DESDE EL PARADIGMA DE LA COMPLEJIDAD: EL SUJETO Y EL OBJETO
Gerardo Barbera
Con la teoría de la
auto-organización del sujeto y de la conciencia; y la tesis de la complejidad
ontológica del entorno, o del ecosistema planetario, y del universo en su
totalidad, se concibe el conocimiento desde la complejidad de elementos comunes
a la Física, Biología y a la Antropología en continuidad y unidad ontológica. Este modo epistémico, que parte de la
complejidad ontológica del sujeto y del entorno, permiten situar los niveles de complejidad
diferentes en la realidad física y en los seres vivientes, incluido el nivel de
muy alta complejidad; y tal vez, de hipercomplejidad propio de la conciencia
del sujeto humano; o si se prefiere, del ser personal, como distinto y
trascendente, capaz de imaginación, creatividad y libertad. Es decir, la
complejidad en física-biológica-cultural en la realidad de cada ser humano como
ser en unidad real con el universo. En este sentido, Morin sigue fiel a ciertos
fundamentos de la filosofía marxista, al entender la unidad material del
universo, en donde la vida sería una especie de “salto cualitativo” de la
materia inorgánica, como lo expresa en modo sencillo Echegoyen (2015) al referirse
a las leyes del materialismo dialéctico:
Ley del tránsito de la cantidad a la cualidad: cuando los cambios cuantitativos adquieren un nivel
crítico, se produce un cambio cualitativo, un salto que da lugar a una realidad
de una especie superior. Engels ilustra esta ley con el ejemplo del agua que se
calienta gradualmente hasta que en un momento decisivo se convierte en vapor.
La vida se produce por un salto cualitativo de la materia inorgánica, la vida
animal de la vegetal y la conciencia espiritual a partir de la animal. (p. 136)
Desde el paradigma de
la complejidad, la relación entre el universo físico y el universo biológico
conforman una totalidad de la realidad en sí misma, en cuanto unidad ontológica
en el modo de ser complejo y sistémico.
En consecuencia, las nociones del saber científico no deben ser simplificadas y
empaquetadas en esencias universales y almacenadas como paquetes epistémicos en
un sujeto racional y lógico.
En el fondo, el
proceso educativo, se fundamenta en posturas epistémicas que permitiría ampliar el conocimiento de una
realidad compleja en sí misma. De hecho, se plantea una filosofía educativa, en donde los límites epistémicos no existen
en el territorio de la realidad en sí; sino, que se reducen a modos culturales
de conocer, que pueden ser modificados, ampliados, mejorados para trascender el
conocimiento analítico hacia un conocimiento complejo, de aquí surge una teoría
del conocimiento que fundamenta la filosofía educativa propuesta por Morin en
la Educación del Nuevo Milenio. La complejidad epistémica amplía la comprensión
de una realidad compleja en sí misma.
Entonces, ocurre una
especie de salto cualitativo en el modo de conocer según el paradigma de la
complejidad y no solamente en el modo de ser de la realidad; entonces, el
conocimiento científico, en cuanto ciencias fundamento de la comprensión del
ser de la realidad y de la vida, deja de ser reduccionista, simplificador, y se
hace crucial para el comprender la realidad, se convierte en saber humano, que
trasciende lo pragmático y lo tecnológico.
En el fondo, el paradigma
de la complejidad, se propone como alternativa, del conocer científico
analítico del hombre en la actualidad, se trata de un modo distinto de hacer
investigaciones científicas, frente al absolutismo reduccionista del
positivismo de la Modernidad, que impera en la cotidianidad actual en el modo de conocer de la ciencia. Todavía
en la actualidad, lo alternativo en el modo de investigar, en el mejor de los
casos se acepta a medias, solamente en
algunas áreas de las ciencias sociales, antropológicas y en alguna corrientes
del pensamiento del campo de la psicología; pero, en las llamadas ciencias
duras aún se está muy lejos de abandonar el absolutismo epistémico del
positivismo.
Entonces, este modo
de paradigma epistémico desde la complejidad, permite la emergencia, en su
propio campo, de aquello que había sido hasta ahora rechazado como elementos totalmente ajenos al
conocimiento de la ciencia positivista: el mundo como totalidad real y el
sujeto. La noción de sistema abierto que surge desde la complejidad epistémica
se abre, profundamente sobre lo humano, la conciencia, como posibilidad de
penetrar sobre la naturaleza ordenada y desordenada del ser en sí del universo;
y sobre todo, el acercarse a la comprensión humana de un devenir físico y
biológico que se presenta ambiguo, que
tiende a la vez al desorden y a la
organización en un mismo ser sistémico que existe en modo real y trascendente a
la conciencia de la subjetividad humana.
