. Buenos Aires-Argentina.
Kusch, R (1998). La seducción de la barbarie, Análisis herético del continente mestizo. Editorial Fundación Ross, Buenos Aires-Argentina.
 Kusch, R (2002Obras completas Tomo I: Datos bibliográficos, Presentaciones; La seducción de la barbarie; Indios, porteños y dioses; De la mala vida porteña; Charlas para vivir en América. Indios, porteños y dioses. Editorial Fundación Ross. Buenos Aires-Argentina.
Kusch, R (2002) Obras Completas  Tomo  II. Editorial Fundación Ross. Buenos Aires- Argentina.
Kusch, R (2000). América Profunda. Editorial Bonum, Buenos Aires-Argentina.
Rico, A. (1997) Filosofías para la liberación. ¿Liberación del filosofar? CICSH. México.
Rodríguez J. (1998) Desde América Latina ¿Existe Dios?Editorial Salesiana. Caracas-Venezuela.




[2]Rodolfo Kusch (Buenos Aires, 25 de junio de 1922 - 30 de septiembre de 1979), antropólogo y filósofo argentino. Obtuvo el título de Profesor de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires. Realizó profundas investigaciones de campo sobre el pensamiento indígena y popular americano como base de su reflexión filosófica.
Obras publicadas: "La ciudad mestiza", folleto en Colección Quetzal, Buenos Aires, 1952 (Biblioteca Nacional No. 323.905); "Seducción de la Barbarie, Análisis herético de un continente mestizo", distribuido por Editorial Raigal, Buenos Aires, 1953 (Biblioteca Nacional No. 327.011, Biblioteca Facultad de Filosofía y Letras No. 168-1-23); "Anotaciones para una estética de lo americano", folleto, Buenos Aires (Biblioteca Nacional); "Tango" y "Credo Rante", Editorial Talía, Buenos Aires, 1958. (Teatro); "La muerte del Chacho" y "La Leyenda de Juan Moreira", Editorial Stilcograf, Buenos Aires, 1960 (Teatro); "América Profunda", Editorial Hachette, 1962, Buenos Aires (Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores 1962 y Mención de Honor del Consejo del Escritor); 2a. edición, Editorial Bonum, Buenos Aires 1975; "Indios, Porteños y Dioses", Editorial Stilcograf, Buenos Aires 1966; "De la Mala Vida Porteña", colección La Siringa de Editorial Peña Lillo, Buenos Aires, 1966; "El afán de ser alguien", ensayo con dibujos de Almataller (tinta china) de Libero Badii, 1965; "Cafetín" (Homenaje a Discépolo), (teatro inédito); "El pensamiento indígena americano", Editorial Cajica, Puebla, México, 1970 (Premio Nacional de Ensayo "Juan Bautista Alberdi", producción 1970-71), 2a. edición, Buenos Aires, 1973; "La negación en el Pensamiento Popular", Editorial Cimarrón, Buenos Aires, 1975; "Geocultura del hombre americano", Editorial García Cambeiro, Buenos Aires, 1976. 

[3] . Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) fue un político, escritor, docente, periodista, militar y estadista argentino. Gobernador de la Provincia de San Juan entre 1862 y 1864, presidente de la Nación Argentina entre 1868 y 1874, Senador Nacionalpor su Provincia entre 1874 y 1879 y Ministro del Interior de Argentina en 1879.Considerado como uno de los grandes prosistas castellanos, se destacó tanto por su laboriosa lucha en la educación pública como en contribuir al progreso científico y cultural de su país.

miércoles, 10 de junio de 2020

LA FILOSOFÍA DE CERCA


 

 

 

Gerardo Barbera

 

 

 

 

 

 

 

 

La filosofía de cerca

 

 

 

B i b l i o t e c a
Ciencias de la Educación

 

UNIVERSIDAD DE CARABOBO
Valencia, Venezuela
2016

 

UNIVERSIDAD DE CARABOBO

 

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La filosofía de cerca

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1.a edición digital, 2016.

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Autor: Prof. Gerardo Barbera L.

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Departamento de Filosofía

Facultad de Ciencias de la Educación

 Universidad de Carabobo – Venezuela

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

FILOSOFÍA DE LA ESPERANZA

 

*

¡Dios, cómo pasa el tiempo, cómo pasa! Ya son más de veinte años. “¡profesor!, ¡profesor!, ¡profesor!”. A veces se me olvida mi nombre. Toda una vida enseñando Filosofía, ¡toda una vida! Y pensar que aún recuerdo los primeros días: el aula de clases, los estudiantes del primer semestre de Educación, cincuenta y cinco alumnos. Yo estaba lleno de esperanzas, soñando nuevos amaneceres, mis ojos brillaban. A todos mis amigos les hablaba siempre de lo mismo, de mis clases, de anécdotas, de la filosofía, de los anhelos que florecían en mi alma. ¡Era hermosa la vida!, ¡eran hermosas las mañanas!, ¡era hermosa la primavera! Ser educador es una aventura especial, una vocación espiritual.

 ¡Cuántas gotas de lluvia he visto caer!, ¡cuántas palabras!, ¡cuántos encuentros!, ¡cuántos exámenes corregidos!, ¡cuántos rostros!, ¡cuántas noches de silencio!, ¡cuántos sueños que se han ido! Se van las nubes, se va la tarde, ¡ahora son ancianos mis antiguos compañeros! Los otros, ya están cansados, ¡cuántas tardes de café! ¡Cuántas flores recogidas!, ¡cuántas lluvias sin sol!, ¡aquí no hay placas “en honor a...”, pero dejaron recuerdos!, ¡dejaron la vida, dejaron sus sueños!, ¡Dios, cómo pasa el tiempo, cómo pasa! Y los años se van y con ellos la vida. Sin embargo, más allá del cansancio nos quedan las manos plenas de ese amor que se ha compartido a lo largo del camino.

 Ya mi caminar es pausado. Estoy cansado, como si la existencia fuese una carga tan cotidiana. A veces, la ventana es tan oscura, que me acuesto para no pensar en nada, y así soñar que el tiempo no pasa y que todo es nuevo. ¡Dios, estoy tan cansado! ¡Pero lleno de esperanzas! Se van los amigos, llega el invierno. Se van las fuerzas, llegan anhelos, los sueños se hacen alumnos de rostros frescos. Y así como se fueron los viejos profesores, llegan otros de caras sonrientes, como llega la tarde despejada, tan tranquila, con ese sabor a hogar que me espera en los brazos de mi esposa. Dios me ha bendecido al darme una familia, y una vocación de servicio que da sentido espiritual al existir.

Mi esposa sabe que estoy cansado, que vivo de recuerdos y de nuevos sueños, y me escucha; yo hablo y hablo. Ella me escucha, llega la noche, estoy cansado, me besa: “Hasta mañana, deja de pelear, te vas a enfermar”. Llega la noche, cierro los ojos. La vida está ahí, en el hogar, en los hijos que ya viven lejos. Por muy cansado que haya sido la jornada, mi esposa siempre me espera. La vida es el encuentro, el amor. La filosofía es ese camino de encuentros, de amor, de alumnos que aprenden, de profesores que enseñan, de sueños, de esperanzas, de cansancio, de lejanía. La filosofía se hace desde la vida, desde el cansancio, desde lo aprendido, desde lo enseñado, desde los hijos, desde la esposa que duerme, desde los fracasos, desde la esperanza, desde el trajín de los días; pero, sobre todo, desde los sueños que Dios siembra en nuestras almas.

 Tengo el alma llena de alegrías y de cansancio. Todavía espero la luz del “horizonte”, “de un mañana mejor”, “de la educación liberadora”, “de la formación de la conciencia”, “del crecimiento personal”, “del ser, del hacer y del convivir”. Tengo más ilusiones que fracasos. La educación ha sido el camino, aunque a veces parezca que no le interesa a ningún gobierno. La vida, la educación trasciende lo formal, no se deja atrapar, ni vencer por los límites de ningún sistema de gobierno. Es Dios quien te llama a ser educador, se trata de una vocación espiritual, no de un trabajo cualquiera.

A veces, el saber se ha hecho discurso, “voten por mí”, “voten por mí”, “yo soy la salvación del oprimido”, “voten por mí”, “dejen de pensar”, “voten por mí”, “yo soy el gobernante elegido”.  Más allá de esa gente, la vida vale la pena. La conciencia y la alegría son elementos de la misma vida.

De tanto andar por estos pasillos, mi corazón se ha hecho humano. Soy la esperanza tranquila, la quietud cargado de años; soy el sol de primavera y el calor de las noches profundas; soy el esposo, el padre, el hijo. Un saludo amoroso y una palabra que ha dejado huellas. Quiero seguir el camino del encuentro, del enseñar sobre el sentido de la vida, sobre la vocación docente. Y sé que la Nada existe, la llaman muerte, soledad, hambre, tristezas, niños solos. Y la Nada es la muerte que se hace historia de vida en cada hombre y en cada mujer sin esperanzas, sin horizontes. El hambre del Otro cuestiona el sentido de la misma existencia, la soledad y la pobreza del niño cuestionan la fe educativa, la vida nos llama a entregarnos a favor de los que no tienen, a sembrar la esperanza el corazón de cada niño en cada escuela.

Mi experiencia docente ha sido un río de cascadas profundas y de formación de conciencia, un huracán de vida y de encuentros, de experiencias vitales. La educación no se parece a los dibujos de los libros, donde “Roque corre a su casa”, “mi papá fuma pipa”, “mi mamá me ama”. Aquí, en estos salones universitarios, aquí, en esta Facultad de Educación la vida parece un torbellino de saber, de afectividad, de sueños, de planes, de encuentros…, y siento miedo de que la Filosofía haya sido una película vieja, un cuento infantil para que todos creamos en las esperanzas y en los sueños que se forjaron en las lejanas noches de la infancia, ¿recuerdan?, aquellos días de cantos y juegos. La filosofía nace en el niño.

¿Y si la filosofía nos mantiene en la infancia eterna? ¿Y si todo es mentira?, “Tu casa se quema, corre Roque”. Por cierto, en la escuela de mi infancia nadie se llamaba Roque. Sin embargo, me acuerdo de “Roque”, de mi maestra, del patio de los recreos, de mi vieja escuela, de las calles polvorientas del barrio. Esos maestros llenaron mi corazón de sueños que se hicieron vida.

Ahora me encuentro pleno de años entregados a la enseñanza, en búsqueda de lo fundamental y de la trascendencia espiritual. He vivido muchos años sumergido entre la lógica racional y la aventura del encuentro, tan llena de corazones y de sentimientos. ¿Cómo me siento? como el mar de horizontes luminosos, viendo el nacer de nuevos barcos,  jóvenes enamorados besándose en la playa; me siento como un atardecer soleado de quien ha entregado la vida.

 Desde hace dos años tengo pesadillas, veo millones de hombres y mujeres  cantando himnos revolucionarios. No puedo dormir, veo a esos hombres y mujeres desaparecer en un lago. Y en el borde del lago, antes de caer, dejan las flores de la esperanza. Esos muertos se van desnudos, con las manos vacías, con los ojos apagados gritando el nombre de los maestros que no tuvieron. Y despierto, me lleno de fuerzas para seguir formando a cada joven los secretos de una Filosofía de la Liberación, para que ya no existan muertos sin esperanzas. La filosofía de la Liberación es un canto de esperanza. Es un sueño que tiene que ser compartido para que se haga realidad.

 

**

 

En la vida real dejaron de existir las hadas madrinas con sus alas transparentes. Sin embargo, aún tengo los viejos libros de cuentos infantiles. Leer se ha convertido en un reto caluroso, ¡por Dios, hoy, en el mundo de la INTERNET…a qué niño le gustaría escuchar sobre un mundo imaginario, justamente antes de dormir! En la era del nuevo milenio poco importa arrojar un libro a la papelera. Ninguna lectura parece interesar, las letras estorban, los libros son pesados, se caen lentamente de las manos. Son pesados y desaparecen en las horas nocturnas del actual relativismo pragmático. Sí, son esos intelectuales que duermen, comen y hacen el amor. Nada les importa, jamás leerán un libro de Filosofía.  Y yo vivo con ellos, y sé que buscan el sentido, que desean saber, que buscan a tientas en la oscuridad…, y cuando se cansen de las cosas, recogerán los libros…, y serán como niños.

Los alumnos llegan aquí, quieren ser licenciados en Educación. Ahí están sentados, y me miran, como si yo fuese parte de su mundo, son ellos la esperanza de la vida. Me escuchan, y yo hablo con ellos. Sí, aquí en el salón, rodeado de tantos rostros que me miran; pero, me escuchan, y me lleno de alegría iluminado por  esa luz de la vocación docente. Me acuerdo de las maestras, de las que me enseñaron el  camino. A veces llego a mi casa, y hablo cosas y cosas. Mi esposa me escucha y no sé si siente alegría por mí; pero, me escucha de verdad. Ella sabe que no miento, que realmente quiero tener sueños, los mismos sueños de la infancia, cuando salíamos a correr por los patios de la escuela, ahí donde todavía juegan los niños.

Aquí en la tierra de Bolívar, los pobres de siempre se van de este mundo tan cansados y olvidados. Los líderes ofrecieron panteones a sus escoltas y les cumplieron, llenaron de gloria los hombros de algunos seguidores, y algunos de ellos murieron felices, y tal vez,  se fueron al cielo. Mientras el pueblo se queda haciendo colas, largas colas mendigando un poco de harina de maíz. Y con ellos, en esas colas se encuentra el sentido de la vida. Ahí, entre esa gente surge la esperanza, sin revoluciones, sin imperios…, sólo esperanzas y sueños. Yo enseño para ellos y sus hijos, la Filosofía es el encuentro; el estar ahí, tan sólo eso, sosteniendo la mano de quien busca, del que aprende, de esos que ya no creen en nadie. ¿Saben? Ahí vale la pena hablar de esperanza, no de revoluciones que no llegan, ni  de los falsos sueños del imperio.

¿Saben lo que me dijo un profesor de Filosofía, de esos que pensaban liberar al pueblo, ustedes saben, “concientizándolos” con los viejos conceptos comunistas de Marx? “La existencia plena se realiza en el encuentro con el Otro, con el ser humilde que se muestra en los rostros oprimidos, ¡con el pueblo! Yo quisiera que el profesor Julián estuviese aquí conmigo. Julián se fue hace poco, ya hablaba solo, con la mirada perdida tratando de encontrar los rostros populares de los que tanto nos habló. ¡Ojalá estuvieses aquí, querido amigo! ¿Sabes? Aquí está el pueblo y yo estoy con ellos. Sí, aquí mismo, en la misma cola, tratando de encontrar un pote de leche en polvo, no es para mí, ni voy a revender, es para mi esposa, ella toma su café con leche cada mañana y cada noche.

Aquí estoy haciendo la cola, rodeado de esos rostros de los que nos hablaste profesor Julián, el rostro del pueblo está casi deforme, la revolución  que no llega, les ha robado la sonrisa. La gente en la cola me asfixia, siento deseos de escapar de todos, es como si las personas me robaran el espacio vital; como si de pronto, una fiebre terrible me invadiese y siento un calor pegajoso que no puedo soportar. “Ese coleado sáquenlo, fuera, fuera”. Yo también grito, no sé lo que está pasando en la entrada del mercado, pero estoy indignado, cansado de todo y de todos. La Guardia Nacional dispersa a la multitud con bombas lacrimógenas. Todos corren hacia cualquier parte. La cola ha terminado por hoy, tengan la seguridad de que mañana volveré, trataré de llegar una hora más temprano. Juro que no me van a colear.

La Filosofía no es una esperanza enajenada, sin los pies en la tierra. La Filosofía es un canto de esperanza que está ahí en la mirada de la gente, en el caminar y sentir de los más necesitados.

 

***

 

En la vida real es una tarea titánica enseñar Filosofía, es como hablar en idiomas desconocidos; sobre todo, en cuanto a la dimensión formativa que deben cumplir las reflexiones filosóficas en la vida concreta de alumnos y profesores de la universidad. De hecho, en la vida cotidiana las clases de Filosofía no son tomadas en cuenta como principios del pensamiento filosófico, y a veces, solamente hablamos de libros. La Filosofía que se queda en los libros…, poco importa, lo que forma es la Filosofía que une el libro con la vida.

Actualmente, ningún mar es profundo, parece que todos se conforman con poseer un inmenso, casi infinito océano de información pero, con dos centímetros de profundidad. Todos hablan y opinan de ciencia, política, religión, y filosofías. Repiten los titulares de los diarios, las investigaciones light de Wikipedia, los comentarios de Twitter, y así, se estructura un conocimiento “Epistémico hermenéutico sistémico ontológico y holístico” como tema de investigación de una tesis doctoral típica de estos académicos del nuevo milenio. En las llamadas ciencias sociales, se está perdiendo la dimensión antropológica en las investigaciones, y se está construyendo un edifico de naipes, a fuerza de repetición de lo ya escrito, gracias al corte y pega de internet.

Sin duda, los medios de comercialización muestran más interés  por los libros sobre los juegos de azar, la brujería, los chismes en los diarios, las mujeres en bikinis, el precio de las bebidas alcohólicas y el precio paralelo del dólar, que por las investigaciones sociales, filosóficas y matemáticas, entre otras. La educación se hace un reto, un nadar contra corriente, una tarea que a veces parece superar nuestras fuerzas vitales. Es aquí en este espacio y tiempo de la información que aturde, cuando cobra sentido la Filosofía de la Esperanza, ese llamado a detenernos a pensar sobre el sentido de la vida. El educador no se conformar por luchar unas cuantas monedas, busca el secreto de la vida en el Otro, en el que está a su lado, busca en cada niño, niña, en cada joven, en cada mujer y en cada hombre ese trozo de luz y de esperanza.

Para la cultura del Mercado, parece que la filosofía no vale la pena, no produce  ganancias económicas, o tal vez, el pensamiento ha dejado de ser una mercancía. La formación filosófica es contraria a los intereses de una revolución que no llega: “el revolucionario es disciplinado y obedece”, cuando la revolución es dictadura…, el pensamiento estorba. Cuando la Filosofía no es ganancia…el Mercado…, simplemente la arroja.

En realidad, para poder gritar consignas delirantes, simplemente, hay que ser uno más, un bloque del edificio, una burbuja en el mar. La dictadura es la muerte del sujeto. El pensamiento está demás, estorba. Ahora, las lecturas se van hundiendo en el pasado de viejos y polvorientos libros amarillos, tan húmedos como la muerte, tan inútiles como la sombra de un cadáver, los dictadores solamente hablan del pasado y de un presente que nunca llega.

 El nuevo hombre de cualquier dictadura debe obedecer, seguir las órdenes de todos los líderes elegidos por los dioses. Todo reinado necesita vasallos; solamente el rey es sujeto, es el único con el derecho de expresar libremente lo que piensa, las otras fichas del ajedrez carecen de alma. Las dictaduras hacen del hombre un objeto, lo que se manipula, lo desechable, un animal de carga, sin voluntad y sin esperanzas existenciales. Las dictaduras son el reinado de los elegidos y la muerte de los que no tienen nombres, de los anónimos, de los que nunca existieron. La dictadura es contraria al hombre, a la vida y a la Filosofía de la Esperanza. La dictadura es la negación de la existencia de Dios Padre.

 A veces me invade la angustia al saber que la Filosofía se presenta como una asignatura “extraña”, sin sentido, como un registro histórico, sin forma, carente de razón; como una disciplina cuyo título no interesa a la mayoría. El mundo se ha convertido en la jungla de los sobrevivientes, seres desesperados por conseguir comida, vestidos, gasolina y licor. No resulta fácil hablar de esperanza, no es fácil la solidaridad…, sin embargo ese es el único camino de la vocación docente, ser los apóstoles de la Esperanza.

Las dictaduras atrofian el cerebro, y sus seguidores parecen aves sin nido, roedores hambrientos sin hermanos, sin familia, sin deseos, perdidos y con la espalda doblada bajo el peso del terror de saber que la vida no es más que un breve concepto. En la dictadura, todos se convierten en cobardes que esperan ser devorados por la violencia en un callejón sombrío, escuchando a lo lejos el lamento de las madres, mientras la vida se va con la última gota, con el último suspiro, por eso ya nada importa. La muerte está ahí, se puede sentir su humedad, está cerca, demasiado cerca, rozando la ventana, tratando de entrar, todo está oscuro allá afuera, todos los ruidos asustan. Se tiene miedo existencial de vivir. Y ahí estoy hablando de la Fe, del Amor, de vocación de servicio, de lecturas formadoras de conciencia. Aquí estamos haciendo la verdadera Patria, la que soñó Bolívar, Sucre y Miranda.

De hecho, durante millones de clases la experiencia ha sido más o menos la misma: los alumnos se sientan ahí, yo les hablo del mundo racional, de escritos líricos, de los griegos, latinoamericanos, de teoría del conocimiento, de filosofía de la educación, de ética, de valores, de fenomenología existencial, de la realidad de América Latina, de la educación liberadora, de la Pedagogía del Oprimido; Y ellos hablan de la vida, de sus inquietudes, de lo que han leído, de sus temores, del trabajo que pasan para llegar a clases. Yo les hablo de Esperanza, de que no aflojen la lucha, de que lean, de que se formen, y que vayan a esas escuelas a sembrar conciencia liberadora en las almas de esos niños.

