Gerardo
Barbera
La complejidad es un
término que a primera vista da la sensación de ser un problema cuantitativo,
una dificultad dada por la cantidad extrema de interacciones e interferencias
entre un número muy grande de unidades simples. De hecho, si se piensa bien,
habría que admitir que el número de posibles relaciones e interacciones de cualquier objeto
en sí, o de cualquier ser vivo, sería infinito; o por lo menos, imposible de
determinar.
Por esto, todo
sistema auto-organizador (viviente) combina un número muy grande de unidades de
relaciones, por decir de billones de unidades de relaciones que le integran
como un todo, ya sean moléculas en una célula, células en un organismo. De
hecho, por señalar algunos casos, para comprender la dimensión real de las
relaciones sistémicas presentes solamente en un solo organismo, se puede
mencionar a modo de ejemplo, más de diez billones de células en el cerebro
humano, más de treinta billones en el organismo, billones de planetas,
estrellas y astros de todo tipo en las galaxias; infinidades casi imposible de
imaginar de tiempo histórico del universo, desde su inicio hasta la actualidad Imaginemos
contabilizar y aislar cada una de las relaciones celulares que se dan en el
cerebro de todos los seres vivos que conforman el habita de una selva tropical.
El ser en sí mismo, en cuanto relaciones se nos escapa en su infinidad y
complejidad ontológica. En este
sentido, también se puede mencionar la
imposibilidad real de abarcar en un esquema de investigación la cantidad
espacial del universo en cuanto a sus límites, tamaño, dimensiones, medidas que
lo definan.
Por tanto, la
complejidad de todos los elementos del universo, se muestra como contraria a la
posibilidad del hacer científico que pretenda la total comprensión de la naturaleza del universo, o de abarcar
en un estudio los límites y magnitudes del universo; de ahí, que desde la
lógica racional del positivismo, la Modernidad optó por la vía contraria: la
simplificación. No una simplificación superficial, como quien se rinde; todo lo
contrario, la simplificación surge como producto de mentes brillantes que
quisieron compactar el conocimiento del universo en “Fórmulas y Leyes
universales”, que aportaron los fundamentos teóricos de los grandes avances de
la Ciencia de la Modernidad; pero, que al mismo tiempo redujeron el saber
humano a tecnología; la reducción del “Homo Sapiens” al “Homo Faber”.
De hecho,
la simplificación es una opción epistémica propia del racionalismo
positivista, que pretende solucionar el problema de la complejidad ignorándolo
como modo real del ente en sí; solamente lo ignoró mientras se pudo; y como lo
simple y analítico produce resultados efectivos en el orden de la tecnología;
la complejidad del ente y del conocimiento se obvia como carente de importancia
científica desde el pragmatismo tecnológico. De eso se trata la Modernidad,
convertir el saber en lo útil; es decir, en herramienta, que va desde la rueda
hasta la computadora más avanzada de la actualidad. El conocimiento científico
es avance tecnológico, útil, necesario, valioso; pero incompleto, deja al ser
humano sin la comprensión existencial de su existir y del entorno.
Sin embargo, la
complejidad no solamente es un modo de ser del ente en sí; sino, que es un modo
de conocer del sujeto, es un modo de ser del conocimiento, que trasciende la
práctica misma del conocer. En otras palabras, conocer es un acto complejo, que no abarca
únicamente objetos aislados, sino cantidades de unidades e interacciones que
desafían las posibilidades de cálculo lógico racional; comprende también
incertidumbres, indeterminaciones, fenómenos aleatorios que no se reducen a la
razón lógica.
En definitiva, el modo de ser del ente en sí,
y de la estructura del cerebro en el acto de conocer deben comprenderse como un
sistema complejo indefinible e irreductible a fórmulas lógicas-racionales. El
conocimiento desde la complejidad no logra ser estructurado en ideas claras y
distintas, en juicios lógicos de interpretación simplista de la realidad del
universo complejo en sí mismo y que no
puede ser expresado en forma dogmática con conceptos totalizantes como el de
“materia”, “espíritu”, “energía”, ni siquiera desde los teoremas eternos de la
matemática, tal como lo afirma Russell (2010)
La
matemática no se ha contentado con mostrar que el espacio, tal como se supone
ordinariamente ser, es posible; ha demostrado también que muchas otras formas
del espacio son igualmente posible. Algunos de los axiomas de Euclides, que
parecen necesarios al sentido común, y que eran en otros tiempos supuestos como
necesarios por los filósofos, son hoy conocidos como algo que deriva su
apariencia de nuestra familiaridad con el espacio actual (p.
211)
Por tanto, la
complejidad en cuanto modo de conocer la realidad, parece estar conformada por un sistema no
comprensible racionalmente como unidades o datos objetivos en perfecto orden
ontológico, sino como una realidad trascendente a la conciencia que incluye
orden y azar; un azar que a veces se interpreta como desorden; como ausencia
de; cuando en realidad el azar es un modo real de lo existente, sea o no sea
asumido como tal desde la lógica racional.