Al mismo tiempo, la noción de sistema abierto
propia de un paradigma de la complejidad, llama a la noción de ambiente en
cuanto ecosistema planetario, o en cuanto universo material en sí mismo, y allí
aparece lo físico no solamente como una esencia de carácter filosófico, sino
como horizonte de realidad mucho más amplia, sin límites epistemológicos, sin
fronteras puestas por la conciencia humana; un mundo real, que está ahí, propio
de ser conocido en relación con la trascendencia del ser de la conciencia del
sujeto humano, abierto más allá al infinito, sin ataduras matemáticas o lógicas,
debido a que todo entorno físico, ecosistema, comunidad, sociedad puede, en sí
mismo, y no por creación imaginaria del sujeto,
volverse sistema abierto, dentro de otro ecosistema más amplio, que lo
involucre, desde el cual es comprendido en relación sistémica.
En consecuencia, la
realidad del sujeto emerge al mismo tiempo que el mundo en una conexión real y
compleja en sí misma, que desde el sujeto se amplía los círculos de comprensión
de una realidad cada vez más amplia en constante relación y complejidad.
Emerge, sobre todo, a partir de la auto-organización, autonomía,
individualidad, complejidad, incertidumbre, ambigüedad, se vuelven los
caracteres propios del objeto existente en sí mismo, y de la conciencia humana
que los abarca, en círculos paradigmáticos del mismo conocer desde la
complejidad.
Cuando el término conciencia lleva en sí la
raíz de la subjetividad compleja, que se desarrolla en el conocer una realidad
ontológica compleja en sí misma, llevaría a la conciencia de sí, en donde el
sujeto se realiza y se conoce a sí mismo como abierto a horizontes infinitos,
como sujeto que trasciende lo dado En suma, la subjetividad humana, aparece
como sistemas dotados de una capacidad de auto-organización tan elevada como
para producir una misteriosa cualidad llamada conciencia de sí, en cuanto
complejidad que es capaz de conocer y acercarse a un universo cada vez más
misterioso, y que no se puede reducir satisfactoriamente a fórmulas matemáticas,
tal como lo expresa Hartmann (2005) en su crítica a las pretensiones
epistémicas del positivismo científico:
La exactitud de la ciencia positiva tiene su raíz en lo matemático. Pero
esto no constituye en cuanto tal las relaciones cósmicas. Todo lo cuantitativamente
determinado es cantidad de “algo”. Ciertos sustratos de la cantidad están,
pues, supuestos en toda determinación matemática. Estos supuestos, lo mismo si
se trata de la densidad, la presión, el trabajo, el peso, la duración que dé la
longitud espacial, permanecen en cuanto tales idénticos en medio de la
multiplicidad cuantitativa, y es necesario conocerlos ya por otro lado, si se
quiere tan sólo comprender lo que pretenden decir las fórmulas matemáticas en
que apresa la ciencia las relaciones especiales de ello. Pero por detrás de
ellos mismos está una serie de momentos categoriales básicos que tienen también
y patentemente carácter de sustratos y se sustraen a todo intento de apresarlos
cuantitativamente, porque son supuestos de las relaciones cuantitativas reales.
De esta especie son, ante todo, el espacio y el tiempo, y tras de ellos, pero no menos, la materia, el
movimiento, la fuerza, la energía, el proceso causal y otros (p. 8)
En este sentido, la
realidad del conocimiento desde una conciencia humana compleja y trascendental,
no aparece como una conciencia aislada que existe en sí y por sí misma, sino en
relación epistémica y ontológica con la realidad física, biológica y cultural.
Más aún, desde la complejidad, se presenta a un sujeto y a una realidad externa
de manera recíproca e inseparable: el mundo no puede aparecer como tal, es un
ecosistema del hombre, un mundo humano, por decirlo así, sería el hogar del
hombre. De tal modo, que es en el planeta Tierra, en cuanto ecosistema real y
concreto, donde el sujeto personal y social, se desenvuelven y se descubren a
sí mismos como conciencia humana; y el entorno planetario, como el hogar de la
humanidad; se trata de una conciencia existencial y ecológica. El planeta
señala el desde donde la persona se hace sentido existencial, libertad y
trascendencia. El planeta no es una mina que haya que explotar, o una cárcel
hostil que haya que destruir, es el “mundo”.
En consecuencia, el
ecosistema planetario es el horizonte de la realidad física, no puede aparecer
si no es para un sujeto pensante en búsqueda de sentido existencial personal,
comunitario, social e histórico; precisamente, esta búsqueda de sentido
trascendental se manifiesta como el nivel máximo del desarrollo evolutivo y
biológico de la complejidad auto-organizadora, y es conseguido a través de un
proceso educativo, que se funde en la filosofía de la complejidad desde una
conciencia ecológica; de hecho, el paradigma de la complejidad se presenta como
una Filosofía Existencia que se desarrolla a través de una Filosofía Educativa.