Aquí, a veces se habla de deportes, de música, de poesía, de cine,  de política,  de los aciertos y fallas de la revolución que no llega. Todos vienen, se ven, nos vemos las caras y tomamos café. Llegamos a la casa, tan agotados, mirando la blancura del techo, tan agotados y dormimos; pero con el corazón lleno de vida, de poemas y de esperanza.

Ayer, durante la lluvia del anochecer enterramos al viejo profesor de Filosofía, todo era tan gris, pero con vida, con colores. Dos mujeres lloraban, fue un héroe, y lo llora la Patria. Sin duda, a los que vivieron para educar, y se fueron con el corazón sin semillas, tal vez allá en el cielo, les regalen flores. La muerte no se lo lleva todo. La tierra fría de la tumba se hace la morada pasajera y en altar eterno. El viejo amigo se fue creyendo en la lucha por la esperanza. ¡Qué equivocado estaban todos! Si la muerte muere no será en manos de ninguna revolución que no llega. El imperio son ellos; sí, los que viven del engaño. Ahí está el capitalismo suave o salvaje, dominante, fresco, con su rostro sonriente, y pleno de vitalidad. El capitalismo es el Mercado que ahoga y destruye conciencia. La miseria de los pobres coincide totalmente con el absurdo existencial.  La Filosofía la Liberación integral de los que nada tienen…, es el camino de la Esperanza.

La imagen en el espejo es muda, años tras años hablando de Dios, de la Vida, de Filosofía, mensajes que llegan a las conciencia de esos jóvenes, que me miran con asombro, se llenan de fe y de confianza. Sin embargo, tengo las medias rotas, la misma camisa de hace años. No tengo dinero, no tengo lujos, pero aquí estoy, y somos muchos los que luchamos días a día, en cada salón, hablando de lo hermoso que es dar la vida por el otro, por cada niño, niña, joven, hombre, mujer que nos llama.

¡Por Dios! Yo creo en lo que digo, soy un educador. Siempre estoy  tratando de encontrar algún mensaje educativo entre las frases perdidas de algún filósofo. Todos me miran, y escuchan. Un alumno mira el reloj, demasiado calor, yo miro el reloj, todos se van, y hablan de la clase. Me siento tranquilo. Saludo a Miguel, un profesor recién llegado, no tiene treinta años. Varios papeles rotos, hojas que ruedan al azar, el silencio después de la despedida: “¡Adiós, Profesor, feliz fin de semana! Soy un profesor, es una carga, no estoy solo, son tantos que estamos aquí dando clase, día a día, llueva, se cobre o no, siempre volvemos después del fin de semana.

 

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Por otra parte, en la Venezuela actual, se ha dado el caso de que si algún alumno o algún profesor universitario ha tenido contacto con textos filosóficos,  puede que se trate de filosofías promovidas desde la Nueva Era, o desde las religiones autóctonas, de esas que enfatizan la identidad legítima en contra de las religiones alienantes e imperialistas, tales como el cristianismo, que sigue siendo  “el opio del pueblo”; así pues, algunos grupos  promueven la “santería” , una religión cuyo gran sacerdote siempre es el dictador político de turno.

 En lo esencial, desde la dimensión académica y formación filosófica y cultural se trata de textos sin profundidad, libros para el comercio, lecturas de fácil consumo, charlatanerías y sandeces tales como: “el color del aura”, “la astrología y la suerte”, “el poder mágico de los cristales”, “las esposas de Jesús”, “el milagro de los ángeles”, “las pirámides extraterrestres”, “el poder de los números”, “el poder infinito de la mente”, “cómo ganar amigos”, “los misterios del universo”, “los dioses locos”, “la mirada de Satanás”, “técnicas de adivinanzas”, “el éxito del nuevo milenio”, y todo lo que llame la atención de los compradores. Desde luego, este tipo de filosofía comercial nutre satisfactoriamente el intelecto de algunos elegidos por esos dioses del nuevo milenio; son las religiones fáciles, las que solamente cuestan dinero. Ahí la Filosofía se hace alienante, no hay compromiso con el Otro; se desvía lo esencial de la vocación docente.

 Por ahí siempre andan esos sabios, se visten de modo especial, medio hippie, medio poeta, o de filósofo moderno. Bueno, “son lo máximo” a nivel de cultura y sabiduría, son especiales, diferentes a los seres comunes, no sé cómo expresar ese aspecto angelical y extraño que les rodea. Lo cierto es que caminan muy despacio, de mirada dulce, de voz pausada, de palabras calculadas, parece que están dormidos, soñando, tocando flautas, guitarras, cantan himnos religiosos, gritos de protestas. En ellos no hay encuentro con el diferente, se hacen razas elegidas, la filosofía desaparece, los sueños propios se esfuman…, y el mundo se hace extraño, ya no hay encuentro con la gente. Así no hay Liberación, ni Filosofía de la Esperanza.

Por otra parte, hay toda una congregación de hombres y mujeres vestidos totalmente de blanco, de pureza, de santidad, hablan de la “mano de Orula”, del dinero que tuvieron que pagar por el “santo” o protector espiritual, parece ser que entre más costoso sea el santo protector, sería más poderoso. Ellos aseguran que esa es la verdadera religión del pueblo, y según sus ideas, esa santería no sería “un opio del pueblo”, sino la manifestación de poderes espirituales liberadores del malvado imperialismo.

Hay sabios de todas las edades, viejos, mediana edad, jóvenes, adolescentes, y todos son vegetarianos, seres muy espirituales, olorosos a varillitas mágicas, con pulseritas de metales preciosos; son los sabios enajenados por el consumo capitalista. En cambio, los que dicen ser revolucionarios andan de blanco, no se dejan tocar, olorosos a tabacos, expertos bailadores de tambores; van a los cementerios, extraen huesos de cualquier cadáver; anotan el nombre del difunto y luego colocan el hueso dentro de un busto hecho de yeso, que se asemeja a un hombre con sobrero: “Miguel González, yo te conjuro: En nombre de los Orichas bara lode, bara adage, bara alana, y desde hoy serás mi ánima protectora” ¡Dios, quién sabe dónde iremos a llegar con estas religiones “liberadoras, revolucionarias y populares”!. Estas realidades oprimen, embrutecen, encierra a la gente entre el miedo y la ignorancia. Somos educadores, la vocación de servicio forma conciencia en cada ser personal, no demos la espalda, no confundamos, sembrar conciencia es un canto a la Esperanza.

 El esfuerzo de estos “elegidos” se centra en ser diferentes, y que se les adore por esta diferencia, se sienten infinitamente superiores a los hombres y mujeres comunes, como mi madre, mis hijos, mi esposa, mis hermanos, la mayoría de mis colegas, de mis amigos, de mis vecinos; seres sin poderes especiales, como la mayoría que conformamos el resto de la humanidad. El mundo a veces confunde, demasiados mensajes, nada se queda quieto, pero debemos parar, detenernos un momento, buscar claridad entre las nubes; formarnos de verdad, dedicar tiempo a la lectura, trabajar sin descanso por el Pueblo, que siempre espera lo mejor de sus educadores formadores confiables y sinceros, llenos de amor y de esperanza.

Más allá de los discursos políticos, el capitalismo es el fondo cultural de cualquier forma de vida en la actualidad. Todos estamos sumergidos en las aguas del Mercado. El Mercado es lo vital, y su único valor es el dólar. Si no me creen, pregúntenle a la nobleza venezolana, vean las cuentas bancaria de todos esos millonarios, imperialistas o revolucionarios. Si piensan que exagero, vean las chequeras de algunos de esos héroes de la patria.

Allá ustedes si creen que aquí se está gestando una alternativa socialista del nuevo milenio más humana y diferente al capitalismo salvaje. Yo no me creo esa fábula. ¿Recuerdan las canciones revolucionarias? “La inocencia no mata al pueblo, pero tampoco lo salva, lo salvará su conciencia y en eso me apuesto el alma”. La educación liberadora es el camino de la verdadera revolución.

 El Mercado es como una sombra que carcome, siento que ese afán de tener y tener está dentro de mí, como un virus que me arrastra; siempre necesito algo, quiero comprar y comprar; y luego no encuentro un lugar donde guardar las cosas. El Mercado opaca el intelecto, la razón, la sensibilidad; nos hace inservibles, muñecos que envejecen tratando de tener vitalidad para consumir y consumir hasta el último suspiro. Según los principios de la sociedad capitalista actual,  si nos puedes comprar es mejor morir. La Filosofía de la Liberación es otra cosa, es luchar y comprometerse con la vida; trabajar por una humanidad cada día más feliz, menos violenta; simplemente…, más humana.

He aquí el sentido de la vida en la cultura de la globalización: comprar, ganar dólares, comprar. Si puedes comprar lo que quieras, entonces eres un hombre de éxito, una persona feliz; nada importaría ni la revolución, ni el imperialismo; el Mercado nos unifica; y, determina el ser de las cosas y de las personas. Hasta mi muerte será un proceso comercial: me venderán un velorio de lujo, funeraria costosa, ataúd de buena marca y el cementerio más exclusivo de la ciudad. A veces me pregunto, si no podré comprar un par de alas angelicales, una lira transparente y la salvación eterna. En el Mercado globalizante se puede comprar el dios hecho a mi imagen y semejanza. Yo confío en los alumnos, en esos nuevos educadores de estos tiempos difíciles; yo confío en cada joven que entra al salón de clases y se va con la inquietud de ser un educador y formador de las nuevas generaciones.

 

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En el nuevo milenio el conocimiento pretende ser reducido a  una cosa que se vende, un aparato, un montón de hojas y letras; sería una propiedad como cualquier otra. Aquí, en estos centros comerciales se compra y se venden conocimientos; aquí, encerrados en el mundo virtual, parece ser que todos saben de todo. Sin embargo, más allá de las leyes del mercado, el conocimiento no es una inversión perdida, bien sea que se compre o se venda como vulgar mercancía, siempre el conocer deja huellas. Leer dejará huellas en la mente. El conocimiento es una buena compra cuando existe el compromiso de formación desde la vocación docente. Yo tengo la casa llena de libros. La mayoría de esos libros los compré porque estaban baratos; tengo libros y revistas de temas inimaginables, y a veces los leo; pero, tengo libros de filosofía que son un tesoro, una fuente inagotable de formación de conciencia; y tengo libros latinoamericanos, de esa filosofía de la Liberación donde se habla del hombre y del sentido de la vida.

Lo escrito es vida de un autor de carne y hueso, de su época; por tanto, siempre posee algún nivel de validez en cuanto a sus reflexiones y propuestas. Aunque en esta cultura del comercio, da igual su contenido formativo, académico, científico, filosófico, teológico; lo que se valora es el objeto de consumo; es decir, el libro tiene que ser bonito y agradable, como cualquier florero destinado a ser un adorno arrojado al mundo de la hipocresía, la falsedad y lo exterior. Los educadores buscamos lo que vale para el espíritu, para la conciencia para la verdadera Liberación de cada hombre y de todos los pueblos del mundo.

Encerrados entre las leyes tiránicas de la cultura del Mercado, los escritores tienen que producir lo bonito, bueno y barato, de eso se trata la gran producción de los  intelectuales que se dejan atrapar por las ilusiones y fantasías del nuevo milenio.

Ya no hay secretos, no hay sabiduría, no hay sectas de sabios, adivinos, satánicos y brujos; parece que el mundo entero se escondiese en lo más oscuro de una habitación privada; la conciencia se encierra a sí misma en el secreto de la intimidad frente a una pantalla virtual. Lo virtual se está haciendo reflejo de la conciencia. Lo virtual se hace intimidad dentro de mi alma. Y sin embargo, la lucha por la libertad de la conciencia sigue viva, no somos la otra orilla de la computadora; somos libertad espiritual y trascendente.

Aquí no hay revolución, ni alternativas. El viejo discurso de alternativas rusas murió sin haber vivido. El Mercado nos arropa desde afuera hacia lo más profundo. Todos estamos condenados a la enajenación desde lo virtual. Lo virtual es el sueño de los dioses hecho realidad, una fantasía que se puede tocar, sentir, besar, adorar, repetidas veces. Sin embargo, lo virtual no existe; entonces es perfecta, lo virtual gusta  porque es intimidad desechable. Hay una dimensión de lo virtual que educa, que se hace útil e indispensable en todos los procesos educativos; pero, también lo virtual se puede convertir en enajenación real y destructora. Somos educadores, aprendamos y enseñemos a distinguir, a elegir con consciencia.

 En el fondo, la filosofía bonita se convierte en un plato de comida rápida, insípida, grasienta, a bajo precio, con aderezos exóticos. Se trata de una filosofía  para el descanso, para leer durante la vejez, mientras se disfruta de un vino francés a la orilla del mar azul y eterno, la filosofía del nuevo milenio se disfruta y se muestra en el modo de hablar y de vestir, esas lecturas de conjuros mágicos se consumen lentamente mientras nos convertimos en ángeles evolucionados y revolucionarios dolarizados. Nada más alejado de la realidad del compromiso desde una Filosofía de la Liberación y de la Esperanza.

¿Quién puede pensar en la filosofía de la liberación de los oprimidos? Para el Mercado, eso no existe. Y en todo caso, sería un fastidio. Según la cultura del tener y del poder, a la liberación se la tragó el Mercado. Según ellos,  los pobres quedaron abandonados en sus ranchos, en la selva, en los pueblos andinos. A los pobres los traicionó la revolución que nunca llega. Si quieren comer y vestirse que hagan colas, que compren las sobras y que se vistan de harapos. He aquí un fuerte reto real y cotidiano de la verdadera vocación docente, desde una Filosofía de la Esperanza.

En esta universidad muchos piensan que la filosofía es un plato exquisito, un lujo para los elegidos de siempre, los que nacieron para ser felices, como esos profesores universitarios, cuyos conocimientos están a la altura de los avatares milenarios y de los líderes eternos: Marx, Fidel, Lenin y Mao Tse Tung, entre otros. Así son realmente algunos de mis colegas, hombres y mujeres que ya no desean dar clases; nada de eso, ellos son especiales, desean dedicarse a la investigación, que la universidad les trate de modo especial, como se merecen: viajes al extranjeros, años sabáticos, permisos remunerados, oficinas personales, equipos de computación y todo lo necesario para investigar, investigar, investigar y al final, entregan la mismas tesis de siempre, o en el peor de los caso,  compran una tesis, publican el artículo ajeno; se compran el disimulado prestigio: un traje, una toga especial, condecoraciones, botones por todas partes y una mente en blanco. Aunque obtengan un triunfo aparente son la negación de la mayoría que trabaja día a día en la formación de los futuros educadores del país.

Se trata de una academia sin compromiso, de un ejercicio docente sin vida, solamente buscan dinero y aplausos, lo demás carece de sentido para ellos, si tienen que pisotear, lo hacen; si tienen que mentir; entonces, mienten. Una de esos personajes me juró porfiadamente que leyó la Crítica de la razón pura mientras esperaba la llegada de su padre en el aeropuerto de Maiquetía; otro profesor me recomendó, lo que a su juicio era el libro de metodología más fácil, el Discurso del Método, ahí, según él, se encontraban los pasos a seguir: planteamiento del problema, objetivos generales, objetivos específicos, justificación, límites, alcances, población, muestra, conclusiones y recomendaciones. Él me aseguró que conoció a René Descartes, quien era un profesor del doctorado en Maracaibo. A Dios gracias se trata de una ínfima minoría. La educación es compromiso real, es sacrificio. La filosofía y la Esperanza es un camino difícil de compromiso y de servicio desinteresado. La conciencia que se forja entre el compromiso y la lectura se inicia en la Esperanza y en la verdadera Liberación personal, comunitaria, social y de la nueva humanidad.

En el fondo se trata de profesores cuya formación ha sido ajena a los contenidos tradicionales de la Filosofía Occidental, en donde se enseñan asignaturas como: Lógica, Ontología, Metafísica Aristotélica, Ética, Moral, Antropología Filosófica, Teoría del Conocimiento, Filosofía de la Ciencia, Filosofía de la Educación, Epistemología, Historia de la Filosofía, y las diferentes corrientes del pensamiento filosófico de la cultura occidental, que son realmente las fuentes de nuestra academia, modo de ser y de pensar.

Estoy convencido que la cultura no es cuestión de “parecer”, “yo opino”, “me gusta”, “no me gusta”. Generalmente se trata de opiniones caprichosas, se parecen a esos peces del océano que son tan originales que se la pasan gritando: “no me gusta el agua salada”, “no me gustan la escamas”, “no pienso que sea justo esa ponedera de huevos”, “mejor es la vida de los halcones machos”. Se nace y se pertenece a una cultura determinada; y esa cultura conforma los elementos esenciales de nuestra realidad: lenguaje, modo de caminar, de comer, de estudiar, lo religioso. Para bien o para mal pertenecemos a lo que se llama la Cultura Occidental. La formación filosófica se da dentro de esa cultura, así de simple. La realidad latinoamericana da un matiz propio y original a la tarea filosófica; pero sin obviar sus raíces occidentales.

Ah, he aquí el problema, la lectura de la filosofía tradicional, de la cultura occidental no es sencilla, no son lecturas de fácil consumo, no se trata de libritos de bolsillos para leer mientras se comparte un café. Es decir, para adentrarse en la filosofía tradicional hay que ser serios, dedicarle la vida, pero de verdad, son horas y horas enteras de arduo trabajo intelectual.

 La filosofía no se reduce al conjunto de libros esotéricos que tratan sobre cristales, adivinanzas, psicología de movimientos corporales. Claro, lo que ocurre es que a veces se leen los textos de la filosofía tradicional y no se entiende nada o tal vez, muy poco. Leer filosofía no una tarea agradable, como ir de compras, tomar cervezas y bailar. El estudio real de la filosofía es extremadamente exigente. ¿Quién puede afirmar que leer y comprender la Metafísica de Aristóteles sea una tarea fácil y divertida? ¿Cómo hacer dinámicas grupales para entender la ontología de Nicolai Hartmann?, ¿acaso son placenteras las lecturas de las obras de San Agustín, Santo Tomás, Hegel, Marx, Kant, Husserl, Heidegger y muchos otros autores?

¡Claro!, en la cultura del mercado y consumo masivo, sería demasiado difícil comercializar una película sobre la Metafísica de Aristóteles, el idealismo de Platón, o sobre la Crítica de la razón pura, escrita por Kant. De seguro, no bastaría con una campaña publicitaria señalando las ventajas en cuanto a la formación cultural que dejaría en el público general, los argumentos y las reflexiones filosóficas de los protagonistas; simplemente, porque las reflexiones verdaderas y la formación cultural no se venden, lo que se vende es lo bonito, bueno y barato. Por ejemplo, si la película se titulara “la homosexualidad salvaje de Platón y Aristóteles”, y se presentan escenas pornográficas sería todo un exitazo, pedirían a gritos una segunda parte; y se crearía toda una secuencia de películas sobre los filósofos griegos.

Asimismo, lo más rentable sería escribir historias ficticias “basadas en hechos reales”, se pueden hacer películas desde la fantasía y la imaginación sobre las aventuras de los caballeros templarios, las brujas de la Edad Media, el mago Merlín, y cualquier otro invento con ropaje de historia real. Tal vez, se estén realizando algunas películas: “Verdaderas enseñanzas de Jesús”, “el satanismo en la Iglesia católica”, “los oscuros secretos de los papas”, “el dios gato”, “la serpiente venida del cielo”, “el martillo de los dioses blancos”, “el cristal mágico del tigre tuerto”, “el astuto cocodrilo”; en definitiva, lo que se vende son las rarezas y supersticiones promovidas desde las mentes mercantiles de los gerentes de la Nueva Era, quienes disfrazan sus intereses de ganancias económicas, en una fachada mítica.

En consecuencia, la verdad epistémica, la verdad moral poco importan, no tendría ningún sentido plantearse la veracidad o la falsedad de los criterios epistémicos, o de los juicios morales. De hecho, ya poco interesaría el problema de la objetividad o subjetividad de los conocimientos científicos, carecería de sentido plantearse el problema de la trascendencia o de la inmanencia de los valores, daría lo mismo la universalidad de los valores o el relativismo personal de los valores. En el fondo, el problema de la existencia de Dios no tendría mayor importancia para ellos; Dios ha sido convertido en un bien de consumo, si te agrada, cómpralo, te vendemos el mejor de los dioses, uno que sea adaptado a tus caprichos; si no quieres a Dios Padre, Creador del Cielo y de la Tierra; no hay problemas, también se te puede vender una energía universal, natural, impersonal, que le ofrece esa luz brillante a tu mente, convirtiéndote en parte de la “fuerza” del universo, que te da poderes mágicos y especiales, para que puedas elevarte por encima del común de los mortales.

Así, pues, desde esta realidad mercantilista, según el límite de tu cuenta bancaria en dólares, así sería tu elevación espiritual: puedes comprar dioses imperialistas, extraterrestres, y también sus dioses mulatos, indígenas, malandros y todos dispuestos a venir del más allá a continuar con el proceso de liberación de cada fiel.