En todo caso, la complejidad
se refiere a lo ontológico y su modo sistémico y organizacional, y a la
realidad subjetiva que es en sí misma compleja. Así, existe coherencia y
continuidad ontológica entre el pensamiento y el ente. Entonces, la realidad
objetiva, clara y distinta de la racionalidad positivista resultaría, por lo
menos, incompleta; sería una visión demasiado reduccionista de la subjetividad
cognoscente y del ser en sí, a ejemplo de Aristóteles, quien redujo la
totalidad del ser en sí y de la subjetividad cognitiva a cuatro causas o
principios simples, con los cuales funcionaba el conocimiento racional que
identificaba una realidad de esencias aisladas con un conocer de juicios sujetos
a las leyes de la lógica, que en su presupuesto filosóficos, que venía desde
Parménides, se identifica el Ser con el Pensar; por tanto, las leyes del Pensar
necesariamente correspondían a las leyes ontológicas del Ser:
Evidentemente es preciso adquirir la ciencia de las causas primeras, puesto que
decimos que se sabe, cuando creemos que se conoce la causa primera. Se
distinguen cuatro causas. La primera es la esencia, la forma propia de cada
cosa, porque lo que hace que una cosa sea, está toda entera en la noción de
aquello que ella es; la razón de ser primera es, por tanto, una causa y un
principio. La segunda es la materia, el sujeto; la tercera el principio del
movimiento; la cuarta, que corresponde a la precedente, es la causa final de
las otras, el bien, porque el bien es el fin de toda producción (p. 49)
De
hecho, en una epistemología de la racionalidad lógica, lo complejo constituía
la negación del conocimiento en sí mismo, la complejidad de la realidad tendría
que ser reducida a lo único y simple de las esencias que eran universales, más
allá de la complejidad aparente de la realidad particular que se presentaba
como fenómeno en el proceso del conocimiento, entonces, lo empírico era lo
particular y lo racional era lo universal; la experiencia sensible era un dato solamente de inicio, luego ese ser
de experiencia se esfumaba y daba paso a la forma, es decir a la esencia que
constituía el objeto del conocimiento verdadero.
En el fondo, el
conocimiento de la realidad se convertía en Lógica. Se trataba de considerar la complejidad
organizacional del ser en sí y la complejidad epistémica desde el sujeto que
conoce, colocando a la realidad en un segundo plano. En este caso, la
dificultad no estaría solamente en una nueva concepción epistémica del objeto en
sí del conocimiento, sino que se encontraría en revisar desde el paradigma de
la complejidad, las perspectivas epistemológicas del sujeto en cuanto
investigador científico; ya que lo propiamente científico desde la antigua Grecia
hasta la actualidad, ha consistido en eliminar la imprecisión, la ambigüedad,
la contradicción que se presenta en el ser en sí, en el acto de la experiencia
sensible, el cual es trascendido en la subjetividad lógica racional.
Entonces, desde el
paradigma lógico racional, como fundamento epistémico de la ciencia de la
Modernidad, el hombre es capaz de conocer el ser en sí tal como es; y este ser
en sí de la realidad se le presenta en modo de esencias universales. La
realidad se transforma en un Ser de Razón. De ahí que el hombre, ha sido
definido en la cultura Occidental, como un “animal racional”. En definitiva, en
la cultura Occidental, conocer ha sido y es conceptualizar.
Desde la complejidad, hace falta aceptar reconocer las
imprecisiones del conocer y asimilar la existencia real y ontológica de una
cierta imprecisión y una imprecisión cierta, no solamente en los fenómenos que
se presentan en la experiencia, sino también en los conceptos que se puedan
formular, o dicho en términos de Morin (2003) al referirse a las
contradicciones epistemológicas que se presentan a lo largo de la historia del
pensamiento occidental y que influyen actualmente en el modo de hacer ciencia:
La ciencia se funda sobre el consenso y, a la vez,
sobre el conflicto. Ella marcha, al mismo tiempo, sobre cuatro patas independientes e
interdependientes: la racionalidad, el empirismo, la imaginación, la
verificación. Hay una conflitualidad permanente entre racionalismo y empirismo;
el empirismo destruye las construcciones racionales que se reconstituyen a
partir de nuevos descubrimientos empíricos. Hay una complementariedad
conflictiva entre la verificación y la imaginación. Finalmente, la complejidad
científica es la presencia de lo no científico en lo científico, que no anula a
lo científico sino que, por el contrario, le permite expresarse (p.147)
Desde el pensamiento
filosófico de Morin, la complejidad es de orden ontológico, es el modo de ser
de lo real, al punto, que el hombre en sí mismo, como ser real, como ente en sí
y como sujeto es complejidad en todas las dimensiones de su ser. En este
sentido, como ejemplo de la complejidad antropológica desde su ser biológico,
se tiene que uno de los señalamientos en el estudio del
cerebro humano ha sido el de comprender que una de sus cualidades es la de
poder trabajar con lo insuficiente y lo impreciso; entonces, desde el mismo ser
biológico y físico del ser humano, hace falta aceptar una ambigüedad real en la
relación sujeto-objeto, orden-desorden, autonomía real-organización sistémica
real.
Por tanto, desde el
conocer complejo hay que reconocer fenómenos inexplicables que sobrepasan el
momento histórico del saber científico, no se puede pretenden reducir a
fórmulas matemáticas y objetivas las dimensiones antropológicas, como la
libertad o la creatividad, y otros tantos elementos inexplicables desde el
dogma positivista, que han permitido con su aparición, la evolución de la
conciencia humana personal, comunitaria y social.
Se debe considerar, a
partir de la realidad física y biológica del cerebro los fenómenos reales
verdaderamente sorprendentes de muy alta complejidad en sí mismos, y a proponer
como noción epistémica nueva y capital para considerar el problema humano como
complejidad máxima y no reducible a las pretensiones del positivismo de la
Modernidad, que suelen ser fundamentos de algunas corrientes conductista de la
psicología y del funcionalismo estructuralista de posturas sociológicas. El ser
humano es trascendencia, no reducido a las leyes del juicio racional, y esto es
por decirlo, un hecho positivo, no se trata de un sueño teológico; sino del
modo real de existencia del hombre como sujeto biológico y cultural. Desde la
antropología de Morin, el hombre es trascendencia no por ser un ente espiritual
e inmaterial; sino, por su complejidad ontológica.
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