La educación se convierte en la alternativa de un nuevo mundo cada vez más
humano.
El sujeto y el objeto
aparecen así como las dos emergencias últimas, inseparables de la relación
entre un sujeto sistémico y complejo en sí mismo y un ecosistema sistémico y
complejo en sí mismo, que se entretejen dentro de una realidad o entorno vital, físico, biológico y cultural desde el cual se hace historia humana,
como un recorrido educativo, hacia un modo de historia existencial y de
búsqueda de sentido trascendental.
Ahora bien, se puede
entender que el modo complejo de la relación ontológica y epistémica entre
sujeto y objeto en continuidad, sería como
la primera etapa de un sistema alternativo de la relación entre sujeto y objeto
que permite acercarse a una segunda etapa entendida por Morin como la teoría de
a auto-organización, la cual, a su vez, permite vislumbrar desde una
perspectiva distinta y compleja una tercera etapa epistemológica: la de las
relaciones entre el sujeto y el objeto desde el paradigma de la complejidad.
A partir de entonces,
Morin llega a cuestionar al punto crucial de la Física y de la Metafísica del
pensamiento occidental propio de la
Modernidad, que siempre ha fundado la relación sujeto-objeto de manera
dualista, ya sea colocando el mayor peso en el sujeto (Idealismo) o fundando el
conocimiento en el objeto (positivismo empirista) al mismo tiempo que las opone
irreductiblemente. En este sentido, el positivismo empirista propuesto por
Locke (2011) siguiendo el criterio de Descartes, en cuanto a la certeza
conformada por ideas claras y distintas, entiende que la ciencia es un cúmulo
de ideas atómicas que se conforman como la raíz de todo conocimiento:
Puesto
que la luz es aquello que nos descubre los objetos visibles, damos el nombre de
oscuro a lo que no está situado en una luz suficiente para descubrir
minuciosamente la figura y los colores que son observables en un objeto, y que,
en una mejor iluminación, podría ser discernible. De la misma manera, nuestras
ideas simples son claras cuando son tal como los objetos mismos de los que
proceden, las presentan o pueden presentarlas, a una sensación o percepción
bien ordenada. Mientras la memoria pueda retenerlas de esta manera y ofrecerlas
a la mente siempre que ésta tenga ocasión para considerarlas, ellas serán ideas
claras. Y mientras que esas ideas carezcan de alguna exactitud original, o
mientras hayan perdido su primera frescura, y estén, como si dijéramos,
marchitas o empacadas por efecto de tiempo, serán oscuras. Las ideas complejas,
en cuanto están formadas de ideas simples, serán claras en la medida en que las
ideas de que están compuestas sean claras, y en cuanto que el número y el orden
de estas ideas simples, que son los ingredientes de cualquier idea compleja,
sea determinado y cierto. (p. 329)
En efecto, la ciencia
occidental se fundó sobre la eliminación positivista del sujeto a partir de la
idea de que los objetos, al existir independientemente del sujeto, podían ser
observados y explicados en tanto tales y obtener de ellos una especie de copia
fiel de la realidad; entonces, si el sujeto es pasivo y el conocimiento sólo es
reflejo de la realidad, se presenta la tesis dualista del positivismo; si la
experiencia es un dato amorfo, que luego el sujeto convierte en ideas, entonces
se plantea el idealismo epistémico.
Por esto, Morin
(1999), intentando hacer explícito ese diálogo implícito entre el idealismo y
el positivismo empirista, aborda su crítica al modo epistémico de concebir el
objeto clásico en la Modernidad, entendiendo que en la relación sujeto-objeto
está el problema epistemológico fundamental de toda manera de construir ciencia
y que las estrategias de la ciencia moderna han resultado reduccionistas, en tanto que han colocado en segundo plano lo
esencial de esta relación, que han producido un saber ciego: “el conocimiento
que une un espíritu y un objeto es reducido, bien al objeto físico (empirismo),
bien al espíritu humano (idealismo). Así la relación sujeto-objeto es
disociada, apoderándose la ciencia del objeto, la filosofía del sujeto”. (p.
31)
La idea de universo
de hechos objetivos, como si fuese una suma atómica de elementos, se apoderó
del paradigma de la Modernidad y se hizo criterio fundamental para hacer
ciencia; entonces, liberados de todo juicio de valor al acercarse a una
realidad fría y material, se colocó como fundamento metódico, que el
conocimiento científico tendría que escapar de toda deformación subjetiva; y
esto se lograba gracias al método experimental y a los procedimientos de
verificación, lo cual sería la garantía que ha permitido el desarrollo
prodigioso de la ciencia moderna.