En fin, desde la cultura del Mercado, la meta consistiría en vender a como dé lugar, obtener el mayor nivel posible de ganancias económicas; por eso, la cantidad de dólares que se obtengan por la venta del libro, determina el nivel de sabiduría espiritual de los textos. No exagero, si el libro, la película, lo que sea, se vende; entonces, allí hay sabiduría especial, de la que gusta, de la enviada por seres divinos a través de sus elegidos. ¿No me creen? Veamos, ¿cuántos libros de ontología se venden?, ¿cuántos de historia de la Iglesia?, ¿de teología moral?, ¿de antropología filosófica? ¿Cuál escritor se ha hecho famoso escribiendo sobre tratados del dogma cristiano?

Está bien, cambiemos de temas. ¿Qué escritor se ha hecho famoso escribiendo sobre la historia del marxismo?, “la historia del mercado”, “la vida y obra de Cristóbal Colón”, “la física nuclear”, “los nuevos descubrimientos de la química”, “la literatura y la ecología”. Pareciera que el conocimiento científico, filosófico, teológico, literario, histórico, entre otros, están condenados a los basureros y a los rincones más amarillos y olvidados de las bibliotecas moribundas, que sobreviven como reliquias húmedas, como gusanos que huyen de la sequía. El saber se esfuma entre los discursos de vendedores del nuevo milenio.

Por otro lado, los autores de estos libros de fácil consumo se sienten elevados y sucesores de los grandes sabios de la humanidad. En serio, ellos se creen sabios, y si el libro escrito sobrepasa el millón de dólares en ganancias, estos autores se visten, caminan y hablan como seres del cielo, avatares, ángeles encarnados superiores al resto de los mortales. Y si el libro tiene que ver con “alternativas liberadoras”, igual, se creen salvadores de los pobres, a estos liberadores nada les cuesta vivir muy cómodos, como profesores de universidades importantes; ninguno de ellos, en la actualidad vive en barrios, o se encuentran organizando sindicatos de obreros o viven entre los campesinos de Cuba. Ellos son cómodos y “burguesitos” que escriben sobre la “miseria en América Latina”.

En realidad, estos “liberadores” escriben bien, con profundidad; pero, siguen repitiendo lo que oyeron, tocaron, sintieron desde hace muchos años; y muy pocos de ellos han tenido el valor de despertar, prefieren seguir viviendo tan cómodos y tan consumidores como cualquier otro intelectual burgués del “imperio”. Y los intelectuales de izquierda, que todavía no se han montado en el barco del placer consumista, andan vendiendo “alternativas” en Venezuela, Ecuador, Argentina a ver qué consiguen; aceptan lo que sea, desde un cursito de postgrado de 8.000 Bs (8 dólares), hasta un “centro de investigación contra la dominación y el coloniaje”, y adulan a sus líderes, a ver quién quita y les cambien de vida con algún carguito burocrático, y tal vez, hasta se ganen una visa yanqui, así son ellos. Y Dios quiera de verdad, que yo esté generalizando y exagerando.

En cuanto a la formación cultural en el Mercado del nuevo mileno, resulta que el misterio se vende, las leyendas se venden, los cuentos de hadas se venden, los secretos de las pirámides se venden, la historia de los extraterrestres que vienen de otras galaxias, que se presentaron como dioses se venden, los viajes al pasado y al futuro se venden, la magia se vende. Por supuesto, lo raro se vende. Cuando el Mercado es la fuente del saber se destruyen las bases mismas de la cultura de la humanidad, para que surja la anarquía humana y espiritual; entonces, todos tendrán que rendir culto al dios dólar, fuente espiritual de algunas sabidurías de estantes del nuevo milenio.

En lo esencial, una cuenta bancaria en dólares sería la garantía de la salvación eterna; si no posees dólares, miles de dólares, millones de dólares, entonces, tendrás que vivir en el infierno, rodeados de todos los empobrecidos y miserables; serás uno de ellos para toda la eternidad, bien seas revolucionario o demócrata; al final, te espera una larga cola, a ver si por casualidad sobra un paquete de harina de maíz, un pote de leche, un kilo de carne, un jabón para quitarse el olor a miseria y abandono.

 Así, pues, toda esa literatura del nuevo milenio que ataca lo más tradicional del pensamiento de la humanidad occidental, amenaza con destruir la conciencia personal y comunitaria, y nos está llevando lentamente a la anarquía del pensamiento: “todo vale”; al más profundo relativismo moral, a la esclavitud y a la dictadura de la mayoría sometida por focos muy personalizados y concretos de pequeños y grandes imperios o reinados personales y hereditarios. De corazón les digo a todo pulmón: Las promesas de cualquier religión o filosofía de estante es un fraude.

Sin saberlo, el nuevo milenio parece ser un remolino que nos devuelve al tiempo de las monarquías. Los actuales príncipes son tan caprichosos y destructivos como el Nerón de la antigua Roma, estamos en las manos seductoras de los amos del Mercado; ¿no lo creen?, ¿quién puede vivir sin un celular?, ¿para qué es el viagra?, simplemente para poder prolongar unos cuantos años la capacidad de sexualidad en la cama. De hecho, prolongar el placer sexual del existir, parece ser la verdadera propuesta de fundamento antropológico y del sentido de la vida de imperialistas y revolucionarios.

 Es decir, según la antropología del mercado,  si la vida no es placer sexual; entonces, mejor sería morir que vivir una vejez inútil y vacía, tratando de no sufrir los dolores de un cuerpo que se hunde en el tormento infernal de las enfermedades y sus fármacos; entre más envejeces, más dolor, menos placer y más píldoras. De hecho, en una sociedad sin compromiso, sin esperanza…, la vejez es el infierno.

 

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El problema consiste en la esencia misma de la Filosofía de la Esperanza frente a la Filosofía de la Muerte de las falsas revoluciones y de la cultura del Mercado. La Filosofía molesta, cuestiona, exige, no es fácil, no se aprende el contenido de toda la Filosofía clásica en talleres, diplomados, seminarios, encuentros académicos; tampoco, se aprende filosofía leyendo uno que otro libro de Edgar Morin. Aprender los rudimentos propios de la filosofía lleva años de estudio formal, en universidades especializadas en el área filosófica, igual pasa con la medicina, la ingeniería, el derecho, y todas las áreas y carreras universitarias. De profesores formados en Filosofía ha existido y existen muchos ejemplos dignos en esta Facultad de Educación y de modo especial, en el Departamento de Filosofía; profesores realmente comprometidos, que publican y que enseñan. Estos ejemplos de vida entregada a la enseñanza de la Filosofía son personas sencillas, cuya presencia siempre ilumina, sus enseñanzas siempre han sido de aliento, desde la formación cultural adecuada que ha sido fuente de verdadera formación de los futuros educadores de los niños y jóvenes venezolanos.

 Algunas veces pienso, que  ellos se sienten caminando por la vida, dedicados a la enseñanza de una asignatura que les ha dado sentido a la propia existencia. Es decir, predican. Entonces, en la misma conciencia cotidiana del profesor de Filosofía, comienzan a surgir la esperanza y liberación como fuentes de los contenidos filosóficos; el interés se hace vida, el compromiso crece en la intimidad como una luz que fortalece la identidad vital con la Filosofía del encuentro real y fraternal con el Otro.

En el vivir real y cotidiano de cada uno de estos profesores crece el acercamiento hacia la ontología, la ética, teoría del conocimiento, historia de la filosofía, metafísica, todo lo que aprendió en sus años de formación juvenil. A veces, cuando el cansancio invade las venas de estos profesores, comienzan a recordar viejas y lejanas anécdotas vividas en los tiempos de estudiantes,  o en sus primeros años de educadores, y las comparten con los profesores jóvenes, que nos miran como deslumbrados, entretenidos. Y de pronto, surge la energía académica y el deseo de producir y de enseñar como una necesidad existencial que da sentido trascendental a la vida misma. Y la filosofía comienza a volar como las gaviotas que aparecen tras los veleros que navegan hacia horizontes de esperanza. La Filosofía es vida y esperanza que se transmite de mano a mano, de corazón a corazón.

 Sin embargo, en la actualidad existe el peligro de que la filosofía se haga “ciencia positiva” en manos de algunos sociólogos y psicólogos. En el universo académico, las llamadas ciencias sociales están despedazando a la filosofía. Parece una revancha de ultratumba del fallecido marxismo  ortodoxo, ya nadie es filósofo, todos son científicos sociales. Lo repito: científicos sociales. Para el Mercado las reflexiones de Noam Chomsky son científicas, valederas; por el contrario, la Ética de Spinoza sería un montón de palabras sin importancia.

Efectivamente, para los académicos del nuevo milenio, la debilidad de la filosofía consistiría en su aparente inutilidad, dado que no resuelve problemas inmediatos, no beneficia la situación económica de una persona. Entonces, parece que leer textos filosóficos sería una pérdida total de tiempo, ni siquiera nos liberaría  de los fantasmas y demonios imaginarios. Además, los contenidos de los libros de filosofía no son de fácil lectura, da la impresión de que están escritos para una élite de seres extraterrestres, sin espacios, sin tiempos. Para el Mercado, y sus fundamentos pragmáticos y positivistas, la filosofía consistiría en tratados antiguos que no dicen nada y hablan de todo, ¿qué es el Ser?, y al final no hay respuesta, el Ser es el Ser, la Ontología estudia al Ser en cuanto Ser. Sin embargo, estos profesores de Filosofía, que veo en estos pasillos, son personajes sencillos, jóvenes y no tan jóvenes, profesores que llegan, profesores que se van…, todos ellos educadores por excelencia, formados adecuadamente para ser formadores; y son gente normal que han vivido a plenitud la Filosofía de la Esperanza y la han predicado.

Lo que realmente pasa, es que los contenidos de los análisis filosóficos poco tienen que ver con el arte de “ganar amigos”; entre otros lemas.  Es decir, para algunos científicos positivistas y pragmáticos, la filosofía se vive como lo más inútil, no sirve, no está en función de solucionar problemas, no produce ganancias económicas, no es divertida, no es un deporte, ni siquiera es una religión, no es un juego virtual, no es un contenido psicológico de autoayuda. Entonces, para ellos, la filosofía es valorada como una basura de hojas amarillentas.

El Mercado quiere una filosofía para el hombre del éxito. He aquí la palabra clave “éxito”. En efecto, “éxito, luego existo”. El mensaje se repite millones de veces a través de cualquier medio publicitario. Claro, las leyes de compra y venta establecen que solamente en el Mercado se encuentran los secretos del éxito. Por ello, quienes hacen colas para sobrevivir son la negación del sentido de la existencia, son unos “perdedores”; los perdedores de siempre, los que nacieron para perder, los que nunca han ganado nada, los que han sido burlados por los dictadores y traidores de siempre. Entonces, el Mercado determina el Ser en tanto Ser. Mercado y Pensamiento son una misma realidad. El Mercado es el “sacerdote” del nuevo milenio y de las nuevas revoluciones. El dólar es el néctar sagrado y adorado por todas las sectas del éxito.

 En cierto modo, siento que en la conciencia existencial de muchos alumnos y profesores, la filosofía es una alternativa de formación hacia una vocación de servicio y compromiso. Me consta que muchos profesores y alumnos que he conocido en estos largos años, se identifican con la Filosofía, la defenderían como una asignatura esencial en la formación de los futuros profesionales que necesita la Patria. Sin embargo, no hay tiempo para el descanso, para el descuido. Las leyes del Mercado y de los dictadores ha sido clara; la ecuación es sencilla: es útil, luego importa. Es decir, la Filosofía de la Liberación y de la Esperanza siempre es un peligro o un estorbo para la antropología del Mercado y para la antropología de los dictadores.

Las asignaturas filosóficas están dirigidas a responder interrogantes existenciales, tales como: ¿Cuál es el sentido de la vida?, ¿qué finalidad se persigue con el proceso educativo?, ¿qué persona se quiere formar?, ¿qué significa ser educador?, ¿vale la pena dedicar toda una vida al servicio de la educación?, ¿cómo soportar el peso de la rutina propia de la tarea educativa?, ¿cómo vivir sin ser apreciados profesionalmente por nuestros vecinos?, ¿ser educador es optar por una vocación de servicio social a favor de los más necesitados y desprotegidos de la sociedad?, ¿existe revolución  a favor de los más necesitados en Venezuela?, ¿estamos condenados a la vida de miseria?, ¿existe alguna esperanza ante esta situación difícil que estamos viviendo?, ¿hacia dónde vamos como sociedad?, ¿se trata de salvarse a sí a como dé lugar, sin importar la suerte de los demás?, ¿hasta cuándo nos seguirán hipnotizando con el retrato de un muerto?, ¿qué significa hacer filosofía desde una universidad venezolana?, ¿Y Dios?, ¿Dios ha muerto?

 La filosofía cuestiona y llega hasta los tuétanos de la propia existencia cotidiana, nos señala los misterios de la vida. La filosofía nos asusta, nos abre las puertas de lo desconocido y profundamente oscuro, nos muestra el rostro de la liberación, de la esperanza y también el rostro de la muerte. Ese es el verdadero motivo por el cual se le condena al olvido, al rincón de lo indeseable, a la papelera del baño. Cuando la filosofía cuestiona, se acerca a nuestra conciencia, no nos deja dormir tranquilos, nos va consumiendo y se comienza a evaporar todo signo de comodidad, y surge el educador que se compromete con una vida plena, para sí, para la comunidad, para sus alumnos, para su Pueblo, para la humanidad.

De no ser así, la vida se convierte en la feroz batalla contra el Otro, contra el enemigo. El rival, el diferente, el otro sería el obstáculo. Según la antropología de la muerte, en el nuevo milenio, nada debe cuestionar la lucha por el tener, solo importa lo útil, lo que produce placer, lo que ayuda a acumular cosas. Por eso, la filosofía de la Esperanza  que cuestiona y concientiza se hace un estorbo para cualquier dictadura. La ideología que  impulsa a pisotear a todos los enemigos se hace  religión que esclaviza y lleva a la muerte.

¡Escucha educador, Que escuchen todos los hombres y mujeres de la  Tierra, el Señor es nuestro Dios, el Señor es el único Dios, ámenlo con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todas las fuerzas!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

“LA GENTE EN LA PLAZA”

 

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Tengo la esperanza de que alguien lea estas reflexiones filosóficas. En la actualidad, la lectura es un desafío poco atractivo, a veces está se considera como un castigo escolar. Muy pocas personas leen un libro completo, muchos se conforman con ver las portadas. De hecho este modo de valoración a las lecturas se ha convertido en un reto para los educadores del nuevo milenio. Estoy en un universo de conciencias que al escuchar la palabra “filosofía”, simplemente se apagan, dejan de funcionar, la filosofía no preocupa a la mayoría de las personas, a veces se le considera algo del pasado. La náusea es el pensamiento para los seres que solamente se preocupan por el dinero, por el placer, por la conquista del poder. Desde la antropología del Mercado,  la náusea epistémico, ese desdén, esa flojera, sería una masa informe, una especie de remolino oscuro y viscoso que lo contagia todo. Vivimos en un planeta donde el pensamiento es una amenaza que ningún dictador del siglo XXI soporta y que no conviene a los intereses de la cultura del Mercado.

Cuando la cultura del Mercado nos invade, se acepta cualquier reto, menos el esfuerzo de pensar. Se puede trabajar todo el día con las manos, el corazón, los sentimientos; siempre y no sea necesario pensar. Desde la cultura del Mercado, el hombre que piensa está demás, sobra como los libros polvorientos y llenos de viejas polillas, como esas biblias negras que envejecen sobre cualquier armario, sin que nadie las tome en cuenta ¡Qué muera el pensamiento! ¡Qué viva el dictador de turno! ¡Qué muera la conciencia! Desde las propuestas antropológicas centradas en el “éxito, luego existo” la sociedad se hace pragmática, y el educador siente angustia y deseos de apartarse, de ser diferente, de buscar el sentido de la existencia en el encuentro con el Otro, en el compromiso de vivir y señalar con su ejemplo que es posible ser cada día más humanos.

Además, la filosofía del relativismo propuesta por la cultura del Mercado, en donde todo vale, carece de realidad ontológica, la historia del saber se desvanece, la reflexión no existe en las vitrinas de los centros comerciales, las escrituras van desapareciendo en la maldición del pasado, como se esfuman las breves luces de la tarde moribunda. ¿Qué nos queda cuando no hay compromiso? La Nada. Sin vocación de servicio, la existencia del hombre queda sin ideales a la espera de la muerte. Cuando desaparece el alma, ¿qué nos  queda?, simplemente  se cultiva el cuerpo; y si no se puede alcanzar la perfección de un Adonis moderno, entonces, se engorda acostado frente a la televisión, comiendo golosinas hasta que el aire no pueda entrar en los pulmones. En el alma del hombre sin vocación de servicio, sin opciones trascendentales,  solamente hay imágenes virtuales de sexo, dinero, poder, placer, comer, soñar y dormir. La Filosofía es la Conciencia de ser en relación con el Otro. La filosofía es compromiso que da sentido trascendental a la existencia.

¿Qué ocurre cuando el hombre no se siente llamado a la responsabilidad existencial? El pensamiento se identifica con la Nada. La Nada y el pensamiento serían una misma realidad. La conciencia del hombre moderno y consumista se ahoga en intimidades subjetivas, tímidas y carentes de vida. Desde la antropología de del consumismo, la historia del pensamiento occidental yace bajo las sombras de huesos y gusanos de viejos filósofos enterrados en gloriosas tumbas, que sirven de atracción turística para ganar algunos dólares. Sin opciones trascendentales que den sentido a la existencia,  el pensamiento se va con la tarde gris muriendo sobre las alas del último rayo de sol. La Filosofía es la  búsqueda del  sentido consciente a la existencia. Cuando el pensamiento filosófico desaparece; entonces, la historia de la humanidad carece de motivos, de causas y consecuencias; en el fondo, no habría historia, solamente hechos que ocurrieron.

Actualmente, las calles son anónimas, ningún rostro indica signos de vida. Los pasos de la gente se dirigen hacia ninguna parte. Sin embargo, todos miran el reloj, se apuran, tropiezan, se empujan y se maltratan. Ahora no existen verdades eternas, nadie piensa en el sentido racional y lógico del vivir; para muchos la vida es solamente cuestión de gusto; y la filosofía una cuestión de opiniones, en donde todo vale y nada vale.

Ya no hay poetas en la plaza, ni pintores. Se vive y punto, se hace el amor y punto, se conocen y punto; se tocan, se mienten, se disculpan, se dicen “te amo”, y punto; al final, todos quieren descansar, vivir para el sueño suave y tibio. Lo más importante es la hora del reposo, llegar al hogar, una ducha fresca, espumosa, liviana; sentir las caricias de la noche, mirar un poco la televisión, recostarse sobre la almohada, sentir el peso del cuerpo, ir cerrando los párpados muy lentamente y dormir hasta que se desvanezca el mundo real.

Desde una filosofía sin compromiso, la ventana es el infierno, el vecino se debe reducir al silencio, a la tranquilidad, cero problemas, nada de fastidio, de bulla, de saludos indeseados, los vecinos estorban ¡Eso es la felicidad, vivir tranquilos como las aves que anidan en el lago del cisne azul! ¡Los pobres! Esos asustan, son la negación de la razón de existir, la muerte de toda esperanza, el rostro desagradable de la sociedad. La vida sin compromiso es la negación de la vocación docente. El pobre es la negación de los intereses de la cultura del Mercado.

Los pobres son los peones de la revolución  que nunca termina de llegar, los seres que estorban, los humillados de siempre, los pisoteados por las mismas botas del poder. Los pobres son los números necesarios, se utilizan, se explotan, se les miente, se les manipula, y luego se les arroja a cualquier orilla. Y cuando el compromiso se reduce al discurso manipulador, no hay compromiso real, no hay vocación de servicio, no hay ningún tipo de socialismo; nada importa la gente en las colas, ni los salarios de hambre…, total, siempre habrá a quien culpar.

 Desde la cultura del Mercado, la vida actual se ha convertido en la lucha por la supervivencia cómoda de los individuos que se esconden en la inmensa selva social, en donde la debilidad y la muerte del Otro es la fortaleza de los nuevos dictadores del siglo XXI, y de los empresarios sin escrúpulos, ni moral humanitaria. La miseria de la mayoría es la posibilidad de vida cómoda, confortable de los líderes de izquierda y de derecha. La pobreza es el tema por excelencia utilizado por algunos  sociólogos y antropólogos superficiales y descomprometidos, para escribir sobre la dignidad de los marginados y la liberación de los empobrecidos latinoamericanos.

¡Por favor, no tocar la puerta!  La soledad cómoda, sin compromiso real es el sueño de algunos intelectuales y escritores superficiales del nuevo milenio, bien sean de izquierda o de derecha, del centro, del este, del oeste; nada de eso importa en la intimidad de la habitación. ¡No toquen la puerta! ¡No molestar! ¡Viva el mundo virtual! La vida es un viaje placentero al inconsciente personal que se hace bajo la inspiración del milagroso internet: ¡Sexo!, ¡emociones!, ¡dinero!, ¡poder!, y todo lo que el hombre ha soñado a lo largo de tantos siglos se hace realidad con tan sólo un “enter”. Desde el intelectual absorbido por la cultura del Mercado,  el Otro, el vecino estorba, si es pobre  que se muera de una vez. Lo virtual es el cielo para los que viven en la filosofía de la comodidad. La educación es el clamor de los más necesitados, que conmueve el corazón de los educadores y mueve a salir de cualquier tentación de vida cómoda y sin compromiso real, para así encontrar, desde su vocación docente, el sentido trascendental y espiritual a la existencia.

 

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Los libros, esos objetos raros, silenciosos, tienen hojas de papel, miles y miles de letras negras. El viejo acaricia suavemente un libro, aparenta entender; se acaricia la barbilla, sonríe, mira con nostalgia varonil el horizonte eterno y matutino, realmente huye de los otros, busca desesperadamente la comodidad, la quietud espiritual o la nueva esencia secreta de la raza humana.

El viejo Agustín no quiere conocer a nadie, solamente espera que lo vean y sientan angustia existencial cuando descubran en sus ojos que la vida humana se extingue silenciosamente, sin luz, para siempre, sin retorno ni esperanzas fantasmales. Ahora es simplemente un ser que se apaga, un revolucionario de verdad, un hombre que todavía es capaz de sostener un libro entre sus largos dedos. Ahora lee sin comprender nada del contenido de los textos, hace años entendía y enseñaba a los más ignorantes, ya nada es igual, la subjetividad epistémica y afectiva se nutre del alcoholismo demente. Agustín es un viejo que deambula en la plaza esperando la muerte. Está ahí y su ser plantea el problema del sentido de la vida. La vida de ningún hombre es ajena.

El viejo Agustín Camacho juzga a esas mujeres, a los jóvenes de cabellera larga, a los curas afligidos de la catedral, a la porquería verduzca que dejan los pájaros sobre los bancos de la plaza. El viejo juzga: “son malos”, “son malos”, “nada sirve”. El Ser en sí es el reflejo de su vejez enferma. Así es la vejez desde la antropología de la muerte, “nada sirve”, dolor en la sangre y en la mente, la perfecta imagen del alma en penumbras que se desvanece al ritmo de la tuberculosis, del hambre y la soledad de los condenados al olvido social. La vejez y la pobreza son la negación absoluta del valor de la existencia en este amanecer del nuevo milenio y  para todos los intelectuales del relativismo ético  que promueven la existencia cómoda y  sin compromiso.

 Los viejos son los rostros que aparecen en esas pancartas publicitarias  pidiendo y pidiendo casas, medicinas, dinero;  y los líderes políticos los abrazan, los besan hasta que den los resultados de las elecciones. Luego, los líderes políticos se van de vacaciones a las islas del Caribe, hasta que el mar y el sol purifiquen la piel y no queden rastros de ninguno de aquellos abrazos y besos. La mayoría de esos políticos viven para el placer, el tener y el poder.

Al llegar el otoño, todo es gris, casi sin iluminación, como si el universo se apagara. Todo es compacto, sin movimiento, unidad total, eternidad. El Ser es materia que penetra la conciencia hasta convertirla en piedra, sin subjetividad, ilusiones, sueños, poesías, novelas, princesas, unicornios, demonios, vampiros, viajes, diversiones todo se extingue. El viejo se hace fósil, polvo cósmico, sin valor, un rastro que nunca existió. Desde cualquier materialismo, el viejo es el hombre sin dioses, el verdadero rostro de una humanidad que anuncia falsos discursos religiosos y filosóficos al gusto de los clientes. Ahí, moribundo, sentado en ese banco frío y húmedo se apaga la filosofía antropológica del placer, del tener y del dinero. Ahí se apaga el materialismo. Ahí termina la vida sin Dios.

El viejo se muere como la luz en el horizonte, sin amigos, sin ayer, sin sueños; solitario, pobre, con hambre, sin amigos; eternamente vacío, sin alma. El viejo es la imagen de un hombre sin Dios. Ni siquiera hay un pintor aficionado que dibuje el rostro de un viejo sin dientes, cara arrugada, mirada triste. El viejo se muere en silencio, totalmente olvidado por sus camaradas de la capital. Sin Dios, el viejo es la muerte de la humanidad entera.

 Las personas aparecen y desaparecen como si fuesen los minutos anónimos. A veces, el viejo deja de fingir que está leyendo, su mente navega sin rumbo en los supuestos existenciales, en lo que pudo haber hecho y no hizo, en los dioses del ayer lejano. La frustración le carcome las pocas horas que le faltan para dejar sus huesos en cualquier rincón oscuro. El tiempo es un huracán acelerado, la mente del viejo es demasiado lenta y vive del pasado, no tiene espacio para el presente, ni futuro imaginable; sin la eternidad desaparece el Hombre. El viejo no tiene suficiente noción de su vida, por eso no llora, nunca se comprometió en lucha alguna, su vida fue respirar de día y de noche bajo la influencia del alcohol . ¡Los seres espirituales le abandonaron hace siglos! Tal vez el hombre encerrado en sus placeres no pensó en la vejez; ahora, piensa en la muerte, y tiene miedo a la oscuridad, a la Nada.

 El viejo juzga a toda la sociedad, “nada vale la pena”, comer, beber, orinar, emborracharse, perder toda la noción, sucumbir en el océano de imágenes del inconsciente, esperar la muerte, dejar caer los brazos como símbolo del fracaso de la razón y del materialismo, como la negación de la negación que niega la negación hasta que Hegel vuelva del sepulcro para corregir la esencia de ese fantasma al que llamó conciencia absoluta.

 El viejo vivió como pudo. La plaza queda a pocas cuadras del cementerio. Él mira con desgano algunas cruces muy conocidas, ahí ahora duermen los amigos sombríos, los que fueron a miles de marchas a escuchar la esperanza materialista, ahí yacen los que no están sentados en la plaza, consumiéndose como velas adormecidas. La vejez del hombre sin Dios, no deja espacio para la vida, el Ser no tiene sentido. Sin Dios, la vejez es el hogar predilecto de la muerte, de la Nada absoluta con todo el dolor existencial, sin ideas, sin conceptos, sin racionalizaciones. Desde el materialismo, la vejez es el rostro humano del infierno. La vejez es la carga que le estorba a la revolución  que nunca llega. Para este socialismo, la vejez es un gasto innecesario. El viejo es un inútil para esta revolución que nunca llega…, y Agustín lo sabe…, los discursos de Marx se han ido, ahora sólo queda la posibilidad o la negación de la eternidad. Dos modos: Filosofía de la Muerte, o la Filosofía de la Esperanza.

 

***

En la plaza de este pueblo se debate la posibilidad de justificar la trascendencia de la existencia del ser humano. El problema filosófico se vive profundamente en todas las plazas de la humanidad, la reflexión sobre la esencia del ser personal se resuelve en cada vida, en cada familia, en cada niño, en cada joven, en cada anciano. La existencia está en cada ser que respira y piensa. Lo que está más allá de la puerta del inconsciente, en la intimidad infantil y adulta es la conciencia de la existencia como trascendencia de la simple animalidad. La revolución  que no llega se dice  marxista, materialista, el hombre que ellos forman consume, crece, y muere; como cualquier animal del ecosistema planetario. La conciencia de ser una persona, en cuanto a ser trascendente a la animalidad, no brota de modo espontáneo, como los frutos del campo. La Filosofía Trascendental necesita de educadores convencidos de su ser espiritual y trascendente, solamente en Dios hay esperanza.

Si el Otro es una persona bien parecida, joven, adulto exitoso; si el mundo fuese el hogar donde todo es transparente; si la vegetación fuese primavera azul, clima templado, viviendas cómodas, telecomunicaciones de primer orden, empleos llamativos y prósperos; entonces, sería muy cómodo afirmar que el hombre es en sí mismo un ser especial, espiritual, angelical, “imagen de Dios”. Pero, para que esto ocurra, la locura que estamos viviendo tiene que desaparecer. Los dueños de la revolución  que nunca llega son los únicos que viven muy bien, acomodados en esta sociedad de consumo gracias a sus cuentas bancarias en dólares. Los demás, los hombres y mujeres del Pueblo, se la pasan haciendo cola, llevando sol, lluvia, humillaciones…, para terminar pagando la rabia y la frustración con las cajeras del mercado o de la farmacia.

Las plazas de personas exitosas serían un libro abierto a la pretendida objetividad de la dignidad del ser humano, fuente eterna de las imágenes literarias donde los protagonistas son príncipes, princesas y reinados azules. La belleza juvenil de ojos brillantes sería el amor perfecto y razón de ser de amistad cómoda con el Otro. La pobreza, el polvo enfermizo, el calor aterrador, la tuberculosis, la borrachera de la prostituta ahuyentan al filósofo azul , al novelista, al poeta sensible y romántico que se inspira en los bulevares de Roma. La filosofía sin compromiso de algunos pensadores del nuevo milenio es una obra de arte, una pintura paisajista que se elabora a las orillas del Río Sena a la luz de París.

 La humanidad respira la esperanza de un nuevo milenio; sin embargo, pareciera que no hay reflexiones válidas que comprometan la existencia, cualquier pensamiento filosófico en torno a los problemas ontológicos, antropológicos, epistémicos, simplemente se arrojan al rincón solitario. Las palabras escritas por filósofos como Platón, Aristóteles, Descartes, Spinoza, Kant, Hegel valen menos que un helado de vainilla. A nadie parece importar lo que se escribe en el área de la Filosofía. Desde el compromiso, el educador con vocación de servicio se esfuerza, lee, se educa a sí mismo, comparte, reflexiona, produce reflexiones que surgen del encuentro con sus alumnos, con sus compañeros, y nunca jamás deja de estudiar; y sobre todo vive la Esperanza y la transmite solamente al sonreír, al saludar, al compartir.

Desde el positivismo radical aplicado a las ciencias sociales, se elaboran tareas escolares en función de una maestría, doctorado. El método de las tesis a veces destruye la reflexión filosófica, ¿cómo pueden surgir pensamientos filosóficos en torno al problema de la existencia humana…, si lo encerramos en objetivos, marco teórico, marco metodológico, cuadros, gráficos y recomendaciones? Ese esquema  de investigación propia de las ciencias físicas, en el área de lo humano podría opacar cualquier intento de pensar desde la Filosofía del Compromiso.

Entonces, desde el Positivismo de la Modernidad, cuya finalidad es la Ciencia y la Tecnología…,  el tema filosófico se hace esotérico, propio de una élite de ancianos sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial, quienes repiten algunos temas muy alejados de la filosofía y se dedican a las “Ciencias Sociales”. El problema sobre la naturaleza del ser humano se escapa, se ha borrado de los textos actuales, pocas veces se  discute sobre el tema del ser humano, se prefiere escribir y hablar sobre el trabajo, la comunicación, la guerra, la violencia, el odio, el amor, el encuentro, la felicidad, el dinero, la alegría, los días felices, los medios de comunicación, la política, siempre desde lo medible y observable.

¿Cuál ha sido el resultado de todas estas ciencias sociales “objetivas y científicas”? La repetición académica, que se asimila lentamente en la conciencia del investigador humanista del nuevo milenio. ¿Qué aportes podrían surgir desde la sociología sobre temas como el infierno? Fácil: “enajenación”, “opio del pueblo”, “ignorancia”, “Edad Media” ¿Qué aportes pueden surgir desde las ciencias psicológicas? “enfermedad”, “temor”, “angustia”, “El mundo del inconsciente personal y colectivo”. Sociología y Psicología dos amantes que al vestirse de un inexplicable positivismo… huyen de Dios.

Desde la inmediatez epistémica, se escribe y se habla de lo que sea, siempre que ayude a evadir las preguntas fundamentales sobre la trascendencia del ser humano. Imaginemos un libro sobre antropología filosófica: “El infierno te espera”, si se trata de una novela de terror puede ser un Bestseller, pero si es un texto filosófico sobre el sentido teleológico de la existencia del hombre, no lo leerían ni siquiera los religiosos que predican de puerta en puerta. ¡El infierno! ¡Por Dios!, leer un libro sobre el infierno daría flojera. Además, quién piensa en esas cosas.

¿Qué expondría un sociólogo positivista sobre el infierno? “¡El infierno! ¡Qué pendejada más grande!”. Sin embargo, en una cultura occidental nutrida desde sus raíces por el cristianismo, la existencia del infierno como posibilidad de una condena eterna para aquellos que se apartan de Dios, tendría que ser un tema central de las reflexiones filosóficas.

¿Qué es el hombre? La pregunta central de la filosofía antropológica, a lo sumo inspira una sonrisita burlona a esos positivistas europeos y a sus seguidores latinoamericanos. Los “filósofos positivistas” actuales que recorren los pasillos de las universidades de todo el hemisferio occidental arrojarían a las papeleras las reflexiones filosóficas sobre el sentido de la existencia del hombre. ¿Qué es el hombre? Una pregunta que arruga neuronas, un estorbo intelectual, un juguete de la Edad Media, un problema de esos religiosos, una muestra de la filosofía inútil, pérdida de tiempo. Sin embargo, todo educador vive desde una antropología de la Esperanza. La educación es en sí misma fe en el Hombre, fe en Dios.

Desde el positivismo del Mercado, ¿Qué es el hombre? Interrogante para empezar una conferencia sobre el éxito en los negocios; el punto de partida para justificar una dictadura con ropaje de revolución, una tontería para hacer interesante una conversación de amigos, el título de algún artículo para impresionar a los lectores; finalmente, sería valorada como una pregunta para adornar la portada de un libro de Filosofía antropológica, destinado a los seminaristas católicos que todavía creen y enseñan esas tonterías para engañar a la gente.

La filosofía que promociona el Mercado en función de las ganancias económicas,  no compromete, ni siquiera entretiene. La filosofía del Mercado habla del “poder de los cristales”, “los números de la lotería”, “la personalidad y los astros”, “el color del aura”, “el color de tu ángel protector”. Desde el paradigma del Mercado, los que son considerados pensadores y escritores de éxito, generalmente tienden a proponer  “éticas mínimas para la convivencia”, “relativismo epistémicos”, “paradigmas mágicos”, “nihilismos éticos, epistémicos, espirituales”, “el dinero y la ética de la felicidad”, “amor y paz”. La educación no es una moda; es un compromiso vocacional, un modo de vida.

Desde la cultura del Mercado, el pensamiento se ha convertido en un bien de consumo, algo para vender a todos. Se escribe para el agrado, con la finalidad de contentar al lector, para que todos queden satisfechos y felices, cómodos en sus lechos nocturnos leyendo de todo, libros con sabor a éxito, lecturas que alejen de cualquier compromiso, reflexiones que permitan alimentar el capricho intelectual. Se compra un vestido, zapato, un libro que me guste. Al final, el gusto, el movimiento económico del mercado determina lo que se escribe.

Hasta escribir sobre la “liberación del empobrecido” se ha convertido en un artículo de consumo en función de la ganancia económica, elaborado por intelectuales “socialistas radicales y revolucionarios” que viajan a las capitales más hermosas y lujosas del mundo, exponiendo la filosofía de la liberación a personas que no tienen idea de lo que es un barrio  de los suburbios latinoamericanos. Ninguno de estos intelectuales revolucionarios viven en los barrios, ninguno dicta conferencia en las escuelas de los barrios o en las escuelas de los pueblos olvidados. Ninguno de estos pensadores liberadores de los pobres se ha sentado para hablar de esperanza al viejo que se muere en la plaza. Ninguna está al lado de los que sufren, al lado de los hijos de los campesinos y de los obreros…, los educadores sí están, no por temporadas, sino toda la vida en actitud de encuentro y de compromiso vocacional.

 

 

 

 

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El viejo se levanta, camina hacia otro banco de la plaza, verá la vida desde otra perspectiva. ¡Ah!, está leyendo sobre el espíritu mágico de los ángeles, se convertirá en un verdadero maestro de sabiduría. No está leyendo estupideces, se trata de los increíbles secretos del “más allá”, que solamente pueden entender los elegidos y avanzados como él; ahora piensa que tal vez Marx se equivocó y tal vez existan los espíritus de los muertos. Los muertos que vienen cada noche, después de la primera botella de aguardiente de caña, le explican todas esas cosas espirituales del otro mundo.

Pero, ni siquiera eso lee con seriedad, se conforma con sostener el texto frente a su cara y mirar de reojo las piernas semidesnudas de las mujeres de la plaza; aunque sabe que es demasiado tarde, la vida no volverá a llevarlo a los placeres de la cama con una mujer, se acabaron las píldoras; le esperan sus amigos, allá cerca del horizonte oscuro, al lado de aquellas cruces. No tiene dinero, no es nadie, se está apagando, tiene miedo de ir a dormir ¿Y si no despierta?, ¿si amanece y sus ojos siguen cerrados, rígidos?, no quiere dormir; estará en la plaza hasta que llegue la noche. El materialismo jamás le habló de esperanza.

Según el materialismo, el miedo a la muerte lo diferencia de aquel perro que camina buscando restos de miserias para calmar la muerte, sin encontrar nada, sin ladrarle a nadie, sin agua, sin comida, sin saber que se desintegra lentamente hasta convertirse en un montón de carne inerte. Los animales no saben que se mueren, para ellos la experiencia de la muerte es como la de comer, dormir, parir; no tienen preocupaciones trascendentales, no rezan a los dioses, simplemente viven y mueren. La revolución  que nunca llega, lo está convirtiendo en un perro de plazas, en un ser que solamente piensa en comer lo que haya, lo que encuentre, lo único que le falta es ladrar.

 Desde la Filosofía de la Trascendencia, el viejo no es igual a ese perro, nunca lo ha sido. Él es un hombre, un ser especial, con dignidad, “imagen de Dios”, no habrá revolución  que nos robe la dignidad. Sin embargo, el miedo a la muerte consume la poca conciencia vital del viejo, representante antropológico de toda la humanidad. Si la vida del Viejo Agustín no tiene sentido, tampoco lo tiene el Hombre, ni la Humanidad. El perro parece feliz, indiferente, solamente está pendiente de comer lo que sea. El ser del hombre, el ser de Agustín no se reduce a la materia. El hombre es trascendencia espiritual. El hombre es imagen de Dios Padre.

El viejo se desploma existencialmente, se hunde en el lodo de su terror, le teme a desaparecer, a lo desconocido y profundamente negro de la muerte, a la seguridad objetiva de la muerte; teme a la oscuridad de la fosa, a los dos pétalos de algodón que colocarán en su nariz, le teme al infinito, a la lejanía del cielo, al demonio, al infierno, le teme a Dios. El perro se cansa de caminar y se duerme bajo la sombra del araguaney. La tarde muere.

Desde el Positivismo antropológico y ontológico, todo muere. Según el materialismo, esa es la ley del existir, del estar ahí, del sentido…, todo muere. La muerte es un hecho, la gente que conocemos se desvanece ante la mirada indiferente de la Conciencia Universal. La casa, el auto, el título universitario, los amigos, los padres, los hijos, la pareja que amamos, el conductor del transporte público, el señor de la panadería, todo se desintegra en el espacio y en el tiempo. Desde el Nihilismo existencial y ontológico,  el Ser del universo se hunde, no hay espacio que sostenga al espacio, ni tiempo que retorne eternamente sobre sí mismo, no existen líneas rectas, ni dirección alguna, izquierda, derecha, norte, sur, lejos, cerca. La Filosofía de la Esperanza Trascendental se hace opción antropológica de compromiso social, la Filosofía de la Esperanza es un rotundo NO al Nihilismo de izquierda o de derecha. La muerte no es el final del ser humano.

Según la antropología del Nihilismo el universo se hunde, el vértigo existencial se convierte en la sensación de la Nada bajo nuestros pies, un cosquilleo que estremece. La solución sería cerrar los ojos, la mente, la razón, ignorando todo, lanzar por la ventana ese libro negro: “El infierno espera”. El viejo se hunde en el lodo, puede ver a los gusanos que surgen de sus calzados, como asesinos desesperados por comerse sin compasión la carne nauseabunda y desagradable de la piel carcomida por la hambruna y la marginalidad extrema. De nada han servido los años de narcisismo, los años dedicados los placeres del sexo libre y del vino. Sin Dios la vida se apaga, y al final surgen los gusanos.

Ahí, en el absurdo caos de la plaza están los objetos, las cosas que no sirven, esas partes de la realidad que nadie toma en cuenta, un recipiente vacío de cerveza, un papel blanco y sucio, el viejo que se está muriendo, una botella triste de color ámbar; una prostituta borracha, con el vientre hinchado, deforme; las famélicas palomas rutinarias, los árboles sin frutos, los mismos rostros de cada mañana, nadie toma la vida en serio. Un perro persigue a una de las ardillas, todos miran como si se tratase del espectáculo del día. La prostituta borracha se queda dormida en el banco más escondido de la plaza, a nadie le importa que se esté orinando. Aquí no hay revolución. Los hombres y mujeres empobrecidos de América Latina son el rostro humano del compromiso al que estamos llamados; ahí están arrojados pidiendo nuestra ayuda, la mano amiga de todos los educadores, los maestros, los profesores.

 

*****

 

 ¿Qué es la vida? ¿Cuál el sentido de todo esto? ¿Existe Dios? ¿Todo es materia evaporándose para siempre? ¿Qué significa “siempre”, “nunca”? ¿Por qué puedo cuestionarlo todo? ¿Qué es la conciencia? ¿De dónde la razón como cualidad interpretativa? ¿Azar? ¿Así de simple? ¿Es el comunismo marxista lo que nos espera? ¿El comunismo es cristiano? ¿Hacia dónde nos llevan estos comunistas?