Ciertamente, se trata
de un postulado, es decir, de una posición acerca de la naturaleza de lo real y
del conocimiento que en sí misma es una opción a priori. Dentro de ese marco de
referencia, el sujeto es la perturbación, la deformación, el error que hace
falta eliminar a fin de lograr el conocimiento objetivo; o bien, la conciencia
sería el espejo, simple reflejo del universo objetivo. Desaparecen los
sentimientos, los ideales, las motivaciones; en fin, en el paradigma
positivista de la Modernidad desaparece lo humano.
El sujeto es
rechazado y valorado, como perturbación o como ruido, precisamente porque es
indescriptible según los criterios del objetivismo, ya que no habría nada en
las teorías actuales del pensamiento o de la conciencia que permita distinguir lógicamente entre un
objeto como una piedra y un sujeto como unidad de conciencia, el cual aparece
sólo como un montón de células si lo ubicamos en el cuerpo de un animal o de un
ser humano y lo llamamos “Yo”. El problema consiste en que para el positivismo
todo lo que no es palpable de alguna manera, y en consecuencia, medible,
simplemente no sería objeto de estudio de la ciencia; entonces, el sujeto, el
“Yo”, la conciencia son actividades de algunas células del cerebro no
observadas en sí mismas, sino, en sus resultados; ni siquiera, las llamadas
imágenes o ideas en la conciencia son observadas por un tercero. El sujeto se vuelve fantasma del
universo objetivo, sería la misteriosa sustancia llamada alma que desafía la
descripción en términos de predicados aplicables a un objeto contenido en el
material y objetivo. Morin (1999) sostiene que a partir de esta disyunción
entre sujeto y objeto se fue fraguando la noción clásica de objeto en la
ciencia, que nuestro autor describe de esta manera:
La
ciencia clásica se fundó bajo el signo de la objetividad, es decir, de
un universo constituido por objetos aislados (en un espacio neutro) sometido a
leyes objetivamente universales. En esta visión el objeto existe de manera positiva,
sin que el observador participe en su construcción con las estructuras de su
entendimiento y las categorías de su cultura. Es sustancial; constituido de
materia que tiene plenitud ontológica, es autosuficiente en su ser. El objeto
es pues una entidad cerrada y distinta, que se define aisladamente en su
existencia, sus caracteres y sus propiedades, independientemente de su entorno.
Se determina tanto mejor su realidad objetiva cuando se le aísla
experimentalmente. Así, la objetividad del universo de los objetos se sustenta
en su doble independencia con respecto del observador humano y del medio
natural. (p. 31)
Ahora bien, a esta noción de objeto propia del positivismo
le corresponden tanto una metafísica, y una postura epistemológica coherente.
Dentro del paradigma de la Modernidad, el conocimiento del objeto es el de su
situación en el espacio como un ente aislado, sin relación ontológica con su entorno, ya sea su posición, su
velocidad en un momento determinado; además, de sus cualidades físicas, como la
masa, densidad, energía; de sus propiedades químicas, de todas las leyes generales
que actúan sobre él.
Así, pues, desde la Modernidad, lo que caracteriza al objeto
puede ser abordado de tal manera que sea comprendido desde magnitudes medibles
expresadas en fórmulas que representarían leyes abstractas del universo físico y
que su misma naturaleza material puede ser analizada y descompuesta en
sustancias simples o elementos, de las que el átomo se convierte en la unidad
de base, indivisible e irreductible, de manera que los objetos serían
concebidos como compuestos de elementos primarios que detentan las propiedades
fundamentales de dichos objetos. Por tanto,
para la ciencia clásica conocer el objeto ha significado definir su
situación en el espacio en un tiempo determinado o describir sus propiedades
físicas y químicas, así como las leyes universales e inmutables que actúan
sobre todos los elementos del universo material, siendo todo ello abordable y
expresadas desde magnitudes medibles bajo la exactitud propia de la Matemática.
En este contexto
lo objetivo se entiende como material y lo material se concibe como
descomponible en sustancias o elementos
simples, siendo el átomo el paradigma de este universo. Desde
luego, comprender la naturaleza de un objeto quería decir entonces conocer sus
elementos simples y las reglas simples de
combinaciones de sus elementos, claro, esto entendiendo que no existía en este
paradigma positivista ninguna referencia al sujeto “misterioso”, ni noción
clara de organización ontológica del propio objeto, que siempre era considerado
como ente en sí mismo y desarmable.
Fue así como se fue consolidando una concepción
epistémica cartesiana y mecanicista, basada en la importancia de la idea clara
y distinta y la búsqueda del elemento simple como principio fundamental en el
ámbito de la epistemología. Morin (1993) hace referencia a este modo epistémico
reduccionista del positivismo de la Modernidad:
La ciencia aisló y recontó los
elementos químicos constitutivos de todos los objetos, descubrió unidades más
pequeñas, concebidas en principio como moléculas y después como átomos,
reconoció y cuantificó los caracteres fundamentales de toda materia, masa y
energía. El átomo resplandeció, pues, como el objeto de los objetos, puro,
pleno, indivisible, irreductible, componente universal de los gases, líquidos y
sólidos. Todo movimiento, todo estado, toda propiedad, podían ser concebidos
como cantidad medible por referencia a la unidad primera que les era propia
[...]. El método de la descomposición y la medida permite experimentar,
manipular, transformar el mundo de los objetos: ¡el mundo objetivo...!.
Cabe destacar, que esta actitud epistémica
fue extendiéndose a todas las demás ciencias. Entonces, la realidad en sí misma
era concebida como un conjunto infinito de elementos conformados por átomos; es
decir, la realidad era cuantificable en sí misma. De hecho, desde el átomo
hasta la conciencia humana, desde la célula hasta la sociedad; todo el universo
era cantidad sujeta a leyes físicas conocibles y aplicables. Así, pues, en las ciencias humanas tomaron
como ideal y como referente el “objetivismo” físico, dado el éxito progresivo
de su eficiencia en cuanto a resultados técnicos y en el campo de la salud. La
ciencia positiva estaba cambiando la estructura del mundo y el modo de
existencia de los seres humanos para bien y para mal. Así, ciertas corrientes
de pensamiento filosófico y las ciencias sociales optaron también por constituir su objeto como aislado del entorno
y del sujeto; y a explicarlo a partir de sus elementos simples y de las leyes
generales que lo rigen.
Frente a este paradigma positivista, Morin
(1999) una y otra vez cuestiona esta concepción que se basa en la división de
los elementos y en una concepción ordenada y mecanicista de la realidad propuesta
por Descartes, a quien considera iniciador del positivismo atómico: “Fue el
primero, en no admitir como verdadera cosa alguna, como no supiese con
evidencia que lo es; es decir, y aceptar lo que se presentase tan clara y
distintamente que no hubiese ocasión de ponerlo en duda”. (p. 29) Y vinculando la crítica que hace Morin
(1999) del positivismo cartesiano, en cuanto a la búsqueda de la certeza
absoluta de ideas claras y simples, despojada de cualquier posibilidad de duda
metódica o real, escribe:
Hoy
no se puede partir más que con la incertidumbre, incluida la incertidumbre
sobre la duda. Hoy tiene que ser metódicamente puesto en duda el
principio mismo del método cartesiano, la disyunción de los objetos entre sí,
de las nociones entre sí (las ideas claras y distintas), la disyunción absoluta
del objeto y del sujeto” (p. 34)
De hecho, la percepción cotidiana del mundo fenoménico de
las cosas en sí, se da mediante esta forma de aprehender la realidad, desde un
mundo de significados, aprehendemos objetos que nos parecen independientes de
nuestros procesos de percepción, existiendo al margen y de modo trascendente a
la subjetividad del ser humano, de
nuestro propio conocimiento y con una realidad propia que nada tendría que ver
con nuestra subjetividad. A partir de esta noción cotidiana y espontánea de
conocer al objeto, se impondrá cada vez más un paradigma epistemológico que
será denominado “científica” por sus defensores y que será criticada como
“reduccionista” por sus críticos más feroces.
De modo que, desde el paradigma científico de la
Modernidad, la descripción de todo
objeto fenoménico compuesto o heterogéneo, comprendido en sus cualidades y
propiedades, consistiría en descomponer
este objeto en sus elementos simples. Por tanto, explicar un fenómeno llevaría
a descubrir los elementos simples y las reglas simples a partir de las que se
operan las combinaciones variadas y las construcciones complejas. Entonces,
desde esta visión, todo objeto de
estudio puede ser investigado y descrito a partir de las leyes generales a las
que está sometido y de las unidades elementales por las que está constituido,
todas las referencias a la subjetividad o al entorno quedan excluidas y la
referencia a la naturaleza organizacional del objeto sería un detalle
secundario. Todavía, se sugiere que las tesis o trabajos de investigación se
redacte en “tercera persona” para darle ese carácter “científico”.