 No puedo caminar con una lámpara en la mano y preguntar a la gente sobre la esencia del ser humano. Aquí no hay personajes imaginarios, todos los héroes se quedaron en las bibliotecas y en la mente de algunos profesores. La plaza es la puerta al despertar filosófico, ahí camina el ser y el ente, la nada y la totalidad. Aquí se entreteje la trama ética de los pueblos, se transforma a cada instante el principio espiritual del alma humana, el absurdo deja de ser una novela melancólica y descolorida. El rostro de cada persona ya no es un concepto, o una metáfora, ni un simple símil literario, ni se reduce a ser una inspiración poética, tampoco se trata de la imagen de algún ángel que da esperanzas de reencarnaciones cíclicas.

El rostro de los pobres tiene nombre y apellido, se han estado muriendo de hambre desde el mismo día en que nacieron, casi sin esperanzas, no saben de metas, de objetivos para alcanzar el éxito; ahí están… abandonados, rezando. Aquí la filosofía es una reflexión sobre la tristeza que se aloja en la mirada de esas mujeres, parecen caricaturas propias de pesadillas nocturnas y dementes. La vida en estos pueblos es un mal sueño de alguna divinidad atolondrada y sin corazón, o la consecuencia funesta de una Antropología de la Muerte ya sea de izquierda o de derecha. Esas mujeres eran las niñas del mañana cuando empezó esta revolución, y le llenaron el corazón de cantos y promesas, sin embargo, se quedaron esperando; a veces llega el camión de los pollos a Mercal, eso es todo.

Lo paradójico es que en esta plaza se encuentra la fría realidad del sentido de la vida, no hay lugar para el engaño, “Imagen de Dios”, “el hombre del éxito” “el socialismo”. Las preguntas surgen: ¿Tiene sentido filosófico, teológico, sociológico la existencia de estos personajes burlados por los espíritus extraterrestres y por los revolucionarios del nuevo milenio?, ¿la dignidad espiritual del ser humano se vincula de alguna manera al vientre enfermo de esa prostituta?, ¿de la boca abierta de la mujer que ronca surge el espíritu, la dignidad, el lenguaje, el pensamiento, el alma, el “Yo”, la conciencia, la cultura, la religión, la filosofía, la ciencia, sabiduría o la muerte?, ¿el rostro de esa mujer, la del anciano “nos hablan del hombre”?, ¿dónde está la esperanza?, ¿dónde está la fe?, ¿qué significó la frase “te amo” del primer hombre que se acostó con aquella mujer?, ¿para qué hizo la “primera comunión” el viejo que se muere?, ¿quién besará los labios de la mujer que ronca?, ¿cuál de ellos es sujeto?, ¿cuál de esos seres es objeto?, ¿libertad?, ¿fraternidad?, ¿igualdad?, ¿revolución ?, ¿éxito?, ¿engaño?, ¿burla?, ¿lejanía?, ¿tristeza?, ¿muerte?, ¿nuevos compromisos?

El calor es tan húmedo que el pensamiento se evapora, se hace sustancia única con la náusea de la mujer que vomita. El perro corre desesperado para alimentarse, no dejará nada, come apurado antes que lleguen los otros animales. La vida en sí misma, desde las leyes del Mercado será siempre lucha por sobrevivir, alimentándose de las miserias que salen de las entrañas de la mujer. Nunca habrá que olvidar que Jesús de Nazaret optó por esta gente, por los pobres, por los olvidados. Jesús de Nazaret es la Esperanza, y fuente real del compromiso existencial de trascendencia.

Desde el campanario de la iglesia se puede observar la totalidad infinita de la plaza, es una soledad densa, igual en cada una de sus partes, sin diferencias significativas entre sus elementos. La materia se manifiesta en movimientos de múltiples colores, sin combinación, nada de sistemas, ni de relaciones sistémicas infinitas e incontables.

El viejo sigue ignorado como de costumbre, no tiene con quien compartir, ni siquiera las palomas comen esas horribles migas de pan, no quieren contaminarse de esa vejez. Para el Mercado, el Viejo no vale. Para el Positivismo, el Viejo se muere. Para el Marxismo, el Viejo estorba. Para la Revolución que no llega, el Viejo es un voto que se puede comprar.

Para cualquier materialismo, la vejez es la verdadera y triste esencia antropológica que no aceptaron los filósofos espiritualistas, se nace viejo, se nace para la muerte. El materialismo siempre tiene el mismo mensaje: ¡Atención, todos vamos a morir! ¡Todos envejecemos muy lentamente! ¡Nos apagamos! ¡Seremos arrojados como cualquier basura! La muerte absurda es la eterna promesa de todos los revolucionarios materialistas.

Las tres mujeres parecen muñecas mal maquilladas, los muchachos limpiabotas caminan en círculos, mendigándole a la vida cualquier limosnas para justificar las horas absurdas y monótonas. ¿Cómo se puede ser educador y no inquietarse existencialmente, al ver tantos niños abandonados al azar de la miseria y de la pobreza extrema?

El cura bendice a todos con un ritual casi mudo, “Dios los bendiga”.  ¿Existe la bendición divina en aquellos rostros? ¿A ese viejo le interesan las bendiciones de los curas? ¿Qué es la vejez? ¿Etapa final de qué? ¿La vejez de un pobre? ¿Nacer, vivir, envejecer? ¡Qué horror! ¡Manos temblorosas y mugrientas! ¡El Destino de los dioses! La vida es la vejez. Sin Dios, la vida es la muerte.

Sin Dios, todo desaparece al morir, no hay espacio, sensaciones, sensualidad, dinero, poder, sexo, tiempo, respiración. Sin Dios, en la muerte se acaba el momento de comer, viajar, te esperará un puñado de tierra amarillenta y pegajosa que te asfixiará eternamente.

 

 

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 Aquí todo es caótico, descolorido, una materia homogénea, sin sorpresas, sin sabor, sin sentido, sin nada que la ilumine. La conciencia no puede iluminar al Ser. La conciencia parece la enfermedad alienante, droga innata que permite ahuyentar momentáneamente el terror a lo inevitable. En la plaza conviven los insectos con las iguanas, las prostitutas con los borrachos, los perros con la basura, los olores nauseabundos con las flores de las trinitarias, el viejo con los muchachos limpiabotas, todo aquello que la revolución  juró cambiar; sin embargo, ahí está la miseria evolucionando en proyectos de muerte, pidiendo a grito solidaridad humana.

 No se trata de una escena romántica, de una comunidad de vecinos que comparten algunos lazos de significados existenciales del pueblo, o la episteme popular de una misma historia comunitaria. Nada más ilusorio que esas teorías de análisis social, de metodologías subjetivas que pretenden ser válidas; y que poco tienen que ver con el tormento existencial de los habitantes de este caserío. Sin duda, la sociología no ha sido, no es y jamás será ciencia exacta, de resultados objetivos e incuestionables.

 Ningún cuadro, ninguna descripción fenomenológica, datos estadísticos o cualquier otro invento “científico” es reflejo objetivo de la realidad social. No hay modo de hacer dato objetivo al hombre, sin convertirlo en cadáver. Ningún cuadro estadístico refleja el absurdo existencial de los personajes de esta plaza. Aquí no hay ninguna probabilidad de hacer ciencia. La Filosofía de la Trascendencia es el único camino que permite mirarnos en el espejo de la tragedia humana, de un modo existencialmente válido. La Filosofía de la Trascendencia se convierte en profeta que grita las injusticias y las mentiras de los políticos de turno. Por eso, el pensamiento es el enemigo a vencer de todos los dictadores. Todo el que piensa es enemigo. El que obedece sería el revolucionario perfecto para los fines de cualquier dictadura.

Sin el modo existencial, sin esa cercanía a la vida desde lo real y cotidiano, carecen de sentido la fenomenología, la hermenéutica o cualquier otro intento cuantitativo o cualitativo de acercarse a la trama vivencial de los seres olvidados. La educación es compromiso con la gente que necesita solidaridad humana.

Este modo existencial es la vivencia que surge en la intimidad de la conciencia, cuando se cuestiona el sentido de la vida desde lo fenoménico que estalla en la propia historia de vida y no en una subjetividad vacía, virtual, alienante, inexistente o producto de fantasías académicas. Si no hay la capacidad de sufrir lo fenoménico, no habría posibilidad alguna de reflexión filosófica, ni antropológica; menos, se podrá vivir a plenitud la vocación docente.

Tal vez, se hará política al servicio de los políticos de turno, así lo hizo el gran maestro Aristóteles con aquello del “animal racional”, ¡Claro! racionales eran solamente los griegos de la élite social dominante, realeza, nobles, generales; por supuesto, animales eran todos los demás: los griegos ignorantes, griegos del pueblo, esclavos y todos los hombres y mujeres de las otras culturas, los llamados “bárbaros”. Los seguidores de cualquier dictadura son revolucionarios y hombres nuevos para sus líderes; los Otros, los que opinan diferente, serán “enajenados”, “imperialistas”, “burgueses”, “enemigos”, “judíos”, “latinos”, “musulmanes”.

 La única posibilidad de profundizar en los temas de la filosofía antropológica sería desde la opción existencial y trascendental, que no se reduce a frases emblemáticas al servicio del nazismo de Adolf Hitler, “El hombre es un ser para la muerte” ¡Descubrimiento colosal de Heidegger! Es decir, un animal mortal, como cualquier loro, perro, gato o rata, con la diferencia de que las personas se saben mortales; en otras palabras, el hombre sería un animal triste, melancólico, enfermo por la debilidad y el terror; además, envuelto irremediablemente en la conciencia de la muerte, o de la temporalidad finita de su ser.

En lo esencial, para Heidegger y para Hitler, si un alemán es un ser para la muerte, cuya naturaleza es saberse mortal, toda historia personal o social sería el proceso de la muerte personal, comunitaria y social; en consecuencia, la humanidad sería una manada anónima que se muere, desaparece. En este sentido, poco o nada valdría la vida de un soldado alemán, nada valdría la vida de un soldado de cualquier nación. Total, todos hemos nacido para morir, ¿qué podría valer la vida de un judío?: Nada…, ¡Perdón! Con ellos se fabricaron la grasa para tocino y jabones; con sus huesos se hicieron buenos y resistentes botones para los uniformes de los soldados alemanes.

 Esa siempre ha sido la etapa crucial de todas las dictaduras disfrazadas de revoluciones: aniquilar al contrario. Nunca debemos olvidar las lecciones de la historia. Las dictaduras no dialogan. Las dictaduras se hacen llamar revolucionarias. Las dictaduras aniquilan sin piedad y sin escrúpulos. No lo olvidemos jamás. Ningún educador comprometido con los más necesitados se somete libremente a dictadores de izquierda o de derecha, el compromiso es siempre con las personas de carne y hueso que viven en cada plaza, en cada pueblo.

Heidegger despreció cualquier intento de trascendencia metafísica, por ser la fundamentación filosófica que sustenta todo tipo de espiritualidad antropológica, nada más religioso que el pueblo Judío. Era lógico; sin Dios, el hombre es un animal para la muerte. Heidegger sabía lo que hacía, en su Filosofía no había ingenuidad, inocencia; por el contrario, fue el perfecto cómplice. ¡La pregunta por el Ser! ¡Por Dios! Hasta en los cómics se afirman que el hombre es un simple mortal, no hacía falta cuestionar el ser de las cosas desde el ser del ser que se cuestiona  para justificas “Los Campos de Exterminio”.

Lo filosófico no es solamente preguntarse por lo que ya tiene una respuesta, una opción antropológica y ontológica. Así, la pregunta por el Ser no sería más que un modo de ensayo literario con algunos términos llamativos, para justificar las opciones políticas que ya se tenían a favor del nazismo. Heidegger jamás se preguntó sinceramente por el ser del ser que cuestiona al ser, solamente expuso sus propias opciones ontológicas y antropológicas. No hizo filosofía, hizo política al servicio de la aniquilación y la inmoralidad de un régimen asesino y despiadado, para lo cual redujo a la animalidad mortal a todos los hombres, aniquilando desde su filosofía toda metafísica trascendental. Heidegger soñaba con un mundo sin Dios, dominado por la raza aria, así de simple.  

 

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Las vidas se vuelven un torbellino de infinitas posibilidades en el mundo subjetivo donde reinan las ideas, ya sea en las visiones virtuales, en los sueños de los poetas y en las lecciones universitarias; pero aquí, el cansancio se hace pesado y existencial, es como si todo se estuviese paralizando para siempre, como si la finalidad de cualquier acto fuese la quietud mortal, como si todo estuviese definido desde siempre y para siempre. De pronto, la vida comienza a detenerse, como si el verdadero ser fuese el objeto, lo que está ahí sin razón, sin lógica, sin necesidad de una conciencia, como negación fenoménica, sin signos de vida humana, desarrollando la capacidad de no existir. No es fácil vivir la Esperanza.

Desde la Filosofía de la Muerte, todo se transforma en cosa, en objeto, en basura. La vida humana cotidiana, su trama, sus sufrimientos, sus angustias, sus alegrías todo es silencio y vacío, nadie sabe que existimos en esta galaxia, la vejez  nos roba la existencia, nos convierte en zombis. Desde el campanario se respira el silencio y la oscuridad de la totalidad del Ser, allá abajo todo parece una misma oleada que se detiene muy lentamente, como la vida del viejo que duerme en la plaza. No es fácil vivir la Esperanza.

En el área de las investigaciones de las llamadas ciencias sociales, la hambruna de miles no es más que un dato numérico supuestamente estadístico, un reflejo matemático y objetivo de una realidad palpable y perfectamente medible que inquieta profundamente la conciencia racional, desde donde siempre nacen los discursos políticos carentes de fundamentación filosófica trascendental. Los datos estadísticos sobre la hambruna pueden ser la fuente de libros y de ensayos sociológicos, acompañados de estremecedoras fotografías e imágenes de la realidad de los desamparados. Todo un panorama  que haría surgir ensayos académicos; y, tal vez, una que otra poesía, cuentos literarios, novelas preciosas productos de la conciencia afectiva, sentimental y amorosa…, pero enajenada, sin compromiso real con una situación siempre ajena a los científicos sociales. Es difícil vivir el compromiso de la vocación docente.

 Los escritores de novelas y los sociólogos generalmente son observadores enamorados de la dignidad espiritual o cultural de los seres humanos. Los sociólogos, poetas, novelistas y narradores literarios muy pocas veces  viven en los pueblos aislados y moribundos de estos llanos cubiertos de miserias y lejanía, ellos se visten de lujo, y acusan a todos de imperialistas; ¡Ah, cómo les encanta el whisky! El investigador de éxito no se ensucia el perfil de su conciencia con la peste de esta gente, llamada “el pueblo”.

El rostro de la prostituta cuestiona la intimidad de la existencia, no es una idea abstracta, un número imaginario, una inspiración literaria que motiva  lágrimas. El sentido existencial deja de ser transparente, surge de las sombras irracionales. El sentido existencial no es producto de una acción subjetiva en la conciencia racional, ni en la conciencia afectiva, la escena de la mujer dormida está ahí, como una vivencia trascendente al ser de la conciencia, pero no hay posibilidad de neutralidad subjetiva. La pobreza es la llamada a la vocación docente desde el Compromiso Trascendental.

La conciencia existencial se convierte en el rostro desesperado. El rostro empobrecido vuelve y vuelve en cada recuerdo, se hace parte elemental de la propia historia de vida. La tragedia del rostro adolorido sacude las entrañas de la Filosofía abstracta aprendida en las aulas de la universidad. La fenomenología teórica captada en aquellas lecturas formó el intelecto lógico y racional. Sin embargo, en esta vivencia es cuando realmente comienzo a descubrir su verdadero sentido y se inicia el proceso de hacer fenomenología de lo existente, se cuestiona el mismo sentido antropológico o la posible razón de ser de la existencia de las personas y de la humanidad. El rostro del Otro es un llamado, es vocación de ser persona. Se da vueltas y vueltas… y el mareo lo invade todo hasta perder la noción de la vida misma. El Otro es el modo humano de la Trascendencia.

De hecho, desde la preocupación racional suelen ser elaborados los discursos políticos, las narraciones románticas, el amor a los pobres, la poesía revolucionaria y la literatura de este nuevo milenio. La política comprometida con el poder de las revoluciones del nuevo milenio y la literatura alejada de la vida concreta, siempre surgen de la lógica racional al servicio del Mercado y para el beneficio económico de los autores. En el fondo, sin importar los estilos literarios utilizados, la lógica del animal racional tiene múltiples e ingeniosas máscaras ideológicas de dominación.

¿A quién importa la existencia de esta plaza?, ¿al imperio?, ¿a la oligarquía?, ¿a la revolución?, ¿a los animales del bosque?, ¿a los peces del mar? Tal vez, alguno de esos filósofos de la liberación muestre interés, curiosidad por esas fotografías, imágenes de las escenas vividas en las plazas pobres de América Latina, quizás se inspiren para hablar de la pobreza de las miserables víctimas del imperialismo salvaje, dictarán charlas y conferencias en los lujosos hoteles de Londres, Roma, Madrid. ¡Así suelen ser ellos! ¡Tan liberadores y revolucionarios! ¡Tan bolivarianos!

Desde el materialismo, nada humano importa a las estrellas, ni a los planetas, ni al universo, todo se reduce al polvo cósmico, la conciencia es polvo, la sangre es polvo, la historia es un montón de cenizas, los pueblos son cúmulos de cadáveres olvidados, he aquí la Antropología de la Muerte, no hay esperanza, no hay fe, no admiten a Dios y se hunden en el Nihilismo.

Desde la antropología nihilista, en la insignificancia de la existencia  se revela la Nada, como condición material y manipulable del ser del policía, del limpiabotas, de esas mujeres y del pobre viejo que se muere de tristeza. Desde el nihilismo existencial, la soledad lo envuelve todo. Un filósofo nihilista, que estuviese sentado aquí, probablemente sentiría que la respiración se hace cada vez más enferma, las gotas de sudor le fastidiarían, sentiría el desespero en el recorrido de las gotas de sudor por la espalda húmeda, la vida sería aburrida, no podría sentir ninguna novedad. El Nihilismo intelectual es un lujo de filósofos de las plazas del viejo continente.

Para el Nihilismo, toda la realidad ontológica universal sería lo mismo con el Sol o sin él, con la Tierra o sin ella, sin la plaza o con la plaza, con el policía, con los limpiabotas, con las mujeres, con el viejo Agustín o sin ninguno de ellos. ¿Qué puede importar la vida de ese viejo?, tal vez nada, pero en el fondo, se podría afirmar lo mismo de todas las personas del mundo. Si una vida no tiene sentido, todos vivimos en el absurdo existencial. Entonces, todo vale, lo bueno o lo malo da igual, total nada tiene sentido. Dios es el sentido del compromiso vocacional de todo educador.

La revolución  materialista de algunos dictadores sería un canto al absurdo existencial y ontológico. Si la vida de ese viejo no tiene sentido, el universo está demás. Si el hombre es un animal, para qué la racionalidad. Si el hombre es un animal más de este planeta, todo lo que existe se reduce a ilusiones alienantes de un simio parlante condenado a desaparecer como cualquier otro cúmulo de polvo cósmico perdido en la oscuridad del espacio. ¡Ah, a ellos les gusta la piscina y el whisky! ¡Dios está en la plaza, no en esas piscinas! Con una botella de un vino lujoso, sería hasta cómodo filosofar para el Nihilismo. Lo difícil es hablar de Dios, de Esperanza y de Trascendencia a la gente de esta plaza.

Aquí estoy navegando como fantasma nocturno en el mundo de las ideas de Platón, en esa realidad perfecta que sólo existe en las mentes. Ahora puedo tocar con estas manos la idea absoluta de Hegel ¡Claro que ese alemán tenía razón! La idea absoluta es real y palpable, se mueve allá en la plaza, ¿o más bien en mi conciencia? ¿Será que el mundo de las apariencias sensibles despreciado por Platón es lo único que está ahí abajo? ¿Esa idea absoluta que se hace conciencia absoluta en la negación de lo “Otro”, es el reflejo de la desesperación de una subjetividad animal que se muere?

Ahí está lo “Otro”, la apariencia, lo sensible, la quietud, la insignificancia de la plaza, del planeta, del sol, de la historia, de la razón, de las ideas. ¡Sin Dios, no hay significados existenciales, ni trascendentales! El mundo de las realidades perfectas e ideales se lo está tragando la tuberculosis de ese viejo. Aquí sólo hay casas olvidadas entre el monte y el calor de los llanos inmensos y eternos, como el dolor de la muerte. Si Platón y Hegel viviesen en este pueblo, tal vez morirían de tuberculosis.

 

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Me siento en uno de los bancos de la plaza, comienza un nuevo proceso en mis vivencias, las cosas se acercan, están ahí, me miran, me acechan. Los árboles me observan, los limpiabotas juegan con una pelota de goma, puedo sentir la presencia del hambre que crece con los años, ellos son la miseria real que se hace historia, la negación del porvenir. Sin embargo, esos niños son la verdadera razón de la vocación docente, ellos son el llamado al compromiso y a la responsabilidad de todos los educadores.