En el fondo, el mundo como ecosistema sería unidad
simple, lo mismo que el universo; lo simple es la realidad. Esta visión del
mundo y del universo como unidad es defendida por filósofos como Hartmann
(2005) quien admitiendo lo sistémico de la realidad, en su texto Ontología III (La fábrica del
mundo real), no escapa de
la visión simplificadora cartesiana:
Esta relación es la verdadera unidad
del mundo real. El mundo no carece, en manera alguna, de unidad en medio de
toda su multiplicidad y heterogeneidad. Tiene la unidad de un sistema, pero el
sistema es un sistema de estratos. La fábrica del mundo real es una
estratificación. Y lo interesante no es la imposibilidad de tender puentes
sobre los cortes –pues pudiera ser que sólo existiese “para nosotros”—, sino la
instauración de nuevas leyes y de conformaciones categoriales sin duda
dependientes de las inferiores, pero sin embargo de una ostensible índole
peculiar y sustantividad frente a ellas” (p. 220)
Es así que el objeto se entiende como algo que existe de manera
positiva, al margen de todo observador que pudiera proyectar las categorías de
su cultura ya sea desde opciones ontológicas en donde el ser en sí se entienda
como sistemas en relaciones infinitas. Sin importar lo complicado del ser del
ente en sí, cuando se entiende a este ser del ente dado a una conciencia de
modo de dato frente a ella; entonces, sólo sería cuestión de método adecuado, o
de tiempo de evolución de la ciencia para lograr la simplificación del ente en
cuanto objeto de estudio. Esta ha sido siempre la “esperanza científica” del
positivismo cuando el objeto de estudio se vuelve “misteriosos”.
Desde lo epistémico,
la subjetividad que no fue aceptada en la ciencia positivista como dimensión
activa del hacer científico, se refugió en la Filosofía y en la Religión. Por
decirlo de alguna manera, el sujeto se toma revancha en el terreno de la moral,
la metafísica, la ontología, la espiritualidad, la fenomenología religiosa, en
el arte; cualquier área; menos, la ciencia. En el fondo, la subjetividad se convierte en misterio, en
una especia de “yo fuera del universo”, y por lo tanto, lo más exquisito de la
creación; se arropó de un aura espiritual; además, ideológicamente, es el
soporte del humanismo, que a veces se ha convertido en un culto al hombre;
mejor, a la “”diosa razón”, considerada como el sujeto que reina o debiera
reinar sobre un mundo de objetos, a ser poseídos, manipulados, transformados.
.
Desde la teoría del conocimiento, el yo es un
alma espiritual, distinta en su ser al mundo de cosas. Precisamente, en este yo
subjetivo sería donde se reubica al
objeto externo que llega a través de las sensaciones como un pálido fantasma. O,
en el mejor de los casos, el yo subjetivo sería un espejo en donde se reflejan
las sombras de los objetos, que luego se modifican para ser entendibles gracias
al trabajo interno de las estructuras o categorías innatas de nuestro
entendimiento. Desde todos esos aspectos, gloriosa o vergonzosamente, implícita
o abiertamente, el sujeto ha sido espiritualizado, convertido en la negación de
lo físico y de lo biológico. Así el “Yo espiritual” logra su venganza, el mundo
de las cosas, la materia en sí es degradante, y sólo existe en cuanto es para
una “Yo-Conciencia” espiritual, inmortal, eterna en el tiempo y en el espacio.
En este sentido, resulta interesante la reflexión de Hegel (2011) en cuanto a
la naturaleza autosuficiente en sí misma del sujeto:
El
individuo tiene derecho a que la ciencia le facilite la escala para ascender,
por lo menos hasta este punto de vista, y se la indique en él mismo. Su derecho
se basa en la absoluta independencia que sabe que posee en cada una de las
figuras de su saber, pues en cada una de ellas, sea reconocida o no por la
ciencia y cualquiera que su contenido sea, el individuo es la forma absoluta,
es decir, la certeza inmediata de sí mismo (p. 26)
De hecho, al ser
excluida la conciencia del mundo objetivo propio de la ciencia positivista, la
subjetividad se identifica desde el paradigma de la Modernidad con el concepto
de algo transcendental de origen no material; sino, espiritual. Por lo tanto,
este sujeto entendido como superior en cuanto trascendencia de lo meramente
material, se despliega en todas las esferas de la realidad no ocupada por la
ciencia, o en palabras de Morin (2003) al referirse a la supuesta eliminación
del sujeto en el área de la epistemología:
A la eliminación positivista del sujeto le
responde, desde el polo opuesto, la eliminación metafísica del objeto, el mundo
objetivo se disuelve en el sujeto que piensa. El encuentro entre sujeto y
objeto anula siempre a uno de los dos términos: o bien el sujeto se vuelve
«ruido» (noise), falto de sentido, o bien es el objeto, en última instancia el
mundo, el que se vuelve «ruido»: que importa el mundo «objetivo» para quien
entiende al imperativo categórico de la ley moral (Kant), para quien vive el
temblor existencial de la angustia y de la búsqueda (Kierkegaard) (p. 66)
Entonces, para Morin,
si bien, el sujeto y el objeto, en cuanto polos del conocer, se anulan
mutuamente desde la opción positivista; desde la complejidad, son concebidos
inseparables. La parte de la realidad oculta por el objeto lleva nuevamente
hacia el sujeto, la parte de la realidad oculta por el sujeto, lleva nuevamente
hacia el objeto. Desde la complejidad el conocimiento es relación
complementaria en un mismo y único proceso de conocer. Aún más, no hay objeto,
si no es con respecto a un sujeto que observa, elige, aísla, abstrae, define,
piensa, construye nuevas realidades; y, no hay sujeto si no es con respecto a
un ambiente real, trascendente a la conciencia, que le permite reconocerse,
definirse, pensarse, construir un mundo de significados existenciales en búsqueda
de sentido. El objeto sin referencia al sujeto; y, el sujeto sin referencia al
objeto, serían conceptos epistémicos totalmente insuficientes. En este sentido
Hartmann (2005) se refiere a la naturaleza de la relación entre sujeto y objeto
en el proceso de conocer.