El hambre tiene rostro, tiene como catorce años, un cuerpo famélico, de piel enferma, de estatura mediana, casi sin estudio. ¿Sabrán esos muchachos de esperanzas y de libertad, autoestima, vocación profesional? Sin educación, simplemente, crecerán, se reproducirán, se enfermarán y morirán bajo el imperio de la revolución  que no llega. Seis muchachos con los zapatos rotos, de ropa vieja y sucia. ¡La inocencia, Dios! Son felices, juegan, gritan, corren.

La Nada no ha llegado a la conciencia de estos muchachos, para ellos el Ser es la total plenitud y felicidad. Los adultos se encargarán de entristecerlos, algún día no tan lejano, tendrán conciencia de sus existencias, se compararán con otros jóvenes, se arrugarán, beberán licor barato hasta la locura, algunos se quedarán aquí para siempre, con un mundo pequeño de pocas calles; los otros irán  a las ciudades y limpiarán la basura, la mugre, hasta quedar sin dientes y con las manos moribundas de tanto trabajar; tal vez, cuan do estén viejos, se acordarán de la belleza de esta plaza, de los días felices a pesar de la hambruna enfermiza, recordarán a los borrachos y a las mujeres de la plaza, y sabrán que la revolución que nunca llega fue una ilusión y nada más.

Los muchachos son el futuro, la promesa de la patria, de la humanidad, son el destino, la esencia del ser personal que se desarrolla dialécticamente. Los seis están arrojados en la plaza, con sus gritos, sus alegrías ingenuas, su desdén frente al hambre matutina, parece que quisieran destruir el peso de lo real con la inmediatez de su juego de pelota. Lo material, lo que está fuera de la conciencia no desaparece, es todo el tormento del hambre que les marcará hasta borrar cualquier destello de imaginación de una vida feliz, no habrá proyecto político que les engañe para siempre.

Sin solidaridad humana, que les brinde una oportunidad, seguramente el hambre se convertirá lentamente en la naturaleza que se nutre de sus cuerpos infantiles y dejará profundas heridas  en cada uno de  esos cuerpos, de esas mentes. Sin educación adecuada, la inteligencia quedará reducida a la supervivencia. Entonces, en lo real, la persona es el hambre. La ética de esta revolución que no llega es el hambre. La política revolucionaria parece ser el hambre. A la conciencia revolucionaria del nuevo milenio parece no importarle el hambre de estos niños. La moral de algunos políticos es el hambre. La religión de algunos políticos es el hambre. La filosofía de algunos políticos es el hambre. La plaza de estos muchachos es el hambre, es la América Latina, es la filosofía popular de las revoluciones militarizadas que se han dado en la historia  de nuestros pueblos, es el imperio de los falsos revolucionarios, ha sido la revolución  que engaña.

Aquí en la plaza, los muchachos corren de un lugar a otro, sin saber que su realidad, en el mejor de los casos llegaría a ser un número, un dato estadístico que a nadie importa, “37% de población menor de los dieciocho años vive en estado de pobreza extrema”. La sociedad de informes sociológicos destruye el rostro verdadero de las personas. La conciencia racional se justifica a sí misma.

El poder no acepta el compromiso. No existen nombres, rostros, tamaño, madres, hijos, amigos. No existe el vecino, el compadre, el amor, el odio. Los sentimientos no existen. Para algunos políticos, el universo es realidad material, medible, probabilidad, totalidad anónima. Aquí no hay seres humanos, nadie sufre, llora, come. Aquí las tumbas no tienen almas. Todos se van al infierno del consumismo animal. Para estos líderes políticos, el hombre de éxito  consume a los más débiles. Para ellos, la humanidad es un profundo y lúgubre océano donde los peces inferiores no tienen derecho a la vida, sino al hambre, a la esclavitud, a la muerte y al anonimato de una encuesta sociológica.

Según la Filosofía de la Muerte, el pez grande cuando cuida a los más débiles, solamente se asegura de tener comida a la mano, pregunten a los diputados de la Muerte, ellos siempre nos han protegido. El cuidado es más intenso, cuando el amo supremo es militar. Siempre, en América Latina, el amo militar se convierte en rey, su familia en la realeza, sus hijos en príncipes y sus amigos en la nobleza.

En la política de la Muerte, el pueblo es la comida, el sufrimiento del pueblo es la bebida, el hambre del pueblo es la riqueza del rey, príncipes y nobles, ¡claro!, las propinas siempre son para los seguidores fieles. Todas esas revoluciones giran en torno al poder central de un rey semidiós que todo lo sabe, que todo lo puede, que salva a todos y a quien todos deben adorar. Los adversarios son traidores y merecen las más horribles de las torturas.

Hace poco, un señor de traje lujoso llegó a esta plaza, reunió a todas las personas del pueblo. “Seguro tenemos cincuenta y cinco votos”. Eso era todo lo que valían las personas, nada más. Las prostitutas eran cuatro votos, los borrachos como cinco, claro y también sumaron el voto del viejo moribundo. Las realidades cotidianas de cada persona no llegaban a ser consideradas ni siquiera como objetos. Los salvadores políticos se preocupaban por los galones de gasolina, las franelas, el equipo de sonido, las cervezas, por la hora, el clima, el calor, la oscuridad, los zancudos…, el viejo, las mujeres y los niños nunca tuvieron rostros humanos para ellos.

Cualquier cosa era más importante que el rostro de la gente. Para ellos, esa gente no era más que un  montón de votos. Para estos políticos, apretar la mano de aquellos moribundos era un acto vergonzoso, daba asco el contacto con gente tan enferma y hambrienta. La ignorancia y la melancolía sin esperanza se vestían con una nueva camiseta, con el rostro del líder político de turno. Lo mismo hicieron sus padres, sus abuelos, todos los espíritus de la noche que ahora se lamentan por las calles de este pueblo. Cada uno de ellos se llenó el corazón de la revolución  social prometida; ahora vagan por las copas de los árboles, según el decir de los abuelos solitarios. Todos los muertos se cansaron de coleccionar camisetas revolucionarias.

El sol calienta la brevedad de la mañana. El tiempo no existe en el corazón de este pueblo. Las preguntas sobre el sentido de la existencia carecen de sentido y de existencia para cualquier líder político descomprometido. Aquí el pensamiento está demás. Sin embargo, es la humanidad en sus más enigmáticos secretos que se revela en estas vidas tan comunes en América Latina.

 Esos muchachos jugando, el viejo que se muere, las mujeres agotadas por el degaste de la miseria, los borrachos impertinentes y delirantes, los políticos mesiánicos que a veces aparecen, las camisetas revolucionarias, el calor, el polvo amarillento que agobia, el sudor que recorre todo el cuerpo, las ganas de huir hacia la nada, esa es la existencia, ahí está el sentido, ahí está el absurdo en que nos están hundiendo los revolucionarios y políticos de turno.

Así es la vida desde la política y la lucha por el poder, sin nada especial, arrojada al torbellino negro de la muerte, las personas poco importan, la lucha es por el poder, tener y placer. Desde la antropología de la Muerte, y desde el Nihilismo, no hay sorpresas, la esperanza es un concepto alienante. Para ellos, el ser lo determina la calidad de la alimentación, si comes porquerías, en eso te están convirtiendo; ellos se alimentan con los manjares más lujosos que el Mercado les proporciona, quieren ser dioses.

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La existencia no es una poesía romántica, no se trata del trinar de las aves, de los bellos ojos de la mujer amada, el canto de la sirena, las almas en el cielo, los hermanos de la sociedad sin lucha de clases, de la suavidad de la espuma de las olas, del amor entre dos corazones entrelazados en un mismo destino. La mujer de piel arruinada me está mirando y su esencia antropológica es el hambre en su sangre. Ella me acusa, me asusta, me describe perfectamente la trama humana. Ella es madre de uno de los muchachos que está jugando en la plaza. Los dos están ahí, respiran, sufren, mueren de hambre.

Tal vez, a la hora de dormir, la madre le enseñe algunas oraciones para que los espíritus los protejan de todos los males. Si tienen suerte, tomarán algo de café con algún pedazo de arepa, eso será todo, lo mismo de ayer, de hace años, lo mismo que cenaba la abuela, la otra abuela; siempre han comido lo mismo en este pueblo, las sobras de la revolución  que nunca llega.

Ninguna de esas mujeres vende su cuerpo por elegancia, no se trata de cambiar de vida, convertirse en una modelo de fama internacional, de vivir con un hombre millonario que la lleve a mundos imaginarios. Aquí el sexo se vende por cualquier enlatado sobrante, o por una cerveza a media noche, por una botella de aguardiente de caña, la revolución lejana  se quedó en promesas.

 El cuerpo carece de valor, ¡Ah, los filósofos y la dignidad del cuerpo humano! ¡Los filósofos y la dignidad del espíritu inmortal del hombre! ¡La dignidad de la mujer! ¡Hasta tiene fecha la dignidad de la mujer para ser celebrada en todo el mundo! La carne del ganado se compra y se vende a mejor precio. El alma, la conciencia, el yo, el espíritu, la dignidad, el respeto, los derechos humanos, nada de esas cosas pertenecen a la intimidad existencial de esta gente. Sin embargo,  ellos son imagen del Dios Vivo y no de letras muertas.

Así, pues, desde la cultura del Mercado, la dignidad del ser humano es un bien de consumo que se compra y se vende. Si no tienes dinero… no eres un ser humano, no tienes alma. Si no eres un líder político de prestigio…, entonces  tu cuerpo vale menos que la carne de pollo. Ni siquiera los espíritus o las ánimas milagrosas cuidan de esta gente pobre. El ser esencial y digno de la humanidad no es más que una mentira para los falsos políticos, la verdad está en la mirada de esa prostituta, en la inocencia de esos muchachos, en la idiotez de los borrachos, en la falta de vida del anciano que acaba de abrir los ojos para mirar las mismas nubes incoloras de siempre. Todo me asusta, no se trata de una angustia teórica que se describe, mientras se fuma pipa y se bebe vino, me asustan porque es mi propia historia, me hundo con ellos, me desespera no ver el final de esta pesadilla llamada liberación socialista.

Aristóteles se inventó la más grandiosa de las ideas metafísicas, ideales, virtuales,  el Motor inmóvil. La explicación última de todo movimiento. El fantasma que aparta el absurdo infinito de la inercia eterna. Este Motor inmóvil ha sido elevado a la divinidad espiritual. En el fondo, esa cosa sería la presencia Omnipotente y Omnipresente del Ser Absoluto. En otras filosofías, este Motor Inmóvil ha sido considerado la prueba más fehaciente de la existencia del mismo Dios. Nada más absurdo, pretender que la posible existencia de Dios se deba a la lógica racional de los humanos, que habitan un planeta  que pertenece a un sistema solar cualquiera. Aquí no hay Motor inmóvil que valga, la razón lógica se hunde en la desesperación del hambre y de la miseria.

Un excelente profesor me dijo hace tiempo, “la miseria y la pobreza no definen a esta gente, ellos trascienden esas necesidades y buscan la esperanza más allá de cualquier desesperanza, ese es el misterio, esa es la dignidad del alma y del ser espiritual del hombre”. En el cementerio de este pueblo se levantan cruces y cruces en honor a la esperanza fallecida. El reloj de aquel profesor revolucionario y bolivariano cuesta más y es mejor apreciado que una noche de sexo con cualquiera de estas mujeres. El Compromiso es con esta gente, y nunca con la idea abstracta de la pobreza. Dios está en la historia de esta gente, no está en la definición de la pobreza. Dios es Vida, Dios es Amor…, Dios no es una idea, o un teorema.

Margarita es una de las mujeres de la plaza, parece alegre, contenta; algo extraordinario le está ocurriendo, ya casi la convierten en la sirvienta, en el coleto, en la esclava de alguna familia en la ciudad de Valencia. Ella siempre ha soñado con salir de estas tierras, para conseguir un trabajo decente y digno, de esos que le prometieron los políticos de turno.

 Los señores tendrán una nueva televisión, refrigerador, aire acondicionado, a Margarita, una cocina, un juego de muebles, todo a buen precio. Esa es toda la esperanza de Margarita, hasta ahí llega la “dignidad del día mundial de la mujer”. Para la cultura del Mercado, Margarita es una cosa a buen precio, tan útil como una aspiradora, tan valiosa como el lavaplatos, tan humana como la basura que tendrá el honor de sacar a la calle. Sus tres hijos quedarán aquí en el pueblo, hasta que el destino se los lleve a la marginalidad de los barrios de las ciudades importantes.

La mujer es el objeto más despreciado de los políticos de la Muerte, de aquellos que engañan al pueblo, se trata de arrastrarla hasta la desesperación. Margarita no sabe nada de autoestima, ni de respeto por la dignidad de la mujer. Los escritos filosóficos de Simone de Beauvoir nada tienen que ver con la realidad antropológica de las mujeres de este pueblo.

Margarita saca un viejo espejo de su bolso, se mira fijamente, no le gusta lo que ve. Ahora, en ese momento infinito, la brujería del espejo la invade, la sociedad le acaba de transmitir el virus de la vejez. Margarita se siente horriblemente enferma, fea, desgarbada, no sabe si reír o llorar; se da cuenta de lo terrible que es la miseria, la mala alimentación, las noches sin dormir, las gripes curadas a media, el sexo violento durante su niñez, los vestidos y pantalones recogidos de las sobras de esta humanidad. Así se siente, como una sobra que se seca bajo el sol absurdo de esta plaza.

Margarita se olvida de todos, mira su rostro; piensa que ese detalle puede ser una ventaja. Esa es la verdadera razón por la cual la eligieron para ser una sirvienta desvalorizada. De eso se trataba todo, su valor social era su propio rostro, su apariencia enferma. La señora de la casa, la dueña de todos los objetos, tenía que comprar a una mujer poco atractiva, para evitar cualquier problema afectivo y sexual con el marido. Ese señor Pedro se adueñaba de todo, manipulaba cuanto había en la casa a su antojo.

Margarita tenía el trabajo asegurado, tenía todo para fracasar en la vida, hasta convertir su existencia en la negación de cualquier teoría del amor y de la esperanza en el espíritu y la verdad. Margarita era pequeña de estatura, delgada hasta la enfermedad, dentadura descuidada, mirada perdida, hablar campesino, su vida ha sido un largo caminar entre espinas, una fe que destruyó la revolución  que no ha llegado.

La enajenación es la felicidad en los ojos del hambre. Margarita es feliz. Ella espera que pronto le den la buena noticia de su contrato. Se marchará lejos, “más nunca volverá para este pueblo”. Si Dios le ayuda, enviará algún dinero a sus hijos. El hijo mayor se llama Francisco, juega con sus compañeros. Los juguetes son un palo de escoba y una pelota hecha con la cabeza de una muñeca que encontraron en la basura. Él se quedará con la abuela y los otros dos hermanos, Ramón de ocho años y Mary de apenas cuatro años. Francisco se ha pasado la vida entre el trabajo, el hambre y el juego. A nivel de estudio hizo lo que pudo, llegó a sexto grado, no fue un alumno mediocre. Lo malo es que en el pueblo no hay un liceo. Parece que su vida ya está escrita, como la de todos sus compañeros. Algunos de ellos sueñan con ir a la milicia, si tienen suerte llegarían a ser policías. Para esto muchachos no existe la universidad, ni vocación profesional según sus aptitudes. Ellos son herederos de la dignidad de los que se mueren lentamente de hambre bajo el yugo de la dictadura de esas que siempre han existido en la América Latina.

Por  Agustín…, quiero ser educador.

Por Margarita…, quiero ser educador.

Por Francisco y sus hermanos…, quiero ser educador.

Por todos los pobres de América Latina…, quiero ser educador.

NON NOBIS DOMINE, NON NOBIS, SED NOMINE TUO DA GLORIAM

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 “LA VIDA DE JAIME STEVEN”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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 La muerte del ser humano condiciona las reflexiones sobre el sentido de la existencia en los sistemas de filosofías antropológicas. Desde luego, no se trata de una descripción de la muerte en cuanto hecho biológico y natural que consistiría en dejar de respirar para siempre; además, como seres conscientes, se experimenta profundamente de esa experiencia de saber que nos convertiremos en gusanos inservibles, en humedad que se transforma lentamente en cenizas olvidadas, hasta que la conciencia de ese “Yo” íntimo y personal se haga unidad con la nada deforme y anónima, esa materia absoluta que tal vez sirva de abono para las rosas de un triste jardín. El hombre sin Dios es una cosa más, tan cosa coma la más sencilla piedra en el desierto. Sin Dios la muerte es el final. El hombre del nuevo milenio propuesto y formado por el materialismo de izquierda o de derecha, es una cosa, es un animal de consumo, que destruye al planeta y odia a todo aquel que no piensa como ellos. Dios Padre nos hace hermanos; la lucha por el tener, el placer y el poder nos  transforman en enemigos. Son dos paradigmas, uno de Amor, el otro de Muerte.

 La conciencia de saberse y entenderse mortal atormenta la quietud del alma del ser humano y lo diferencia radicalmente de los animales del ecosistema planetario. Los animales  solamente viven, comen se reproducen y dejan de vivir. La angustia oscura hace al hombre un ser extraño, inconforme, melancólico, creyente, con esperanzas, pesimista, alegre, triste, devoto, rodeado de imágenes de todo tipo que le prometan la vida eterna, o la felicidad plena y terrenal. El hombre es un ser de fe, de esperanza. El Hombre es “Capaz de Dios”, de buscar la trascendencia no por miedo a la muerte, sino por fe, una dimensión misteriosa que conforma el Amor en el corazón de todos los seres humanos.

El hombre vive la muerte en su realidad más íntima, desde ahí cuestiona la vida como afirmación o negación de la fatalidad que siempre asecha para destruirlo en cualquier instante, bien sea entre sábanas blancas olorosas a ese alcohol etílico de los hospitales horrendos, o la muerte inesperada y sorpresiva bajo la inclemencia del hampa. La enfermedad es muerte. El dolor es muerte. La violencia es muerte. La tristeza es muerte. La cotidianidad muchas veces se hace muerte cercana y real. Pero, ahí, en lo más oscuro de lo cotidiano, se encuentra el Amor que se manifiesta en los seres queridos, la madre, el padre, los hijos, los hermanos, los amigos, el vecino, la maestra, el profesor de educación física, la novia, la vida el Amor y encuentro con el Otro; y es ahí en el encuentro con el Otro, donde surge la luz de Dios; en el encuentro con  el Otro, Dios está presente como Padre amoroso, como luz que ilumina, como fortaleza que sostiene.

Sin Dios, los cumpleaños serían un paso más hacia la tumba. La muerte es la entrada a lo desconocido. La muerte es despedida inédita. La muerte es el significado de la palabra “nunca”, un adiós a los seres queridos, a los que dieron calor a esos momentos hermosos de la vida. La muerte es universal. La muerte está en cada uno de nosotros, desarrollándose suavemente, devorando una a una las células de nuestro cuerpo. Sin Dios, el hombre es un animal que se muere. Dios es vida eterna; con Dios el Hombre es un ser para la eternidad.

Cuando rechazamos a Dios, al final, solamente quedará el grito de auxilio, moriremos esperando que cualquier amigo nos consuele. Si rechazamos a Dios, todo será oscuridad y absurdo cósmico, lodo orgánico, cielo sin luz, nubes grises y sin primavera, morirán todas las estrellas infinitas. Si rechazamos a Dios, desapareceremos en un universo sin memoria, sin sentido histórico, sin conciencia, sin espíritu. Sin Dios, navegaremos en las aguas de una realidad idéntica a la nada, al caos, a la totalidad inmóvil. No habrá espacio para las mentiras existenciales. Si Dios no está, entonces,  las aguas del Ser serían indiferentes y oscuras, donde se hunden todas las conciencias humanas e inexistentes.

Si Dios no está, El Ser y La Nada carecen de conciencia; el ser de la conciencia sería la muerte de un “Yo” que se apaga lentamente. Esto es todo lo que nos ofrecen los comunismos teóricos; este el final de la historia que nos prometen los líderes de la izquierda revolucionaria. La revolución sin Dios, nos promete la muerte; y cumple con sus promesas; la muerte absurda y vacía se hace cotidiana; tan común, que ya ni lloramos a nuestros muertos. El Comunismo se alimenta de fosas comunes.

Si Dios no está, en lo esencial, nos parecemos a esos animales atropellados que se pudren en las autopistas. Ahí, bajo el intenso calor del verano, se consume la esperanza de las mascotas o de cualquier animal del monte. ¡Y eso puede ser todo! ¿Qué importa el modo de morir? ¡Siempre es lo mismo para los animales del planeta! ¿De dónde la eternidad del espíritu? ¡Mejor sería la inconsciencia!  El Dios vivo es la fuente de Vida y de Esperanza.

Sin la fe en Dios Padre, la muerte es el misterio que frustra todo intento de justificación racional o filosófica. ¡La muerte opaca a la razón lógica! La muerte sería el vacío después de la fiesta y sus locuras alcohólicas, ese cansancio tan rutinario que nos deja solos y silenciosos, con náuseas y deseos desesperados de llegar al lavamanos para descargar toda la basura, hasta quedar desnudos bajo la regadera, esperando que el agua fresca nos anime para vivir la mentira de otra noche de música desenfrenada, hasta que vuelva el otro amanecer, la locura se repita, y al final, los pulmones dejarán de respirar y el corazón se detendrá. Sin Dios la vida es una locura, un absurdo. Sin Dios el hombre está demás.

La guerra y el odio han sido los verdaderos protagonistas a lo largo de toda la historia social, la muerte es el significado final de la existencia personal y social de los socialismo militares. De nada sirven los placeres, el dinero y el poder. La muerte lo destruye todo, lo consume todo, lo olvida todo y no quedará ningún alma solitaria llorando entre las sombras de la noche eterna de un universo petrificado y absurdo. ¡Sería profunda la tristeza del último fantasma, que asustado y perdido se vaya apagando como una vela nocturna en la oscuridad infinita!

 

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 El profesor Jaime, ensayista e investigador en el área de la filosofía, de la psicología y de la sociología con un doctorado en “ciencias epistémicas” se acomoda en el sillón de la oficina, acaricia el retrato del líder socialista, como si fuese parte de un rito; toma café, mira las hojas marchitas que caen a lo lejos, el otoño apacible llega a su final. El frío del invierno se acerca. El universo será blanco y húmedo, como la vida misma, tan monótona, tan helada, igual a las flores que desaparecen como aves sin rumbo. Sin embargo, la vida se ve hermosa y apacible como la noche que se desliza entre las cortinas.

 No hay nada como las ráfagas prematuras del invierno para inspirar profundas meditaciones ontológicas y hermenéuticas: ¿Qué es el Ser?, ¿qué podemos conocer?, ¿porqué más bien el Ser que La Nada?, ¿cuál es el “puente epistémico” entre el sujeto y el objeto? ¡Preguntas eternas, celestiales, angélicas, divinas e inmortales! Él es una promesa intelectual del marxismo latinoamericano ¡De su mente fluirá la nueva ciencia revolucionaria en contra del imperio yanqui!

Sin embargo, el entorno no es tan inspirador dentro de la oficina, mirar el techo blanco, las paredes eternamente verdes. El ambiente en su oficina es una experiencia aburrida, pegajosa, absurda. Hacer Filosofía sentados como cadáveres religiosos, carece de emociones alocadas y sensuales. Se necesita la música interna, casi poética, tan necesaria para escribir el mejor libro de filosofía antropológica sobre el amor perfecto inspirado en las enseñanzas del socialismo obrero.

El movimiento vital, la fuerza de la energía mágica del universo, todo ese descontrol animal está más allá de esa ventana. La vida real está esperando ser admirada por una mente única y brillante. Esa vida virtual en la laptop es pesada, en blanco y negro. Él necesita el calor del pueblo.

En efecto, dentro del mundo de la Internet, la humanidad camina hacia la quietud histórica; como si de pronto, la sociedad estuviese llegando al desfiladero oscuro y tenebroso. La computadora le parece fría, sin calor, ni emociones. En cierto modo, dentro de esa pantalla, el hombre se convierte en un patético receptor de mentiras, de ilusiones, de fantasías creadas por mentes mercantiles y manipuladoras del imperio.

 Los sabios del nuevo milenio saben solamente una canción, “la historia ha muerto”, “ya no hay mensajes políticos universales”, “se derrumbó el muro de Berlín”, “ya no hay proezas que narrar” “no hay religiones”, “murieron las ideologías”. Ahora, el mundo se reduce a lo visto en la pantalla virtual. La verdad la establece una máquina. El secreto es la energía eléctrica que engaña y enajena. Pero, Él, el profesor Jaime Steven conmocionará al mundo con el mensaje del socialismo del nuevo milenio, inspirado en la vida y obra de Carlos Marx.

Él conoce el futuro, pronto el hombre será solamente un centro nervioso con ojos y pocos dedos, lo demás rasgos corporales serán eliminados por la evolución, seremos unas cuantas células nerviosas alimentadas por la realidad virtual. Hasta la fe religiosa tiende a desaparecer, el mundo es lo mirado, el hombre es una imagen, una moda, ojos azules, cuerpo atlético, licor, sexo y poder. Según su fe marxista, “la religión es el opio del pueblo”; y Dios ni siquiera ha muerto, simplemente nunca existió.

¿Quiénes viven de verdad esa realidad prometida en los sueños ofrecidos en las redes virtuales o en el cine? ¿Quiénes viven el placer, tener y poder a plenitud al estilo de esos actores virtuales? ¿Acaso, los siete mil millones de seres humanos que habitan el planeta? ¿Mil millones? ¿Quinientos millones? En la pesada realidad cotidiana, la vida plena de licores, dineros y orgasmos la disfrutan solamente algunos elegidos o semidioses de cuerpos perfectos. Él quiere ser uno de ellos; por eso, escribe y escribe. Los otros miles de millones de terrícolas contemplan y sueñan, algunos zombis gozan de las imágenes virtuales. Ya no se hace el amor, se conforman con fantasear frente a una imagen virtual.

El mundo de placer está siendo suplantado por las imágenes en una computadora. Entonces, ¿Qué es el hombre? Un ojo con cerebro ¿Qué es el mundo? ¿Cuál es el valor de las otras personas? Simplemente lo mirado; somos un par de ojos atrapados en un universos de imágenes irreales. Desde luego, la otra alternativa es la miseria, el hambre, la muerte, hacer cola todos los días persiguiendo durante largas horas un poco de harina de maíz.

¡Muerte o enajenación! Estas son las dos alternativas que nos brinda el materialismo marxista, o el materialismo de la cultura del Mercado. Jaime sabe lo que quiere. Él sabe que  pocos son los que viven el placer prometido, y muchos los que mueren de hambre sin tener ni siquiera la oportunidad de un mundo enajenado y virtual. Y si Él, el profesor, Jaime Steven tiene que escribir libros de fantasías revolucionarias y de mentiras históricas, lo hará; nadie verá al profesor Steven pasando hambre, ni haciendo colas para comprar un jabón o rollo de papel higiénico.

 

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 Jaime había soñado con el título del primer capítulo de su nueva novela filosófica: “El hombre es la náusea”, donde presentaría una crítica radical a la antropología del consumo propuesta por el imperialismo salvaje. Se trataría de la historia de un filósofo que vive profundamente todas las dimensiones del amor sin fronteras. Mientras Jaime se imagina las escenas de su personaje, las hojas secas de los árboles grises se hunden en el lodo frío, una lluvia tímida se escucha a lo lejos. La novela promete ser otro éxito de reflexión esotérica, masónica y revolucionaria, de esas enseñanzas que leen algunos líderes políticos. También tomará en cuenta como probables lectores a esos  jóvenes que estudian filosofías orientales, escritas por ancianos que alguna vez fueron los hippies de la década de los sesenta del siglo pasado.

Jaime intuía que el amor perfecto y sin fronteras era la nueva etapa de la evolución del hombre del siglo XXI, la única alternativa para superar la virtualidad de las computadoras y el desenfreno consumista. Por supuesto, para crear nuevos caminos de esperanzas tenía que volver a lo natural, al canto, la poesía, el amor silvestre y sin ataduras, dar placer a todos los sentidos, según el hedonismo más puro, vivir de un modo totalmente libre como las aves, las flores y el viento; la revolución  de acuario.

La filosofía novelada es la imaginación de un poeta sensible que se cree y se proyecta como un ser medio angelical, sin sexo definido. Jaime es un ejemplo vivo de los ensayistas sensibles, refinados, con ese modo tan peculiar de hablar, caminar y de mirar de algunos intelectuales. Ahí, frente a su alma, estaba escrita la frase, “La religión es el opio del pueblo”. Esta frase tan original y magistral está en el centro de la pantalla de su computadora. El profesor Jaime Steven siente en su piel la apatía del otoño.

El cielo es gris, las aves han perdido su encanto. El horizonte es gris. La mañana es gris. La vida es gris. No hay una flor colorida en todo el jardín. Jaime siente intensos deseos de componer un poema; tan tierno como el brillo triste de la montaña, algunas letras que estremezcan a los lectores tan sensibles como él, esos que pertenecen a redes de poetas: “Poemas de amor”, “Poesías del corazón”, “Pozos del deseo”, “Oasis de amor”, “Encuentra lo tuyo”. La revolución intelectual es un canto poético que quiere surgir de las entrañas del poeta Jaime Steven.

 La tarde gris le produce nostalgia existencial y la niñez del filósofo renace en su alma. Jaime puede ver con claridad al niño que hace años jugaba en las llanuras de su pueblo natal, en las lejanías de los Andes. Lo recuerda casi todo, el padre y el abuelo siempre descansaban con las pipas humeantes, la madre y la tía tejiendo preciosos calcetines de los que se usan en el invierno. En aquellos años de infancia, el secreto de la vida era la ingenuidad, la sencillez, la aceptación del ser en su estado más puro, sin el juicio sucio de la conciencia adulta de los humanos.

El aire siempre fresco, las montañas hermosas, la campiña de los sueños, el canto de las aves. ¿Acaso los animales se entristecen? La vida era la negación de lo gris, la primavera eterna, la leche tibia de las vacas, el canto matutino de los gallos, los perros fieles y contentos, el florecer eterno de la campiña ; padres amorosos, abuelos paternales; sus dos hermanas mayores siempre hablando de “los novios bellos”, fiestas, vestidos, maquillajes, revistas de farándula y de modas. Por cierto, los zapatos de sus hermanas eran preciosos, los zarcillos, las muñecas. En fin, aquellos días de la infancia marcaron su sensibilidad vital y el gusto por las cosas rosadas y esplendorosas. La belleza eterna del universo le daba a Jaime esa energía especial que pocas veces vio en los amigos de la escuela, tan hostiles, sucios, mal educados, bárbaros y rudos.

El biscocho con la taza de chocolate mostraba el rostro tierno de la humanidad. Por eso, el encuentro con el Otro era fácil en el seno familiar; entender el amor como centro del proyecto humano, vivir plenamente el concepto de libertad desde el corazón que crecía en el calor de una familia iluminada, su mundo real, su entorno vital, su existencia concreta; todo sus recuerdos eran fantásticos.

¿Qué es el hombre? El padre, la madre, los abuelos, las hermanas, ¿qué es la sociedad? la dignidad del espíritu familiar, tan alejado de todo lo feo y horrible. En su infancia aprendió que el hombre es encuentro fraternal, relación personal y comunidad unida. Le enseñaron que la vida siempre tiene sentido, que sus hermanas eran ejemplos de amor perfecto y de belleza sensual. En su corazón siempre hubo amor. El amor era su aporte a la filosofía del socialismo del nuevo milenio.

Ahora entendía que la relación entre los hombres constituye el centro de significados existenciales antropológico y la oportunidad para el crecimiento personal, el Otro es el camarada. El amor se hacía realidad al ver a sus hermanas besándose con los “novios bellos”. Desde luego, desde estas vivencias amorosas y afectivas, la filosofía del encuentro tenía sentido. El hombre vuelve a ser el centro del universo. El hombre es la imagen de todas las revoluciones del nuevo milenio.

Cuando Jaime piensa en la esencia de la humanidad socialista, revive la habitación de sus hermanas, el rostro de sus hermanas, los vestidos de sus hermanas, el modo de hablar de sus hermanas, los novios de sus hermanas. La persona es un valor eterno y universal para el socialismo del nuevo milenio. La vida consiste en la felicidad. La felicidad se encuentra en la relación entre los camaradas. Se nace, se vive, se muere en comunidad. La humanidad entera es una gran familia de hermanos revolucionarios, en donde todos somos hijos de los mismos líderes de siempre, sin límites afectivos marcados por el sexo biológico. ¡Qué viva la libertad del socialismo del siglo XXI!

Ahora, Jaime ve el inicio del otoño con la mirada de un filósofo profundo, silencioso, capaz de encontrar la luz en la oscuridad del atardecer, para iluminar con sus pensamientos el camino de salvación a todos los hombres y mujeres que esperan sus maravillosas reflexiones filosóficas y sensuales. De pronto, sus manos dejaron el teclado, el corazón estaba paralizado.

Del otro lado de la ventana, lo inesperado se hacía fatalidad. El destino le recordó la soledad de la noche, un gorrión pecho amarillo quedó muerto, fulminado por el frío, sus alas dejaron de moverse, el canto se perdió en la oscuridad. La muerte siempre estaba del otro lado de la ventana, más allá de la conciencia iluminadora de la existencia. La conciencia íntima tiene dos caras, ilumina la belleza de la vida, y se atormenta con el silencio de la muerte oscura, desgarradora. Jaime Steven es sin duda, un intelectual de la izquierda revolucionaria.

Jaime volvió a deprimirse, todo lo bello se transformó en oscuridad, quería llorar de tristeza amorosa, como lo hacía la abuela enferma. La noche era la amenaza de la existencia, la espesa tiniebla lo envolvía todo, igual que hace años, allá en los Andes. La Nada eterna y oscura sobrevivía en las aguas del inconsciente, apareciendo solamente para acobardar y paralizar, la muerte era el recuerdo del rostro de la abuela fría y pálida, tendida sobre una mesa de madera de pino silvestre. La abuela se convirtió en un fantasma, en la hada de los sueños infantiles.

 La muerte del ave disolvió la belleza de los días de infancia. ¡Esa muerte tan cruel de la más hermosa de las aves! ¡Tanta tristeza era demasiado para seguir escribiendo! ¡El rostro de la abuela muerta! Jaime encendió su pipa, salió a caminar para despejar los sentidos; tal vez, con algunas copas de vino, la inspiración regresaría a nutrir su sangre filosófica. La muerte de un ave era tragedia que el alma sensible de un filósofo de izquierda como Jaime, no podía soportar sin que apareciesen algunas lágrimas de solidaridad existencial y holística con la muerte de ese pobre gorrión. ¡Cruel y desgraciado universo! ¡No hay escape ni para los dioses! ¡Oh filosofía, calma la tristeza mía! ¡Abuela muerta deja de atormentar la existencia universal! Si la muerte le llega a un padre de familia en manos de la delincuencia… ¿Qué importa? ¡Hombre o pájaro…da igual! Jaime llora frente a la muerte.

 

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La mejor época para escribir reflexiones filosóficas en torno a la importancia de los seres humano es la primavera, ese momento en donde toda la naturaleza se convierte en un himno triunfal y revolucionario. La vida se hace colores de arcoíris, el mar es más azul, el cielo más transparente, y el amor, ¡ah, ese sentimiento de los dioses! colmaría de placeres cualquier atardecer. Jaime pensaba en la esencia antropológica universal: la felicidad. ¡La inspiración inmortal había vuelto a la mente de Jaime! ¿Qué es el hombre? La felicidad, la primavera, la negación de la muerte del gorrión; la abuela cantando y tejiendo con alegría vital, una marcha infinita de camaradas.

 Jaime se sentía luz entre las sombras, esperanza en la soledad, estrella en el firmamento, el punto más alto de las olas del mar. El ser humano es la dignidad espiritual, la trascendencia y la belleza de todo cuanto existe, un alma capaz de sufrir la trágica muerte de un ave inocente y pura; un alma que construye esperanzas en donde las rapiñas imperialistas devoran cadáveres.

El ser humano es superior a la muerte. La revolución  es superior a la muerte. ¡Qué viva el socialismo eterno! La raza humana vivirá para siempre, hasta alcanzar la espiritualización total del cuerpo mortal. Seremos ángeles en la tierra y revolucionarios infinitos. Nada podrá detener la evolución de seres elegidos por los dioses extraterrestres y seremos como dioses y reinará para siempre el socialismo del siglo XXI, en todos los confines de la Tierra.

 La novela de Jaime se desarrollaba al mismo ritmo que el vino en su sangre. Al final triunfaría el éxito de la vida sobre la tristeza del otoño. A cada noche le sigue el día más esplendoroso que se pueda imaginar. “El cielo es el límite”. Lo mejor siempre está por venir. La mente siempre abierta a lo positivo. “Somos lo que pensamos”, “la mente controla al universo”, “concentrarse es aprender a vivir”.

 Cada día es una aventura inmensamente formidable. La vida es el río de los placeres inimaginables. Vivir es ser feliz. La vida misma es el verdadero secreto de la juventud eterna que prometen las revoluciones. El milagro de la felicidad está en el corazón, esperando que lo descubramos. ¡Todos viviremos felices para siempre! ¡El socialismo llegó para la eternidad! ¡No volverán los lacayos del imperio!

A los treinta y cinco años sentía que por su conciencia fluía toda la inteligencia de la energía universal, podía sentir en cada una de sus células la sabiduría del pensamiento filosófico legado por Marx y Lenin, tenía que escribir sobre la belleza de la revolución, sobre el amor y la felicidad, también sobre esos tristes momentos de muertes inevitables de las aves, mascotas, flores del campo, la muerte de la abuela.

Aunque el tema central siempre sería la felicidad del universo, la luz de la revolución  universal, el equilibrio perfecto de un universo que se mueve al ritmo de ese amor puro que sólo podía ser descubierto por un corazón enamorado de la belleza, de la luz, de lo perfecto, por un escritor que comprendiera el secreto sexual del mensaje de los dioses griegos.

Jaime escribía su filosofía de izquierda desde el espejo existencial de su historia de vida. El mundo era comprendido desde sus vivencias, sus recuerdos, la imaginación, sus ideas, su licor, el humo de la pipa. No tenía hijos, esposa, novia, comunidad, padres; pero tenía patria. Su compromiso consistía en escribir libros, aquí aislado de la vida mediocre. Jaime vivía en sus novelas, en el perfecto mundo de los treinta y cinco años, buen trabajo en la Universidad, hermosa y confortable casa en una urbanización de buen estilo, moderno automóvil. Él era  ejemplo de lo bien que podía vivir el nuevo revolucionario del siglo XXI.

Las reflexiones filosóficas surgían a borbotones, como la espuma de esas copas de la media noche. Él estaba destinado por los ángeles a iluminar con sus ideas a ese mundo confuso de los jóvenes revolucionarios. Todos sus escritos giraban en torno al mensaje eterno, “La filosofía de la revolución  socialista del siglo XXI”. Lo más importante era prolongar para siempre el espíritu de la primavera, mantenerse firmes en la actitud positiva frente a las adversidades y las guerras económicas del imperio. Los problemas de la existencia se resolvían en la mente, “somos lo que pensamos”, conclusión increíble que surgía de los genios de la última botella de vino, de aquella noche de principio de otoño. Jaime se fue a su casa, que estaba solamente a pocas cuadras. Se detuvo ante la puerta, se dirigió hacia la parte posterior de la casa, pudo ver el cadáver congelado del gorrión, lo tomó por una de las alas y lo arrojó al pote de la basura.

La noche era joven, la laptop había quedado encendida, podía escribir una o dos páginas. La fuente del conocimiento se encontraba en la intuición íntima, una experiencia que siempre aflora como una caricia fresca de esos momentos especiales de inspiración. Recuerda que su primera novela la tituló “El mareo”. Claro, en la Universidad  donde trabajaba todos aplaudieron la originalidad y lo inédito del tema. Se trataba del diario de un hombre en París, que planteaba el absurdo de la existencia desde la experiencia vivencial y cotidiana.

Según la novela de Jaime, la vida del ser humano carecía de sentido, la existencia era libertad eterna y fastidiosa. No había ningún manual para la existencia, cada día era inédito y lleno de conflictos ambiguos y grises. El personaje de aquella novela era un joven intelectual “Jean Raquetín”, un francés enamorado de una joven tan superficial y vacía como la vida misma. Al final, “Jean” se descubre desnudo ante el ser en sí. El ser de las cosas llegaba sin nombre, sin medida, sin lógica, chocaba en la mente y producía una angustia, un “mareo existencial”, ese mareo era la intuición íntima que anunciaba la presencia de un ser en sí externo a la conciencia.

Esta Novela de Jaime recibió el premio a la “Reflexión filosófica” de la década de los noventa. Según el jurado, el tema era totalmente original y novedoso, un salto cualitativo en el torbellino de los pensamientos revolucionarios de la patria. Desde aquel día de la premiación, la vida de Jaime cambió para siempre. Ya no se conformaría con una existencia trivial, superficial, común; una familia que mantener, unos hijos que atender, hermanos, primos, tíos, amigos comunes y vulgares, nada que tuviese ese olor tan parecido a las plazas de los pueblos olvidados. Su intelecto era de otro nivel, capaz de navegar por los senderos misteriosos de la revolución  del nuevo milenio y de los mares secretos del universo. Sin embargo, ya han pasado diez años y todavía no ha perfeccionado su segunda novela.

El tiempo carece de importancia para el profesor Jaime, los estudios de filosofía marxista lo han elevado más allá del tiempo y del espacio. La edad no tenía importancia, siempre y cuando el espíritu revolucionario se mantuviese fuerte, con energía para enfrentar y superar los obstáculos de la cotidianidad. Nada en este mundo iba a perturbar su mente superior.

 Ahora, en sus nuevas lecturas buscaba penetrar los misterios de la otra vida. Él estaba seguro de que su alma había recorrido varias existencias en el pasado. Las existencias vuelven al inconsciente a través de los sueños. La última vez se vio a sí mismo con un hábito color café, como esos monjes sabios de la Europa del siglo XIII. Jaime estaba convencido de que siempre su destino ha sido el mismo, “el amor a la filosofía y a la revolución”.