En todo conocimiento se hallan frente a frente un cognoscente y un
conocido, un sujeto y un objeto del conocimiento. La relación existente entre
ambos es el conocimiento mismo. El frente a frente de ambos miembros es
insuprimible y ostenta el carácter de mutua separación originaria, o
trascendencia” (p. 65)
Por tanto, la idea de
un universo material que pueda ser comprendido objetivamente, estaría privada
de la conciencia subjetiva que conoce, se trataría de una idea reduccionista,
cerrada sobre sí misma, que no reposa sobre nada que no fuera el postulado de
la objetividad, rodeada por un vacío insondable que tiene en su centro, allá
donde está el pensamiento de este universo, otro vacío insondable desde lo
epistémico al pretender que la realidad del objeto en sí se da del todo en el
acto de conocer, que siempre es trascendencia perenne como lo afirma Hartmann
(2005) al referirse a la naturaleza metafísica del conocer; no una metafísica
espiritual o inmaterial; sino, entendida como la imposibilidad de abarcar el ser
del objeto en sí mismo en una experiencia sensible, particular y finita:
Como lo existente es indiferente a la objetificación, la frontera que ésta
le ofrece puede correrse por principio sin limitaciones. Mas no es necesario
que así ocurra de hecho. La capacidad
del sujeto para correrla puede tener sus límites, y entonces esa segunda
frontera es absoluta. También ésta se inscribe en la cosa existente como
totalmente indiferente y arbitraria para ésta; no es una frontera de lo
transobjetivo, sino sólo de su objetificación. A diferencia de la frontera
fluctuante del conocimiento, es la frontera fija de lo cognoscible. Lo que hay
entre el primer límite y el segundo es la parte desconocida, pero cognoscible
(intelegible) de lo transobjetivo. Lo que está más allá del segundo límite, es
la parte desconocida de lo transobjetivo –en la terminología usual denominado
“lo irracional”, que sería mejor calificar de lo transintelegible. Así como lo
transobjetivo está en la prolongada dirección de lo conocido, así dentro de él
está lo transintelegible en la prolongada dirección de lo cognoscible. (p. 80)
Entonces, desde el paradigma clásico de la
Modernidad, aparece la paradoja epistémica, por una parte, sujeto y objeto son
indisociables en cuanto la fenomenología real del conocimiento; pero, el modo
de pensar positivista excluye a uno u otro, dejando solamente la opción
metodológica de elegir y descartar según sea la naturaleza del el objeto de
conocimiento, si es el de la ciencia, o si es el de la filosofía, entre el
sujeto metafísico y el objeto positivista. Y cuando el investigador positivista
logra eliminar de su “Yo interno” las debilidades propias de la subjetividad,
como las ansiedades de su carrera profesional, los celos y las rivalidades
profesionales, las afectividades, los problemas sentimentales, para estudiar
fríamente el objeto que tiene al frente, el sujeto súbitamente se anula,
configurando un fenómeno inexistente, pero que se cree y se piensa como real;
y, el positivismo lo impone como real; de ahí la ceguera epistémica. En este sentido
Morin (2003) presenta una reflexión en cuanto a la existencia del yo del
científico conformado por una episteme
de la cual no puede prescindir:
Dicho
de otro modo, hay ideas generales ocultas en el conocimiento científico mismo.
Esto no es ni un mal ni un vicio, porque ellas tienen un rol motor y productor.