Las ideas de la filosofía de Santo Tomás le parecían tan sencillas, “la diferencia ontológica entre el Ser y el Ente”, “el proceso de abstracción de las esencias y la actividad sin movimiento del intelecto agente en la intuición del ser del ente en la conciencia”, todo le llegaba con facilidad inusitada, la única explicación lógica apuntaba a sus vidas anteriores, cuando él era probablemente compañero o maestro de Santo Tomás de Aquino.

Para Jaime, el secreto del sentido de la vida se encontraba en una especie de sumatoria de las existencias pasadas, eso se podía observar en los ojos de las personas. El último trabajo escrito por el profesor Jaime consistía en una descripción antropológica de sus vidas anteriores y de la posibilidad de encontrar un patrón existencial que determinase el sentido de la vida de todos los hombres y mujeres de la humanidad rumbo al socialismo universal y perfecto.

Entre los secretos develados en su ensayo filosófico expuso la teoría de que “los ojos son las ventanas del alma”. Las ideas filosóficas solamente pueden ser asimiladas por almas especiales, por hombres elegidos por los arcángeles fundadores de las civilizaciones dominantes. Jaime se sentía un arcángel en potencia, un alma cuyo cuerpo era la cárcel indeseada. Recuerda muchas veces las frases del abuelo, el de la pipa, el de los anteojos amarillentos, el abuelo de mirada profunda, quien a diario le repetía, “Jaime, cuídate de los Otros, de manera especial de los seres de ojos apagados y bajos”.

 Jaime fue aprendiendo que no todos estaban en el mismo nivel de evolución, que existían seres cerca del estado de la iluminación espiritual y seres humanos comunes, carnales, de esos cuyo olor a miseria se percibe a cientos de metros. Él era un líder revolucionario, un futuro diputado marxista.

Para Jaime no existía nada más espantoso que el estado de pobreza y de miseria; así, como viven esos personajes en los ranchos marginales, una vida sin sentido, mejor es morir que vivir en la miseria. La vida era para disfrutarla, vivir a lo ancho, sin prisiones mentales, sin compromisos absurdos, sin tareas obligatorias; totalmente libres de las ataduras de la falsa moral del imperio.

La vida era la libertad absoluta, sin temores, la libertad de los elegidos por la conciencia revolucionaria del universo. Lo mejor era el vino, el champagne bien espumoso, el sexo centrado en el placer de los sentidos, la pipa que heredó del abuelo, las noches interminables al lado de seres bellos, como los protagonistas de las novelas románticas. Vivir, vivir el amor, el placer y el poder del conocimiento marxista.

Jaime es un dios sin definición sexual, se siente más allá del bien y del mal, trasciende las ataduras de los órganos sexuales, vive a plenitud, como los dioses libres, sin absurdas reglas morales y religiosas. Efectivamente, la moral y la fe debilitan la evolución del verdadero hombre, el hombre en toda la plenitud de sus potencialidades que lucha contra la falsa moral de los débiles. ¡Qué viva el nuevo revolucionario, libre y sin ataduras morales ni religiosas!

 

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El ensayo filosófico en que trabajaba Jaime,  trataba sobre la posibilidad que tienen algunos investigadores de conocer la historia de sus vidas anteriores a través de la interpretación de los sueños, la exploración del inconsciente individual y colectivo. En definitiva, sus investigaciones científicas y objetivas le habían llevado a la conclusión de que los revolucionarios han vivido muchas vidas anteriores ¡Somos viajeros del tiempo!

En el ensayo había decenas de descripciones fenomenológicas y hermenéuticas sobre casos altamente impresionantes y eran pruebas irrefutables de que todos los seres humanos venimos de vidas anteriores, la cuestión consistía en hacer conscientes estas existencias que deambulaban en el inconsciente, hasta lograr la conciencia plena del sentido y del punto del desarrollo espiritual de la propia existencia, como punto de partida de la creación del socialismo del nuevo milenio.

Jaime, que hace algunos años había escrito esa gran obra, “El mareo”, no podía creer que sus compañeros de la cátedra filosófica se burlaran y no pudiesen comprender la intensidad antropológica de sus disertaciones sobre las vidas pasadas. Nada de eso le importaba realmente. Ya él estaba cansado de las burlitas de sus colegas “oligarcas”, profesores mediocres del montón. Por supuesto, nadie hablará jamás de esos mediocres, morirán en el olvido, sin un epitafio significativo.

Los otros profesores de Filosofía no tenían la más leve idea de la profundidad filosófica y revolucionaria alcanzada por la mente de Jaime Steven. Su artículo sobre las vidas pasadas lo iba a llevar a una revista internacional de gran prestigio científico: “El tarot de la Nueva Era”. El doctor Pancho Cruz, su maestro, guía y amigo, director de la revista esotérica, quien le había prometido a Jaime publicarle el ensayo, “Mi vida en el Tíbet”, un manual de entrenamiento de marxismo místico para conseguirse consigo mismo en historias pasadas.

En los sueños todo es posible, la relatividad del tiempo y del espacio nos comunica con la relatividad de nuestras vidas pasadas. En el sueño todo es uno, y la unidad lo es todo en un espacio y tiempo espiral y cíclico. He ahí el secreto ontológico y epistemológico que permite conocerse a sí mismo en las múltiples existencias del mismo “yo” en perfecta vía evolutiva.

Jaime disfrutaba plenamente de la vida, era un intelectual refinado, de elegante vestir, siempre a la moda, nada importaba ciertos murmullos de algunos de sus compañeros. Si algo había aprendido a lo largo de sus existencias, era el considerar como absurdo los comentarios de la gente, para nada valoraba las opiniones simplonas de personas que carecían de sentido de la existencia, esos seres que se parecían a los animales, solamente nacen, crecen, se reproducen y mueren cargando a los nietos, siempre se mueren de cualquier infarto.

 Nada importan esas vidas y esas muertes, son como los animales de cría, lo único que aportan son la prolongación del absurdo en cada hijo que engendran. El hombre socialista se sabe superior a esas razas  inferiores.

 Jaime siente esas miradas cuando camina por los pasillos de la universidad, todos los ojos están pendientes de su modo de caminar, del color florido y llamativo de sus camisas, de lo ajustados al cuerpo de sus pantalones, todos parecen burlarse del modo en que acondiciona sus cejas, su cabello, sus zarcillos, sus sortijas.

 Él sabe que todos le critican, pero nada de eso importa. Jaime vive libre de prejuicios, sin fronteras sexuales, ni morales. Él es digno representante de la libertad absoluta de los seres superiores y revolucionarios. Jaime es feliz y eso es lo importante.

La universidad es el ambiente perfecto para desarrollar todo el potencial filosófico marxista del profesor Jaime Steven. Lo que no cuadra con su ser espiritual son los alumnos y las alumnas, jóvenes de origen popular, esos alumnos que se visten con lo que pueden, zapatos de marcas miserables, vocabulario de barriada, colonias y perfumes de los más baratos, no saben leer, no saben escribir, vienen demasiado mal preparados, ninguno de ellos ha leído nunca algún texto de Carlos Marx. Jaime no ha podido encontrar entre los alumnos a ninguno  que haya leído la Divina comedia de Dante Alighieri, ninguno de esos bachilleres ha escuchado jamás Las cuatro estaciones de Antonio Vivaldi, ninguno es revolucionario.

 La mayoría de esos alumnos son desaliñados, de mal aspecto y de peores costumbres; comen empanadas de queso y carne en pleno salón de clases, a veces alguna alumna trae al salón a un niño pequeño, y en plena actividad académica los amamanta.  Para Jaime, los alumnos existen arrojados como objetos inertes, todos son hijos de obreros y de señoras del hogar, ninguno posee una biblioteca digna en su casa, ni siquiera tienen un estudio en su hogar. Con estos alumnos se hace imposible entablar un diálogo, un encuentro, un círculo de aprendizaje. Ninguno es revolucionario.

 De lo que se trata es de llegar al salón y hablar con los espíritus, como si aquellos alumnos no existiesen, ignorarlos; mejor, soportarlos, sin contaminarse. Si alguno de ellos quiere sobrevivir, tendrá que fajarse hasta despojarse de su piel mestiza, negando su esencia histórica y tratando de escudriñar algunas breves enseñanzas de un sabio filósofo como Jaime. Ninguno de ellos es digno de pertenecer a la “Juventud del Nuevo Milenio”.

Las clases de Filosofía marxista que enseñaba a esos jóvenes de la no le satisfacían, ni los alumnos, profesores, estructura de los salones, la biblioteca, la cantina, el comedor, el transporte, la seguridad, los gerentes departamentales, de cátedra, del decanato; nada de aquel ambiente llenaba las expectativas del gran sabio y filósofo marxista.

Por eso, Jaime deseaba terminar su tercera novela “El cuarto Ojo”, en donde él sería protagonista central, un monje tibetano que viajaba por algunas ciudades importantes de la cultura occidental, enseñando los secretos de los poderes paranormales que se lograban con la aplicación de ciertas técnicas de concentración, que le fueron iluminadas por un monje anciano, que al morir se reencarnó en el cuerpo de un joven estudiante de Filosofía de la Universidad de Londres, quien después de ciertas escenas de purificación, se hizo unidad en pensamiento con el alma de aquel anciano, comenzando así una larga travesía de historias espirituales, ayudando a los grandes genios y diseñadores de moda a encontrar la verdadera libertad de espíritu, les enseñaría a todos el proceso de negación de la carne, de lo corpóreo, de las miserias, del hambre, de la vergüenza, hasta evolucionar en seres libres y revolucionarios como las gaviotas en las alas de las olas del mar.

 

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En el salón de clases estaban sentados cerca de cincuenta jóvenes del cuarto semestre de Licenciatura en Educación. Sin duda, los alumnos de las clases sociales más populares, de rendimiento de normal a bajo, de hábitos de estudio casi inexistentes; estudiantes  provenientes de las orillas, de esas barriadas; jóvenes de piel oscura, de ojos pardos, de mirada despistada, falta de concentración, de interés, de motivación, de cabello resecos.

Definitivamente, aquel no era el ambiente de un profesor vestido a la moda, que vivía en un urbanización de alta sociedad, que había estudiado en Londres, que hablaba perfectamente el inglés, italiano, portugués y francés, a parte de su lengua española.

Comenzaba el semestre, el primer día de clases, el calor insoportable, ese aire acondicionado nunca servía para nada, los alumnos hablaban entre sí, parecía que estuviesen en un transporte público. Lo peor era esa miradita destructiva de algunos alumnos, como criticando su modo revolucionario y libre de vestir, ya él conocía esa sonrisita maliciosa de los machistas ¡Todas esas alumnas eran ordinarias!, todo el salón era ordinario, vulgar, pesado, de mal gusto. ¡Dios, las clases eran la peor pesadilla! Él solamente quería escribir novelas revolucionarias: “El hombre es la náusea” y “El cuarto Ojo”, no soportaba dar clases a esos alumnos mal vestidos.

Jaime llegaba al salón, recorría los rostros y no encontraba esperanzas de sabiduría en ninguno de esos alumnos. Antes de empezar las clases rezaba una oración especial, una especie de plegaria repetitiva, un mantra secreto, que solamente algunos filósofos marxistas del nuevo milenio habían memorizado, para elevar el alma más allá de los maleficio de la cotidianidad imperialista. Se trataba de la misma oración escrita por el rey Salomón para implorar la sabiduría divina.

Jaime ya era un profesor de experiencia. No había nada nuevo, las experiencias se podían predecir, “alumnos flojos”, “desinteresados”, “algunos de esos alumnos iban a sobresalir”, “le prestaría especial atención a ese par de jóvenes”, “tal vez hasta les invite a estudiar en su biblioteca personal, allí donde tiene un ambiente especial para los alumnos especiales”, “la mayoría de los alumnos y alumnas siempre salen aplazados con calificaciones mediocres”.

La libertad era la existencia de Jaime. Poco importaban los comentarios de mal gusto de la gente. La libertad era lo que distinguía al ser humano de cualquier animal. Esa libertad se hacía vida en los ojos cristalinos y profundos de Jaime. Los alumnos que Jaime elegía siempre eran los más altos y robustos. Nunca eran más de dos por semestre. Ninguna de esas “amistades” duraba más de un año. La libertad consistía en la ausencia total de compromiso.

Para Jaime, todo compromiso esclaviza. Todo compromiso es manipulación y explotación. La verdadera revolución  es la libertad plena. Jamás se dejaría manipular, ni utilizar por los otros seres de este planeta. La libertad no tiene precio. Se vive a plenitud para satisfacer lo que el cuerpo y la mente necesiten, gozar de la vida, del placer de los sentidos, del orgasmo corporal y espiritual, sentir en la excitación de todo el sistema nervioso, hasta saciar completamente las ganas de enseñar a esos dos alumnos lo que es bueno y lo que es malo.

Jaime llevaba años enteros dando rienda sueltas a sus deseos y el lugar más idóneo era la Universidad. Nada le ha detenido jamás en su visión antropológica: la libertad encarnada en un una existencia espacio-temporal, la libertad de un cuerpo sano y joven, la libertad de la búsqueda del placer más allá de los convencionalismos sociales.

 El profesor Jaime Steven era superior a todos los demás hombres y mujeres  comunes de la sociedad latinoamericana, centrada en el mito de la familia como “célula fundamental de la sociedad”, no había una afirmación más enfermiza y alienante, ninguna de esas barreras culturales detenían jamás el hambre de libertad de Jaime, el profesor de Filosofía marxista.

La casa de Jaime era ideal, una cocina amplia con vista a un jardín de flores y rosas, una sala adornada con cuadros de exquisito gusto artísticos, repleta de algunos desnudos masculinos y femeninos, una mesa central con varios ceniceros, dos sofás con múltiples almohadas de colores excitantes; en la pared del fondo había un amplio “bar de caoba”, con las más variadas botellas de licores para todos los gustos. Lo maravilloso era el cuarto especial, un colchón que abarcaba casi todo el piso, las paredes pintadas de un rosado intenso, desnudos de homosexuales, escenas de sexo entre homosexuales, espejos en el techo, un refrigerador pequeño.

Toda la casa era un arca del paraíso sensual, de lo que Jaime entendía por libertad y revolución  marxista. En el sexo libre encontraba el verdadero sentido de la vida. Sin duda, su existencia giraba en torno a los jóvenes altos y robustos. El filósofo marxista Jaime Steven era discípulo de los filósofos griegos, Sócrates, Platón, Aristóteles, Epicuro y todos aquellos pensadores elegidos por los dioses del sexo sin barreras, el verdadero amor, la verdadera vida, el verdadero placer, la libertad, la felicidad. ¡La revolución  del nuevo milenio había llegado!

Lo que más odiaba Jaime era la hipocresía religiosa. Los hombres y mujeres que se daban “golpes de pecho” en las iglesias. Sin embargo, en la vida oculta, en esa dimensión oscura y secreta de los seres humanos, esos mismos hipócritas daban rienda suelta a los más bajos instintos. La vida verdadera, la que no se muestra a los demás, casi siempre es una orgía vivida clandestinamente en la oscuridad de una vergüenza culpable y enfermiza. Muy en el fondo, la existencia es la frecuencia de relaciones sexuales. Para Jaime, Dios era un estorbo, una enfermedad que impedía la evolución de la raza humana.

El sexo lo es todo para Jaime. El sexo es el sentido de la existencia y de la revolución. El hombre es un ser sexual. Hago el amor, luego existo. La salud, el dinero, el poder, el éxito, todo cobra su verdadero sentido en la cama, al lado de la pareja deseada. La moral cristiana le estorbaba a Jaime, “¡La religión es el opio del pueblo!”.

Pero, el sexo tenía que ser libre, según el propio apetito corporal, sin ataduras, sin prejuicios, sin nombres, sin familias, sin culpa. La pregunta por la esencia del ser humano se disuelve en el orgasmo masculino, en el éxtasis del amor entre dos hombres de la misma raza. Para Jaime, el amor libre es el hombre en sí mismo. ¡Qué mueran los dioses! ¡Qué viva la juventud sana, alta y robusta! La religión está de sobra. La moral está de sobra. Las viejas de velos blancos como la muerte están de sobra. ¡Qué viva el placer sexual y revolucionario, que se desliza como la caricia de una nube azul sobre la espalda! En la vida de Jaime Dios había desaparecido. Él era su propio dios. Él era inmortal. Él era el placer, el tener y el poder, los dioses de la cultura del Mercado.

La moral y la religión, la cultura de las buenas costumbres, todo esos inventos mediocres de los débiles e insignificantes, han hecho de la muerte el símbolo negligente de la existencia. Esas miserables existencias nacen para sufrir esperando la recompensa más allá del cielo. Jaime dividió la humanidad en dos razas, los revolucionarios  y los  esclavos de la falsa moral del imperio.

 El hombre es un sistema casi infinito de relaciones físicas y emocionales, un sistema que no tiene límites, que se abre hacia la eternidad finita de este espacio y del tiempo en que dure la respiración. La vida es corta y Jaime la disfruta a placer, dándole a su cuerpo la sensualidad de todos los jóvenes que pudiese llevar a su dormitorio especial. Para él, la vida se hacía celestial entre las sombras del licor, liberando toda la energía de la conciencia universal de la Nueva Era.

Jaime estaba profundamente convencido de que los tiempos cambiaban cualitativamente, que el universo, el mundo, la humanidad se encontraba a punto de un salto revolucionario y evolutivo, en donde la pareja concebida como la unión de un hombre y una mujer no tendría espacio en la Nueva Era. La revolución, la libertad, la igualdad y la fraternidad tomaban un camino hacia el triunfo de la sensualidad sin límites, hacia el máximo placer profetizado por el maestro Epicuro de la Antigua Grecia.

¿Qué es el la Filosofía? ¿Cuál es el misterio del ser del hombre? ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Cuál es el destino de cada persona? ¿Hacia dónde va la humanidad? ¿Existe Dios? ¿Qué es la realidad? ¿Qué es la revolución  del nuevo milenio? Todas las preguntas filosóficas que se ha hecho el hombre racional en más de dos milenios de historia del pensamiento occidental, Jaime la ha respondido perfectamente.

 Él comprendía y conocía las respuestas a los misterios profundos e insondables de cualquier filosofía, sociología, o de la ciencia en general. La repuesta estaba en el límite del tiempo y del espacio, en los senderos del placer sexual y en la extensión del poder, del dominio. El sentido de la vida consiste en el gozo pleno de la sexualidad y en la explotación del Otro. En este punto, Jaime estaba más que satisfecho, ahí estaba el secreto de la vida: La subjetividad consistía en llevar el placer sexual hasta el centro más íntimo del Yo. La objetividad era la esclavitud, la explotación. El Otro es el esclavo, el dominado. La realidad externa era lo dominado, objeto de consumo, lo que se utiliza y se convierte en basura desechable.

La filosofía es para Jaime el discurso del placer y del dominio. La vida misma consiste en gozar al máximo lo sexual, en esclavizar al Otro y consumir todo. Se trata de destruir a los animales, las plantas, los minerales, el agua, el sol, las nubes, en utilizarlo todo, en transformar y destruirlo todo, nada es más valioso que la “voluntad de poder”. El sentido de la vida está en el poder. La revolución  bolivariana sin Poder, carece de sentido.

Para Jaime, el poder lo es todo. La llave maestra de todo ese poder de destrucción, placer y dominio es el dios dinero, dios de dioses, verdadero ser trascendental, sin tiempo, sin espacio, sin límites, perfecto, inmortal, todopoderoso, invencible, fascinante, precioso, rey de reyes, amo y señor de toda criatura. Sin dinero no existe el ser humano. Quien no posee dólares es una cosa sin valor, carente de razón de existencia. El problema de la existencia de un ser absoluto, se resuelve en la cantidad de dólares que se maneje. Contar dinero es hablar de los dioses. No se trata de un simple discurso moralista oculto en metáforas cínicas. Si actualmente existe una verdad objetiva, universalmente válida es la coronación y el ascenso espiritual del “dios dinero”.

Jaime era fiel a su pensamiento filosófico marxista y a su modo de vivirse como revolucionario. La dignidad de la persona se encontraba en el “deber ser”, “en lo imaginario”, “en el deseo moralista”, “el rostro del Otro”, “un alma inmortal”, “un Yo”, “la conciencia”, palabras vacías que se refieren a nada, palabras subjetivas que no son más que fríos e insípidos poemas que ya nadie lee. ¡La metafísica ha muerto! ¡Perdón! ¡Ha resucitado! ¡Aleluya! ¡Qué viva el dólar! ¡Dios ha vuelto! El hombre débil siempre muere pobre y podrido, en cualquier catre infernal de esos barrios populares repletos de seres nauseabundos que mueren solitarios, abandonados, llorados solamente por la madre que los parió, la misma mujer borracha que dormía en la plaza de aquel pueblo olvidado.

Jaime camina triste, fue al médico…, está muy enfermo.

Jaime camina triste, lo expulsaron del Partido Comunista…, está muy enfermo.

Jaime camina triste, lo expulsaron de la Universidad…, está muy enfermo.

Jaime camina triste, pronto sabrá si Dios existe…, está muy enfermo.