Yo agregaría que el científico más especializado tiene ideas acerca de la
verdad. Tiene ideas acerca de la relación entre lo racional y lo real. Tiene
ideas ontológicas sobre cuál es la naturaleza del mundo, sobre la realidad. Una
vez consciente de ello, el científico debe mirar a sus propias ideas generales
y tratar de comunicar sus saberes específicos y sus ideas generales. Yo no
pretendo triunfar en una misión imposible. Busco descifrar un camino por el
cual sería posible que hubiera una reorganización y un desarrollo del
conocimiento. (p. 72)
Y precisamente, esta
relación que permita el desarrollo de una epistemología de la complejidad, se
da en la trascendencia ontológica, en cuanto que la conciencia y el objeto son
realidades en sí; tal como lo afirma Hartmann (2007) en su descripción de la
naturaleza del objeto y de la conciencia desde la ontología:
Lo que constituye la dificultad del problema del conocimiento: que ni el
sujeto se reduce a su ser-sujeto para el objeto ni el objeto a su ser-objeto
para el sujeto, proyecta precisamente más allá de sí al propio tiempo esta
dificultad, dando un primer punto de partida para su solución. En virtud de
esta su autonomía, sujeto y objeto adquieren un rasgo fundamental común que los
une: el ser. Sujeto y objeto se hallan uno frente a otro como miembros de una
sola conexión de ser, pertenecen a un solo mundo real, en que todo lo existente
se halla en diversas relaciones actuales, determinándose y condicionándose
recíprocamente de diversos modos (p. 378)
En cuanto a la nada
de la conciencia como fundamento del ser en sí, como no necesaria
ontológicamente; pero, indispensable en cuanto fenómeno del conocimiento,
Hartmann (2005) afirma la trascendencia de la realidad con respecto a la
subjetividad:
El centro de gravedad de la relación de conocimiento se halla, pues, no
sólo más allá de lo conocido, sino también más allá de lo cognoscible, al igual
que el centro de gravedad de la cosa existente y su peculiar infinitud se
hallan no sólo en lo transobjetivo, sino también en lo transintelegible.
Añádase este hecho al complejo de hechos de problema y progreso y se verá
claramente que el objeto del conocimiento, por el hecho de ser “objeto”, en
realidad sólo está caracterizado superficialmente. Su más honda esencia se
enraíza más allá del conocimiento y cognoscibilidad, allí donde ya no “está
ante” el sujeto. En esa posición de alejamiento con respecto al sujeto, ya no
es más que “cosa existente”, y como en este caso se ha rebasado el alcance de
la relación gnoseológica, y sólo existe ya ser ontológico, esta esencia más
honda del objeto es precisamente “la cosa en-sí. (p. 82)
Finalmente,
es interesante indicar con claridad que desde el paradigma de la Modernidad, la
disyunción o el dualismo entre sujeto y objeto hacen del sujeto un estorbo,
ruido, fuente de errores epistémicos. Por otra parte, desde lo ontológico, este
dualismo hace ver al sujeto como lo indeterminado, dentro del orden del azar,
nunca objeto de la ciencia; mientras que el objeto físico era una cosa
determinada, y sujeta en su ser mismo a leyes inmovibles del universo físico,
que no dejaban nada al azar. Morin (2003) propone una visión compleja del
sujeto en el andar humano de la ciencia, lo que implica un modo alternativo de
epistemología:
Pero si uno valoriza al sujeto, la
indeterminación se vuelve, entonces, riqueza, bullir de posibilidades,
¡libertad! Y así toma forma el paradigma clave de Occidente: el objeto es lo
cognoscible, lo determinable, lo aislable y, por lo tanto, lo manipulable.
Contiene la verdad objetiva y, en ese caso, es todo para la ciencia, pero al
ser manipulable por la técnica, es nada. El sujeto es lo desconocido,
desconocido por indeterminado, por espejo, por extraño, por totalidad. (p. 74)
La paradoja
epistémica es propia de la Modernidad en la ciencia de Occidente, el sujeto es
el todo y la nada; de hecho, nada existe como ciencia sin él, pero todo
conocimiento científico lo excluye; es como el soporte de toda verdad pero, al
mismo tiempo, no es más que ruido y error frente a la posibilidad de objetividad.
Pero, desde la Filosofía de la Complejidad se propone trascender la disyunción
y de la anulación del sujeto y del objeto al modo tradicional del positivismo;
porque desde la complejidad se parte del concepto de sistema abierto, que
implica la presencia consustancial del ecosistema, del entorno, de lo real, es
decir, la interdependencia entre el sistema subjetivo y ecosistema.
Desde el paradigma
dela complejidad el proceso de conocer fluye desde el sistema
auto-eco-organizador y el ecosistema, en un constante ir de complejidad en
complejidad. Así se plantea la existencia concreta de un sujeto reflexivo. E
inversamente, desde las alternativas de la complejidad, si se parte de ese
sujeto reflexivo para encontrar su fundamento al modo de los idealistas, al
menos, su origen, encuentro mi sociedad, al sujeto en relación con los otros,
con la historia de esa sociedad en la evolución de la humanidad, el hombre
auto-eco-organizador que trasciende la supuesta soledad inmaterial de un yo
misterioso y aislado. Así es que el
mundo está en el interior de nuestro espíritu, el cual está en el interior del
mundo.
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